miércoles, 21 de septiembre de 2016

Cómo me convertí en agente del cártel más poderoso de Estados Unidos, por Mises Hispano.

ncaa

Durante aproximadamente los últimos treinta años, he hecho una pequeña donación anual a mi alma máter, Boston College. Normalmente asigno una parte o toda la donación a programas deportivos del BC, que, aparte del hockey (y el fútbol americano durante unos pocos años gloriosos a principios de la década de 1980 cuando jugaba Doug Flutie), han sido decididamente mediocres. En reconocimiento a mis modestas donaciones, acabo de recibir por correo electrónico un folleto del BC titulado “Una guía de las regulaciones de la NCAA para donantes, alumnos y amigos del club deportivo del Boston College”.

Para mi sorpresa, el folleto me informa de que soy un “representante de los intereses deportivos” de la universidad. Uno pasa a tener esta burda designación realizando una donación a cualquiera de los programas deportivos del BC, siendo miembro de cualquier grupo de donantes, seguidores o alumnos, empleando o ayudando a encontrar empleo a estudiantes-deportistas, siendo el padre de un deportista estudiante matriculado o un exdeportista del equipo o ayudando a promover los deportes de BC de cualquier manera. Como “representante”, tengo “prohibido” proporcionar “beneficios extraordinarios” a cualquier “deportista estudiante matriculado”. Estos beneficios incluyen dinero en efectivo, préstamos y avales para préstamos de cualquier cantidad. También están prohibidos los regalos de cualquier tipo a deportistas estudiantes o a sus familias, incluyendo vacaciones, ropa e incluso tarjetas de cumpleaños. También tengo prohibido ofrecer descuentos especiales por bienes y servicios o alojamiento gratis o a precio reducido a deportistas estudiantes o a sus parientes; tampoco se me permite pagar a un deportista estudiante una remuneración por una charla o dejarle usar mi celular para hacer una llamada sin cobrársela.

Las reglas con respecto a mis interacciones con un “potencial” son aún más estrictas. Aunque el término no se define explícitamente en el folleto, hasta donde puedo entender, un “potencial” es un deportista interescolar de cualquier nivel que puede estar interesado en participar en deportes universitarios. El estudiante sigue siendo potencial incluso después de haber firmado una “carta de intenciones” comprometiéndose con una universidad concreta o recibiendo una beca financiera, hasta el primer día oficial de entrenamientos del equipo, después del cual se convierte oficialmente en un deportista estudiante matriculado, con quien mis interacciones están reguladas por las normas del párrafo precedente. No tengo permitido tener ningún contacto con un potencial, incluyendo llamadas telefónicas, cartas, faxes y mensajes en redes sociales. Tampoco tengo permitido contactar con el entrenador, director o consejero del potencial para comentar su capacidad como deportista.

Por supuesto, dar dinero, regalos, préstamos o descuentos especiales al potencial, su entrenador o su familia también está estrictamente prohibido. Si voy a un acontecimiento deportivo en el que participa el potencial, debo evitar cualquier contacto con él. Si se produce un “contacto casual inevitable”, solo se me permite ofrecer “felicitaciones normales”. Si tengo una relación establecida con el potencial (por ejemplo, es el mejor amigo de mi hijo) puede continuar mientras no haya ningún intento para “reclutarlo” (es decir, animarle a ir a mi alma máter). Si el potencial inicia un contacto llamándome por teléfono, debo restringir rigurosamente mi conversación a información general acerca de la universidad. Evidentemente, las normas que regulan mis tratos tanto con deportistas estudiantes como reclutados son bastante numerosas, porque ambas listas de normas están calificadas entre paréntesis como “no completas”.

Finalmente, el folleto advierte ominosamente: “una vez una persona sido identificada como ‘representante institucional de intereses deportivos’, esa persona mantiene ese título durante toda la vida”. [Cursivas añadidas]. El folleto continúa advirtiendo al representante eterno de que tiene la responsabilidad de notificar a la Oficina de Cumplimiento del BC cualquier infracción que pueda saber que haya ocurrido, aunque ésta no haya sido intencional.

El cártel de la NCAA

Vale, vayamos al grano. ¿Por qué me mandaron a mí y probablemente a cientos de miles de otros donantes exalumnos de instituciones miembros de la NCAA este absurdo folleto? La razón es que casi todos los programas deportivos interuniversitarios en EEUU funcionan bajo el ámbito y supervisión de la National Collegiate Athletics Association (NCAA). La NCAA es lo que en economía se llama un “cártel”, cuyo fin principal es maximizar el ingreso neto de los programas deportivos de sus instituciones miembro. La NCAA hace esto de dos formas principales. Como cártel de vendedores, negocia colectivamente en nombre de sus universidades con redes de televisión, firmando contratos para la emisión de sus acontecimientos deportivos principales, especialmente para los dos deportes que proporcionan más ingresos: fútbol americano y baloncesto masculino.

La NCAA ha tenido un éxito abrumador en esta tarea. Por ejemplo, en 2012, la NCAA negoció un acuerdo de 12 años con ESPN, para emitir a partir de 2014 los seis partidos de fútbol americano que constituyen el playoff universitario y todo su “contenido patrocinado” asociado, por ejemplo, el anuncio oficial de los cuatro equipos de las semifinales. El precio total del acuerdo: unos impactantes 5.640 millones de dólares, lo que equivale a 475 millones de dólares por temporada para seis partidos. Este mismo año, la NCAA acordó una extensión de 8 años de su contrato con CBS/Turner para emitir su torneo de baloncesto de la primera división masculina, conocido como “March Madness”. A cambio de unos estupendos 8.800 millones de dólares el contrato  da a CBS/Turner los derechos exclusivos para emitir el torneo de 2024 a 2032. El nuevo contrato o extiende el actual de 14 años firmado por las dos partes en 2010 y valorado en 10.800 millones de dólares.

