viernes, 9 de septiembre de 2016

Contra el libertarismo brutalista, por Libertario.es

¿Por qué deberíamos favorecer la libertad humana frente a un orden social regido por la fuerza? Para responder a esta pregunta, yo sugeriría dividir a los libertarios en dos grupos: humanitarios y brutalistas.


A los humanitarios les motivan razones como las siguientes. La libertad permite la cooperación humana pacífica. La libertad nos inspira a beneficiar creativamente a los demás. Mantiene a la violencia acorralada. Permite la creación de capital y la prosperidad. Evita que los derechos humanos de todos sean invadidos. Permite que florezcan asociaciones humanas de todo tipo en sus propios términos. Estimula y recompensa a las personas por llevarse bien en lugar de pelearse los unos con los otros y conduce a un mundo en el cual las personas son vistas como fines en si mismos en lugar de pasto para planes centrales. Todos nosotros alcanzamos el conocimiento gracias a historia y la experiencia. Todas esas son grandes razones para amar la libertad.

Pero esas no son las únicas razones por las cuales la gente apoya la libertad. Hay un segmento de la población de los auto-proclamados libertarios – descritos aquí como brutalistas – a los que las razones arriba descritas les parecen aburridas, amplias y excesivamente humanitarias. Para ellos, lo que es impresionante de la libertad es que permite que las personas afirmen sus preferencias individuales, formen tribus homogéneas, pongan en práctica sus prejuicios, y rechacen a otras personas basándose en criterios ‘’políticamente incorrectos’’, odien en lo más profundo de sus corazones sin usar la violencia como medio, insulten a otras a personas con motivo de su origen u opinión política, sean abiertamente racistas y machistas, excluyan, se aislen y estén descontentos con la modernidad en general y se opongan a las normas civiles de valores y etiqueta en favor de normas antisociales.

Estos dos impulsos son radicalmente diferentes. El primero valora la paz social que emerge de la libertad, mientras que el segundo valora la libertad de rechazar la cooperación en favor de prejuicios viscerales. El primero quiere reducir el papel del poder y del privilegio en el mondo, mientras el segundo busca la libertad de garantizar poderes y privilegios dentro de los estrictos límites de los derechos de propiedad privada y libertad de desasociarse.


Para dejar las cosas claras, la libertad permite tanto la perspectiva humanitaria como la brutalista, por más implausible que eso pueda parecer. La libertad es amplia y rica y no asegura ningún fin social en particular como el camino único y definitivo. Dentro del sistema de la libertad existe la libertad para amar y para odiar. Pero al mismo tiempo ambas son formas muy distintas de ver el mundo – una liberal en el sentido clásico y otra iliberal en todos los sentidos – y es bueno darse cuenta de eso antes que tú, como libertario, te encuentres asociado con personas que no comprenden el objetivo principal del ideal liberal.


Nosotros entendemos el humanitarismo. El humanitarismo busca el bienestar de la persona humana y el florecimiento de la sociedad en toda su complejidad. El humanitarismo libertario ve como la mejor manera de alcanzar eso un sistema social que se auto-ordene, libre de los controles externos de los medios violentos del estado. El objetivo aquí es esencialmente benévolo y los medios por los cuales se logra ponen una prima en la paz social, la libre asociación, intercambios mutuamente beneficiosos, el desarrollo orgánico de las instituciones y la belleza de la vida en si misma.


¿Qué es brutalismo? El término se asocia generalmente a un estilo arquitectónico de los años 50 hasta los 70 que enfatizaba grandes estructuras de cemento sin refinar y sin preocuparse del estilo y la gracia. La falta de elegancia es su principal empuje y causa de orgullo. El brutalismo preconizaba la ausencia de pretensión y el sentido práctico bruto del uso del edificio. El edifico debía ser fuerte, no bonito; agresivo, no delicado; imponente, no sutil.


El brutalismo en arquitectura era una afectación que emergió de una teoría sacada de contexto. Fue un estilo adoptado con precisión consciente. El brutalismo se enorgullecía de obligarnos a mirar realidades sin adornos, un aparato vacío de distracciones, con el fin de ser didáctico. Este fin no era tanto estético como ético: el brutalismo rechazaba la belleza como principio. Embellecer es comprometer, distraer y arruinar la pureza de la causa. De esto sigue que el brutalismo rechazaba la necesidad de la apelación comercial y descartaba cuestiones de presentación y mercadeo; estas cuestiones, de acuerdo con el esquema brutalista, blindan nuestros ojos a la esencia radical.


El brutalismo afirmaba que un edificio no debería ser ni más ni menos que el necesario para cumplir su función. El brutalismo aseguraba el derecho a ser feo, que es precisamente la razón por la cual el estilo fue tan popular entre los gobiernos de todo el mundo, y por la cual todo el mundo considera desagradables las formas brutalistas.


Nosotros miramos hacia atrás y nos preguntamos de donde vinieron esas monstruosidades y nos asombramos al descubrir que nacieron de una teoría que rechazaba la belleza, la presentación y el adorno por cuestión de principios. Los arquitectos imaginaban que nos estaban enseñando algo que de otra manera seríamos reacios a aprender.


