Los libertarios disfrutan acusándose unos a otros de devoción ciega a sus ideas y pensadores favoritos. De hecho, casi parece un pasatiempo importante en el movimiento libertario hacer esta acusación y disfrutar con otros de momentos satisfactorios de “¡te pillé!” dirigidos hacia miembros extraños al grupo.
Encuentro frustrante este estado de cosas, sobre todo porque en muchos casos (y supongo que todos conocen unos pocos ejemplos) ninguno de los bandos está realmente interesado llegar a un acuerdo. El resultado es que tanto los acusadores como los acusados perpetúan el desacuerdo y el conflicto entre facciones.
Teniendo esto en cuenta, me gustaría dirigir la atención hacía algunos problemas relacionados con la acusación de dogmatismo.
Para empezar, acusar a la gente de devoción acrítica es a menudo una profecía autocumplida. Empieza por un lado diciendo: “¡Mira lo locos que están estos seguidores de X!”. En respuesta, los seguidores de X responden al fuego con fuego. Niegan apasionadamente estar locos y hacen sus propias acusaciones. Al hacerlo, parecen dar la razón al primer grupo. Entonces el primer grupo declara su victoria.
La acusación es un cebo. De hecho, incluso tratar de responder a una crítica injusta puede significar tragarse el anzuelo y quedar en manos del acusador y se hace imposible una verdadera discusión.
Repito: ¿no es verdad que algunas personas son realmente dogmáticas y que este truco, aunque algo ladino, solo hace que se aprecie ese punto de vista? Por supuesto: a algunas personas les gusta crear la trampa, pero a menudo a muchas más les gusta entrar en ella.
Por ejemplo, a veces participamos de una causa tan a menudo o tan fervientemente que otros llegan a pensar que la apoyamos ciegamente. Tendemos a recibir este tipo de acusación especialmente cuando defendemos a gente a la que admiramos mucho: alguien critica a alguno de nuestros héroes e instantáneamente nos apresuramos a defender su reputación. Por desgracia, en la época de comunicación global instantánea, es demasiado fácil hacerlo apresurada o superficialmente. En lugar de una críticos tranquilos y razonables, acabamos pareciendo doctrinarios dispuestos a atacar cualquier crítica que pase cerca (es decir, la acusación de dogmatismo).
De alguna manera, es una respuesta natural y comprensible: por supuesto que nos preocupamos por defender nuestras convicciones más profundas. Pero si los hacemos tan tenazmente y sin reflexión, podemos acabar no solo dejando sin responder las críticas, sino pareciendo confirmar las peores sospechas de los críticos.
Algunos ejemplos recientes implican a Murray Rothbard. Soy demasiado joven como para haber conocido a Rothbard, así que no puedo hacer comentarios sobre sus opiniones o relaciones personales. Pero hace mucho tiempo que soy lector de su trabajo económico académico, que admiro y en el que encuentro una gran cantidad de originalidad y valor. Por dar un ejemplo, actualmente estoy escribiendo un trabajo sobre economía austriaca y emprendimiento social y encuentro la explicación de la organización económica de Rothbard en El hombre, la economía y el estado bastante útil para pensar sobre algunos de los problemas implicados. Pero precisamente porque encuentro valor en su investigación, me resulta también desalentador cuando otros critican sus capacidades como economista.
Como consecuencia, a menudo soy escéptico acerca de las críticas al trabajo de Rothbard. Sin embargo, el problema es que defender honradamente su investigación ante ciertos ataques invita a menudo a la crítica de la devoción ciega. La razón es que las críticas débiles de sus ideas a menudo se confrontan con defensas aún más débiles. He aquí una historia habitual: alguien critica a Rothbard en las redes sociales y, como un reloj, aparaecen partidarios de este para defenderle con un puñado de respuestas de libo, normalmente en la línea de “basta con que leas El hombre, la economía y el estado” o la favorita de todos: “¡estatista!”. Espero no tener que señalar que estas réplicas no son demasiado útiles para defender ni el valor académico de Rothbard, ni la razonabilidad de la gente que le admira.
A la vista de estos intercambios, es fácil ver por qué los críticos podrían apresurarse a rechazar las ideas de Rothbard. Pero, por supuesto, es posible defenderle, a él o a cualquier otro pensador, de una forma seria sin ser un seguidor incondicional. Podemos defender una postura porque creemos que es verdadera y no porque pensemos que nos obligue algún tipo de devoción personal. Además, defender a una persona contra ataques injustos no es lo mismo que apoyar toda opinión sostenida por esa persona. Finalmente, nunca deberíamos olvidar que no toda crítica merece una respuesta. Existen los costes de oportunidad. Y también los trolls.
Estas ideas son sencillas, pero, tristemente, parecen eludir a personas en ambos lados del debate. Tal vez lo mejor que podemos hacer es dejar que nos guíe Bastiat cuando dice: “Lo peor que puede pasar a una buena causa no es que sea atacada hábilmente, sino que sea defendida ineptamente”.
Publicado originalmente el 11 de agosto de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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