[Publicado originalmente el 16 de agosto de 2000]
“Todas las cosas están sometida a la ley de causa y efecto. Este gran principio no conoce ninguna excepción”.
Introducción
A pesar de los muchos ilustres predecesores en sus 600 años de prehistoria, Carl Menger (1840-1921) fue el verdadero y único fundador de la auténtica Escuela Austriaca de economía. Se merece este título aunque no sea por otra razón que porque creó el sistema de la teoría de valor y precio que constituye el núcleo de la teoría económica austriaca. Pero Menger hizo más que esto: también originó y aplicó coherentemente el método praxeológico correcto a seguir en la investigación teórica de la economía. Así que, en su método y teoría esencial, la economía austriaca siempre fue y seguirá siendo economía mengeriana.
La posición de Menger como originador de las doctrinas fundamentales de la economía austriaca ha sido reconocida y alabada por todas las autoridades eminentes en la historia de la economía austriaca. En su elogio de Menger escrito tras la muerte de este en 1921, Joseph Schumpeter afirmaba que “Menger no es discípulo de nadie y lo que creó permanece en pie. (…) La teoría del valor, el precio y la distribución de Menger es la mejor que tenemos hasta ahora”. Ludwig von Mises escribió que “Lo que se conoce como Escuela Austriaca de economía empezó en 1871, cuando Menger publicó un delgado libro bajo el título de Grundsätze der Volkswirtschaftslehre [Principios de economía política]. (…) Hasta finales de los 70 no habí ninguna ‘Escuela Austriaca’. Solo existía Carl Menger”. Para F. A. Hayek (1992, p. 62), las “ideas fundamentales [de la Escuela Austriaca] pertenecen total y completamente a Carl Menger. (…) Lo que es común a los miembros de la Escuela Austriaca, lo que constituye su peculiaridad y generó las bases para sus posteriores contribuciones, es su aceptación de las enseñanzas de Carl Menger”.
Aunque no hay discusión con respecto al papel de Menger como creador de los principios definidores de la economía austriaca, sí existe cierta confusión con respecto a la naturaleza precisa de su contribución. No siempre se reconoce del todo que el empeño de Menger de reconstruir radicalmente la teoría del precio sobre la base de la ley de la utilidad marginal no estaba inspirado por una vas visión subjetivista. Más bien, Menger estuvo motivado por el objetivo específico y global de establecer una relación causal entre los valores subjetivos que subyacen las decisiones de los consumidores y los precios objetivos del mercado usados en los cálculos económicos de los hombres de negocios. Los economistas clásicos habían formulado una teoría intentando explicar los precios del mercado como el resultado del funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda. Aun así, estos economistas se veían obligados a restringir su análisis a los cálculos monetarios y decisiones de los empresarios, mientras olvidaban las decisiones de los consumidores debido a la falta de una teoría satisfactoria del valor. Su teoría de la “acción calculada” era correcta hasta donde podía y se usó para demoler los planes proteccionistas e intervencionistas de los mercantilistas de los siglos XVI y XVII y las fantasías estatistas de los socialistas utópicos del siglo XIX. Así que el objetivo último de Menger no era destruir la economía clásica, como se ha sugerido a veces, sino completar y confirmar el proyecto clásico basando la teoría de la determinación de precios y el cálculo monetario en una teoría general de la acción humana.
En la siguiente sección, daré una visión general de la vida y obra de Menger. En la Sección 3, me ocuparé con más detalle de los defectos de la economía clásica que estimularon la creatividad de Menger y luego, en la Sección 4, desarrollaré sus contribuciones a la teoría y el método y su importancia para la economía austriaca.
Vida y obra
Carl Menger nació el 28 de febrero de 1840 en Galitzia, en lo que hoy es Polonia. Era descendiente de una antigua familia austriaca que incluía artesanos, músicos, funcionarios civiles y oficiales del ejército, todos los cuales habían emigrado desde Bohemia una generación antes de su nacimiento. Su padre, Anton, era abogado y su madre, Caroline (de soltera Gerzabek) era la hija de un rico mercader bohemio. Tuvo dos hermanos, Anton y Max: el primero, un eminente autor socialista y profesor asociado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Viena y el segundo, abogado y diputado liberal en el Parlamento Austriaco. La familia Menger se había ennoblacido, pero el propio Carl eliminó el título “von” ya de joven.
