[Viene de la primera parte]
La reconstrucción de la teoría económica de Menger
A. La naturaleza y el ámbito de la teoría económica
Como señalaba antes, Mises no trataba de acabar con la economía clásica. Estaba bastante cómodo con su énfasis en la universalidad e inmutabilidad de las leyes económicas, su teoría de la determinación del precio a corto plazo y las conclusiones de política de laissez faire que se derivaban de ello. Más bien, las intenciones de Menger eran reestructurar la economía clásica sobre fundamentos más sólidos al basar la teoría de los precios de la oferta y la demanda y la teoría del cálculo monetario en las decisiones y acciones de los consumidores y reparar su infraestructura curando las desavenencias entre la teoría de los precios y la teoría de la distribución. Menger proclamaba claramente su intención de subsumir todas las ramas de la economía bajo una teoría reconstruida de los precios en su prólogo a los Principios, escribiendo: “He dedicado especial atención a la investigación de las relaciones causales entre fenómenos económicos que afectan a productos y los correspondientes agentes de producción, no solo con el propósito de establecer una teoría de precios basada en la realidad y de aunar todos los fenómenos de los precios (incluyendo, tiereses, salarios, rentas de la tierra, etc.) bajo un punto de vista unificado, sino también debido a las ideas importantes que obtenemos así de muchos otros procesos económicos hasta ahora completamente mal entendidos”.
Menger reconocía que en el centro de “una teoría de preciso basada en la realidad” y de una teoría económica en general está la acción humana y solo la acción humana. Como decía epigramáticamente Menger en notas preliminares escritas mientras preparaba los Principios: “El mismo hombre es el inicio y el fin de toda economía” y “Nuestra ciencia es la teoría de la capacidad del ser humano de tratar con sus deseos”. Aunque la centralidad de la satisfacción del deseo humano había sido reconocida por anteriores escritores de la tradición del valor subjetivo, solo Menger tuvo éxito a la hora de forjar un método de teoría económica (fue llamado posteriormente por Mises como “praxeología”) que era coherente con estas ideas. Así que empezó su investigación científica meditando sobre la naturaleza de la lucha humana por satisfacer deseos y deduciendo luego sus implicaciones inmediatas. Al proceder así, Menger fue capaz de percibir inmediatamente que el proceso de satisfacción de deseos no es puramente cognitivo e interno para la mente humana, sino que depende esencialmente del mundo externo y, por tanto, de la ley de causa y efecto. Esto explica por qué Menger empezaba su tratado económico con la declaración de que “Todas las cosas están sometidas a la ley de causa y efecto”. Sin referencia a esta gran ley de la realidad objetiva, la lucha humana por alcanzar objetivos es inconcebible lógicamente, porque, como argumentaba Menger, los estados subjetivos de satisfacción son eslabones de la misma cadena causal que incluye estados objetivos del mundo:
Además, la misma persona y cualquiera de sus estados son enlaces en esta gran estructura universal de relaciones. Es imposible concebir un cambio de una persona de un estado a otro de ninguna otra forma que no esté sometida a la ley de la causalidad. Por tanto, si se pasa de un estado de necesidad a un estado en el que la necesidad está satisfecha, deben existir causas suficientes para este cambio. Debe haber fuerzas externas operando dentro del organismo que remedian el estado perturbado o debe haber fuerzas externas operando sobre él que pos su naturaleza sean capaces de producir el estado al que llamamos satisfacción de nuestras necesidades.
Pero la dirección de la causación no es unívoca: de estados objetivos del mundo a estados subjetivos de satisfacción. Para Menger es biunívoca, porque, al concebir la ley de causa y efecto, el hombre es capaz de reconocer su total dependencia del mundo externo y transformar el último en medios para alcanzar sus fines. Así, el hombre se convierte en la causa última (así como en el fin último) en el proceso de satisfacción de deseos. En sus notas, Menger expresaba y destacaba las interrelacione causales entre los aspectos subjetivos y objetivos de la acción por medio de trinidades paralelas de conceptos relacionados: “fines-medios-consecución/hombre-mundo externo-subsistencia/deseos-bienes-satisfacción”.
B. La teoría de los bienes
El énfasis de Menger en la ley de la causalidad le llevó de dedicar las primeras veinticinco páginas de los Principios a explicar “la teoría general de los bienes”, en el curso de la cual reformulaba radicalmente el concepto de un bien en términos praxeológicos. Par menger, los bienes son aquellos elementos del mundo externo que son parte integral del proceso causal de satisfacción de deseos y hacia los que funciona la acción. De nuevo, los pasajes de las notas anteriores a los Principios de Menger son reveladores:
Nuestra dependencia general del mundo externo: en su totalidad, el mundo externo se nos presenta como un todo en el que vivimos. La dependencia de ciertas porciones de este mundo externo o de algunas relaciones en él, que debemos mostrarnos ciertas relaciones. Para este fin, estas porciones deben ser particularmente apropiadas. Esas cosas se llaman bienes, en la medida en que tienen la capacidad de satisfacer deseos humanos (servir fines equivale a lo mismo).
En los Principios, Menger lista cuatro condiciones que deben existir para que un elemento del mundo externo tenga el “carácter de un bien”:
- Una necesidad humana.
- Propiedades que hacen que la cosa sea capaz de tener una conexión causal con la satisfacción de esta necesidad.
- Conocimiento humano de esta relación causal.
- Dominio suficiente de la cosa para dirigirla a la satisfacción de la necesidad.
Con la formulación de los prerrequisitos 2 y 3, el análisis de los bienes de Menger parece alejarse de sus fundamentos praxeológicos, porque a menudo la gente sí actúa sobre la base de un conocimiento erróneo de las relaciones causales. Los precios pagados por “curas milagrosas” y los servicios de médiums espiritistas son después de todo, precios reales del mercado que debe explicar la teoría económica. De hecho, Menger reconoce esto implícitamente introduciendo una distinción entre bienes “verdaderos” y bienes “imaginarios”, que, en este último caso, “derivan su carácter de bienes de propiedades que se imagina que poseen o de necesidades meramente imaginadas por los hombres”. Pero esta es una distinción cargada de valor y completamente superflua que es irrelevante para el análisis sustantivo y praxeológico de Menger, porque su teoría de precios es capaz de contabilizar completamente los precios de ambas categorías de bienes. Para hacer coherente la definición de los bienes de Menger con su análisis económico real, los dos prerrequisitos problemáticos deben remplazarse por uno, que diga que una opinión creencia por el actor de que hay una relación causal entre la cosa y la satisfacción de la necesidad humana en cuestión.
