El sistema educativo español ejemplifica claramente lo que significa el Estado en la peor de sus acepciones: una metodología impuesta desde arriba que no respeta las preferencias individuales, un cuerpo de trabajadores claramente privilegiados y fuera de un marco de competitividad de mercado y unos clientes, los estudiantes, cuyo pensamiento es moldeado para perpetuar esta senda durante muchos años. El último exponente que ejemplifica lo podrida que está la educación en España son las manifestaciones contra las revalidas.
Partiendo de la base de que la LOCME es otra ley educativa que, como cualquier otra, ignora y desprecia las preferencias y valores de los estudiantes, o de los padres, es cierto que ha pretendido introducir algunos criterios “de mercado” que sí podrían haber provocado una tímida mejora en nuestro corrupto sistema. Las revalidas, a pesar de ser una medida que refuerza la idea de la educación centralizada, ya que impone el mismo examen a todos los alumnos, tiene a su vez criterios de mercado ya que sirve para comparar entre centros y alumnos. En este artículo me centraré en explicar por qué las revalidas son odiadas por la comunidad educativa.
En primer lugar, y encabezando las protestas contra las revalidas, se encuentra el profesorado. La forma en la que estos se oponen es especialmente perniciosa. La táctica es la siguiente: se convierten en defensores de los estudiantes, esgrimiendo que cualquier cambio que perjudique el estatus de los profesores va contra la gratuidad de la educación, a favor de la privatización o en contra de las clases más populares. Sin embargo, tras estos falsos argumentos esconden su verdadero propósito, que no es otro que mantener sus privilegios. En el caso de las revalidas, su preocupación es que con estos exámenes se puede valorar su desempeño. Dado que la ley impone a todos los estudiantes de la comunidad autónoma a recibir el mismo programa, podemos considerar a todos los que se presentan a dicho examen como una población homogénea. Dado que la muestra es grande, podemos aproximar la distribución de las notas que obtengan en las revalidas a una distribución normal. En dicha distribución podemos observar si los alumnos de un profesor están sobre la media, por debajo o destacan. Aunque lo que medimos es el desempeño de los alumnos, en la medida que el este desempeño de los enseñados por un mismo profesor sea parecido, podemos afirmar que se aproxima bastante bien al desempeño del profesor. Y esto es lo que abre la caja de pandora. A partir de aquí podemos diseñar una estructura de premios y castigos que favorecería la competitividad, premiaría la excelencia y castigaría la mediocridad, acabando con el privilegio del puesto de trabajo seguro y tranquilo para toda la vida.
En segundo lugar, nos encontramos a los estudiantes. Parece difícil entender que estén en contra, visto que mejoraría la calidad de sus estudios, pero nada más lejos de la realidad. Partimos de la base de que el sistema educativo que se les impone no responde a sus preferencias, por lo que, para muchos de ellos, asistir a clase es una obligación cuyo premio es obtener el título. Si para dicha obtención es necesario un paso más (en este caso, un examen) la reacción normal es la de oponerse. También hemos de tener en cuenta que el sistema español no premia, tampoco, la excelencia de los estudiantes. Resulta curioso echar un ojo a las series americanas, los Simpson, por ejemplo, donde cualquier prueba a nivel por encima del centro es visto como una posibilidad para destacar y poder asegurarse unos estudios superiores en las mejores universidades. Dado que nuestro país no premia a los mejores centros, los alumnos tampoco ven este examen como una posibilidad para eso, ya que todas las universidades e institutos son homogéneas. Finalmente, considerar que el adoctrinamiento que reciben del profesorado y la buena propaganda que se ha hecho historicamente de las ideas socialistas y marxistas hace que la mayoría sean de izquierdas, por lo tanto, contrarios a cualquier medida pro mercado.
Finalmente, toca hablar de los padres. En este caso, también están muy influenciados por el mensaje del profesorado sobre la privatización y la falta de gratuidad de la escuela. Dado que las familias están acostumbradas a que papa Estado se hace cargo de la educación de sus hijos (tanto imponiéndoles los valores que han de tener como de su financiación) los padres se despreocupan, salvo honrosas excepciones, de ahorrar y prever para la educación de estos y de transmitir los valores y conocimientos en los que quieren que se eduquen. Prefieren la falsa sensación de seguridad que le transmiten las becas, antes del esfuerzo del ahorro y la inversión. También está muy extendido el pensamiento de que “cuantos más títulos mejor” por lo que ven las revalidas como un nuevo escollo a que sus hijos coleccionen títulos.
En conclusión, podemos afirmar que la oposición a las revalidas se basa en dos pilares: el secuestro por parte del estado de la educación de los niños y del miedo de los sectores privilegiados a los criterios de mercado. Sin embargo, las revalidas son solamente un oasis en medio de un duro desierto como es cualquier ley educativa. El sistema educativo óptimo será aquel en el que podamos escoger de manera libre qué y cómo estudiarlo, donde las revalidas no tendrían cabida al ser los contenidos recibidos diferentes. Quedaría como juez de la calidad del profesorado que los padres elijan dicho centro y del modelo educativo el mercado laboral. Por desgracia, hay una serie de intereses creados que impiden que esto, que técnicamente es posible, sea hoy una realidad.
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