En una sociedad estadounidense crecientemente polarizada sobre política, una creencia común es que algo va mal en nuestro gobierno. Aunque sea verdad, hay una desafortunada tendencia (en ambos bandos) a tratar de identificar reformas sencillas y fáciles de recitar para arreglar nuestros problemas.
En la izquierda, por ejemplo, los delitos normalmente son a favor de “sacar el dinero de la política” con varias organizaciones impulsando la “abolición” del gobierno de Citizens United. En la derecha, son habituales las reclamaciones a favor de una enmienda presupuestaria para un presupuesto federal equilibrado y limitaciones en los mandatos. Mientras que indudablemente no se produce ningún daño impidiendo que el gobierno federal cree déficits (aunque el asunto sea más complicado de lo que muchos piensan) la reclamación de limitación de mandatos está en todo tan equivocada como la reclamación de la izquierda de restricción de los fondos de campaña. Identifica incorrectamente el asunto subyacente y en realidad haría al gobierno federal aún más inmune de responsabilidad ante el votante.
Un punto a favor de la limitación de mandatos es que es popular. Las encuestas de años recientes indican que las limitaciones de mandatos están apoyadas por más del 75% del país, lo que explica por qué fueron incluidas en los programas de varios candidatos presidenciales, incluyendo a Rand Paul, Ted Cruz, Mike Huckabee y Gary Johnson. La popularidad probablemente puede atribuirse tanto a su sencillez como al hecho de que pocos grupos son tan odiados como el Congreso de Estados Unidos en su historia reciente.
Indudablemente hay algo bueno en “echar a los zánganos”, pero si no nos ocupamos de los problemas más esenciales del gobierno federal probablemente los votantes queden igualmente insatisfechos a corto plazo. Esta es la principal mentira de las limitaciones de mandatos: supone que el problema es la gente que está en el gobierno y no el propio gobierno.
Después de todo, Estados Unidos tuvo un ejemplo de cómo sería un Congreso “nuevo” tras la ola del Tea Party de 2010. El 112 congreso tenía más miembros nuevos que ningún otro en más de 60 años, con casi un cuarto de la cámara compuesta por debutantes. Seis años después, el Congreso funciona prácticamente como antes de la entrada de nuevos legisladores, incluso con el tema protagonista del gasto público desbocado desvaneciéndose como coletilla política.
¿Por qué pasa esto?
La pura verdad es que la mayoría de la gente sobrevalora el poder de los cargos electos e infravalora la influencia de la clase política profesional.
Vi esto de primera mano cuando la ola del Tea Party en me llevo a los salones del Congreso, trabajando para el Comité de Servicios Financieros de la Cámara. Desde mi puesto pude ver el grado en que la legislación era escrita, no por los miembros del Congreso, sino por el personal de los comités, con muchas de esas propuestas entregadas a miembros individuales, normalmente con el objetivo que darles algo de lo que presumir cuando volvieran a su distrito original. Además, como la mayoría de la agenda de un congresista se dedica a la captación de fondos y deja poco tiempo para leer los detalles más concretos de múltiples piezas legislativas de los distintos comités a los que son asignados, la mayoría de los miembros del Congreso acaban confiando casi completamente en el juicio de su personal. Fui testigo una y otra vez de miembros del Congreso votando proyectos legislativos importantes basándose completamente en sí el miembro de su equipo tenía su dedo pulgar apuntando hacia arriba o hacia abajo.
Considerando los dependientes que son muchos legisladores de las indicaciones de su personal, la experiencia en Washington se convierte en un producto valioso. La razón por la que hay notables puertas giratorias entre Capitol Hill y K-Street no es una impía alianza de corrupción, sino sencillamente porque hay un valor real en el personal que tenga experiencia prolongada sobre un área legislativa concreta, así como una gran lista de contactos personales para ayudar a que se hagan las cosas.
También por eso los observadores cuidadosos de los comités elegirán caras familiares en el margen superior de los vídeos de CSPAN a lo largo de los años. El conocimiento institucional de los miembros de los comités hace de muchos de ellos personajes permanentes en ellos. Esto también es verdad en el lado republicano, donde la limitación de mandatos al frente de un comité ha estado en vigor durante años, con el personal más importante manteniendo puestos influyentes, sin que importe qué miembro tenga el puesto de presidente, incluso en casos en los que un miembro sostenía posturas filosóficas que iban directamente en contra del nuevo líder.
Como las limitaciones de mandatos significan necesariamente menos conocimiento institucional dentro del grupo elegido, esta misma clase de personal profesional solo vería aumentar su influencia y poder si se limitaran los mandatos de sus miembros.
Entonces, ¿cómo hacemos más responsable al Congreso? Atacando el origen real del problema: el propio gobierno.
Si las responsabilidades del congreso se limitarán a sus papeles definidos originariamente en la Constitución, habría menos que hacer, muchas menos leyes que entender y desaparecería el valor del conocimiento institucional. Mejor aún, ¡si el gobierno federal desapareciera completamente, no habría un Congreso averiado que reparar!
Como libertarios que buscamos la libertad frente al estado, es fácil demonizar a los políticos y transformar a seres humanos en personificaciones vivientes de la tiranía, lo que puede veces cegarnos ante el asunto real del propio gobierno. Me acuerdo de Ludwig von Mises, escribiendo acerca de la imposibilidad el socialismo:
La imposibilidad de socialismo es el resultado de una incapacidad intelectual, no moral. (…) Ni siquiera los ángeles, si estuvieran dotados solo de razón humana, podrían formar una comunidad socialista.
Igualmente, los ángeles no podrían hacer menos condenable un gobierno tan grande e hinchado como el actual gobierno federal. Tal y como está actualmente constituido, los incentivos y mecanismos en vigor harán que el gobierno crezca en tamaño y poder cada vez más.
Así que si el objetivo es hacer al gobierno menos terrible, el objetivo no debería de ser limitar los mandatos del Congreso, sino el poder y la jurisdicción de dicho Congreso, tal vez mediante la anulación estatal o idealmente incluso con la secesión. Estas ideas puede que no sean todavía tan populares como las limitaciones de mandatos, pero al menos ofrecen soluciones reales al quebrado sistema político de Estados Unidos.
El artículo original se encuentra aquí.
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