Habiendo identificado la naturaleza de un bien, Menger procede a dilucidar lo que llama “las conexiones causales entre bienes”, con el objetivo de identificar “el lugar que ocupa cada bien en el nexo causal de los bienes”. “Los bienes del orden inferior” son los bienes de consumo, como el pan por ejemplo, que se usan para satisfacer directamente deseos humanos. En palabras de Menger, “la relación causal entre el pan y la satisfacción de una de muestras necesidades es (…) directa”. Los factores de producción, por el contrario, son “bienes de orden superior”, teniendo solo “una conexión causal indirecta con las necesidades humanas”. Por ejemplo, la harina y los servicios de hornos y trabajo de panaderos son bienes de segundo orden cuyo carácter de bienes deriva del hecho de que, cuando se combinan con el proceso de producción para fabricar cierta cantidad de pan, operan como causa indirecta de la satisfacción del deseo humano de pan. Igualmente, el trigo, los molinos y rl trabajo de los molineros constituyen bienes de tercer grado, que consiguen su carácter de bienes de su utilidad para la producción de pan. En resumen, de acuerdo con Menger, “El proceso por el que los bienes de orden superior son transformados progresivamente en bienes de orden inferior y por el que estos se dirigen finalmente a la satisfacción de las necesidades humanas no es irregular, sino que está sometido, como todos los demás procesos de cambio, a la ley de la causalidad”. Es su posición en este orden causal de satisfacción de deseos lo que da a los elementos del mundo externo su carácter de bienes. En un mundo de cambio caótico y sin causa, los deseos humanos no bastarían para dar a las cosas la cualidad de un bien y por tanto la acción con un propósito sería imposible.
Menger traza una distinción adicional: entre aquellos bienes cuya cantidad disponible excede la cantidad necesaria para satisfacer todos los deseos humanos para ellos y aquellos disponibles en una cantidad que es insuficiente para satisfacer completamente todos los deseos humanos para ellos. A los primeros, Menger los llama “bienes no económicos” y a los segundos “bienes económicos”. En el caso de los bienes económicos, debido a su sobreabundancia en relación con los deseos, la gente no tiene que realizar ninguna acción concreta con respecto a ellos. Sin embargo, con respecto a los bienes económicos, una persona debe economizarlos para satisfacer sus deseos tan plenamente como sea posible. Economizar implica, entre otras cosas, clasificar los deseos para un bien concreto de acuerdo con su máxima urgencia o importancia y eligiendo luego asignar unidades del bien a aquellos usos que sirven a los deseos más importantes, dejando sin satisfacer los menos importantes. Asimismo, igual que en el caso de su carácter de bienes, el carácter económico de los bienes de orden superior también deriva del carácter económico del bien de orden inferior al que colaboran en la producción. Así, por ejemplo, en una región donde el agua pura es sobreabundante naturalmente para todos los fines humanos, ni el agua, ni los depósitos artificiales, ni bombas de agua, tuberías, ni filtros tienen que economizarse. Así que, para Menger, la función de economizar es ni más ni menos que un comportamiento con un propósito o acción, tal y como entendían este último término Mises y defensores del paradigma praxeológico moderno. Tanto el “hombre que economiza” de Menger como el “hombre que actúa” de Mises aplican medios escasos para alcanzar sus fines más altamente valorados.
Incluida en la idea de economizar está la noción de la propiedad. Para Menger, “la economía humana y la propiedad tienen un origen económico conjunto”, que hunde sus raíces en la condición de escasez. Así que la propiedad no es ni “una invención arbitraria” ni simplemente una agregación de objetos heterogéneos. Es una categoría praxeológica que se refiere a una estructura creada a propósito de bienes que se ajusta a través de las operaciones de economización para servir a la estructura de fines que pretende un actor individual. Según Menger, “La propiedad [de una persona] no es (…) una cantidad arbitrariamente combinada de bien, sino un reflejo directo de sus necesidades, como un todo integrado, del que ninguna parte esencial puede disminuir ni aumentar sin la comprensión efectiva del fin al que sirve”. No es una exageración decir que la economía mengeriana trata tanto de bienes y propiedad como de conocimiento y expectativas.
Los análisis de Menger del orden y del carácter económico de los bienes destruyen unidos los fundamentos de la teoría clásica del coste de producción. Primero, la proposición de que el carácter económico de los bienes de orden inferior deriva del hecho de que los bienes de un orden superior empleados para producirlos poseen un carácter económico establecido antes del proceso de producción causal, según Menger “contradice (…) toda experiencia, que nos enseña que a partir de bienes de orden superior cuyo carácter económico está fuera de toda duda se pueden fabricar productos completamente inútiles y debido a la ignorancia económica se producen realmente”. En otras palabras, la teoría del coste de producción no consigue explicar cómo pueden usarse y se usan recursos escasos y valiosos en productos cuyo valor de mercado es cero porque no son útiles, directa o indirectamente, para servir a deseos humanos. Aparte de este problema, el defecto fatal en una teoría que busca explicar el carácter económico de los bienes de orden inferior en términos del carácter económico de los bienes de un orden superior es que es únicamente una “pseudoexplicación”. Como argumentaba Menger: “Si explicamos el carácter económico de los bienes de primer orden por el delos bienes de segundo orden, este último por el carácter económico de los bienes de tercer orden y así sucesivamente, la solución al problema no avance esencialmente ni un solo paso, ya que la cuestión de la causa última y real del carácter económico de los bienes siempre queda sin responder”.
C. La teoría del valor
Esto nos lleva a la cuestión del valor que tanto irritaba los economistas clásicos y acabó derrotándoles. Debido a que fueron trágicamente incapaces de entender que cantidades concretas y no clases enteras de bienes eran el objeto de la acción humana, los economistas clásicos eliminaron el “valor de uso” de su análisis. Pero Menger, con su imperturbable enfoque sobre la acción individual, advertía fácilmente la profunda importancia del concepto de unidad marginal (la cantidad de un bien relevante para elegir) para la totalidad de la teoría económica.
