Hoy me ha llegado un artículo titulado “Una defensa liberal del Estado unitario”, de Javier Jové, miembro del Club de los Viernes. Normalmente, cuando leo un artículo de un liberal suelo coincidir en alguna cosa, aunque discrepe en la mayoría de cuestiones. No ha sido el caso de este artículo: no hay ni un solo párrafo con el cual esté de acuerdo.
Con todo el respeto, he decidido escribir una crítica al artículo de Javier Jové, analizando su texto (casi) párrafo por párrafo y explicando mis discrepancias. En mi post, pues, rebato la propuesta liberal del estado unitario, mientras expongo el modelo alternativo de un estado descentralizado, al cual llamo federalismo más que nada para utilizar los mismos términos que el autor del CdV.
Dentro del liberalismo actual en España hay un sector que defiende el federalismo como sistema de organización política óptimo para nuestro país, influenciados por la obra de relevantes pensadores liberales. Como es normal, dichos autores desarrollaron su actividad intelectual en el marco de un momento histórico y geográfico determinado. Por ello, el modelo federal en dichos ensayistas surge como solución concreta a unos problemas concretos, dentro de unas coordenadas geográficas e históricas. Sin embargo, descontextualizado, es reelaborado en un modelo teórico de aspiraciones universales. Surge así un federalismo artificial, de tabla rasa, al margen de la Historia y de los procesos de configuración de los Estados. Este diseño de laboratorio, de escuadra y cartabón, peca de la misma soberbia que la izquierda al elaborar sus proyectos de “hombre nuevo” e ingeniería social que tantos males ocasionaron en el siglo XX.
Así, hay una corriente liberal en España –predominante entre los libertarios- que recurre al modelo suizo, olvidando que sus cantones -y el resto de modelos de derecho comparado que tan traídos por los pelos nos esgrimen- son fruto de una singular evolución histórica y no de ningún “Planificador Liberal”. […]
[Frente a la idea de estado-nación, nacida en España a partir de los liberales del siglo XIX y la Constitución de 1812] surge un liberalismo que abandona el racionalismo y cae seducido ante un romanticismo medieval, de fueros y mitos arcaizantes. Una extraña simbiosis liberal-carlista, que renuncia a lograr un marco de libertades general para todos los connacionales.
Por un lado, distingue un racionalismo “falso”, exagerado y no científico, según el cual es posible a la razón del hombre llegar a saber mucho más de lo que ésta realmente es capaz. Aparece así una postura que califica de “cientista”, que sería el fundamento de ciertas formas exageradas de utilitarismo extremo, así como del socialismo y del intervencionismo racionalista que surgen a raíz de la Revolución Francesa en 1789. De acuerdo con el “cientismo”, la mente del hombre lo puede todo, ha creado deliberadamente todas sus instituciones y es capaz, por tanto, de modificarlas a su antojo. Frente a este racionalismo exagerado, Hayek defiende como racionalismo verdadero y correcto aquél que, ante todo, reconoce los propios límites de la razón humana. Este racionalismo “humilde” y prudente denuncia al cientismo y reconoce que el hombre se aprovecha de múltiples instituciones que no han podido ser creadas deliberadamente por la razón del ser humano, sino que son el resultado de un largo proceso evolutivo en el que han intervenido de manera espontánea y descentralizada un infinidad de personas
Este maridaje entre liberalismo y fueros se edifica sobre la base de una supuesta mayor eficiencia de los modelos federales, relacionada con la competencia fiscal entre las distintas unidades políticas y el repetido argumento del “votar con los pies”, que es la estrategia de quien renuncia a luchar por lo que cree y decide echar a correr. Olvidan que, puestos a correr, tienen todo el planeta para hacerlo.
Quienes apelan a la supuesta mayor eficiencia del federalismo competitivo incurren en un error frecuente entre determinadas corrientes liberales: poner todo el énfasis de la defensa del liberalismo en la economía, cogiendo una parte por el todo. El verdadero liberalismo no puede quedarse en cuestiones de mera eficiencia económica. El liberalismo se basa en la defensa de la libertad personal, que es la que crea la riqueza y no la riqueza la que trae la libertad.
El liberalismo ha de propugnar una organización social y política que garantice la libertad y la igualdad ante la ley de las personas, en la que quienes compitan, lo hagan de acuerdo con las mismas reglas y donde la competencia sea desarrollada en buena lid por los agentes económicos y no por los agentes políticos, donde quienes han de competir son los trabajadores y las empresas, no los gobernantes.
Los liberales recelamos de los políticos y del Estado, y el federalismo competitivo precisamente atribuye más poder a los políticos, les permite alterar las reglas del juego, distorsionar la realidad con normas y regulaciones ad hoc.
