lunes, 15 de agosto de 2016

El cuñadismo liberal de Francisco Capella, por Libertario.es

En la gran familia de libertarios y liberales tenía que haber un cuñado. Hablamos de ese individuo vivo, locuaz, que con sus discursos y lecciones ameniza los almuerzos y saraos familiares. Habla por los codos, ¡qué digo codos!, hasta por las rodillas, nudillos y todas las articulaciones del cuerpo humano. Habla mucho, demasiado, tanto que no tiene tiempo de pensar lo que dice y suelta lo primero que se le pasa por la cabeza. En la gran familia de libertarios y liberales faltaba por llegar el cuñado para dar comienzo a la fiesta. ¡Ah!, por suerte ya está aquí. Ahora ya tenemos al cuñado del liberalismo: Francisco Capella.

Recientemente, nuestro querido ejemplar de “cuñadismo liberal” ha publicado un artículo llamado Más problemas del anarcocapitalismo. Es bien digno que se someta a un microscopio toda la relación de disparates que suelta. Pues bien, mediante este artículo, hagamos una deconstrucción y análisis de las ideas expuestas por Capella. Hagamos un fisking.

Nuestro cuñado analiza detenidamente los argumentos a favor del anarcocapitalismo y todas las críticas que él hace. A saber, él divide su artículo en los siguientes puntos:

  1. «Que los gobernantes no utilizan un gobierno centralizado para coordinarse a sí mismos (no hay Estado dentro del Estado).»
  2. «Que la sociedad extensa funciona sin necesidad de Estado.»
  3. «Que el Estado no existe, que es una ficción, y en realidad sólo hay individuos.»
  4. «Que no hay o no puede haber ningún contrato para legitimar un Estado.»
  5. «Que el Estado no puede determinar qué cantidad y calidad de servicios de seguridad es óptima.»
  6. «Que la ausencia de Estado puede hacer más difícil el ser conquistados por un atacante externo.»
  7. «Que la defensa puede ser proporcionada por mercenarios o por asociaciones de entidades políticamente independientes.»
  8. «Que la seguridad es un concepto confuso que se refiere a cosas distintas (guerra, salud, accidentes).»
  9. «Que muchos problemas de bienes públicos o no existen o tienen solución no estatal.»
  10. «Que el minarquismo tiene muchos problemas.»

Pues bien, resolvamos a nuestro cuñado algunos de los puntos planteados (para ser más precisos, los seis primeros).

 

 

  1. «Que los gobernantes no utilizan un gobierno centralizado para coordinarse a sí mismos (no hay Estado dentro del Estado).»

Según Capella, los anarcapitalistas critican a los que defienden los Estados con el argumento de que no existe un Estado dentro del Estado. «Es cierto —dice nuestro querido cuñado— que los gobernantes no utilizan un gobierno para dirigirse a sí mismos, del mismo modo que el cerebro no tiene un minicerebro que lo controle. Pero esto no significa que el Estado como gobierno central monopólico sea prescindible […]»

Realmente, el argumento de que el gobierno necesita un gobierno es un absurdo. Ya existe una jerarquía o una cooperación dentro de él. Eso puede ser visto como un gobierno dentro del gobierno. Capella aquí sí tiene razón.

La cuestión es que esta no es ni la primera ni la principal crítica del anarcocapitalismo hacia el Estado. Es más, este no ha sido un argumento utilizado por los primeros autores serios del anarcapitalismo. Piénsese, por ejemplo, en La producción de seguridad, de Gustav de Molinari, o en el voluntarismo de Auberon Hebert. No hay anarcocapitalista serio que critique al Estado diciendo que no existe un Estado dentro del Estado.

Aquí Capella recurre a la llamada falacia del hombre de paja: Capella no ataca el principal argumento del anarcocapitalismo. Lo que hace es tomar un argumento que jamás ha pronunciado un anarcocapitalista serio. Ese argumento es débil, fácilmente refutable, fácilmente abatible como un muñeco de paja. Entonces, Capella lo hace pasar por un argumento central del anarcocapitalismo, es decir, disfraza la paja con los ropajes del anarcocapitalismo y le coloca una espada al cinto. ¡Ahí tenemos un argumento anarcocapitalista agresivo, fuerte! A continuación, nuestro cuñado-héroe desenvaina la espada contra el fiero enemigo armado y lo vence. Desgraciadamente, mi querido cuñado, no has derribado más que un montón de paja: no te marques el tanto.

 

 

  1. «Que la sociedad extensa funciona sin necesidad de Estado.»

Aquí es donde el cuña’o se acerca al argumento principal del anarcocapistalismo. Pero ¿qué es anarcocapitalismo?

