lunes, 31 de octubre de 2016

Tenemos un problema y no somos nosotros (1), por Libertario.es

Cuando se habla de abstención electoral, acostumbramos a escuchar frases sobre «el dilema de la participación de los jóvenes en las elecciones», «el descontento de una parte de la sociedad», «la no implicación de esa nueva generación que algún día gobernará España», etc. ¿Pero es real?

 

No hay que engañarse: han tenido que pasar treinta y cinco años desde la llegada de la democracia a España para que personas con inquietudes saquen adelante nuevos partidos. Partidos que les permiten, como jóvenes, tener un hueco en la tarta política. Pero hasta ahora, los que se repartían esa tarta han sido siempre los mismos, con pequeñas renovaciones de jóvenes adoctrinados que garantizaban lealtad al líder, nunca al conjunto de la sociedad.

 

Siempre ha existido el descontento. Siempre nos hemos encontrado con una parte de la población que no se sentía cómoda votando por ningún partido o apoyando a ningún candidato. Eso ocurre en cualquier parte del mundo. Sin embargo, hablar de ello en términos genéricos no va a solucionar el problema. El objetivo es buscar la manera de que esas personas puedan lanzar sus ideas al mundo.

 

Muchas veces no nos damos cuenta de que vivimos en un sistema creado por personas que no fueron más inteligentes que nosotros; en un sistema creado hace más de doscientos años en donde generación tras generación hemos puesto parches al modo Windows. Y ya ha llegado la hora de pararse a pensar que otra forma de democracia es posible.

 

Vivimos en un mundo conectado las 24 horas del día, los 365 días del año, con adolescentes que tienen más seguidores en las redes sociales y generan más simpatía en las nuevas generaciones que todos nuestros políticos juntos: maneras de interactuar que muchos de los que organizan nuestras vidas no entienden ni hacen el esfuerzo de entender. Y aún así seguimos viviendo bajo ese sistema el cual a muchos les es completamente ajeno.

 

Ahí está el germen de Podemos y del 15-M, en multitud de organizaciones que reivindicaban poder tener más vinculación con las decisiones del gobierno, poder contar con una plataforma que representase los intereses de una parte de la sociedad que se encontraba excluida ideológicamente. Lo mismo ocurrió con Ciudadanos: nadie enarbolaba la bandera del españolismo en Cataluña en el momento de su fundación. Todos los demás se habían mimetizado en mayor o menor grado con el sistema. En ambos casos, se trata de movimientos populares que han encontrado la manera de entrar en el sistema. Pero ha quedado claro que no es fácil, dos partidos en casi cuatro décadas y aún está por ver si duran.

 

Incluso si consiguen mantenerse, cada vez más vemos como las aspiraciones de cambio, los sentimientos de ilusión y su movilización entre nosotros, los jóvenes, caen de punto en punto en las encuestas. ¿Qué ocurre? ¿Cuáles son las promesas frustradas? ¿Qué es lo que necesitamos para cambiar España y convertirla en un país en donde tú y yo, que no estamos sentados en el Congreso, podamos influir en las decisiones que afectan a nuestro futuro?

 

Desde el momento en que te levantas de tu cama hasta que te vuelves a acostar, tu vida está condicionada por leyes tomadas a todos los niveles, regional, nacional o global. Decisiones que personas a las que no conocemos y muchas veces no hemos elegido toman confortablemente sentados en sus despachos influenciados por intereses externos, indicaciones de los líderes de sus partidos o por puro azar al no haber recibido ninguna orden de alguien que sea más antiguo que ellos en el partido. Pero nunca porque tú, que al fin y al cabo eres su jefe, quieres que se vote de una manera u otra.

 

Todos tenemos claro como suelen funcionar los negocios. Hay un jefe, unos empleados y, si el negocio funciona, suele haber clientes que adquieren los servicios, demandando por lo que están pagando, lo que permite que el negocio continúe. Pero, ¿y en política? ¿Acaso la política no es un negocio en sí? ¿No hay partidos que compiten entre ellos? ¿No hay votantes que ‘compran’ unos servicios u otros? Solemos pensar que los clientes tienen la sartén por el mango en los negocios, que exigimos una calidad en función de lo que pagamos. Pero está máxima a los ciudadanos en general se nos olvida cuando hablamos de los partidos políticos, y es que en vez de clientes parecemos pedigüeños, personas que se acercan a un negocio a pedir limosna a cambio de una papeleta con un logo.

 

Y esto ocurre porque los líderes de esos partidos no trabajan para ti. Trabajan para sí mismos y para su partido. Los candidatos que se presentan a las elecciones trabajan para el líder que los ha colocado ahí. Y lo mismo ocurre con muchos de esos ‘voluntarios’ que te animan a apoyarles y te dan esa camiseta, esa pegatina o ese bocadillo por el cual vendes tu voto. Tampoco trabajan para ti, trabajan para que algún día el líder les elija para ser ellos los candidatos. Lo sé porque estuve dentro.

 

¿Qué podemos hacer? Debemos avanzar en nuestra democracia, avanzar en eso que los que la inventaron anhelaban, pero que hace doscientos años, en las Cortes de Cádiz, era imposible. Debemos avanzar hacia una democracia en la que nosotros, los ciudadanos, decidamos no sólo nuestro futuro, sino el de nuestro país y el de nuestros políticos.

 

Acabemos con las listas, con la necesidad de partidos para presentarse a elecciones. Las circunscripciones tienen que representar a personas, no a territorios. Y consigamos tener todo el poder en nuestra mano. ¿Cómo? Te lo explico en el próximo artículo.

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