El capital social de Inditex está dividido en 3.113 millones de acciones, cada una de las cuales alcanzó ayer una cotización de 33 euros, lo que significa que el valor del conjunto de la compañía se estima en más de 102.000 millones de euros. Amancio Ortega, fundador e impulsar durante décadas de esta empresa, posee algo más de la mitad de todas esas acciones: en concreto, 1.848 millones, lo que implica que su fortuna directamente derivada de ser propietario de Inditex alcanzó ayer los 60.600 millones de euros. Si a esa cifra le añadimos otra serie de inversiones que el empresario gallego ha ido efectuando a lo largo de los últimos años —sobre todo, en el mercado inmobiliario—, podremos cifrar su fortuna total en los casi 70.000 millones de euros.
Precisamente, la revista estadounidense Forbes otorgó ayer a Amancio Ortega el galardón del hombre más rico del mundo por cuanto su patrimonio personal de 70.000 millones de euros se ubicó por encima del de Bill Gates (el fundador de Microsoft). Y, como de costumbre, muchos han querido afearle su éxito al inversor gallego. Al parecer, que una persona de orígenes humildes haya terminado convirtiéndose en la más rica del planeta sin recibir ningún tipo de prebenda política constituye un símbolo sobre el dinamismo del capitalismo que resulta insoportable para ciertos sectores ideológicos de la sociedad española. Por eso, son legión quienes han tratado de desprestigiar y atacar al gallego valiéndose fundamentalmente de tres tipos de argumentos: Inditex no paga impuestos, Inditex explota la mano de obra barata del Tercer Mundo y Amancio Ortega debería redistribuir su riqueza.
Primero: Inditex sí paga impuestos y no precisamente pocos. En el año 2015, soportó una carga impositiva de 861 millones de euros: el 23% de sus beneficios. Segundo, Inditex no explota a los trabajadores del Tercer Mundo: lo que hace Inditex es comprar las prendas de ropa a fabricantes locales de esos países, a los cuales somete a auditorías sociales avaladas por el sindicato global IndustriALL (auditorías donde se supervisa que no se contrate a niños, que se respete la libertad sindical y que se paguen salarios acordes a los del resto de la economía autóctona). Tercero, la riqueza de Amancio Ortega son esencialmente sus acciones de Inditex: defender que debemos redistribuir su riqueza equivale a sostener que deberíamos expropiarle Inditex y repartir sus acciones entre los españoles. Pero, ¿por qué tenemos nosotros mejor derecho que él a sus los dueños de Inditex?
En lugar de pensar cómo desdeñar y rapiñar al de Arteixo, mejor sería que reflexionáramos sobre qué obstáculos regulatorios y tributarios impiden en España que mucha más gente se enriquezca generando valor para los demás. No carguemos contra Amancio Ortega, sino contra aquellas trabas estatales que nos impiden prosperar, al menos en parte, como lo hizo él.
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