El miércoles fue el tercer y último debate presidencial estadounidense entre Hillary Clinton y Donald Trump. Los dos se dieron con todo, pero lo cierto es que aunque Trump no se vio mal en temas como el de portación de armas, Medio Oriente, impuestos, etc., y pese a haber asestado golpes bajos a la demócrata, sus “fantasmas” lo persiguieron en otras secciones del encuentro. En particular, el tema de las mujeres que lo acusan de haberlas agredido sexualmente, le pegó durísimo.
Aunque diga lo contrario, quedó claro que sí es racista y misógino, características que por sí solas lo hacen ruin. Para la historia quedarán frases lamentables como el calificativo de “nasty woman” que usó para interrumpir a su contrincante.
Es innegable que sus escándalos y mala imagen parecen enfilarlo hacia una merecida derrota.
Sin embargo, debemos tener cuidado. Sí, todo indica que Clinton va sola en la recta final, pero después de la experiencia del referéndum por el Brexit en el Reino Unido y hasta el referendo por el acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC en Colombia, todos debemos aprender la lección de que los resultados sorpresivos son algo a lo que debemos acostumbrarnos. Así es la democracia, para bien y para mal.
En la política como en la vida misma, las circunstancias cambian todo el tiempo.
Aquí mismo hemos dicho que sin duda alguna, la aversión de Trump hacia todo lo que tenga que ver con México y los mexicanos, lo convierte por mucho en el peor candidato para los intereses de nuestro país.
Si llegase a ganar, es posible que aquí el impacto fuese inmediato y contundente en las expectativas económicas de los inversionistas, que se reflejarían al instante en el tipo de cambio. Quizá el dólar se dispararía a nuevos máximos en cuestión de días bajo ese escenario. Habría que verlo.
Ahora bien, lo anterior lleva a muchos a concluir que Clinton sería muy buena para México, pero esto es un error. Sí, es cierto que una victoria de ella no sería un golpe seco como un triunfo de Trump, pero si ella cumpliera con lo que ha dicho a líderes sindicales en la Unión Americana acerca de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el efecto terminaría siendo el mismo en el mediano plazo.
Lo anterior, sin contar que el populismo de Clinton –evidenciado por ejemplo en sus propuestas de disparar el salario mínimo y los impuestos “a los ricos”, entre otras- lejos de ayudar, terminará por hundir a la Unión Americana en un mar de recesión y deuda, con el consecuente impacto en México. Nada que celebrar.
Además –y esto es lo más importante-, la debilidad de nuestra economía y del peso es estructural, interna, y no sólo culpa de lo que pasa en el exterior, que es coyuntural.
Sobre esas circunstancias externas no tenemos ningún tipo de control, pero sobre las internas sí, como el desenfrenado gasto público deficitario, la continua expansión de la deuda, la ausencia de un Estado de derecho pleno –o sea, de la elemental aplicación de la ley-, el “agujero negro” que es Pemex, y un muy largo etc.
Para ser claros, gane quien gane allá, las cosas no están avanzando aquí, y las que lo están haciendo –como el tibio recorte presupuestal presentado-, no lo hacen a la velocidad que se requiere.
Hay también otras pésimas señales para los inversores, como la vergonzosa y socialista “Constitución” de la Ciudad de México, que de aprobarse así, da señales claras de en qué se convertiría el país en el lamentable y peligroso caso de que la izquierda llegara a Los Pinos en 2018.
Así que mientras lo que nos toca y es obligación corregir no cambie, el crecimiento de México continuará dejando mucho que desear, y no avanzar, es igual que retroceder.
En suma, está bien seguir lo que pasa en Estados Unidos, pero no nos distraigamos de nuestras tareas pendientes en lo local, pues en ellas no vamos nada bien.
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