Aunque la NCAA comprende unas 1.100 instituciones y 99 conferencias deportivas, la parte del león de sus beneficios va a las 65 universidades que compiten en las llamadas conferencias “Power Five”. Las conferencias Power Five están dominadas por universidades estatales gigantescas, que se mantienen con los dólares de los contribuyentes. Estas cinco conferencias reciben cada una entre 200 y 240 millones de dólares al año en ingresos televisivos a repartir entre sus miembros, aunque no todo deriva de contratos negociados por la NCAA.

Uno de los principales problemas con la disposición del cártel es que es parcial: parte de los ingresos deportivos totales obtenidos por cada universidad deriva de fuentes no controladas por la NCAA y depende de lo bien que funcionen sus equipos. Estas fuentes de ingreso incluyen las taquillas de los partidos, las donaciones de los exalumnos, pagos de empresas de ropa deportiva como Nike, Under Armour y Adidas a cambio de vestir con sus marcas los equipos de las universidades y licencias de las ventas a los fans de equipamiento deportivo que lleva el nombre, el logo y la mascota de la universidad. Además, la mayor fuente de ingreso deportivo de las universidades proviene del reparto de pagos de derechos de emisión por televisión de partidos de la temporada regular negociados por las conferencias individuales. El éxito relativo los programas deportivos de una universidad aumenta sus posibilidades de trasladarse a una conferencia más lucrativa.

Cómo controla el cártel los salarios y compensaciones

Ante estos factores financieros, todas las universidades tienen un incentivo para competir agresivamente por la principal entrada de sus equipos deportivos, los jugadores. Los mejores de estos “potenciales”, los deportistas de institutos de cuatro y cinco estrellas, son extremadamente escasos, muy valiosos y ganarían salarios estratosféricos si las universidades pudieran pujar libremente entre sí por ellos. Pero, si fuera así, entonces los deportistas universitarios recibirían cada uno su “producto de ingreso marginal” o ingreso adicional generado por su rendimiento en el campo o en la cancha y los salarios totales de los deportistas aumentarían hasta el punto en el que absorberían la mayoría de las enormes rentas de las cuales se apropian ahora los programas deportivos de las principales universidades de la NCAA. Por ejemplo, algunos estudios han estimado que un jugador de fútbol americano con potencial para jugar en la NFL generaría 2 millones de dólares en rentas para su universidad a lo largo de sus cuatro años de carrera universitaria y un jugador de nivel NBA generaría de 3,6 a 4 millones de dólares durante su carrera universitaria.

Aquí es donde aparece la NCAA como un “cártel comprador” que ordena que la compensación a los deprotistas universitarios sea exclusivamente a través de “becas” cuyo valor en dólares no exceda de “el coste de asistir” a esa institución educativa concreta. Pero el incentivo para competir sigue presente, ya que el valor marginal de un jugador excede a lo que se le esté pagando en forma de beca. Así que, en ausencia de normas adicionales, las universidades competirían tratando de pagar secretamente a deportistas proporcionándoles, a ellos y a sus familias, directamente o a través de sus seguidores y exalumnos, todo tipo de compensaciones no monetarias, incluyendo servicio telefónico gratuito, trabajos a los que no hay que acudir, regalos caros de vacaciones y de cumpleaños, préstamos sin interés, viviendas sin renta,  el uso gratuito de coches de “muestra” por exalumnos vendedores de automóviles, alojamiento de lujo en el campus, etc. Además, los departamentos deportivos y los equipos de entrenadores gastarían de forma agresiva para contactar y atraer a potenciales de la élite y a sus familias y entrenadores. Por supuesto, todo este gasto en formas no salariales de competencia eliminaría los ingresos extraídos de los deportistas por no pagarles directamente salarios y el cártel se desmoronaría, porque ya no sería rentable una competencia abierta. Esto explica la aplicación draconiana de normas y regulaciones de la NCAA, que gobierna hasta el más mínimo detalle de la interacción entre ex alumnos y seguidores y deportistas estudiantes y potenciales.

No es un cártel de libre mercado

Debería destacarse, por cierto, que la NCAA no puede considerarse un cártel de libre mercado que mejore la eficiencia y la productividad. Como se ha señalado, el cártel está dominado por instituciones estatales e incluso poderosas instituciones privadas (por ejemplo, Notre Dame, Stanford) con enormes concesiones de investigación federal y préstamos subvencionados a estudiantes. Los programas educativos de todos los miembros de la NCAA también están supervisados por agencias de acreditación educativa aprobadas por el gobierno. En esta época de marxismo cultural desatado e igualitarismo, podéis apostar por que el gobierno federal, que tiene una cartera de un billón de dólares de préstamos a estudiantes, y sus agencias aliadas tomarían medidas sancionadoras contra universidades que abandonaran la NCAA y empezaran a competir con el cártel pagando abiertamente a sus deportistas-estudiantes y dándoles un trato especial. Pero incluso los carteles dirigidos por el gobierno pueden ser destruidos por las fuerzas poderosas del mercado, como hemos visto con el colapso del cartel petrolero de la OPEP y antes con el cartel de las aerolíneas en EEUU, que había dejado de ser rentable incluso antes de la desregulación del sector en 1978. Últimamente se ha intensificado el conflicto de intereses entre los ricos y los pobres de la NCAA y hay quien argumenta que hay una amenaza de disolución del cártel en un futuro no muy distante. La muy merecida muerte de la NCAA no solo hará que se pague a los deportistas estudiantes, sino que yo conseguiré un beneficio personal al ser dispensado de mi puesto no deseado como representantes de sus intereses deportivos.


El artículo original se encuentra aquí.

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