Sin embargo, tú solo puedes apreciar los resultados del brutalismo si ya has entendido la teoría y estás acreditado en ella. Por lo demás, sin la ideología extremista y fundamentalista, los edificios parecen espantosos y amenazadores.


Por analogía, ¿qué es el brutalismo ideológico? El brutalismo reduce la teoría a sus partes más crudas y fundamentales y empuja la aplicación de esas partes hacia el primer plano. El brutalismo pone a prueba los límites de la idea quitando la finura, los refinamientos, la gracia, la decencia, los pertrechos. No le importa nada la gran causa de la civilidad y la belleza de los resultados. Le interesa tan sólo la pura funcionalidad de los resultados. Desafía a todos a cuestionar la apariencia y el sentido general del aparato ideológico y calla a las personas que lo hacen como si fueran insuficientemente devotas de la esencia de la teoría, que se asegura a si misma sin contexto o aprecio por la estética.


No todo argumento de principios puros y análisis básico es inherentemente brutalista. La razón central del brutalismo es que necesitamos reducir con el fin de ver las raíces, necesitamos a veces enfrentarnos a verdades difíciles y necesitamos que nos choquen y a veces chocar con las implicaciones aparentemente implausibles o incómodas de una idea. El brutalismo va aún más lejos: es la idea de que el argumento debería detenerse allí y no avanzar. Que elaborar, cualificar, adornar, matizar, admitir incertidumbre o ampliar más allá de afirmaciones duras lleva a una corrupción de la pureza. El brutalismo es implacable y desvergonzado en su denegación del avance más allá de los más primitivos postulados.


El brutalismo puede aparecer en diversas guisas ideológicas. El bolchevismo y el nazismo son los dos ejemplos obvios: la clase y la raza se convierten en las únicas métricas, conduciendo la política hacia la exclusión de todas otras consideraciones. En política moderna, la política partidaria tiende hacia el brutalismo en la medida en que asegura el control partidario como la única preocupación relevante. El fundamentalismo religioso es otra forma obvia.


En el mundo libertario, sin embargo, el brutalismo está enraizado en la pura teoría de los derechos de los individuos de vivir según sus valores sean los que sean. Lesto es esencialmente cierto, pero la aplicación se hace cruda para promover esta idea. Así los brutalistas aseguran el derecho a ser racista, el derecho a ser misógino, el derecho a odiar a los judíos o a extranjeros, el derecho de ignorar los estándares civiles de compromiso social, el derecho a ser incivilizado, a ser grosero y bruto. Todo es permisible y hasta meritorio porque abrazar lo que es horrible es una especie de prueba. Después de todo, ¿qué es la libertad si no el derecho de ser una bestia?
Este tipo de argumentos hace que los libertarios humanitarios se incomoden profundamente, pues son estrechamente verdaderos con respeto a la teoría pura pero se olvidan del gran motivo a favor de la libertad humana, que no es hacer el mundo más dividido y miserable sino permitir el florecimiento humano en paz y prosperidad. Igual que queremos que la arquitectura sea agradable a la vista y refleje el drama y la elegancia del ideal humano, también una teoría del orden social debería proveer la estructura para una vida bien vivida y comunidades de asociaciones que permitan a sus miembros prosperar.


Los brutalistas técnicamente tienen razón cuando afirman que la libertad también protege el derecho a ser un completo imbécil y el derecho a odiar, pero tales impulsos no surgen de la larga historia del ideal liberal. Con relación a la raza y el sexo, por ejemplo, la liberación de las mujeres y las minorías de mandatos arbitrarios ha sido un gran logro de esta tradición. Continuar imponiendo el derecho de retroceder en el tiempo en tu vida privada y comercial da la impresión de que la ideología se ha desarraigada de su historia, como si estas victorias para la dignidad humana no tuviesen nada que ver con las necesidades ideológicas de hoy.


El brutalismo es más que una versión reducida, anti moderna y visceral del libertarismo original. Es también un estilo de argumentación y un enfoque basado en la disputa retórica. Como en la arquitectura, rechaza al mercadeo, el ethos comercial y la idea de ‘’vender’’ una visión de mundo. La libertad debe ser aceptada o rechazada basada enteramente en su forma más reducida. Por lo tanto es rápido al saltar con conclusiones, acusar y declarar la victoria. Detecta peligro en todas partes. No hay nada que ame más que señalarlo. No tiene paciencia para sutileza de exposición y mucho menos para los matices de las circunstancias de tiempo y espacio. Tan sólo ve la verdad cruda y se apega a ella como la única verdad para excluir todas las otras verdades.