En sus notas, Menger comparaba el “valor de especie”, el valor una clase abstracta de bienes, con el “valor individual” o “valor concreto” asociado a unidades concretas de un bien. Rechazando el primero como completamente irrelevante para la acción en el mundo real, Menger argumentaba que: “En el caso del valor de especie, comparamos, por un lado, las propiedades un bien sin considerar su cantidad y, por el otro, deseos humanos sin tener en cuenta su individualidad. (…) En la vida real solo hay bienes concretos y deseos concretos”. De hecho, la clasificación subjetiva de las distintas satisfacciones atendidas por una cantidad definida de un bien está implícita en la misma noción de acción. Como explicaba Menger: “La diversa importancia que la satisfacción de necesidades concretas independientes tiene para el hombre no es extraña a la conciencia de cualquier hombre que economice. (…) Dondequiera que vivan hombres y sea cual sea el nivel de civilización que tengan, podemos observar cómo los individuos que economizan comparan la importancia de la satisfacción de sus varias necesidades en general, cómo comparan especialmente la importancia relativa de las acciones independientes que llevan a la satisfacción más o menos completa de cada necesidad y cómo se ven finalmente guiados por los resultados de esta comparación hacia actividades dirigidas a la más completa satisfacción posible de sus necesidades (economización)”.
Al meditar sobre la esencia de la economización o la acción, Menger era así capaz de demostrar de forma concluyente que el deseo de cualquier bien es en realidad una serie de deseos para una unidad concreta del bien. Y, por deducción, solo las unidades reales de un bien son relevantes para las decisiones humanas: “No todas las especies como tales, sino solo cosas concretas, están disponibles para las personas que economizan. Y por tanto, solo estas últimas son los objeto de nuestra economización y de nuestra evaluación”.
Tras establecer que solo deseos concretos y unidades concretas pertenecen al proceso evaluativo, Menger procedía a definir el valor como “la importancia que tienen para nosotros bienes individuales o cantidades de bienes, porque somos conscientes de depender de su control para la satisfacción de nuestras necesidades”. En otras palabras, “el valor de todos los bienes es meramente una imputación de su importancia [para la satisfacción de nuestras necesidades] de bienes económicos”. Por tanto, de esto se deduce para Menger que: “El valor no existe fuera de la conciencia de los hombres. (…) el valor de los bienes es completamente subjetivo en su naturaleza”. Nos equivocaríamos si interpretáramos esta última declaración como un rechazo subjetivista radical del ámbito de la realidad externa. Pues la enfática distribución de Menger entre el valor una cosa y la misma cosa en realidad pretende ser un medio para resolver el enlace ontológico indisoluble entre el ámbito del conocimiento y el ámbito de los procesos causales objetivos que se crea en virtud de la evaluación y la economización. Así, Menger escribía: “El valor de los bienes no es por tanto nada arbitrario, sino siempre la consecuencia necesaria del conocimiento humano de que el mantenimiento de la vida, del bienestar o de alguna parte importante de ellos, depende del control de un bien o de una cantidad de bienes. (…) Para las entidades que existen objetivamente son siempre cosas particulares o cantidades de cosas y su valor es siempre algo esencialmente diferente de las propias cosas: es un juicio realizado por los individuos que economizan acerca de la importancia que tiene su control de las cosas para el mantenimiento sus vidas y bienestar”.
Si el valor consiste en un juicio acerca de la importancia de cosas “concretas” para producir la satisfacción de deseos “concretos”, ¿cómo se llega a sus juicios? Es decir, ¿cuál es el valor una cosa concreta para una persona que trata de emplearla para satisfacer sus deseos? Fue en respuesta esta cuestión como Menger no solo resolvió la paradoja del valor, sino que puso los cimientos para la reconstrucción de la teoría del precio y, por tanto, de toda la ciencia económica. Para ilustrar su respuesta, examinemos el caso de un granjero hipotético que tenga varios deseos diferentes que puedan verse satisfechos con un saco de grano. Su necesidad más perentoria de un saco de grano es para usarlo para producir una cantidad de pan necesaria para su subsistencia durante el año siguiente. Lo siguiente en importancia es la satisfacción del deseo de una cantidad adicional de pan que le permita conservar su salud y vigor durante el año. Clasificados progresivamente menores en importancia están usos de un saco de grano que satisfagan los siguientes deseos: tercero, para semillas que aseguren una cosecha dentro un año y así su existencia y salud en el futuro; cuarto, la fabricación de cerveza y whisky; quinto, como alimento para mantener animales de granja cuyos productos le permitan disfrutar de una dieta variada. Podemos suponer además que un granjero experimenta quince deseos adicionales no identificados clasificados progresivamente hacia abajo, de forma que sería incapaz de satisfacer completamente sus deseos de un saco de grano con una cosecha que produzca menos de veinte sacos.
Si ahora suponemos que su cosecha produce cinco sacos de grano de igual calidad, entonces el grano es para él un bien escaso que debe economizarse, es decir, usarse para satisfacer sus cinco deseos concretos más importantes, renunciando a la satisfacción de sus quince deseos menos importantes. ¿Cuál es el valor de un saco de grano en este caso? Como, por hipótesis, los cinco sacos son cualitativamente idénticos, deben ser iguales en valor y, por tanto, satisfacen deseos de importancia manifiestamente desigual.
Menger (1981, p. 131) respondía brillantemente a la pregunta replanteándola: “¿Qué satisfacción no se obtendría si la persona que economiza no tuviera su disposición la unidad concreta, es decir, si tuviera control de una cantidad total más pequeña por esa unidad?” a la vista de de la explicación de la economización de Menger, la respuesta evidentemente correcta esta pregunta es “solo la menor de todas la satisfacciones obtenidas por la cantidad total disponible”. En otras palabras, independientemente de qué unidad física concreta de esta oferta se sustraiga, el actor economizaría eligiendo reasignar las unidades restantes para continuar satisfaciendo sus deseos más importantes y renunciaría a la satisfacción de solo el deseo menos importante de aquellos previamente satisfechos por la mayor oferta. Por tanto, es siempre la satisfacción menos importante la que depende de una unidad de la oferta de un bien del actor y la que, por tanto, determina el valor de todas y cada una de las unidades de la oferta. Esta satisfacción determinada por el valor pronto iba a conocerse como la “utilidad marginal”. Así es como Menger formulaba la ley de la utilidad marginal: “Por tanto, en todo caso concreto, de todas las satisfacciones obtenidas por medio de la cantidad total de un bien a disposición de una persona que economizan solo aquellas que tienen la menor importancia para ella dependen de la disponibilidad de una porción dada de toda la cantidad. Por tanto el valor para esta persona de cualquier porción de la cantidad disponible completa del bien es igual a la importancia para ella de las satisfacciones de menor importancia entre las que proporcionan la cantidad total y se logran con una porción igual”.
