Suele afirmarse que la política es el ámbito de decisión donde el bien común prevalece sobre los intereses personales. Los distintos partidos son los representantes de la “voluntad popular” y, a través de su interacción parlamentaria, terminan alumbrando un entramado de normas que vela por las necesidades del conjunto de la comunidad. La crisis del PSOE (como también la de Podemos) pone de manifiesto que esta visión romántica de la política es tremendamente ingenua y peligrosa.
Es ingenua porque las distintas facciones que ahora mismo se están enfrentando a calzón quitado por controlar el aparato del partido socialista no están pensando en nada parecido a los intereses generales de los españoles, sino esencialmente en sus ambiciones e intereses personalísimos. La clave de la disputa es la pugna entre las diversas visiones estratégicas acerca de cómo retener o ampliar el poder institucional con el que hoy cuentan los distintos capitostes del PSOE: y, ante tal desacuerdo, los aspirantes a gallo de corral (Sánchez o Díaz) han de intentar conciliar los intereses de los distintos actores políticos en liza —votantes, militantes, burócratas, cargos electos o aliados políticos en cada una de las localidades y regiones en las que se batalla por el poder político territorial— para constituir una coalición interna lo suficientemente amplia como para derribar a la rival. Pretender que semejante comunidad de intereses variopintos, orquestada para repartirse los puestos de mando dentro del partido y de la administración entre los afines y aliados, guarde algún parecido remoto con el bien común de la sociedad española debería colocarse a la altura analítica de la ciencia ficción antes que a la de la ciencia social.
Pero, como decíamos, la visión romántica de la política no sólo es ingenua, sino también peligrosa: ignorar la verdadera naturaleza de la política y de los políticos puede conducir a muchos ciudadanos a aceptar mayores recortes de sus libertades de los que aceptaría con una visión realista de la política. No es lo mismo plegarse ante los mandatos de quienes consideramos depositarios de una voluntad general orientada hacia el bien común que ante las órdenes caprichosas de aquellos que sólo representan a la facción más poderosa y mejor organizada en el asalto del poder. Pero eso es lo que sucede en última instancia: cada vez que se reclama una mayor politización de la sociedad sólo se está reclamando un mayor sometimiento de las personas a esas coaliciones de intereses espurios.
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