lunes, 19 de septiembre de 2016

Gracias al capitalismo, hay más riqueza para todos, por Mises Hispano.

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Los críticos del capitalismo, de Marx a Bernie Sanders, afirman que el mercado libre explota la clase trabajadora en beneficio de los ricos e incluso algunos “liberales clásicos” de cosecha reciente argumentan que el capitalismo tiene que complementarse con una renta básica garantizada o algo similar.

Los críticos entienden las cosas exactamente al revés. En el mercado libre, la productividad marginal de los trabajadores, descontado el tipo de interés, determina sus salarios. Los empresarios no pagarán a los trabajadores más de aquello en lo que contribuyan al valor del producto y la presión de la competencia impide que los empresarios paguen menos que eso. Para que aumenten los salarios, debe aumentar también la productividad marginal.

¿Cómo puede lograrse esto? Mises responde:

En la sociedad capitalista prevalece una tendencia hacia un aumento constante en la cuota por cabeza de capital invertido. La acumulación de capital supera el aumento en las cifras de población. Consecuentemente, la productividad marginal del trabajo, los niveles salariales y el nivel de vida de los asalariados tienden a aumentar continuamente. Esta mejora del bienestar no es la manifestación del funcionamiento de una ley inevitable de la evolución humana: es una tendencia resultante de la interacción de fuerzas que solo bajo el capitalismo pueden producir libremente sus efectos”. (La acción humana, Capítulo 21)

Si fuera así, programas como los impuestos redistributivos que interfieran con la acumulación de capital dañarían a los pobres.

¿Cuáles son los efectos de los impuestos confiscatorios sobre la acumulación de capital? La mayor parte de esa porción de las rentas mayores que se ve gravada podría haberse usado para la acumulación de capital adicional. Si el tesoro emplea los ingresos en gasto corriente, el resultado es una caída en la cantidad de acumulación de capital. (…) Los impuestos confiscatorios acaban limitando el progreso económico y su mejora, no solo por su efecto sobre la acumulación de capital. Producen una tendencia general hacia el estancamiento y el mantenimiento de prácticas empresariales que no podrían durar bajo las condiciones competitivas de una economía de mercado no intervenida. (La acción humana, Capítulo 32)

Se podría plantear una objeción esta línea de pensamiento. Sin el mercado no intervenido beneficia a los trabajadores incluso más que el estado de bienestar, ¿no hay gente, por ejemplo, discapacitados y enfermizos, que es incapaz de trabajar? ¿Cómo es bueno para ellos el mercado libre? Como cabía esperar, Mises había previsto la objeción:

Dentro del marco del capitalismo, la noción de pobreza se refiere solo a aquellas personas que son incapaces de ocuparse de sí mismas. Incluso si dejamos de lado el caso de los niños, debemos darnos cuenta de que siempre habrá ese tipo de personas no empleables. El capitalismo, al mejorar el nivel de vida de las masas, sus condiciones higiénicas y los métodos de profilaxis y terapéuticos, no elimina la incapacidad corporal. Es verdad que hay mucha gente que en el pasado habría estado condenada a una discapacidad para toda su vida recuperan todo su vigor. Pero por otro lado muchos cuyos defectos innatos, enfermedades o accidentes les habrían extinguido antes en otros tiempos, sobreviven como personas permanentemente incapacitadas. Además, la prolongación de la esperanza de vida tiende a un aumento en el número de viejos que ya no son capaces de ganarse la vida. (…) La misma existencia de un número comparativamente grande de inválidos, aunque sea paradójico, es una característica de la civilización y del bienestar material.

La caridad se ocupará de esas personas, sugiere mises. Contra aquellos que están a favor de leyes que garanticen una renta los indigentes, Mises dice: “Es, además, una ilusión creer que la aplicación de esas leyes podría liberar al indigente de las características degradantes propias de recibir limosnas. Cuanto más generosas sean estas leyes, más puntillosa debe ser su aplicación. La discreción de los burócratas sustituye a la discreción de la gente a quien una voz interior le empujan a realizar actos de caridad. Sí este cambio aliviar algo a los incapacitados, es difícil de decir”. (La acción humana, Capítulo 35).

¿Pero una renta garantizada para todos no resolvería este problema? Como todos recibirían la renta anual, los pobres no estarían sometidos a una degradante supervisión burocrática. Murray Rothbard tiene una respuesta característicamente incisiva: “El único elemento que salva el presente sistema de bienestar de ser un completo desastre es precisamente el papeleo y el estigma que supone acudir a los programas sociales. El receptor de ayuda social sigue soportando un estigma psíquico, aunque debilitado en años recientes, y sigue teniendo que afrontar una burocracia normalmente ineficiente, impersonal y compleja. Pero la renta anual garantizada, precisamente por hacer la prestación eficiente, sencilla y automática, eliminaría los grandes obstáculos, los grandes desincentivos, para la ‘función de suministro’ de la ayuda social y llevaría a que se acudiera masivamente a la prestación garantizada” (Para una nueva libertad, capítulo 8).


Publicado originalmente el 8 de septiembre de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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