En nuestro ejemplo, el valor de cada uno de los cinco sacos de grano que poseía el granjero está determinado por igual por la importancia de la satisfacción clasificada en quinto lugar, por la que consigue el consumo de leche y huevos. Si uno de los sacos fuera inesperadamente destruido por el fuego, la utilidad marginal y, por tanto, el valor de un saco de grano aumentarían hasta la satisfacción que espera por la provisión anual de cerveza y whisky. Si un grupo de zorros merodeadores le dejara ahora con solo un saco, su valor aumentaría aún más, hasta la importancia que atribuye su propia vida. Por otro lado, si una cosecha inesperada le proporcionara cincuenta sacos de grano (muy por encima de sus veinte deseos hipotéticos para un saco de grano), la utilidad marginal y el valor de un saco se desplomarían hasta cero, porque la satisfacción de ninguno de sus deseos depende de la posesión de un quincuagésimo o incluso un vigesimoprimer saco.
Así que, aplicando la ley de la utilidad marginal, Menger fue capaz de proporcionar una resolución directa e incontrovertible a la paradoja del valor que tanto había atormentado a la economía clásica e impedido su desarrollo hasta una teoría completa de la acción humana. Según Menger, es debido a que diamantes y oro son extremadamente raros mientras que el agua tiende a estar abundantemente disponible por lo que: “Bajo circunstancias normales, por tanto, ninguna necesidad humana tendría que mantenerse insatisfecha si los hombres fueran capaces de conseguir alguna cantidad concreta de agua para beber. Al contrario, con el oro y los diamantes, incluso la satisfacciones menos importantes logradas por la cantidad total disponible siguen teniendo una importancia relativamente alta para los hombres que economizan. Así, cantidades concretas de agua potable normalmente no tienen ningún valor para hombres que economizan y cantidades concretas de oro y diamantes tienen un alto valor”.
Habiendo así eliminado la división clásica entre “valor de uso” y “valor de intercambio” y afianzado firmemente la teoría de precios en las valoraciones y decisiones de los consumidores, Menger dirigió su atención a la divisón realizada por los economistas clásicos de teoría de precios y teoría de distribución o entre los precios de los bienes de consumo y los precios de los factores de producción. De nuevo Menger usó la ley de la utilidad marginal para proporcionar una solución de validez absoluta y universal y también refutó, una vez y para siempre, la noción clásica de que, al menos a largo plazo, el precio está determinado por los costes de producción.
Menger empezaba señalando que solo la satisfacción de deseos es directamente importante para los seres humanos. Los bienes de consumo o bienes de primer orden tienen valor, por tanto, solo porque la gente es consciente de su dependencia de cantidades concretas de estos bienes para la satisfacción de deseos concretos y por tanto “imputan” a estos bienes la importancia de las satisfacciones de las que ellos dependen. Los bienes de órdenes superiores, los factores de producción que cooperan de la producción de bienes de consumo, no tienen una relación inmediata con la satisfacción de deseos humanos, pero a través del proceso causal de producción sí influyen indirectamente del proceso de satisfacción de deseos. Así que el valor una cierta cantidad de bienes de consumo se imputa a los bienes de segundo orden empleados en su producción, porque esto son una causa necesaria, aunque indirecta, de la satisfacción que es directamente atribuible a la existencia de bienes de consumo. El mismo análisis de imputación de valor es aplicable al valor de los bienes de orden tercero, cuarto y superior. Mises concluía: “Así, igual que con los bienes de primer orden, el factor que es en último término responsable del valor de los bienes de orden superior es sencillamente la importancia que atribuimos aquella satisfacciones con respecto a las cuales somos conscientes de ser dependientes de la disponibilidad de los bienes de orden superior cuyo valor está bajo consideración. Pero, debido a la conexión causal entre bienes, el valor de los bienes de orden superior no se mide directamente por la importancia esperada de la satisfacción final, sino más bien por el valor esperado de los bienes correspondientes de orden inferior”.
Por tanto, si “el valor de los bienes de orden superior depende del valor esperado de los bienes de orden inferior que estos contribuyen a producir”, como argumentaba Menger, los costes de producción, que no son sino las sumas de los precios pagados por los diversos tipos de bienes de orden superior, no es posible que determinen los precios de los bienes de consumo, porque los propios costes están determinados en último término por estos precios. Además, como señalaba Menger, la teoría del coste de producción de la determinación de precios no puede tener en cuenta los precios de los servicios de tierra y de trabajo, que están dados naturalmente y, por tanto, no tienen costes de producción por sí mismos. Por el contrario, la teoría mengeriana de la imputación del valor explica fácilmente estos precios de la misma manera que los precios de cualquier otra especie de bienes concretos: como aproximadamente derivada del valor de los bienes de orden inferior o (si son ellos mismos bienes de primer orden) de la satisfacciones que dependen directamente de ellos.
Aunque hasta este punto el análisis de Menger consigue identificar las valoraciones del consumidor como la causa general de los valores y precios tanto de los bienes de consumo como de los factores productivos, sigue dejando sin explicar los precios de los factores individuales. La razón es que un bien de un orden inferior solo puede producirse mediante cantidades “complementarias” de bienes de orden superior. Como apreciaba Menger, por su propia naturaleza, la producción debe implicar a más de un tipo de factor de producción. Por tanto ahora parecería que es imposible imputar cuotas parciales al valor del bien de orden inferior a cada uno de los valores de orden superior que cooperan en su producción. Sin embargo, de nuevo, con una asombrosa agudeza analítica, Menger conseguía que la ley de la utilidad marginal diera con la solución correcta.
