Atención, aquí vas a leer un nuevo desparrame mental de Eduardo Garzón. Vigile sus pasos.
Ésta es la novena entrega de una serie de artículos en los que estoy abordando poco a poco la relación entre la creación de dinero y la inflación, con el objetivo de rebatir muchos falsos mantras ampliamente extendidos y ofrecer explicaciones alternativas más serias que las que imperan en el imaginario colectivo. En los artículos inmediatamente anteriores vimos que entre las distintas causas que pueden provocar inflación se encuentra la creación de dinero. En este artículo exploramos las distintas formas que existen de crear dinero, empezando por el dinero que los bancos privados crean a través de la concesión de préstamos.
3.4.2.2 Diferentes formas de introducir nuevo dinero: dinero bancario
Desgraciadamente hay mucho desconocimiento sobre la naturaleza del dinero y sobre cómo se crea. Normalmente la gente suele pensar que el dinero es exclusivamente lo que conforman las monedas y los billetes, y que por lo tanto es el Estado a través de su banco central el único capaz de crear dinero. Por otro lado, se suele creer erróneamente que las anotaciones electrónicas de nuestras cuentas bancarias están respaldadas por monedas y billetes (que por cada numerito hay dinero físico detrás), cuando en realidad se estima que sólo el 3% de todo el dinero que existe son monedas y billetes, quedando el 97% restante representado por simples números electrónicos, absolutamente inmateriales. Vamos a intentar deshacer el entuerto.
¿Qué es el dinero? El dinero no es más que un invento del ser humano para facilitar las transacciones económicas que tienen lugar en la sociedad. Es una convención social; no es algo que esté en la naturaleza y que nosotros decidamos utilizar (como algunos podrían pensar que ocurre con el oro u otros metales preciosos), sino que es un acuerdo que tiene lugar en una comunidad social para facilitar las transacciones. Dinero es todo aquello que en una sociedad determinada se haya decidido utilizar para realizar transacciones de bienes y servicios. Las monedas y billetes conforman dinero porque se ha acordado que sirvan para ejecutar compraventas, pero también sirven para ello los números electrónicos de una cuenta bancaria, o la entrega de otro bien o servicio cualquiera si así se ha acordado entre las partes implicadas, o incluso la simple promesa frente al vendedor de que se pagará en el futuro (en el momento solamente la palabra dada sirve para comprar algo, ergo eso es dinero).
Como se puede ver, hay muchos tipos de dinero, tantos como a los individuos de una sociedad se les ocurra. La diferencia entre esas tipologías de dinero es el alcance que tienen, es decir, la cantidad de sitios en los que es aceptado. Todo el mundo puede crear dinero, el problema reside en que sea aceptado por otras personas. Si le decimos al dueño del bar de siempre que le pagaremos el café al día siguiente porque en ese momento no disponemos de efectivo, estamos utilizando nuestra simple palabra como dinero, como medio de pago. Pero nuestra palabra no nos sirve para comprar en establecimientos donde no nos conozcan, ergo el alcance de este tipo de dinero es muy limitado, quedando restringido únicamente a los sitios donde confíen en que somos buenos pagadores. Las fichas de casino es otra forma de dinero, pues sirven para participar en los juegos del establecimiento, pero fuera del local no sirven para nada, por lo que su alcance es también muy limitado. Le ocurre lo mismo a las entradas de conciertos, billetes de avión, de tren, etc.
En cambio, las monedas y billetes que crean los bancos centrales tienen muchísimo más alcance: sirven para realizar casi todo tipo de transacciones dentro del territorio en cuestión porque así lo han establecido las autoridades públicas competentes. Por ejemplo, las monedas y billetes de euros sirven para realizar casi todo tipo de compras en los países de la Eurozona. Pero su alcance tampoco es infinito: fuera de estos países es necesario utilizar otro tipo de dinero para efectuar compras. Tampoco sirven para jugar en un casino donde es necesario utilizar fichas, o viajar en un tren donde necesitas un billete homologado por la empresa vendedora, o para entrar en un concierto donde sólo sirve utilizar la entrada oficial. Antes de poder hacerlo hay que cambiar las monedas y billetes por el tipo de dinero correspondiente (fichas, billetes, tickets, etc).
Podríamos, por tanto, clasificar los tipos de dinero en dos grupos amplios: el oficial, creado y respaldado por las autoridades públicas (euros, dólares, libras, etc); y el extraoficial, creado y respaldado por los agentes privados (promesas de pago particulares, fichas de casino, billetes de tren, etc). El dinero oficial tiene muchísimo alcance, y el dinero extraoficial normalmente tiene muy poco alcance. Aunque hay una importante excepción: el dinero bancario. Los bancos comerciales privados crean también su propio dinero, pero a diferencia del resto de dinero extraoficial, el dinero bancario tiene un alcance importantísimo: sirve para casi todo.
