En el siglo XXI, parece que durante cada año divisible por 4, la izquierda recicla su “análisis” de que muchos estadounidenses votan en contra de su propio interés al no elegir a los demócratas. El más famoso de estos intentos cuatrienales fue el libro de 2004 What’s the Matter with Kansas, del historiador Thomas Frank, que estuvo 18 semanas en la lista de libros más vendidos del New York Times. Este argumentaba que la gente de su estado origen votaba republicano, aunque eso menoscabara un programa redistributivo de los demócratas que habrían expandido la coacción del gobierno derivando más recursos de otros hacia Arkansas, una violación “evidente” de su propio interés. A la vista de las dificultades económicas, “hablarles acerca de los remedios que proponían sus antepasados (sindicatos, antitrust, propiedad pública) podría ser igual que referirse a los días en los que florecía la caballería”.
En las elecciones actuales, opiniones similares se canalizaban por parte de Leon Friedman en un artículo del Huffington Post titulado “Why Does the (White) Lower Middle Class Vote Republican?” Lo esencial de su análisis era:
Basándose puramente en el interés propio, esas personas con salarios bajos deberían votar por el partido que les ayudara más económicamente. Los demócratas están a favor de un salario mínimo más alto, protección a los sindicatos, programas de atención médica generosos, si no gratuitos, para los estadounidenses de clase trabajadora, regulaciones de la seguridad en el lugar de trabajo, reducción del calentamiento global (que afecta a la salud de todos), impuestos más altos a los ricos para pagar programas sociales aún más generosos y mantener, si no aumentar, las prestaciones de la seguridad social. Los republicanos, por el contrario, quieren reducir los impuestos a los ricos, restringir los derechos sindicales, abolir el Obamacare, privatizar los beneficios de la seguridad social (lo que podría perjudicar a la fiabilidad del programa) y eliminar diversas regulaciones para las empresas, incluyendo requisitos de seguridad e intentos de ocuparse del calentamiento global.
Las políticas que parecen ayudar, en realidad perjudican
Merece la pena señalar que en un mundo sin comidas gratis, las supuestamente beneficiosas políticas demócratas citadas son todas comidas robadas. Y una vez la gente haya tenido tiempo para responder, la capitalización del mercado transformará muchas de estas comidas robadas en comidas por las que sus “beneficiarios” deberán pagar, merezca hacerlo o no. (Por ejemplo, las prestaciones obligatorias que en último término provienen de los paquetes de prestaciones del trabajador).
Además, muchas de estas políticas redistribucionistas benefician a algunos a costa de otros dentro de los mismos grupos, en lugar de ofrecer una ganancia total para todos. Los mayores salarios mínimos, por ejemplo, benefician a algunos trabajadores de baja cualificación, pero perjudican a otros a través de menor empleo, horario y prestaciones adicionales. Vemos resultados similares en el caso del aumento de poder en los salarios sindicales, lo que daña a todos los demás trabajadores trasladando mano de obra al sector no sindicalizado, rebajando allí los salarios.
Sin embargo, aunque concediéramos que algunas comidas robadas expandirían los recursos bajo el control de clientes redistributivos del gobierno, eso no implicaría que fuera inexplicable votar contra esas políticas. Revisar el análisis de Adam Smith puede mostrarnos por qué.
Interés propio frente a egoísmo
Paul Heyne, en Are Economists Basically Immoral? identificaba el alejamiento algunos economistas del principio de Adam Smith del amor propio (no del interés propio) en el que “el interés propio se identifica con el egoísmo, los intereses egoístas se supone que son intereses materiales y la preocupación por la justicia o la equidad se considera como irracional”. En consecuencia, “Muchos de los teóricos más eminentes y sofisticados en la profesión económica no hacen ningún esfuerzo por distinguir entre interés propio y egoísmo o entre comportamiento racional y comportamiento avaricioso”.
Heyne nos devolvería al énfasis de Smith sobre la reputación y al “espectador imparcial”, cuyo respeto debemos valorar al máximo.
Una clara implicación (…) es que el respeto propio es para mucha gente un objetivo principal en el comportamiento del interés propio. Una buena parte de las anomalías (…) desaparecen en el momento en que nos damos cuenta de que es por el interés propio personal por lo que nos comportamos de maneras que nos permiten mantener nuestro respeto por nosotros mismos.
Heyne señalaba además el papel del espectador imparcial en el respeto propio, particularmente en términos de justicia:
Cuando Smith argumentaba que debería dejarse a todos ser “perfectamente libres para perseguir su propio interés a su propia manera” solo era bajo la importante condición de que “no violen las leyes de la justicia”. (…) La legislación es injusta, en opinión de Smith, cuando promueve el interés de un grupo de ciudadanos imponiendo restricciones desiguales a las acciones de otros grupos.
O, por citar a Smith:
Dañar en cualquier grado el interés de cualquier orden de ciudadanos sin otro fin que promover el de algún otro es evidentemente contrario a esa justicia y equidad de tratamiento que el soberano debe a todos los distintos órdenes de sus súbditos.
Si aceptamos la visión de la justicia de Smith (igualdad de trato, comparado con el favoritismo público a costa de otros) las políticas redistribución que se están promoviendo son lisa y llanamente injustas. Si ser justo es una parte importante el respeto por uno mismo, uno tendría que comparar los recursos añadidos puestos a disposición por una política injusta con el daño hecho al respecto a uno mismo y a su reputación con otros.
Por ejemplo, ¿qué pasa si quieres ser justo (internamente) y ser reconocido como justo (externamente)? ¿Elegirías dedicarte al robo, directamente o a través del gobierno? Depende. Prácticamente todos estarían dispuestos a renunciar a algunas ganancias coactivas obtenidas de mala manera para ser más justos. Pero los valores que dan las personas a ser más justo (o lo que consideran justo) difieren, igual que los “precios” en distintas situaciones. En muchos casos, pueden explicar votar “sí” algunas políticas que supuestamente mejoran tu interés propio (por ejemplo, aquellas con un menor coste en el respeto propio o un mayor impacto en el interés propio) y votar “no” a otras (por ejemplo, aquellas con un mayor coste en respeto propio o un menor impacto en del interés propio). Además, puede explicar por qué quienes promueven políticas que equivalen a robar usan tantos trucos retóricos y lógicos para justificarlas como algo distinto (por ejemplo, la justificación de Marx de los trabajadores expropiando los capitalistas, porque supuestamente los capitalistas expropiaron primero a los trabajadores, lo que recuerda a la demonización más reciente del “1%” o a la actual insistencia en calificar a todo proyecto que tome recursos de un grupo para pagar las prestaciones de otros como una “inversión en nuestro futuro”).
Sin embargo, para que ese mecanismo de respeto propio persista lo largo del tiempo, los opositores a la redistribución de la riqueza patrocinada por el estado tendrían que actuar, no sólo hablar, a favor de la justicia (a la que Cicerón definía como “no dañar a los hombres” hace más de dos milenios) y defender menos políticas injustas.
El artículo original se encuentra aquí.
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