Menger señalaba que, en la mayoría los procesos de producción, los bienes de orden superior no tenían que combinarse en las proporciones rígidamente fijadas que caracterizan a las reacciones químicas. En otras palabras, si uno de los factores complementarios que cooperan en la producción de grano, por ejemplo, el fertilizante, desapareciera completamente, habría una reducción en la producción de trigo en lugar de una anulación de todo el proceso de producción. Menger argumentaba que esto implica que la porción del valor de una cantidad concreta de un bien de orden superior puede aislarse del valor agregado de los bienes complementarios combinados en el proceso completo de producción. Así, si una disminución de un quintal de fertilizante, en igualdad de condiciones, causa una caída en la cosecha del grano de diez sacos, entonces el valor de esta unidad de fertilizante para el granjero es exactamente igual a la utilidad marginal de diez sacos de grano, comprendiendo la satisfacciones a las que decide renunciar como consecuencia de la pérdida de los diez sacos.
Menger resumía la “ley general de la determinación del valor de una cantidad concreta de un bien de orden superior” como sigue: “Suponiendo (…) que todos los bienes disponibles de orden superior se emplearan de la manera más económica, el valor de una cantidad concreta de un bien de orden superior sería igual a la diferencia en importancia entre las satisfacciones que puedan obtenerse cuando tengamos control de la cantidad dada del bien de orden superior cuyo valor queremos determinar y las satisfacciones que se obtendrían si no tuviéramos esta cantidad bajo nuestro control”.
D. Tiempo, propiedad y emprendimiento
Como Menger concebía el proceso de transformar bienes de orden superior en bienes de orden inferior (producción) y de imputar valor desde bienes de orden inferior a bienes de orden superior (imputación) como procesos causales conjuntos, daba al tiempo un papel esencial en ambos. Según Menger: “La idea de causalidad (…) es inseparable de la idea de tiempo. Un proceso de cambio implica un inicio y una conversión y estos son solo concebibles como procesos en el tiempo. (…) Así que el tiempo es una característica esencial de nuestras observaciones en el proceso de cambio por el que los bienes del orden superior se transforman gradualmente en bienes de primer orden, hasta que estos últimos llegan finalmente al estado llamado de satisfacción de necesidades humanas”.
De hecho, si “el periodo de tiempo que hay entre el control de bienes de un orden superior y la posesión de los bienes correspondientes de orden inferior no puede nunca ser eliminado”, entonces el proceso producción es de por sí incierto. Pues factores más allá del conocimiento técnico o control del actor, como cambios en las propiedades del terreno o en el clima, pueden afectar a la calidad o cantidad de los bienes de primer orden que genera el proceso de producción. Esta incertidumbre técnica asociada con la producción puede mitigarse en cierta medida pero nunca extinguirse completamente con la mejora del conocimiento tecnológico, que, en la práctica, proporciona al autor una mejor previsión del resultado de un proceso causal que consuma tiempo.
Pero el conocimiento tecnológico no puede mejorar otros tipos de incertidumbre que están inextricablemente ligados con la producción. Como cualquier proceso de producción se lleva a cabo para satisfacer deseos futuros, el actor debe ser capaz de prever estos deseos. De hecho, como señalaba Menger, “su éxito dependerá principalmente de la previsión correcta de las cantidades de bienes que consideren necesarias [los actores] en periodos futuros de tiempo”, mientras que “una completa falta de previsión haría completamente imposible cualquier planificación de actividades dirigidas a la satisfacción de deseos humanos”. Sin embargo, a pesar del hecho de que la gente es incapaz de prever sus circunstancias futuras con certidumbre perfecta, Menger no creía que fuera completamente ignorante de sus deseos futuros. El recurso a experiencias previas les permite prever con certidumbre aproximada muchos deseos que experimentarán durante su periodo de planificación. Sobre otros deseos, por ejemplo, de medicinas y extintores, permanecen “más o menos en duda”. Pero a pesar de su “previsión deficiente”, la gente sí actúa con éxito para satisfacer incluso estos deseos. Menger concluía que “la circunstancia de que sea incierto si se sentirá la necesidad de un bien durante el periodo de nuestros planes no excluye, por tanto, la posibilidad de que actuemos para su eventual satisfacción y por tanto no hace que pongamos en duda la realidad de nuestros requerimientos de bienes necesarios para satisfacer dichas necesidades”. Así que le incertidumbre para Menger no es un obstáculo, sino una condición de la acción.
Para Menger, “un segundo factor que determina el éxito de la actividad humana es el conocimiento obtenido por los hombres de los medios disponibles para ellos para alcanzar los fines deseados”. Como prerrequisito de la satisfacción de deseos, los actores tienen que preocuparse “por medir e inventariar los bienes a su disposición”. Cuanto más exacto sea el conocimiento con respecto a los tipos y cantidades de bienes existentes de orden superior proporcionados por estas operaciones, más precisas serán las previsiones de los bienes de consumo por venir para satisfacer deseos futuros durante el periodo planificado. La adquisición de esos datos es especialmente importante para la planificación de la producción en una economía desarrollada de mercado, donde la propiedad y ubicación de los suministros de diversos bienes de orden superior tiende a estar dispersa. Pero incluso si consideramos “los niveles más bajos de la civilización (…) la falta completa de este conocimiento haría imposible cualquier actividad previsora de los hombres dirigida a la satisfacción de sus necesidades”.
Ahora bien, un proceso causal de producción debe estar “planificado y dirigido (…) por una persona que economiza”. La serie de funciones necesaria para poner en marcha un proceso así es calificada por Menger como “actividad emprendedora”. Como acabamos de ver, para Menger, la función más importante del empresario es anticipar deseos futuros, estimando su importancia relativa y adquiriendo el conocimiento tecnológico y el conocimiento de los medios actualmente disponibles. En ausencia de esa previsión y conocimiento emprendedor, no podría haber ninguna imputación de valor a partir de las satisfacciones para los bienes de orden superior y la asignación racional de recursos sería imposible. Porque, como destacaba repetidamente Menger, debido al lapso temporal propio de la producción, “el valor de los bienes de orden superior está dirigido, no por el valor presente de los bienes correspondientes de orden inferior, sino más bien por la perspectiva de valor del producto”. Esto significa, según Menger, que el proceso de producción y el proceso de imputación de valor se originan simultáneamente en la misma acción de emprendimiento: “el valor de los bienes de orden superior está, en todos los casos, regulado por el valor prospectivo de los bienes de orden inferior a cuya producción hayan sido o sean asignados por los hombres que economizan”.