Cuando yo creo mi propio dinero, por ejemplo, escribiendo en una nota “pagaré 1.000 euros al poseedor de esta nota”, muy pocas personas la aceptarán como medio de pago, porque yo no soy nadie y pocos se fiarían de que yo acabase pagando 1.000 euros. Pero cuando lo hace un banco comercial privado, a través de números electrónicos en cuentas bancarias, ese dinero es ampliamente aceptado en la sociedad. No obstante, sigue siendo una promesa de pago creada por una institución privada, ergo es dinero extraoficial. Cuando un banco da un préstamo a una persona, muchos creen que está prestando el dinero de alguien que depositó en su día en el banco su dinero, pero esto es absolutamente falso. Cuando un banco da un préstamo lo único que hace es anotar la cantidad correspondiente en la cuenta bancaria del que recibe el préstamo[1]. Es su promesa de pago: hay que entenderlo como si fuese una promesa del banco a pagar esa cantidad determinada en la moneda oficial que sea. Si un banco me concede un préstamo de 1.000 euros, en realidad lo que está pasando es que el banco se ha comprometido a pagarme a mí 1.000 euros oficiales en el momento en el que yo se lo pida. Ese momento puede ser cuando saque el dinero del banco en forma de billetes y monedas, pero puede ser también cuando pague con tarjeta de crédito a una persona que tenga su cuenta bancaria en otra entidad bancaria[2].
En cualquier caso, lo importante es entender que, como esas promesas de pago del banco son ampliamente aceptadas en la sociedad, el banco correspondiente sólo tiene que cumplir su promesa (dar euros oficiales) en muy pocas ocasiones comparado con todo el dinero que crea y mueve. La gente utiliza ese dinero bancario en las transacciones como si fuese dinero oficial y por lo tanto el banco no tiene la necesidad de estar cambiando todos los euros de dinero bancario en euros de dinero oficial. Es como si a mí me aceptase todo el mundo la nota de “pagaré 1.000 euros”, entonces mi promesa se eternizaría y nunca se cumpliría, y a mí nadie me reclamaría nunca que pagase 1.000 euros, porque la propia nota estaría funcionando como dinero oficial. Esto es prácticamente lo mismo que ocurre con el dinero bancario: son promesas de pago que se eternizan porque al servir para realizar compraventas no se suelen ejecutar (cambiar por euros oficiales). De hecho, la legislación europea establece que los bancos privados puedan tener 99 euros de dinero bancario (promesas de pago del banco) por cada euro oficial (respaldado por el banco central).
Así se entiende mejor en qué consisten los famosos “corralitos” o crisis de liquidez: es el momento en el que el banco no tiene tanto dinero oficial como para cumplir todas las promesas de pago que ha creado, de forma que muchos depositantes se quedan sin recibir euros oficiales. Por eso las autoridades públicas se ven obligadas a dar ayudas públicas a los bancos en momentos de crisis: porque cuando la cosa va bien las promesas de pago de los bancos son aceptadas para las compraventas, pero cuando la cosa va mal dejan de ser aceptadas y los bancos recurren a las autoridades para que les den euros oficiales.
Lo que nos importa aquí es tener claro que no todo el dinero que existe en circulación es creado por los bancos centrales (dinero oficial), sino que también hay muchísimo dinero que es creado por los bancos privados. Entender esto es clave para el asunto que nos preocupa: los efectos que tiene sobre los precios el hecho de que haya más dinero en circulación. La gente suele creer erróneamente que la única forma de que haya más dinero en circulación es a través de la creación de dinero oficial por parte de las autoridades públicas. Pero no, cuando los bancos dan créditos están incrementando la cantidad de dinero en circulación. Y en épocas de intenso crecimiento del crédito estamos hablando de muchísimo dinero creado por los bancos. De hecho, desde el año 2000 hasta el 2007 en la economía española se estuvo creando dinero bancario a tasas superiores al 10% y en algunos casos cercanas al 20%, ¡muchísimo más dinero del que creó el Estado en esos años (que en 2006 y 2007 incluso destruyó dinero al registrar superávits[3])! ¿Y qué pasó con la inflación? Pues que aumentó, pero a unos ritmos completamente razonables y aceptables, que no llegaron a alcanzar el 5% anual (muy lejos de las temidas hiperinflaciones que son superiores al 100%).