Después de estudiar economía en las universidades de Praga y Viena de 1859 a 1863, Menger empezó a trabajar como periodista en el verano de 1863. El joven Menger evidentemente obtuvo rápidamente prestigio en el periodismo, escribiendo varias novelas y comedias (que según parece aparecieron en series en periódicos y, en 1865, reuniéndose y compartiendo confidencias con el primer ministro liberal austriaco R. Belcredi. En el otoño de 1866, dejó el Wiener Zeitung, un periódico oficial para el que había estado trabajando como analista de mercados, para preparar su examen oral para doctorarse en derecho. Después de aprobar este examen, Menger trabajó como pasante de un abogado en mayo de 1867, recibiendo su licenciatura en derecho por la Universidad de Cracovia en 1867. Sin embargo, volvió pronto a trabajar como periodista económico y ayudó a fundar un periódico diario.
Fue en septiembre de 1867, inmediatamente después de recibir su licenciatura en derecho, cuando, según reportaba Menger, “se lanzó a la economía política”. En los siguientes cuatro años desarrolló concienzudamente el sistema de pensamiento que remodelaría tan profundamente la teoría económica. La economía mengeriana fructificó en 1871 con la publicación de los Principios, que cambiaron indelebelemente la historia del pensamiento económico. Como periodista económico, Menger había observado un agudo contraste entre los factores que la economía clásica había identificado como los más importantes a la hora de explicar la determinación de precios y los factores que los participantes experimentados en los mercados creían que ejercían la máxima influencia en dicho proceso de precios. Sea o no esa observación la inspiración original para la repentina y profunda absorción de Menger en cuestiones económicas después de 1867, indudablemente es coherente con su objetivo último de reconstruir la teoría de precios.
En 1870, Menger obtuvo un nombramiento como funcionario en el departamento de prensa del gabinete austriaco (el Ministerratspraesidium), que estaba entonces compuesto por miembros del Partido Liberal. Con una obra publicada al alcance de la mano y la terminación con éxito de su examen de habilitación en 1872, Menger cumplía los requisitos para un nombramiento como Privat-Dozent (básicamente. Un profesor sin paga con todos los privilegios propios de un profesor) en la facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Viena. Tras su promoción al puesto de profesor asociado a tiempo completo con paga (Professor Extraordinarius) en otoño de 1873, Menger dimitió del departamento ministerial de prensa, pero continuó sus actividades periodísticas en el sector privado hasta 1875.
En 1876, Menger consiguió un nombramiento como uno de los tutores del príncipe Rodolfo de Habsburgo, entonces con 18 años de edad. En los dos años siguientes, Menger fue tutor de Rodolfo mientras viajaba con él por toda Europa. Tras su retorno a Viena, Menger fue nombrado por el emperador Francisco José, el padre de Rodolfo, para la Cátedra de Economía Política en la Facultad de Derecho de Viena, donde asumió sus tareas en 1879 como Professor Ordinarius o profesor titular.
Con un puesto académico asegurado, Menger podía ahora preocuparse por formular una aclaración y defensa del método teórico que había adoptado en sus Principios. El último libro había sido ignorado en Alemania porque, en la década de 1870, los economistas alemanes estaban bajo la casi completa influencia de la Novísima Escuela Histórica, que estaba liderada por Gustav Schmoller y era ácidamente hostil al estilo “abstracto” de teorización económica de Menger (y la Escuela Clásica). Los frutos de la investigación metodológica de Menger se publicaron en 1883 en un libro titulado Untersuchungen uber die Methode der Sozialwissenschaften und der politischen Okonomie insbesondere (Investigaciones sobre el método de la ciencias sociales, con especial referencia a la economía). Si el libro anterior había sido ignorado fríamente, las Investigaciones precipitaron un furor entre los economistas alemanes que respondieron acaloradamente con ataques desdeñosos a Menger y la “Escuela Austriaca”. De hecho, este último término fue originado y aplicado por los historicistas alemanes para destacar el aislamiento de Menger y sus seguidores de la corriente dominante en la economía alemana. Menger respondió en 1884 con un cáustico panfleto, Irrthumer des Historismus in der deutschen Nationalokonomie (Los errores del historicismo en la economía alemana) y posteriormente empezó el famoso Methodenstreit o debate metodológico, entre la Escuela Austriaca y la Escuela Histórica Alemana.
Entretanto, los escritos y las enseñanzas de Menger habían empezado a mediados de los setenta a atraer a varios seguidores brillantes, de los que los más notables fueron Eugen von Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser. Entre 1884 y 1889, las obras de estos hombres y numerosos otros también influidos por Menger, empezaron a aparecer con gran abundancia, llevando a una fusión de una Escuela Austriaca identificable. A finales de los ochenta, las doctrinas de Menger también se estaban introduciendo en economistas no germanoparlantes en Francia, Holanda, Estados Unidos y Gran Bretaña.