El economista Gustave de Molinari, es su ensayo La producción de seguridad (1849), defendía que la seguridad era un recurso absolutamente necesario. El ser humano no siempre es un lobo con otros hombres, pero sí lo es ocasionalmente: robos, secuestros, violaciones, asesinatos, etcétera. Es bien necesaria la seguridad: la existencia de un código de leyes que se aplique mediante el uso de la fuerza y que pueda reprimir las agresiones. Pero, según Molinari, esta mercancía, la seguridad, como todas, puede ser ofertada o comprada de manera voluntaria, libre, mediante contratos. Y con esta voluntariedad puede nacer una libre competencia (con todos los incentivos positivos que esto puede generar, o sea, la búsqueda de mejores servicios de seguridad).

Las empresas que se dediquen a ofrecer seguridad pueden ser de tipo personal o territorial. En el primer caso, una empresa no sería dueña de un territorio, simplemente estaría en él y ofrecería servicios de seguridad a las personas que contratasen sus servicios (no necesariamente a todas las personas que estuvieran en el territorio). En el otro caso, las empresas sería dueñas de un territorio. Este territorio puede ser a modo de comunidad de propietarios. O bien, una sociedad o empresa individual puede poseer un territorio, parcelarlo, y alquilar las parcelas o concederlas a título privativo a empresas y familias. A la vez que ofrece un territorio, con infraestructuras, puede ofrecer seguridad en él (una marcada por el empresario, el administrador o la junta de accionistas). Los particulares, con el contrato de alquiler o la escritura de compraventa, libre y voluntariamente contratarían los servicios de una empresa de seguridad. Y lo harían con cláusulas de remisión a determinado código de leyes. La idea final es que los individuos contraten los servicios que deseen, y que con ello exista un libre mercado de seguridad en donde las empresas compitan por brindar los mejores servicios.

Ejemplos de empresas privadas de seguridad de tipo personal son las empresas de guardias jurados o las de arbitraje. Ejemplos de empresas privadas de seguridad de tipo territorial han sido The Virginia Company of London y la Plymouth Company, empresas que colonizaron la América del Norte. En general, la colonización de la América del Norte fue iniciativa privada. También lo fue la griega a lo ancho del mediterráneo.

Hoy en día, el economista keynesiano Paul Romer propone la creación de ciudades chárter (ciudades bajo un estatuto especial y distinto). Su idea es que en un mismo país convivan y compitan distintos ordenamientos jurídicos. Un ejemplo es China con ciudades como Macao o Hong Kong y otra decena de zonas económicas especiales. China tiene sus propias leyes. Son aún bastantes regulaciones heredadas por el antiguo régimen comunista. Pero, dentro de su territorio, una ciudad como Hong Kong mantiene el sistema jurídico británico, muy pocas regulaciones y un bajo gasto público. Hong Kong es completamente distinta de China. Y los chinos tienen la opción de elegir: ¿China o Hong Kong? Así sucede con otras zonas económicas especiales. Pero la realidad de la libre competencia de territorios va más allá del dragón asiático. La frontera de Gibraltar es otro ejemplo de competencia fiscal y jurídica. Solo con mencionarla, el gobierno español saca uñas y colmillos. Una vez más, la idea final es, como diría Paul Romer, «dar opciones a la gente».

No solo hay que ofrecer un libre mercado de alimentos o de ropa, también de seguridad. Piénsese, por ejemplo: ¿El coste por despido debe ser de 45 días, de 20 o de 0? ¿Por qué todos debemos de elegir la misma opción? ¿Por qué no la junta de accionistas de Madrid S.A. determina que haya 45 días y en la de Barcelona solo 0, y dejamos que la libre competencia nos indique qué es lo mejor?

El anarcocapitalismo habría que verlo como una escala, como algo gradual: En un extremo solo habría un mismo código de leyes impuesto en todo el planeta; y en el polo opuesto, cada uno tendría el código de leyes que le apeteciese. Habría puntos intermedios. Lo ideal sería que nos acercáramos al segundo polo más que al primero. De hecho, la historia ha evolucionado por ciclos. En algunos momentos nos acercábamos a una mayor globalidad legislativa (los imperios, por ejemplo); en otros, a una mayor disgregación.