En el siguiente gráfico podemos ver cómo durante los años en los que los bancos crearon mucho dinero bancario los precios aumentaron a un ritmo aproximado, y que cuando los bancos colapsaron y dejaron de dar crédito, los precios se ralentizaron hasta incluso llegar a descender en 2015. El periodo comprendido entre 2010 y 2013, en el que la inflación aumenta bastante a pesar de que la creación de dinero bancario se desploma, coincide con incrementos de impuestos decretados por los gobiernos de Zapatero y Rajoy, que como ya sabemos conforman otro factor que incrementa los precios (el caso A, el de incremento de los costes de producción), destacando las subidas de IVA en 2010 y 2012. Una vez el efecto de los impuestos en los precios se disipa en 2014, el ritmo de crecimiento de la inflación se acompasa con el de crecimiento del dinero bancario.
Constatamos con esto lo siguiente: hay relación entre la creación de dinero bancario y la inflación, pero a pesar de que durante varios años la creación de dinero fue colosal, los precios sólo se incrementaron un poco, a ritmos absolutamente razonables y normales[1]. ¿Por qué habría de suceder algo diferente con la creación de dinero por parte del Estado? Nos tienen acostumbrados a pensar que si el Estado crea dinero la inflación se dispararía hasta las nubes, pero cuando observamos lo que ocurre cuando se crea muchísimo dinero bancario (un gran desconocido porque no nos hablan de él) nos damos cuenta de que de elevada inflación nada, en todo caso algunos puntos porcentuales por encima de lo típico, que no es en absoluto dañino para la economía.
Frente a este asunto muchos economistas alegan que la creación de dinero bancario, al contrario de lo que ocurre con el dinero oficial del Estado, no es nociva para la economía porque los bancos sólo crean dinero (sólo dan crédito) cuando hay familias o empresas que han demostrado tener alguna perspectiva de consumo o inversión y además han demostrado que tienen suficiente capacidad económica para devolver el préstamo, al contrario de lo que ocurre con el dinero creado por el Estado que se canaliza fiscalmente a través de mayores sueldos, prestaciones sociales, inversiones públicas, etc[2], acabando en los bolsillos de personas o empresas que pueden hacer un uso irresponsable y/o ineficiente del mismo. Según esta versión, todo el dinero bancario se estaría creando por una razón económica de peso: la intención por parte de una familia de consumir o de una empresa de invertir. En cambio, el dinero del Estado se estaría creando sin razón económica, sino exclusivamente política, pudiendo desembocar en un desastre económico como el de inflaciones galopantes.
Pero es que ese alegato no es serio. Por un lado, la evidencia empírica ha demostrado que las familias y empresas piden créditos para hacer cosas que no son en absoluto eficientes en términos económicos (no ya digamos en términos sociales o ecológicos), como por ejemplo comprar coches o casas que luego no pueden costearse, o construir edificios por doquier provocando burbujas que luego hacen colapsar la economía. Por otro lado, no todos los que reciben los créditos son solventes, como demostró la experiencia reciente de las hipotecas subprime, o de las empresas y familias que tras la crisis han entrado en mora. Además, ahora que hay poco crédito, hay familias y empresas muy solventes pero que no están recibiendo créditos simplemente porque la aversión al riesgo de los bancos ha disminuido muchísimo. Salta a la vista que el criterio de la rentabilidad de los bancos como guía para crear dinero no es eficiente en términos económicos (quizás sí para los bancos, que cuando todo les falla son rescatados por lo público, pero no para la economía en general).
Por último, y no menos importante, la creación de dinero por parte del Estado (que analizaremos enseguida) es simplemente una herramienta, y como tal puede utilizarse de una forma sensata o no (igual que un cuchillo se puede utilizar para cocinar o para matar personas). Que el dinero sea creado por el Estado no es garantía de que se vaya a hacer correctamente, pero la virtud de este mecanismo es que no está restringido por el criterio de la rentabilidad económica y además es susceptible de incorporar procesos democráticos, criterios sociales, de género, de sostenibilidad medioambiental, de respeto a las minorías, etc. En ese caso, que la creación de dinero por parte del Estado sea un proceso más político que económico es su principal ventaja, no su defecto. Lo que ocurre es que ese mecanismo debe estar adecuadamente controlado democráticamente para que no haya colectivos que se beneficien de él y para que los efectos sean lo más beneficiosos posibles para la economía, la gente y el planeta.
En el próximo artículo exploraremos otra vía para crear dinero: el déficit fiscal del sector público.
[1] El indicador convencional para medir la inflación es el Índice de Precios al Consumo (IPC), que es una media del precio de determinados productos considerados básicos. Una de las críticas más frecuentes que recibe es que no tiene en cuenta el precio de la vivienda, a pesar de ser un producto básico. Es conocido que durante la época señalada en la economía española hubo una burbuja inmobiliaria que incrementó muchísimo los precios de las viviendas, pero este incremento no quedó registrado en el IPC.
[2] Profundizaremos en ello más adelante.
[1] Para más detalle leer: http://ift.tt/1Wvebsu
[2] Para más detalle leer: http://ift.tt/1QYi0Du.
[3] Profundizaremos en ello más adelante.
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