Después de retirarse de la participación activa en el Methodenstreit a finales de la década de 1880, los intereses de Menger volvieron a las preocupaciones metodológicas la teoría económica pura y la economía aplicada. En 1888, publicó un notable artículo sobre teoría del capital, Zur Theorie des Kapitals. También durante este periodo, Menger fue el miembro principal de una comisión encargada de reformar el sistema monetario austriaco, un papel que le animó a ponderar más profundamente los problemas de la teoría monetaria y su política. El resultado fue un torrente de artículos sobre economía monetaria publicados en 1891, incluyendo Geld (Dinero), una contribución pionera en economía monetaria. Menger continuó en la vida académica hasta que renunció a su puesto en 1903, pero, por desgracia, a pesar de que vivió hasta 1921, no produjo más obras importantes.
La Escuela Clásica y el estado de la teoría económica en vísperas de la publicación de los Principios de Menger
Cuando Menger dirigió su atención seriamente hacia la teoría económica en 1867, existía un sistema poderoso aunque profundamente defectuoso de pensamiento de teoría económica que había sido creado principalmente por la Escuela Clásica Británica, es decir, por David Hume, Adam Smith y David Ricardo. Para su eterno mérito, los economistas clásicos tuvieron éxito en demostrar que los fenómenos del precio (precios de productos, salarios y tipos de interés) no eran el producto de un accidente histórico o del capricho arbitrario de los vendedores, sino que estaban determinados por una ley económica universal e inmutable, que es la ley de la oferta y la demanda. También demostraron que los precios, a través de los cálculos y acciones de empresarios con ánimo de lucro, regulaban en la práctica el proceso de producción. Concluían que, en aquellos sectores en los que el precio de venta excediera el coste medio del producto por un margen mayor de lo normal, los dueños de negocios estaban motivados por la expectativa de beneficio para expandir su producción más allá de las empresas existentes, mientras que se produciría una producción adicional de nuevas empresas ansiosas de participar de los beneficios extraordinarios. Por el contrario, en aquellos sectores en los que los precios no cubrieran los costes por unidad, la búsqueda universal de beneficios y la aversión a las pérdidas entre los empresarios llevarían a las empresas existentes a contraer su producción y dejar de producir completamente, al tiempo que desanimaría la entrada de nuevos competidores en el sector. Además, como la producción de bienes se expandiría en aquellos sectores en los que los beneficios estuvieran por encima de lo normal, la oferta aumentaría en relación con la demanda y la tasa de beneficio tendería a bajar volviendo a la normalidad al disminuir los precios hacia su nivel “natural” en relación con los costes de producción. En el caso de sectores donde la producción estuviera encogiendo debido a pérdidas, la disminución en la oferta en relación con la demanda impulsaría precios al alza hacia los costes medios (y más allá) hasta su nivel natural, haciendo que desaparezcan las pérdidas y aparecería en el proceso un nivel normal de beneficio.
Así que, en la opinión clásica, tanto pecios como producción se comportaban de acuerdo con leyes definidas de causa y efecto. Los precios están determinados por la interacción de todos los participantes en el mercado, así que el precio real de cualquier bien refleja el equilibrio momentáneo de oferta y demanda y la asignación de recursos a los diversos procesos de producción estaba gobernada por los cálculos y decisiones de empresarios con ánimo de lucro (y que quieren evitar las pérdidas), lo que significaba que, a largo plazo, los recursos se asignaban entre las distintas ramas de la producción para asegurar una tendencia a igualarse en algún nivel normal o natural la “tasa de beneficio” o tasa de retorno sobre toda la inversión de capital. Por tanto, la economía clásica sí contenía una teoría embrionaria de la acción humana, pero su teoría estaba incompleta porque se centraba estrictamente en el empresario calculador, el proverbial “hombre económico”, que “compraba en los mercados más baratos y vendía en los más caros”. En otras palabras, la teoría clásica de los precios y la producción era solo una teoría de la acción calculable, es decir, de la acción en el mercado, un ámbito en el que todos los medios y fines, costes y beneficios y pérdidas y ganancias podían calcularse en términos de dinero. Aunque este fue un gran logro y un enorme paso adelante en la ciencia económica, dejaban sin considerar las valoraciones y preferencias subjetivas y no cuantificables del consumidor, la raison d’être de toda la actividad económica.
