[Viene de la primera parte]
[Publicado originalmente el 16 de agosto de 2000]
Teoría de la capitalización
Pasando a la teoría de la capitalización, Fetter definía al capital como “riqueza económica expresada en términos de la unidad general de valor”. Y aunque el capital, en cualquier momento del tiempo, incluye todos los bienes económicos en existencia, Fetter decía que la mayoría del capital está “compuesto por cosas duraderas”. Por esta razón, “cuando el interés se define como el pago por el uso del capital, está relacionado con toda la riqueza que se expresa en forma de capital”.[1]
Para Fetter, el interés afectaba a toda acción que consuma tiempo y la determinación de su tipo era un requisito previo, no un resultado, del cálculo del valor de capital. Para contabilizar racionalmente el valor de mercado de algo, incluyendo un bien duradero, “debe remontarse su importancia a la ‘gratificación’”. El comprador de riqueza duradera paga una “suma concreta al cambio del derecho a disfrutar de una serie de rentas futuras”. Por tanto se hace imposible que el valor de capital pueda preceder a la renta y por tanto “la mera mención de una suma de capital implica el problema del interés y asume el tipo de interés”.[2]
El interés, no importa cómo se manifieste, se basa fundamentalmente en el valor temporal, que es omnipresente. El valor temporal es “la prima sobre los bienes presentes” y su manifestación como tipo de interés es “distinta del precio normal de mercado de los bienes solo por la naturaleza especial de las utilidades intercambiadas” que derivan de “bienes presentes y futuros”. La capitalización (es decir, “el descuento de rentas futuras en bienes”) es necesaria debido a la escasez de gratificaciones presentes e implica la aparición de un extra o “rendimiento neto, por encima del valor del capital”. Como sus usos futuros se han descontado, los agentes recién producidos tendrán un precio “menor del que tendrán cuando se conviertan en rentas reales”. Esto no solo rebate la teoría socialista de la explotación, sino que demuestra que “explicar el tipo de interés como debido al proceso de ‘producir’ agentes de capital a partir de otros materiales, es plantear la pregunta” de la determinación del tipo de interés.[3]
Nadie ha apreciado más los logros de Fetter sobre capital, renta e interés que Murray N. Rothbard. Fetter, según Rothbard, rellenó las “muchísimas lagunas de las teorías [austriacas] de capital, renta e interés”. Rothbard dijo que Fetter “fue el primer economista que explico los tipos de interés únicamente mediante preferencia temporal”.[4]
Pero las contribuciones de Fetter a una teoría general del valor subjetivo de la economía no acaban con el capital y el interés.
Teoría del dinero y ciclos
Basándose en su opinión de que “el tipo de interés” es “un tipo de cambio entre presente y futuro”, Fetter argumentaba que la preferencia temporal afectaba a la acumulación de riqueza debido a “una relación cercana entre el ahorro y la tasa de descuento temporal”. Los ahorradores dejan de lado deseos presentes solo cuando el bien futuro tiene al menos el valor del bien presente. Al convertir ahorros en agentes indirectos duraderos el hombre consigue acumular riqueza, un proceso que depende de “la competencia con éxito de la previsión con el deseo presente”. “El ahorro”, según Fetter, “levanta a la sociedad de la pobreza a la riqueza mediante el progresivo aumento de las fuentes de utilidades futuras”. En la industria moderna, ahorrar a menudo toma la forma de dinero, que luego es prestado a prestatarios productivos que se ven “así empoderados para aumentar [sus] existencias de agentes productivos en la medida en que el prestamista ha limitado su consumo”. Un tipo más bajo de interés significa una mayor capitalización de todas las rentas, lo que estimula la producción de bienes de capital. Un tipo más bajo también hace “ventajoso aplicar capital recién formado a usos que antes no justificaban la inversión” lo que incluye la expansión de las inversiones presentes y “poner nuevos eslabones en la cadena de la producción técnica”. Los beneficios del ahorro no recaen solo “sobre el propietario de la riqueza ahorrada”, sino que se “difunden a través de la sociedad” porque aumentan la eficiencia de la producción.[5]
Aunque Fetter no extendiera el concepto del valor subjetivo tan completamente como Mises al asunto del dinero, sus opiniones anuncian el análisis del valor subjetivo de este último. Después de distinguir entre “dinero primario”, que eran las monedas de oro y plata, y “sustitutivos del dinero”, que eran los billetes de banco (“redimibles en oro a la vista”) y dinero público o “dinero político” (basado en las leyes de “curso legal” y el “poder político”), Fetter argumentaba que bajo un sistema de “libre acuñación” el dinero no presenta “ningún problema especial de valor”. “El Valor del oro como metálico y dinero está fijado por la demanda marginal” entre “los diversos usos del oro [que] están constantemente compitiendo por él”.