El federalismo competitivo no implica más poder para los políticos, ni nada de lo que el autor indica. El autor no expone ningún argumento, ni teórico ni práctico, de por qué eso es así. La verdad es que el federalismo no es garantía de un menor estado: pero un buen diseño federal sí es el modelo que crea los mejores incentivos para reducir el peso del estado y el poder político. En un estado descentralizado de verdad, cada región tiene una total autonomía para fijar y recaudar impuestos y tiene un gran abanico de competencias (casi todas, quizás a repartir con los municipios, excepto moneda, defensa, fronteras y poco más). Esa descentralización permite la experimentación simultánea de distintos modelos (impuestos altos o bajos; diferentes tipos de gestión sanitaria y educativa…), cosa que nos permite comprobar qué sistema es mejor y los mejores se irán “imponiendo”. Como en el mercado. Si sabemos que los iPhone son mejores que los Nokia, fue porque se permitió a Apple crear un nuevo producto mientras otros continuaban fabricando ladrillos, y ambos compitieron en un mercado de forma simultánea. De la misma manera que sabemos que las economías más liberales suelen ser superiores a las más socialistas es porque ambos modelos han sido experimentados en varias partes del mundo de forma simultánea. Y eso es lo que llevaría el federalismo: experimentación. Al existir competencia fiscal, si Catalunya impone, por ejemplo, un impuesto de sociedades del 50%, lo más probable es que las empresas que puedan se fuguen a otras regiones en las que paguen solamente un 30%, 20% o 10%. Si el federalismo y la competencia fiscal se permite, los impuestos pueden bajar, el poder político pueden reducirse y muchas regulaciones pueden eliminarse; pero si se apuesta por el centralismo los impuestos no bajaran, el poder político no se reducirá, y las regulaciones no desaparecerán. En el centralismo, al desaparecer la competencia, se esfuman los incentivos a reducir el peso del estado. De hecho, esto ya ocurre en la UE: últimamente vemos como las empresas se instalan a Irlanda para pagar solamente un 12.5% (los impuestos pueden bajar) y es por eso que los socialistas insisten la “unión fiscal” o la “harmonización fiscal” en la UE, es decir, más centralización, porque saben que así los impuestos no bajarán sino subirán, al reducir drásticamente la competencia fiscal. Precisamente, centralización (también fiscal) es lo que quieren muchos liberales en España.
Si el federalismo se basa en los principios del mercado, el estado unitario se basa en los principios de la la planificación central. El mercado es superior a las economías centralizadas porque ningún comité central es capaz de agrupar y comprender toda la información y conocimiento que se encuentra disperso entre millones de individuos en un tiempo y un espacio determinado, y por lo tanto es mejor que los individuos, de forma más descentralizada posible mediante el mercado, adquieran ese conocimiento de primera mano y mediante un sistema de precios transfieran es información. Ciertaequivalencia puede hacerse con el federalismo en contra del estado centralizado.
Seguimos para bingo:
Explica el autor que el problema del estado no se soluciona creando más estados. Bien, yo le pido hacer una reducción al absurdo. Como el estado es un problema y crear más estados no es positivo, imaginemos que solamente existe un estado. Un estado único mundial centralizado. ¿Sería este estado más o menos poderoso? ¿Tendría una presión fiscal más alta o más baja? ¿Permitiría más libertad o menos libertad? Las respuestas están claras: menos libertad, más altos impuestos y más poder del estado contra el ciudadano. Stalin nunca hubiese sido Stalin, si en lugar de dirigir la todo poderosa Unión Soviética, hubiese dirigido una pequeña ciudad. Por lo tanto, el problema del estado no se soluciona creando más estados, pero sí crea los incentivos para reducir esos problemas y, por otro lado, la reducción del número de estados sí puede conllevar a más problemas, desde un punto de vista liberal. Es muy curioso ver como esos liberales centralistas proponen un estado español centralizado pero no un estado mundial centralizado “para que sea más fácil llegar al poder y rebajar impuestos y dar libertades a todo el mundo“. ¿Por qué no defienden eso? Quizá me equivoque (bueno, no, no me equivoco) pero esta incoherencia se explica por el nacionalismo (español) de esos individuos, y/o porque saben que realmente la centralización no es algo ideal para la libertad.
Yo entiendo el motivo por el cual algunos liberales apoyan el centralismo, pero ese centralismo solo puede ser liberal en ciertos supuestos, supuestos que incluyen que la mayoría de la población esté dispuesta a tener una sociedad más libre y con menos impuestos y menos estado. Los liberales centralistas consideraban que con un estado centralizado será mucho más fácil reducir el peso del estado. Es decir, es más fácil limitar el poder de un solo gobierno que limitar el poder de diecisiete. El argumento es comprensible, es menos complicado llegar al poder en un gobierno único gobierno que reduzca el gasto y los impuestos para todo el país que coordinarse con una veintena de mini-gobiernos para que también lo hagan. Eso es totalmente cierto. Pero vamos a ser realistas. Los liberales nunca gobernaremos el país. Ni los puristas del P-LIB, ni los “liberales en lo económico” (“señorío es morir en el campo” en lo demás) de Vox, ni ningún otro partido futuro abiertamente liberal. Una vez mencionado esto, preguntémonos: si no gobiernan los liberales, ¿quién gobernará? La socialdemocracia del PSOE, el centrismo ñoño del Ciudadanos, el anti-liberal PP o el chavismo de Podemos, con posible apoyo de nacionalistas.