Para explicar este olvido, recurrimos al antes mencionado gran defecto de la economía clásica: su teoría del valor. A la hora de tratar de analizar el valor de los bienes como fundamento para su teoría del precio, los economistas clásicos comenzaban centrándose en categorías abstractas o clases de bienes, por ejemplo, pan, hierro, diamantes, agua, etc. y en su utilidad general para la humanidad. Estas categorías amplias que basaban la teoría clásica del dinero eran la alternativa a centrarse en una cantidad específica de un bien concreto y su importancia percibida para una persona concreta. Así que no podían resolver la famosa “paradoja del valor”: por qué el precio de mercado de una libra de pan es casi insignificante comparado con un peso igual de diamantes de calidad, a pesar del hecho de que el pan es indispensable para sostener la vida humana, mientras que los diamantes son útiles solo para disfrute estético u ostentación. Para seguir con su análisis, los economistas se veían por tanto obligados a dividir el valor en dos categorías, “valor de uso” y “valor de intercambio”. El primero se refería a la importancia de un bien para servir deseos humanos, mientras que el segundo indicaba simplemente el precio de mercado del bien. Rechazando el valor de uso como algo dado y como una precondición no explicada del valor de intercambio, continuaban concentrando su análisis exclusivamente en el valor de intercambio. Esta aproximación a la teoría del valor naturalmente impedía a los economistas clásicos desarrollar una teoría completa de la acción humana que integrara las decisiones de los consumidores con los cálculos y decisiones de los empresarios.
Incapaces de basar su teoría del precio en los valores subjetivos de los consumidores, los economistas clásicos recurrían a los costes de producción para consolidar su sistema teórico. Esta atención centrada en el coste objetivo de producción otorgaba a las condiciones técnicas bajo las cuales se producían los bienes un estatus igual a las decisiones humanas como determinantes activos de la actividad económica. Como consecuencia, se estableció una teoría bifurcada y contradictoria de la teoría de los precios. Según esta teoría, como hemos señalado antes, los precios del mercado (precios que se pagan realmente en transacciones cotidianas) están determinados por la oferta y la demanda. Sin embargo, solo se explicaba realmente la oferta, como el resultado de cálculos monetarios de maximización empresarial del beneficio, mientras que las demandas de los distintos bienes de consumo se tomaban como dadas. Mientras que las decisiones humanas determinaban los precios cotidianos del mercado para todos los bienes, a largo plazo el valor de intercambio de los bienes “reproducibles” se dirigía inexorablemente hacia el precio “natural” establecido por sus costes de producción, que permanecían sin explicar. Los bienes “escasos”. Aquellos cuyas ofertas no podrían aumentar por el proceso de producción, como antigüedades, monedas raras, pinturas de los grandes maestros y cosas similares, se trataban como una categoría de bienes independiente y relativamente poco importante cuyos valores estaban gobernados enteramente por la oferta y la demanda. De ahí la división en la teoría clásica del valor y el precio. Pero también existía una contradicción no resuelta, al menos en el caso de los bienes reproducibles: aunque la aparición de precios reales en cada momento se atribuya completamente al cálculo y la acción humanos, también albergaban una tendencia misteriosa a gravitar hacia un nivel determinado por factores completamente sin relación con la voluntad humana.
Con respecto a la cuestión relativa a la determinación de las rentas de los factores de producción, el análisis clásico era completamente inútil porque, de nuevo, se llevaba a cabo en términos de clases amplias y homogéneas, como “trabajo”, “tierra” y “capital”. Esto desviaba a los teóricos clásicos de la importante tarea de explicar el valor de mercado o los precios reales de determinados tipos de recursos, favoreciendo por el contrario una búsqueda quimérica de los principios por los que se gobiernan las participaciones de la renta agregada de las tres clases de dueños de factores (trabajadores, terratenientes y capitalistas). La teoría de la distribución de la Escuela Clásica etaba por tanto completamente desconectada de su casi praxeológica teoría del precio y se centraba casi exclusivamente en las distintas cualidades de tierra, trabajo y capital como explicación de la división de la renta agregada entre ellos. Mientras que el núcleo de la teoría clásica del precio y la producción incluía una teoría compleja de la acción calculable, la teoría clásica de la distribución se centraba burdamente solo en las calidades técnicas de los bienes.
Este era el estado insatisfactorio en el que Menger encontró la teoría económica a finales de la década de 1860. Es verdad que la escuela del valor subjetivo, que pasaba sus raíces a través de J.-B. Say, A. R. J. Turgot y Richard Cantillon hasta los escritores escolásticos de la Edad media, floreció en el continente durante todo el periodo de la ascensión de la Escuela Clásica en Gran Bretaña. Y el propio Menger, un reconocido bibliófilo, fue criado empapándose de los escritos de la rama en idioma alemán de esta tradición del valor subjetivo. Sin embargo, mientras que escritores asociados con esta tradición destacaban repetidamente que “utilidad” y “escasez” eran los únicos determinantes de los precios de mercado y, en algunos casos, incluso formulaban el concepto de utilidad marginal, nadie antes de Menger fue capaz de desarrollar sistemáticamente estas ideas en una teoría comprensiva del proceso de precios y la economía en general.
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