El reciente artículo de David Gordon con respecto al gran interés del último Murray Rothbard sobre las campañas políticas demuestra que este no se limitaba a un mundo de abstracciones teóricas. Pero los críticos de Rothbard a menudo afirman que su supuesta intransigencia, su falta de voluntad de transigencia en asuntos de principios libertarios, hacían de él un defensor menos eficaz en el mundo real. No es coincidencia que se dijera lo mismo del gran mentor de Rothbard, Ludwig von Mises.
Pero nuestro libro recién publicado de ensayos de Rothbard de la década de 1960 demuestra que este estaba completamente cómodo con las consideraciones prácticas y estratégicas que implicaba crear un movimiento. Never a Dull Moment: A Libertarian Look at the Sixties proporciona varios buenos ejemplos de su voluntad de trabajar a través de líneas ideológicas o de partido para avanzar en una causa, y en esa época una de las causas más fervientes de Murray era oponerse a la Guerra de Vietnam.
Por tanto, el libro da a los lectores una buena visión de lo que el editor Justin Raimondo califica como periodo de “izquierdas” de Rothbard, donde encontró aliados entre Mario Savio y su grupo de estudiantes radicales en Berkeley, entre los desertores del reclutamiento, entre negros radicales partidarios de Malcolm X y entre palestinos sufriendo bajo la dislocación financiada por EEUU. El que la mayoría de las personas implicadas en estas causas puedan ser izquierdistas o incluso comunistas en sus simpatías no es algo que pasara desapercibido para Murray: por el contrario, disfrutaba del debate y veía cualquier causa común como una posibilidad de educar a la gente sobre el libertarismo y los errores de su pensamiento estatista. Si alguien puede entender la Guerra de Vietnam como un ejercicio agresivo, inmoral, costoso, derrochador e inútil, ¿por qué no convencerle para oponerse a los planes nacionales de LBJ sobre la misma base?
Pero, como explica Raimondo en el prólogo del libro, buscar áreas de acuerdo no significaba rebajar el mensaje:
Rothbard no condescendía: no trataba de imitar la forma de hablar de los estudiantes, no les insultaba tratando de hacerles pensar que era “guay”: Rothbard era estrictamente de la vieja escuela y nunca simuló ser otra cosa. Lo que hacía era aplicar principios libertarios a los asuntos diarios concretos que aparecieron en aquellos dos tumultuosos años, revelando la maldad radical del Estado y el radicalismo sin alharacas de la posición libertaria en cada caso.
No simulaba ser un izquierdista: la idea era ganarse para el libertarismo a los estudiantes de orientación izquierdista y a los negros revolucionarios, no disfrazarse con la retórica de moda en ese momento. Nunca ocultó o rebajó su libertarismo para ajustarse a su audiencia: al contrario de los autollamados “libertarios de izquierdas” de hoy, rechazaba cualquier modificación o “adición” al axioma central de la teoría política libertaria, que es lisa y llanamente el principio de no agresión. En respuesta a los lemas de “deja tus privilegios” de la izquierda cultural, Rothbard habría dicho: “Dejad vuestros prejuicios culturales en la entrada”.
Mises, por supuesto, venía de un lugar y momento muy distintos a los de Rothbard. Habiendo visto lo que hicieron los soviéticos a Rusia y lo que los nazis hicieron a Europa, no consentía ningún compromiso con izquierdistas de ningún tipo. Una carta de Mises de su amigo Lawrence Fertig en 1968 expresa lo que muchos pueden haber pensado acerca de las alianzas de Rothbard:
Entre las cosas que son realmente perturbadoras está el caso de Murray Rothbard. Adjunto el número actual de National Review. (…) Ahora está aliado con la Nueva Izquierda. ¡Imagínate!
Pero resulta revelador que la mayoría de los críticos modernos de Rothbard le acusen de ser condescendiente con la derecha, de usar retórica populista y “aislacionista” para movilizar a conservadores, evangélicos e incluso (¡horror!) sureños hacia posturas más libertarias. ¿Pero qué daño produce esto? ¿Y la acusación de que de alguna manera se rebajara a usar estrategias populistas no desmiente las afirmaciones de que era demasiado académico, dogmático o rígidamente filosófico en sus planteamientos?
Rothbard sí llegó a la derecha desafecta. Expresó un “cierto interés” (que no llegaba a un apoyo para el voto) por George Bush Sr. como la alternativa republicana de Rockefeller en un Partido Republicano dominado por los neoconservadores, por Pat Buchanan como un proteccionista defectuoso, que sin embargo estaba a favor de la no intervención en el exterior, y por Ross Perot como un tejano que hablaba claro y que se oponía a la guerra del golfo y que “pondría palos en las ruedas de la maquinaria de Washington”.
Pero el tibio apoyo de Murray a candidatos defectuosos, como su apoyo a grupos antibelicistas de izquierdas, siempre se basó en el principio libertario fundamental de minimizar la guerra y la agresión. Su sencillo credo, adoptado posteriormente por Ron Paul en el Congreso, podría resumirse así: Cualquier persona que adopte una postura libertaria sobre cualquier asunto, por cualquier razón, es un aliado potencial. Mientras no comprometamos nuestros principios, deberíamos dar la bienvenida y trabajar con cualquiera que quiera avanzar en la libertad aunque sea en menos de un centímetro.
Así que, ¿qué importa que a los activistas de Code Pink no les guste la Guerra de Irak debido a un odio irracional por George W. Bush? Los libertarios deberían haber tratado de llegar a ellos para construir una coalición que podría haber impedido un desastre. Si la derecha quiere resucitar la Décima Enmienda y hablar de secesión principalmente porque está perdiendo la guerra cultural, los libertarios deberían unirse a ellos para avanzar en el objetivo libertario esencial de la descentralización política.
Rothbard, muy lejos de sus críticos de Washington, entendía la necesidad práctica de trabajar con gente diversa, asunto a asunto. Entendía que desde una perspectiva libertaria puramente táctica, las motivaciones son menos importantes que crear coaliciones. Así que, en lugar de ver a Rothbard como un purista que no cedería ni un centímetro, deberíamos verle como era realmente: un guerrero feliz que podían dejar a un lado diferencias ideológicas, sociales y culturales para avanzar en la libertad.
Publicado originalmente el 10 de agosto de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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