El valor de intercambio de un dólar (para Fetter el término dólar es “un nombre cómodo aplicado a 23 con 22 centésimas de granos de oro fino”) variará en diferentes tiempos y lugares. El dinero “es un bien valioso que se mantiene a mano como la mejor provisión posible frente a emergencias” cuyo “uso está sometido a la ley de la utilidad decreciente”. Por esta razón, “en igualdad de condiciones, el valor del dinero cae al aumentar su cantidad y viceversa”. Cada vez que crecientes suministros de oro crean mayores existencias de dinero, se altera la proporción óptima entre rentas monetarias y dinero. Las personas responden al “exceso de dinero” comprando bienes para reducir sus existencias de dinero; esto impulsa al alza los precios hasta que se restaura la proporción óptima.[6]
Fetter también desarrolló una teoría rudimentaria del ciclo económico. Señalando primero que “una crisis es un momento decisivo o punto de inflexión y por tanto, en la industria, un colapso de la prosperidad”, dividía el ciclo económico en tres fases: prosperidad, crisis y depresión. Toda crisis es financiera en su origen y “una sacudida en los precios que destroza el crédito de algunos bancos intermediarios, mercaderes y fabricantes”. La fase de prosperidad se caracteriza por mayor dinero, confianza y crédito, lo que hace que “se reasuman las empresas más antigua y se inicien otras nuevas”. Durante la prosperidad “los beneficios son aparentemente grandes”, pero “en parte ilusorios”, ya que “solo existen en el papel”. Mayores beneficios estimulan la compra de materiales en mayores cantidades, lo que “causa un aumento en los precios y un incremento en los costes” y el “exceso de mano de obra sobre el margen de eficiencia hace que el empleo y los salarios empiecen a aumentar”. Una inversión de la expansión monetaria y del crédito causada por “una exportación grande y continua de metálico” trae la crisis, que reduce “las reservas de metálico en los bancos” y “el valor de muchas acciones y valores en poder de los bancos”. Los banco se vuelven cautelosos e intermediarios y especuladores se ven obligados convertir recursos en efectivo. Los precios a la baja, el crédito hecho añicos y las pérdidas financieras causan quiebras, desempleo y retraimiento.
Para Fetter, “las crisis deben explicarse esencialmente como el movimiento forzoso y repentino de reajuste en la capitalización errónea de agentes productivos”. Esa “capitalización recorre toda la industria”, unida a la enorme extensión de inversión en “nueva maquinaria y procesos”, implica una perturbación del “equilibrio de los precios tanto en tiempo como en espacio”. “Cuando el equilibrio entre la capitalización de diversas industrias y entre las rentas de diversos periodos resulta ser falso”, concluía Fetter, “el inevitable reajuste causa sufrimiento y pérdidas a muchos, pero especialmente a las industrias infladas”.[7]
Emprendimiento
Fetter entendía la importancia de la “empresa” como organizadora de la división del trabajo. La principal habilidad del empresario era el “juicio”, que se refería a las predicciones apropiadas acerca de acontecimientos futuros. Todos poseen y muestran esta habilidad hasta cierto punto, pero “como los hombres difieren en [habilidades de] juicio” el mercado establecerá una división de trabajo en empresarios mediante “el incesante funcionamiento de la competencia” que asegura que “los lugares más altos son tomados por aquellos más dotados para ocuparlos y así aumenta la eficiencia tanto de los empresarios como de los trabajadores”.