Pues aquí llega Capella y suelta: «la naturaleza única o monopólica del gobierno no es una prohibición ilegítima de la competencia sino un requisito funcional». ¿Por qué? Capella no especifica. Simplemente, lo suelta y se queda tan ancho. ¡Típico de cuñados soltar la frase lapidaria sin un argumentario que lo respalde! A ver, Paco, ¿por qué en un territorio determinado no se podría reunir suficientes condiciones para hacer posible que materialmente haya un libre mercado de ordenamientos jurídicos? Y, bajo tu óptica, ¿por qué no un gobierno mundial? Desde mi óptica no aceptaría tal idea: no habría voluntariedad ni libre competencia de códigos de leyes.

 

 

  1. «Que el Estado no existe, que es una ficción, y en realidad sólo hay individuos.»

Capella tiene razón: el Estado existe. Bastos en esto se equivoca de cabo a rabo.

 

 

  1. «Que no hay o no puede haber ningún contrato para legitimar un Estado.»

La idea del anarcocapitalismo es intentar hacer real algo que hoy en día es una ficción: el contrato social. Hasta ahora, el contrato social era una de las mayores magufadas del liberalismo. Los Estados actuales no se han creado mediante contratos voluntarios. No se puede justificar la existencia de los Estados mediante un supuesto contrato que ni existe ni se ha firmado.

Aquí Capella se anda por las ramas. Para él, no es necesario explicitar tal contrato social. La cuestión, mi querido Capella, es que tal contrato social no existe ni tan siquiera de forma implícita.

 

 

  1. «Que el Estado no puede determinar qué cantidad y calidad de servicios de seguridad es óptima.»

«Es cierto que el Estado, como entidad ineficiente que es por sus problemas de información, incentivos y corrupción, no puede determinar qué cantidad y calidad de servicios de seguridad es óptima según las valoraciones subjetivas personales. Pero esto tampoco se resuelve por individuos produciendo, comprando y vendiendo en el mercado, porque la defensa es un bien especial que suele proporcionarse y recibirse de forma colectiva, en forma de cooperativa de producción y consumo. Cuánta defensa obtener y cómo conseguirlo es un problema de decisión y acción colectiva.»

No uses términos absolutos. Sí es cierto que «la defensa es un bien especial que suele proporcionarse y recibirse de forma colectiva», pero no toda. La provisión de seguridad puede ser individual o colectiva. Sí es evidente que el núcleo duro será mediante organizaciones. Pero ¿por qué no se pueden definir títulos de propiedad sobre esa propiedad? ¿Por qué no definir esa propiedad colectiva como una sociedad por acciones? Ello implicaría mercados de tales acciones y el voto vinculado a la cantidad de capital aportado a la sociedad. Quizá un problema de las democracias actuales es que individuos que no contribuyente en el mismo grado votan todos por igual, ¡peligro! Por otro lado, que un mismo territorio esté parcelado en otros inferiores con distintos ordenamientos jurídicos, y que materialmente se consiga libre competencia entre jurisdicciones privadas, puede conseguir que nos acerquemos a una provisión más eficiente de recursos. La idea con un anarcocapitalismo no es alcanzar ninguna utopía, simplemente es plantear una mejora comparativa con respecto a la situación actual.

 

 

  1. «Que la defensa puede ser proporcionada por mercenarios o por asociaciones de entidades políticamente independientes.»

En general estoy bastante de acuerdo con la crítica que realiza Capella. Resumámosla: «La existencia de un gobierno central podría hacer más fácil la conquista de un territorio si el enemigo consiguiera hacerse con el control de dicho gobierno y se aprovechara del aparato jerárquico organizado para el mando y de la costumbre de obedecer de los ciudadanos. Sin embargo este argumento olvida considerar que la propia organización centralizada puede hacer mucho más difícil la invasión externa y la victoria del enemigo: sin ejército organizado la posibilidad de defensa efectiva es muy pequeña, y si no existe aparato de gobierno este puede organizarse e imponerse por los invasores.» Después de defender la existencia de un ejército organizado (a la que asume como propia de un Estado) pasa a criticar el uso de guerrillas y mercenarios (que supuestamente son propias del anarcocapitalismo): «Las guerrillas o grupos espontáneos de lucha suelen ser más molestas que realmente destructivas: funcionan mejor cuando se organizan y asemejan a ejércitos, y no suelen ganar guerras o expulsar invasores por sí solas. Las armas ligeras no suelen ganar batallas contra las armas pesadas, y además quienes poseen armas pesadas también tienen armas pequeñas […] Ciertos ejemplos de defensa privada, como los mercenarios en barcos mercantes contra piratas, no son equivalentes a los problemas de la seguridad de un grupo humano relativamente grande, con bienes comunes (infraestructuras públicas como calles, alcantarillado, murallas defensivas) y establecido en un territorio fijo.»