La actividad empresarial comprende varias funciones adicionales agrupadas en la categoría praxeológica de propiedad. Estas incluyen el “cálculo económico”, que abarca los diversos cálculos necesarios para asegurar la eficiencia técnica del proceso de producción, es decir, el uso más valioso de la propiedad. La tercera función empresarial es “el acto de voluntad”, por el que los bienes de orden superior se asignan al propósito o al proceso elegido de producción. Finalmente, está la “supervisión de la ejecución del plan de producción de manera que pueda llevarse a cabo tan económicamente como sea posible”. Está claro que las dos últimas funciones conllevan propiedad privada y, por tanto, califican al empresario mengeriano como un capitalista-emprendedor. Menger declara explícitamente que “el control de los servicios de capital” es un “requisito necesario” para llevar a cabo actividad económica. Además, en grandes empresas, aunque podamos emplear “varios auxiliares” cuyas actividades sean bastante extensivas, el propio empresario continuará llevando a cabo las cuatro funciones características enumeradas antes, “aunque acaben limitándose (…) a determinar la asignación de porciones de riqueza a propósitos productivos concretos solo mediante categorías generales y a seleccionar y controlar personas”.
Las cuatro funciones que Menger describe como el núcleo del emprendimiento son simplemente las implicaciones praxeológicas de la propiedad en los bienes de orden superior. Esto explica por qué, en opinión de Menger, el conocimiento que adquiere un actor y las expectativas que se forma no son autónomos, sino que están gobernados estrictamente por la estructura de los bienes que constituyen su propiedad y sus fines elegidos. Como un “hombre que economiza” que actúa y guía un proceso causal incierto, el empresario de Menger es un actor dinámico que obtiene beneficios buscando activamente los usos más valiosos para su propiedad y no es meramente un “asumidor de riesgos” pasivo cuyos beneficios representan una recompensa por invertir en empresas arriesgadas.
E. La teoría del precio
Nos ocupamos ahora de la teoría del precio, la piedra angular de la economía mengeriana. Menger veía la explicación de los precios sobre la base de la ley de la utilidad marginal como el paso final a la hora de enlazar la teoría clásica del cálculo monetario con el proceso general de satisfacción de los deseos humanos. Pues si un elemento activo a la hora de determinar los precios de los bienes de todos los órdenes es la utilidad marginal y si los empresarios basan sus cálculos económicos en estos precios, puede así demostrarse que las acciones con un propósito realizadas para satisfacer deseos humanos son el determinante último de la asignación de recursos y distribución de rentas en la economía de mercado.
Como preludio al desarrollo de su teoría del precio, Menger se veía forzado a aclarar la causa y esencia del intercambio. Menger reconocía que los precios se formaban durante acciones individuales de intercambio y que el intercambio se llevaba a cabo a propósito como parte del proceso causal de satisfacción de deseos. Por desgracia, debido a su tendencia al concebir deseo humano de un bien abstracta y genéricamente, en lugar de concreta e individualmente, los economistas clásicos no tenían otra alternativa que identificar el motivo para intercambiar con una supuesta proclividad innata de los seres humanos hacia al trueque. Así que le correspondía a Menger desarrollar una teoría del intercambio en términos de deseos humanos.
Recurriendo de nuevo a su fiable ley de la utilidad marginal, Menger fue capaz de proporcionar una solución sencilla y definitiva al problema. Menger (1981, pp. 183-187) mostraba esta solución con un ejemplo que seguía más o menos estas líneas: Supongamos que hay dos granjeros, A y B, cada uno de los cuales posee un suministro de un bien distinto, caballos y vacas. Suponiendo que A posea seis caballos y B, seis vacas, Menger planteaba la cuestión: “¿Cuántos caballos y vacas acordarían intercambiar A y B?” Para responder, Menger argumentaba que las dos partes continuarían intercambiando un caballo por una vaca mientras el valor del bien que cada uno recibiera excediera el valor del bien que entregara, es decir, mientras las dos partes valoraran los bienes que intercambiaran en orden inverso. En concreto, A estaría de acuerdo con intercambiar el primero de sus seis caballos por una vaca si y solo si la utilidad marginal y, por tanto, el valor de un caballo (en este caso, igual a la satisfacción clasificada en sexto lugar atribuible a un caballo) fuera menor que la utilidad y el valor marginales de una vaca (como estaba empezando con un suministro cero, igual a la satisfacción mejor clasificada dependiente de su posesión de una vaca). Además, una vez se ha completado el intercambio, la utilidad y valor marginales de los caballos para A aumentará hasta la satisfacción clasificada en quinto lugar dependiente de un caballo y la utilidad y valor marginales de una vaca adicional caerán para él a la segunda satisfacción más importante que atienda una vaca. Trasponiendo vacas y caballos, este mismo análisis es aplicable a B. Con la utilidad marginal del bien vendido aumentando y la utilidad marginal del bien comprado disminuyendo para ambas partes con cada intercambio consumado, acabaría cesando cualquier intercambio adicional cuando A o B (o ambos) ya no valoraran el bien que van a recibir por encima del bien que deban ceder.
Como resumía Menger su análisis: “A este límite [al intercambio] se llega cuando uno de los negociantes ya no tiene más cantidad de bienes que sean de menor valor para él que una cantidad de otro bien a disposición del segundo negociente, que, al mismo tiempo, evalúa inversamente las dos cantidades de bienes”. Ahora, si esto le ocurre a A después del cuarto intercambio, significa que el valor de cada uno de sus suministros remanentes de dos caballos excede del valor de la quinta vaca ofrecida por B. Así que el rechazo de A a la oferta de B para intercambiar demuestra que ambos otorgan actualmente un mayor valor a un caballo que a una vaca y, por tanto, no existe base para intercambios adicionales, porque ya no prevalecen las valoraciones inversas de los bienes por las dos partes.