El brutalismo rechaza la sutileza y no encuentra excepciones circunstanciales para su verdad universal. La teoría se aplica independientemente del tiempo, espacio, lugar o cultura. No debe haber margen para modificaciones ni tampoco descubrimientos de nuevas informaciones que pueden cambiar la manera en que se aplica la teoría. El brutalismo es un sistema cerrado de pensamiento en el cual ya se sabe toda la información relevante y se presume que la manera en que se aplica la teoría está ya dada por el aparato teórico. Incluso en áreas difíciles como ley familiar, restitución criminal, derechos sobre ideas, responsabilidad ante infracciones y otras áreas sujetas a tradición judicial caso por caso se convierten en parte de un aparato a priori que no admite excepciones o enmiendas.


Y de ser por el brutalismo el mundo libertario quedaría destinado a ser un impulso periférico – a la gente joven en general ya no le interesa ese enfoque – ya que se comporta de maneras que sólo se esperan de grupos seriamente marginales. Asegurando los derechos y hasta los méritos del racismo y el odio, ya queda excluido de las discusiones principales acerca de la vida pública. Las únicas personas que realmente escuchan argumentos brutalistas, que ya de por sí no son atractivos, son otros libertarios. Por esa razón el brutalismo se conduce cada vez más hacia el faccionalismo extremo; atacar a los humanitarios por tratar de embellecer el mensaje se convierte en su plena ocupación.


En el curso de ese faccionalismo, los brutalistas por supuesto aseguran que ellos son los únicos verdaderos creyentes de la libertad pues sólo ellos tienen el estómago y la desfachatez necesaria para llevar la lógica de la libertad a sus fines más extremos y tratar con los resultados. Pero no es la valentía o el rigor intelectual lo que está en juego aquí. Su idea de libertarismo es reduccionista, truncada, poco pensada, sin color e incorrecta por los desdoblamientos de la experiencia humana y se olvida del contexto histórico y social en el que se encuentra la libertad.


Supongamos que una ciudad es tomada por una secta fundamentalista que excluye a todas las personas que no compartan su fe, obligan a vestirse a las mujeres con prendas de estilo burka, impone un código legal teocrático y condena al ostracismo a gays y lesbianas. Tú podrías decir que todos están allí voluntariamente, pero así mismo el liberalismo no está presente de ninguna manera en ese arreglo social. Los brutalistas se encontrarán en la primera línea de defensa de tal micro tiranía basándose en la descentralización, los derechos de propiedad y el derecho a discriminar y excluír – ignorando completamente el significado de lo que ocurre ahí: que a pesar de todo, las aspiraciones básicas de las personas de vivir una vida libre y plena se les están siendo denegadas diariamente.


Además, los brutalistas acreditan que ellos ya conocen los resultados de la libertad humana, y frecuentemente se conforman con los impulsos de trono y altar de tiempos pasados. Después de todo, en su visión, la libertad significa acabar con todos los impulsos básicos de la naturaleza humana que ellos creen que el estado moderno ha suprimido: el deseo de acatar homogeneidad racial y religiosa, la permanencia moral del patriarcado, la repugnancia a la homosexualidad, etc. Lo que la mayoría de las personas consideran avances de la modernidad contra el prejuicio, los brutalistas consideran que son excepciones impuestas contra la larga historia de los instintos tribales y religiosos humanos.


Está claro que el brutalista que he descrito es un personaje ideal, probablemente no enteramente personificado en ningún pensador en particular. Pero el impulso brutalista se evidencia en todas partes, especialmente en las redes sociales. Es una tendencia de pensamiento con posiciones y prejuicios previsibles. Es una gran fuente para las tensiones racistas, sexistas, homofóbas y anti semitas dentro del mundo libertario – y deniega que esa tendencia es real al mismo tiempo que defiende con igual pasión los derechos de los individuos a sostener y actuar bajo esos puntos de vista. Después de todo, dicen los brutalistas, ¿qué es la libertad si no el derecho de comportarse de maneras que ponen a prueba nuestras más preciosas sensibilidades, y hasta nuestra propia civilización?


Todo se resume con la motivación fundamental que se encuentra tras el apoyo mismo a la libertad. ¿Cuál es su mayor propósito?¿Cuál es su gran contribución histórica? ¿Cuál es su futuro? Aquí los humanitarios están fundamentalmente en desacuerdo con el brutalismo.


Es verdad que nunca deberíamos denegar la esencia, nunca huir de las implicaciones difíciles de la teoría pura de la libertad. Al mismo tiempo, la historia de la libertad y su futuro no constan sólo de afirmacioness brutas sino también de gracia, estética, belleza, complejidad, servicio a los demás, comunidad, la gradual emergencia de normas culturales y el desarrollo espontáneo de órdenes amplios de relaciones privadas y comerciales. La libertad es lo que da vida a la imaginación humana, permite que el amor prevalezca y extiende nuestros más altos y benevolentes anhelos.
Una ideología robada de sus pertrechos, por otro lado, puede volverse desagradable, como las grandes monstruosidades de cemento construidas años atrás, impuestas en los escenarios urbanos, embarazosas para todos, que hoy apenas pueden esperar a la hora de su demolición. ¿El libertarismo será brutalista o humanitario? Todos necesitamos decidir.

Traducido por Ian Mello

Artículo Original

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