También dice que lo esencial es poner límites al poder del estado. Y a eso puede contribuir el federalismo, de la misma forma que lo hace la separación de poderes y loschecks and balances. Los tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial, en un país con instituciones como Dios manda, se vigilan entre ellos, evitando que alguno de ellos tome más poder del que le corresponde, y se acaba logrando una limitación del poder. Lo mismo pasa con el federalismo. Si las competencias están bien definidas y hay responsabilidad de cada nivel administrativo, la vigilancia mutua de todos los niveles (federación, estado y municipio), que actúan como contrapoderes, puede acabar limitando el poder político, como lo hace en Suiza o incluso durante mucho tiempo en Estados Unidos.
Hay quien dice que el poder ha de estar lo más apegado al terreno, más próximo al ciudadano. Yo desconfío del Estado y cuanto más lejos esté, mejor. España es un claro ejemplo de ello. Las CCAA sólo han servido para resucitar fórmulas caciquiles que practican el nepotismo, el tráfico de influencias y para ejercer una mayor opresión sobre las personas, para restringir aun más sus libertades. El federalismo resquebrajaría las costuras de la arquitectura institucional española, debilitando la protección de las libertades personales y amenazando el marco de convivencia necesario para el desarrollo de la actividad humana en libertad. Todo para satisfacer la curiosidad intelectual de quienes propugnan un modelo teórico cuya puesta práctica en España ha demostrado ser siempre una calamidad. Demasiado riesgo para ninguna ganancia.
El autor insiste afirmando que “Yo desconfío del Estado y cuanto más lejos esté, mejor”. Si es liberal, seguramente no se encuentre mucho mejor con un estado mundial con capital en Sydney. Pero dejando de lado esto, vamos a lo importante: ataca a las Comunidades Autónomas y apunta que restringe las libertades de las personas. La cabeza de muchos liberales centralistas debe funcionar de la siguiente manera:
- El Estado de las Autonomías es un estado descentralizado.
- El Estado de las Autonomías ha fracasado.
- El federalismo es más descentralizado que las autonomías, por lo tanto va a tener un fracaso incluso mayor.
Yo comparto el punto 1, obviamente, y también el 2. Sin embargo, no comparto el 3. Estoy muy de acuerdo con la crítica. Por supuesto que el Estado de las Autonomías han sido un fracaso. Un fracaso total. El Estado de las Autonomías ha sido nocivo y ha fracasado, pero no ha sido un fracaso de la descentralización, ya que no ha habido descentralización real. El sistema autonómico actual se basa en incentivos perversos. Las autonomías gastan pero no recaudan ni tienen libertad para fijar impuestos importantes. Las autonomías no pueden bajar el IRPF, pero sí pueden subirlo. Y en el caso de que quiebren, siempre contaran con el rescate del gobierno central. Los incentivos, como vemos, son los peores de los dos mundos: lo peor del centralismo (el estado central recauda) y lo peor del federalismo (las regiones gastan). No existe responsabilidad fiscal y determinadas comunidades viven de la solidaridad de otras sin que su situación económica mejore. Curiosamente, observamos que en las comunidades autónomas con Hacienda propia, País Vasco y Navarra, los impuestos son más bajos que en la mayoría de comunidades autónomas y sus condiciones económicas son mejores (por ejemplo, tasa de paro).
Además, pese a ser un sistema tan mal montado, vemos dentro del poco margen de maniobra que poseen las autonomías, que sí existe cierta competencia fiscal. Por ejemplo vemos el caso de la Comunidad de Madrid, que ha eliminado el impuesto de sucesiones, cosa que ha perjudicado a las comunidades que tienen un impuesto de sucesiones alto. Varias voces de partidos socialistas han propuesto centralizar ese impuesto y quitar competencia a las autonomías con tal de no verse obligadas a competir y rebajar ese impuesto también en sus comunidades. Socialistas queriendo centralizar. Nada nuevo.
En España, los liberales somos una minoría. A corto plazo, no podemos multiplicar el número de liberales y que estos voten en las urnas un estado unitario y liberal. Pero lo que sí podemos hacer es crear los incentivos para limitar el poder del estado. Si se estableciera que las autonomías tengan Hacienda propia, compitieran entre ellas, se limitara la solidaridad entre ellas, y se prohibiera que el gobierno les prestara dinero o les rescatara, facilitando el voto con los pies, tendríamos un sistema de incentivos mucho más favorable a la libertad, a la limitación del poder y a los impuestos bajos.
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