Los tan denostados mercados se asientan sobre la cooperación entre los seres humanos: cada individuo coopera con el resto para producir los bienes que desea uno mismo o que desean los demás. El mecanismo fundamental para articular esta cooperación son los contratos: acuerdos voluntarios donde cada parte incluye las condiciones necesarias para cooperar con la otra. Un problema de los contratos aparece cuando dejan ciertos espacios de indefinición que alguna de las partes puede utilizar para aprovecharse de la otra: y, justamente por eso, los contratos tienden a especificar las cláusulas y condiciones de cumplimiento tanto como resulte posible. Por ejemplo, si yo soy dueño de un centro comercial y contrato a un trabajador por 1.500 euros mensuales para que venda “tanto ropa como sea capaz”, es muy probable que el trabajador intente minimizar su esfuerzo hasta un punto en el que no corra el riesgo de ser despedido pero en el que no venda tanto como realmente podría. Para remediar este riesgo moral, los contratos suelen articular sistemas de incentivos que beneficien tanto al principal (en nuestro ejemplo, el dueño del centro comercial) como al agente (el vendedor): verbigracia, hacer que una parte del sueldo del vendedor dependa de su volumen de ventas (comisión sobre el total vendido).
Este último sistema de incentivos resuelve parte del problema de riesgo moral, pero continúa siendo bastante ineficiente, ya que los ingresos del vendedor no dependen únicamente de su comportamiento, sino también de otras magnitudes sobre las que no puede ejercer ningún control: por ejemplo, de la situación general de la economía o la afluencia de turistas. Dicho de otro modo, si recompensamos a los vendedores sólo en función de su volumen de ventas, no necesitarán esforzarse demasiado cuando la economía crezca (es decir, venderán mucho menos de lo que realmente podrían vender) y, a su vez, se negarán a trabajar como vendedores cuando la economía decrezca (dado que sus remuneraciones caerán por circunstancias que no les son imputables) a menos que la parte fija de sus salarios base aumente lo suficiente. Cómo solucionar este crucial problema de coordinación es una de las principales aportaciones de uno de los premiados con el Nobel de Economía este año: el finés Bengt Holmström.
De acuerdo con Holmström, debemos hacer depender la remuneración variable de magnitudes que contengan poco ruido, esto es, de variables que sólo dependan del comportamiento de los agentes y no de circunstancias externas. En el caso de los vendedores, su remuneración podría filtrarse por el PIB; en el caso de los grandes directivos de empresas, sus bonus no deberían depender de cómo evolucione el precio de las acciones de su empresa sino, por ejemplo, de cómo evolucione con respecto al resto de empresas de su sector. En suma, un premio Nobel concedido a aportaciones que sofistican nuestra comprensión sobre los mecanismos que estructuran la cooperación humana en el capitalismo.
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