La cesación del intercambio también implica que las dos partes han agotado los beneficios mutuos del comercio. Estos beneficios consisten en la oportunidad de cada comerciante de satisfacer deseos más importantes con su propiedad reestructurada de lo que eran capaces de satisfacer con sus suministros iniciales de bienes anteriores al intercambio. Por tanto, para Menger, el intercambio es tan parte del proceso causal de satisfacción de deseos como la producción. Menger usaba esta idea para demostrar la falsedad de la postura clásica, que teorizaba que el intercambio y las actividades de los intermediarios eran improductivos, argumentando que “El efecto de un intercambio económico de bienes sobre la posición económica de cada uno de los dos comerciantes es siempre el mismo que si hubiera entrado en su posesión un nuevo objeto de riqueza. (…) Porque el fin de la economía no es el aumento físico de bienes, sino siempre la satisfacción más completa posible de las necesidades humanas”.
En el curso de la demostración de los límites al intercambio, Menger creó el método praxeológico de analizar el proceso de precios en el mundo real. Como todo proceso causal tiene un principio y un final, una explicación completa del proceso implica una descripción de los factores que lo precipitan y mantienen en marcha y los factores que causan su cesación. Esencial para este método analítico es el concepto de lo que Boehm-Bawerk llamaba “equilibrio momentáneo” y Mises llamaba “el estado de descanso”. En el ejemplo anterior, el proceso de intercambio continúa mientras A y B clasifican los valores de los dos bienes en orden inverso y el proceso se suspende y aparece el estado de descanso cuando ya no se mantienen las valoraciones inversas. Es verdad que en el mundo real las valoraciones individuales de bienes están en flujo constante, debido a cambios en los deseos del consumidor y en las condiciones técnicas de producción, recreando así continuamente las condiciones para más intercambios. Sin embargo, esto no anula en el análisis de Menger. En realidad, es precisamente la noción del estado de descanso la que resulta necesaria para delimitar un acto concreto de intercambio. Menger (1981, p. 188) explicaba: “los fundamentos de los intercambios económicos están cambiando constantemente y por eso observamos el fenómeno de una sucesión perpetua. Pero incluso en esto la cadena de transacciones, observando más de cerca, podemos encontrar puntos de descanso en momentos concretos, para personas concretas y con tipos concretos de bienes. En todos estos puntos de descanso, no tiene lugar ningún intercambio de bienes, porque ya se ha alcanzado un límite económico para el intercambio”. [Cursivas añadidas]
La explicación de Menger de cómo se determinan los precios se deduce naturalmente de su análisis del intercambio. Menger definía a los precios como “las cantidades de bienes realmente intercambiados”. Sin embargo, como parte del proceso de satisfacción general de deseos, “los precios solo son manifestaciones incidentales de actividades [económicas], síntomas de un equilibrio económico entre las economías de los individuos”. Esto significa que la aparición de un precio apreciado (es decir, un intercambio real de cantidades definidas de los bienes) coincide no solo con la consumación del proceso de intercambio, sino también con alcanzar un estado momentáneo de descanso por las partes implicadas en el intercambio. En el ejemplo anterior, la suma de cuatro caballos que A pagó por cuatro vacas de B constituye tanto el precio apreciado de la transición como el intercambio de cantidades concretas de bienes necesaria para establecer un equilibrio temporal de intercambio entre A y B con respecto a caballos y vacas. Igualmente, en una economía monetaria moderna, en cualquier momento en el tiempo, todo precio monetario realmente observado indica que el intercambio de las cantidades de bienes necesarias para facilitar el logro de estados catalácticos de descanso para cada par de transaccionistas. Para cada persona, este estado toma la forma de una calma temporal, de mayor o menor duración, antes de que se reentre en el mercado y se inicie otro intercambio. Es durante este interludio cuando las ventajas mutuas del intercambio se perciben como agotadas. Por ejemplo, un consumidor que salga de un supermercado está, al menos momentáneamente, en un estado de descanso con respecto, no solo a los diversos productos alimenticios que haya comprado, sino con respecto a sus activos monetarios y todos los demás tipos de bienes intercambiables que compongan su propiedad. Este estado de quietud cataláctica se verá perturbado, antes o después, cuando se encuentre de nuevo ante un posible vendedor cuyas valoraciones de un bien y su precio de compra sean inversos a los suyos.
Menger usaba este método de análisis para demostrar que los precios están determinados exclusivamente por las valoraciones subjetivas de los participantes del mercado. Empezaba con un análisis sencillo de intercambio entre dos personas aisladas. La persona A1 posee un caballo mientras que la persona B1 posee una cantidad de trigo. Si, basándose en su estimación de las utilidades marginales relativas de estos bienes para él, B1 pagaría un máximo de ochenta sacos de trigo para obtener el caballo y A1 entregaría el caballo por no menos de diez sacos de trigo (de nuevo basándonos en consideraciones de utilidad marginal) entonces existe base para un intercambio, porque, para precios entre diez y ochenta sacos de trigo por caballo, A1 y B1 valoran el caballo y el trigo inversamente. Si es así, y suponiendo que A1 y B1 se conozcan, el precio pagado bajo estas condiciones estará en algún punto en el rango de entre diez y ochenta sacos por caballo. El precio exacto será objeto de regateo entre los dos y dependerá de sus habilidades negociadoras relativas. En el momento en que tiene lugar el intercambio, se descubre el precio y desaparece y se obtiene inmediatamente un estado de descanso para las dos partes que se caracteriza por una mejora la satisfacción de deseos de cada uno y por una pausa temporal en sus actividades catalácticas.
Introduzcamos ahora dos posibles compradores de caballos en este mercado, B2 y B3, cuyos precios máximos de compra para un caballo son de sesenta y cincuenta sacos de trigo, respectivamente. Suponiendo que el precio máximo de compra de B1 sigue constante en ochenta, el rango del precio de equilibrio debe contraerse a entre sesenta y uno y ochenta sacos, ya que la competencia en el lado de los compradores empuja el precio al alza hasta un nivel suficientemente alto como para excluir a todos salvo al comprador más capaz. Sólo un precio de sesenta y un sacos o mayor causaría una distribución de bienes que sea coherente con un estado de descanso para todos los participantes en el mercado. Por ejemplo, a un precio de setenta sacos, solo B1, el comprador, clasificaría al caballo por encima del precio de compra, mientras que A1, el vendedor, y B2 y B3, los compradores excluidos, colocan todos al precio adquisición por encima del caballo y se conforman con irse del mercado sin él. Si el ejemplo se alterara de tal manera que A1 llevara ahora dos caballos al mercado, con precios mínimos de venta de treinta y diez sacos, respectivamente, entonces el rango de precios de equilibrio caerá y se encogera hasta de cincuenta y uno a sesenta sacos de trigo, con B1 y B2 comprando cada uno un caballo a este precio. Pues solo un precio apreciado en este rango es capaz de producir la actitud en el proceso catalácticos que sigue a una redistribución de bienes de acuerdo con la explotación completa de los beneficios mutuos del intercambio.