La cuestión es, nuestro querido cuñado, que la provisión privada de seguridad no necesariamente tiene que ser exclusivamente mediante guerrillas o mercenarios. Además de las milicias, los ejércitos organizados pueden ser privados. Las ciudades también pueden tener ejércitos (y un conjunto de ciudades libres en un territorio pueden acercarnos a una libre competencia de ordenamientos jurídicos). Un ejemplo de un ejército de una ciudad lo tenemos con Singapur. En general, un territorio privado podría tener sus milicias y su propio ejército. No necesariamente anarcocapitalismo implica guerrillas y mercenarios; y Estado, un ejército fuerte y organizado. Es una simplificación Capella. Territorios privados pueden tener ejércitos organizados.

Es evidente que por sí solo Singapur no podrá defenderse del ataque de un país mayor. La idea de ligas y confederaciones es de vital importancia. Un ejemplo fue la confederación de los Estados Unidos creada en 1776 (con estatuto de 1777, puesto en vigor en 1781). Esta Confederación luchó contra Gran Bretaña entre 1775 y 1782 (sí, antes de formarse ya se había iniciado la guerra). Las milicias locales, y una guerra defensiva librada en territorio propio, fueron claves para la victoria de los EEUU. No hay blancos y negros. Muchas veces, las milicias eran más efectivas que el ejército continental de George Washington. Aunque, sin duda, la existencia de ejércitos (no solo el de George Washington, también el de Francia y España) fueron vitales para la victoria de las colonias. La cuestión es que tanto una cosa como la otra se pueden dar en una economía de mayor libre competencia de seguridad. Es falso pensar que las guerrillas son “molestas” por sí mismas mientras que los ejércitos son efectivos. Y es falso pensar que con anarcocapitalismo no habría ejércitos y solo mercenarios y guerrillas. Por último, una guerra puede justificar una organización central mayor entre unidades. Una guerra puede hacer que diversos territorios se unan en una entidad superior para defenderse. Pero, nuestro Estado actual no está justificado por una guerra exterior. Ahora tú te escondes en una patraña, mi querido Capella.

 

 

En conclusión: Desde mi punto de vista, la idea final del anarcocapitalismo es que en un mismo territorio la gente tenga opciones donde elegir. Que ellos puedan, no solo elegir qué pantalón comprar o qué comida comer, sino también escoger el ordenamiento jurídico que crean que es más beneficio para ellos mismos. Para mí es una arrogancia pensar que determinado código de leyes X (llámese liberal o socialista) es el bueno y otros códigos diferentes son los malos. No existe ninguna razón para obligar a la gente a que renuncie a las leyes que establecen, por ejemplo, la seguridad social, la sanidad pública o la escolarización obligatoria hasta los 16 años. Es tan autoritario imponer la seguridad social como privatizarla. La solución no pasa ni por un modelo ni por otro, la solución pasa por dejar que los individuos decidan. Estas cuestiones deben ser voluntarias. Simplemente debemos acercarnos lo más posible a una situación en donde materialmente la gente tenga más libertad de elegir. Que en España, por ejemplo, hayan zonas económicas especiales, con distintos códigos de leyes (fiscales, penales, mercantiles o civiles) nos puede brindar a los españoles opciones. Si tu paraíso en la tierra es que los ricos paguen un 75% de impuesto de IRPF y que el coste por despido sea de 100 días, adelante. Si crees que solo se debería en un territorio, propiedad de una empresa, pagar el alquiler o la concesión del inmueble, con un precio agregado a cambio de una seguridad mínima, sin excesivas regulaciones, pues tienes vía libre. Si, por ejemplo, las sociedades quieren lo anterior, pero además desean que el territorio privado no acepte la entrada a empresas que no brinden una seguridad social a sus trabajadores, ¡pues adelante! Que luego sean en estas últimas zonas las que más concentren negocios y prosperidad es una cuestión que debe determinar el libre mercado de seguridad.

En pocas palabras: el anarcocapitalismo solo aspira a dar opciones a la gente. El anarcocapitalismo no es la burda representación que ha escrito nuestro querido cuñado Francisco Capella. Al final todo dependen de cómo se interprete el anarcocapitalismo. Si entiendes, querido cuñado, que el anarcocapitalismo es la sarta de perversiones del economista Murray Rothbard, entonces sí: ¡por favor, que nos conquisten y nos domine un Estado! Pero, si puedes llegar a concebir el anarcocapitalismo como un sistema de libre competencia de gobiernos o jurisdicciones, como las ideas de descentralización de Paul Romer, que ya están puestas en práctica en parte de China, entonces, mi querido Paco, sí podemos llegar a un acuerdo.

 

 

 

 

 

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