De forma similar, los empresarios disponen la división del trabajo y establecen “métodos de organización” que “se comprueban con sus resultados”. Por sus servicios de “previsión” y “juicio”, los empresarios obtienen un beneficio. El beneficio no es “salarios contractuales, ni se paga por acuerdo (…) sino salarios económicos o ganancias por servicios” que son inciertos. El empresario garantiza al capitalista-prestamista y retorno fijo e igualmente da a los trabajadores una cantidad concreta por servicios aplicados a fines distantes mientras que él “arriesga sus propios servicios y acepta una posibilidad indefinida en lugar de una cantidad indefinida por ellos”. El empresario es “el tomador especializado de riesgos, es el resorte o amortiguador, que asume y distribuye la tensión de la industria” y sus “beneficios no se deben al riesgo, sino a una habilidad superior para tomar riesgos. No se restan de las ganancias del trabajo, sino que se ganan, en el mismo sentido en el que se gana el salario del trabajador cualificado”.[8]
El estado y la sociedad
Fetter se daba cuenta de que igual que un recurso difiere en su capacidad para gratificar deseos, los hombres difieren en sus poderes laborales. Como la “variedad y desigualdad del talento humano” es biológica, Fetter reprendía a Adam Smith por “explicar los salarios a partir de la suposición de que todos los hombres tienen habilidades naturales iguales” y criticaba a “los reformistas sociales radicales” que pensaban que “todas las diferencia en éxito derivan de la injusticia política”. Concluye que “para quienes ignoran la desigualdad de los hombres, todo el problema de la remuneración industrial sigue siendo un misterio. Un socialismo crudo solo es posible para quienes estén ciegos ante las enormes diferencias en capacidad humana”.[9]
La propia división del trabajo es posible debido a las diferencia entre los individuos.[10]
Fetter pensaba que la creencia en la armonía de los intereses económicos debería limitarse. La experiencia ha demostrado que los intereses económicos en el mercado están solo parcialmente en armonía. A partir de esto, Fetter concluía que la “sociedad” está “justificada para actuar” cuando los intereses económicos no estén en armonía y sea posible avanzar en el bienestar social a través de la intervención”. “El estado regula y limita”, según Fetter, con “su objetivo de preservar los beneficios de la competencia sin sus males, de llevar la competencia a un nivel superior y de (…) dar una economía más libre y real”.[11] En la década de 1920, también ofreció lamentablemente palabras amables para la planificación social científica. El papel de los economistas de ánimo científico era proporcionar “sabiduría al arte de usar la riqueza hacia objetivos racionales”, lo que “haría a la economía, no la esclava de la industria”, sino “a la industria la servidora de la humanidad”.[12]
Veinte años después de ofrecer esta visión de la economía política, reiteraba su admiración por el capitalismo en una reseña muy favorable de Burocracia de Mises, en la que también explicaba Camino de servidumbre de F.A. Hayek. Al comparar la Escuela Histórica Alemana liderada por Gustav Schmoller con la escuela teoría austriaca de Carl Menger, Fetter señalaba que el primero “indicaba el camino hacia el estado totalitario” mientras que el segundo llevaba a “un liberalismo mayor y mejor en asuntos económicos y políticos”. Calificó a Mises y Hayek como “dos de los críticos contemporáneos más efectivos del socialismo y los defensores más valientes de la libre empresa” y afirmaba que sus libros son “esencialmente formulaciones armoniosas de asunto actual entre la libertad (política e igualmente económica) y la tendencia hacia el totalitarismo”. De Burocracia, escribió: “la defensa de la libre empresa frente al socialismo nunca ha sido declarada tan hábil y legiblemente con tan pocas palabras”.[13]
Conclusión
Fetter ascendió merecidamente a lo más alto de la profesión económica estadounidense. Su obra fue publicada constantemente en las revistas principales: American Economic Review, Quarterly Journal of Economics, Journal of Political Economy. Ocupó cátedras en varias universidades de prestigio y fue invitado a hablar en importantes eventos llevados a cabo por prominentes asociaciones económicas y a escribir comentarios para la Enciclopedia de las Ciencias Sociales sobre la discipline y para comentaristas europeos sobre pensamiento económico estadounidense. Fue directivo y acabó siendo presidente de la American Economic Association y miembro de la American Philosophical Society. En un homenaje poco habitual, se publicó una nota celebrando su 80º cumpleaños en la American Economic Review y un obituario en la misma revista tras su muerte.[14]
Al cambiar el siglo, Frank A. Fetter estaba levantando el pabellón austriaco hacia mayores alturas que ningún otro intelectual. Fue una de las estrellas más brillantes de la edad de oro de la economía austriaca.
