El nombramiento del ex ministro de Industria, José Manuel Soria, como director ejecutivo del Banco Mundial constituye una perversión, una torpeza y una provocación por parte del Gobierno de España.
Perversión porque ilustra las peores prácticas que caracterizan a los partidos políticos y a la burocracia estatal: el nepotismo y el tráfico de influencias en la captura de los principales estamentos de poder como recompensa por la ciega obediencia al líder.
Torpeza porque, incluso obviando el corrupto amiguismo de promover a los afines y sumisos subalternos, Soria cesó en su cargo anterior por mentir a los españoles acerca de su actividad como administrador de una sociedad off-shore de Panamá: personalmente, no tengo nada en contra de las sociedades off-shore dirigidas a escapar del parasitismo fiscal del Estado, pero sí tengo muchas razones en contra de los políticos que no solo mienten (ése su estado natural es la mentira) sino que además mienten con absoluto descaro y desvergüenza.
Provocación porque, en un momento en el que Rajoy dice buscar un amplio apoyo parlamentario para su investidura incluso entre formaciones ideológicamente enfrentadas, nombrar a Soria como director ejecutivo del FMI constituye una ofensa absurda, innecesaria y arrogante hacia el resto de partidos. Lejos de señalizar una actitud abierta y dialogante con la oposición, lo que pone de manifiesto es la naturaleza frentista, caciquil e incorregible del partido de gobierno.
Se mire cómo se mire, el nombramiento de Soria carece de toda lógica: ni es el mejor candidato para el cargo, ni constituye una práctica de buen gobierno, ni cuenta con un amplio respaldo entre la población, ni sirve para tender puentes con el resto de partidos de cara a la investidura, ni encaja con el código ético del propio cargo para el que se le designa. Solo constituye un ensimismado golpe de autoridad por parte de aquellos que se creen por encima de la supervisión y el control ciudadano.
Mas el debate de fondo que suscita el nombramiento de Soria como director ejecutivo del Banco Mundial no sólo es el de los procedimientos de promoción de cargos públicos en España, sino el de la lógica de mantener, a costa de todos los contribuyentes españoles, burocracias globales copadas por incompetentes funcionarios cuyo único mérito es el de haber mostrado una absoluta lealtad a aquel que los nombra. Es hora de empezar a cuestionarnos la necesidad de seguir financiando tales burocracias internacionales, tales como el FMI o el Banco Mundial: ni España ni el resto del mundo tiene necesidad alguna de costearlas a modo de infectas agencias de colocación de los dinosaurios políticos internos.
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