Menger resumía el principio general de formación de precios bajo “comercio de monopolio”, es decir, en un mercado en el que, como el anterior, un lado del mercado costa de un solo vendedor, como sigue: “La formación del precio tiene lugar entre límites que están establecidos por el equivalente de una unidad del bien monopolizado para la persona menos dispuesta y menos capaz para competir que siga participando en el intercambio [B2, en el ejemplo anterior] y el equivalente de un bien monopolizado para la persona más dispuesta y más capaz para competir de los competidores que esté excluida económicamente del intercambio [B3, en el ejemplo]”.
Además, Menger se daba cuenta de que el mismo principio que subyace la formación de precios en el caso del monopolio no solo se aplica al “monopolio”, sino que es una verdad absoluta y una ley exacta de la economía que se aplica universalmente a la formación del precio en todos los mercados. Según esta ley, llamada la ley de los “pares marginales” por Böhm-Bawerk, en todo mercado el precio real siempre se establecerá en un nivel que disipe completamente las ganancias mutuas de intercambios adicionales y culmina en un estado de descanso. Menger escribía: “Cada situación económica concreta establece límites definidos dentro de la formación de precios y la distribución de bienes debe tener lugar y cualquier precio y distribución de bienes que éste fuera de estos límites es económicamente imposible. (…) El que una cantidad concreta de un producto sea vendida por un monopolista o por varios competidores en la oferta independientemente de la manera en que el producto estuviera distribuido originalmente entre los vendedores en competencia, el efecto sobre la formación de precios y sobre la distribución resultante del producto entre los compradores en competencia sería exactamente el mismo”.
Es su preocupación general por el proceso causal de satisfacción de deseos la que explica por qué Menger da igual importancia en este pasaje a la “formación de precios” y “la distribución de bienes”. Los bienes son la causa próxima de satisfacción de deseos y, por tanto, el motivo inmediato para realizar intercambios. Esto también explica que Menger se centre en precios apreciados históricamente, porque estos precios son, en palabras de Menger, sencillamente las “cantidades de bienes realmente intercambiados”; por tanto, es su pago el que genera la mejora mutua de satisfacción entre los participantes del mercado. Los “puntos de descanso” momentáneos que parecen tan grandes en la teoría del precio de Menger son los estados que prevalecen inmediatamente después de haber pagado estos precios, cuando ya no existen más oportunidades para la mejora mutua de satisfacciones entre los participantes del mercado.
Como los Principios pretendían ser la primera parte general de tratado en varios tomos que Menger nunca fue capaz de completar, falta una explicación explícita y detallada de los precios de los factores de producción y, por tanto, los costes monetarios de producción que se usan en los cálculos económicos de los empresarios. Este defecto en la teoría mengeriana de precios fue apropiadamente cubierto por Böhm-Bawerk, quien, en 1886, desarrolló la “ley de costes” (hoy la llamamos ley de la productividad marginal) que explicaba los precios en los mercados de factores de una manera completamente coherente con la explicación de Menger de los precios de los bienes de consumo por medio de la ley de la utilidad marginal. Con la conclusión de la teoría mengeriana del proceso de precios, el emprendimiento empresarial y el cálculo monetario están finalmente integrados con la decisión de los consumidores en una teoría general de la acción humana.
Conclusión
Este es por tanto el mayor logro de Menger y la esencia de su “revolución” en la economía: la demostración de que los precios no son ni más ni menos que la manifestación objetiva de procesos causales iniciados con un propósito y dirigidos a satisfacer deseos humanos. Es por tanto la teoría de precios la que está en el núcleo de la economía mengeriana y, por tanto, de la economía austriaca. En un pasaje profundamente inspirador de su obituario, Schumpeter destacaba este aspecto de la contribución de Menger: “Lo que importa, por tanto, no es el descubrimiento de que la gente compra, vende o fábrica bienes porque y en la medida en que los valoran desde el punto de vista de la satisfacción de necesidades, sino un descubrimiento de un tipo bastante diferente: el descubrimiento de que este simple hecho y sus orígenes en las leyes de las necesidades humanas son completamente suficientes para explicar los hechos básicos acerca de todos los fenómenos complejos de la moderna economía del intercambio y que a pesar de sorprendentes apariencias de lo contrario, las decisiones humanas son la fuerza motriz del mecanismo económico detrás de la economía de Robinson Crusoe o de la economía sin intercambios. La cadena de pensamiento que lleva a esta conclusión empieza con el reconocimiento de que la formación del precio es la característica económica específica de la economía (lo que la distingue de todas las demás características sociales, históricas y técnicas) y que todos los acontecimientos específicamente económicos pueden comprenderse dentro del marco de la formación de precios. Desde un punto de vista puramente económico, el sistema económico es simplemente un sistema de precios dependientes donde todos los problemas especiales, se llamen como se llamen, no son sino casos de uno y el mismo proceso constantemente recurrente y todas las regularidades específicamente económicas se deducen de las leyes de formación de precios. Ya en el prólogo de la obra de Menger [los Principios], encontramos este reconocimiento como una suposición evidente. Su objetivo esencial es descubrir la ley de formación de precios. Tan pronto como tuvo éxito en encontrar la base la solución del problema de los precios, tanto en sus aspectos de ‘demanda’ como de ‘oferta’, sobre un análisis de las decisiones humanas y sobre lo que Wieser ha llamado el principio de ‘utilidad marginal’, todo el complejo mecanismo de la vida económica aparecía repentinamente como algo inesperada y transparentemente sencillo”.
Schumpeter (1969, p. 90) concluía que, a pesar de otras contribuciones importantes de Menger, su “teoría del valor y el precio (…) es, por decirlo así, la expresión de su personalidad real”. Si es así, la personalidad de Menger vive en el floreciente paradigma praxeológico de la economía austriaca contemporánea.
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