El artículo original se encuentra aquí.
[1] Ibíd., p. 115.
[2] Ibíd., p. 122-124.
[3] Ibíd., p. 141-155.
[4] Rothbard estuvo tan impresionado por las contribuciones de Fetter al capital e interés que recogió artículos dispersos de Fetter sobre el tema y editó el libro resultante: Capital, Interest, and Rent: Essays in the Theory of Distribution (Kansas City: Sheed Andrews and McMeel, Inc., 1977). Las afirmaciones de Rothbard antes citadas están en su prólogo a la colección, pp. 2-4.
[5] Fetter, Principios, pp. 160-169.
[6] Ibíd., pp. 431-442.
[7] Ibíd., pp. 345-355.
[8] Ibíd., pp., 282-291.
[9] Ibíd., pp. 177-182.
[10] Ibíd., pp. 202-204.
[11] Ibíd., pp. 426-430.
[12] Fetter, “The Economists and the Public,” pp. 24-26. La contribución concreta de Fetter a este respecto fue su teoría antimonopolio. Desempeñó un papel prominente, junto a John R. Commons de la Universidad de Wisconsin y William Z. Ripley de la Universidad de Harvard, en la defensa antitrust del sistema de precios “Pittsburgh-plus” o de punto de base. Sus dos obras teóricas principales sobre este tema son: “The Economic Law of Market Areas”, Quarterly Journal of Economics, Vol. 38 (Mayo de 1924), pp. 520-529 y “Exit Basing Point Pricing”, American Economic Review, Vol. 38 (Diciembre de 1948), pp. 815-827. El papel que sugería para el estado para acabar con el monopolio estaba estrictamente limitado. “Las soluciones a mano” para los males de los monopolios son leyes que obliguen a “un precio indicado” para impedir precios “discriminatorios” y “dumping” antieconómico de bienes entre territorios regionales y la aplicación de estatutos antitrust para impedir fusiones que “perjudiquen a la competencia”. El objetivo de estas medidas “es el estímulo y creación de mercados abiertos, en los que los comerciantes en cada línea de productos pueda comprar y vender y compre y venda bienes justamente en libre competencia”. Asimilaba este papel del estado con “el muy justificado propósito público de las ferias y mercados medievales on su ‘ley mercantil’”. Ver Fetter, The Masquerade of Monopoly (Nueva York: Harcourt, Brace and Co., 1931), pp. 410-425.
[13] Frank A. Fetter, “Economic Systems; Post-War Planning”, American Economic Review, Vol. 35 (Junio de 1945), pp. 445-446. En esta reseña, Fetter tambiéne escribía de John M. Keynes que no era “ningún misterio ni casualidad que (…) encontrara necesario cuando se convirtió en defensor de la planificación nacional abandonar las doctrinas ‘clásicas’ y hacer del estado el árbitro de los precios”.
[14] Howard y Kemmerer, “Frank Albert Fetter, A Birthday Note” y Brown, “Memorial: Frank Albert Fetter, 1863-1949”.
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