La semana pasada el Banco de México (Banxico) decidió subir de nueva cuenta su tasa objetivo en 50 puntos base, para dejarla en 4.75 por ciento. Pese a las críticas, se trata de una decisión en sentido correcto.
La tasa de interés es el precio más importante de una economía y refleja lo que se conoce como preferencia temporal, o sea, la mayor o menor propensión de las personas a consumir en el presente o en el futuro.
Al ser tan importante, el sistema monetario debería estar basado sólo en dinero sólido, honesto, donde fuera imposible expandir el crédito de manera ilimitada. Asimismo, el mercado de tasas de interés debería ser libre sin excepciones para enviar a los inversores las señales correctas de abundancia o escasez de ahorro.
Dado que por desgracia no tenemos dicho sistema monetario, sino que vivimos en un mundo de dinero fíat (de papel y digital), cuyo “respaldo” no es nada más que la deuda, estas se expanden de modo desenfrenado y así se genera el ciclo económico continuo de auge y recesión. El proceso es agravado por la llamada reserva fraccionaria de los bancos, con la que adquieren el poder crear dinero de la nada e inflar sus bolsillos con ganancias extraordinarias.
No hay escape posible de la crisis dado que al poderse deprimir la tasa de interés por parte de una autoridad monetaria, se aniquila el ahorro y se inflan burbujas en activos, que siempre revientan.
No existe el crecimiento sostenible con base en la mera expansión del crédito, ese que tanto aman los gobernantes. Tarde o temprano las deudas se tienen que saldar, por la buena o por la mala.
¿Qué pasa cuando el espejismo del crecimiento desaparece? Las autoridades vuelven a la carga para impulsar más estímulos, más gasto, más deuda y así, la bola de nieve se hace más grande. Los bancos centrales deprimen los tipos para expandir el crédito y hacer rebotar la economía.
Tarde o temprano se alcanza el punto de no retorno tras el cual, la bomba está tan cargada que arrasa en grande. Una nueva gran crisis y recesión hace su arribo. Un cuento de nunca acabar que los izquierdistas atribuyen al “capitalismo”. Grave error.
La economía de mercado libre con un sistema monetario sólido (que como le explico, no tenemos ahora), tiene fuerzas que corrigen sus desbalances y excesos de forma automática sin la intervención oficial. Dicha intervención no ayuda, sino que perjudica a todos al crear el ciclo de crisis recurrentes.
Por eso el alza de la tasa objetivo de Banxico –que es parte (aunque lo niegue) de un ciclo alcista mayor de los tipos de interés en México-, es una decisión correcta. Hace falta mucho, muchísimo más AHORRO, éste sí, piedra angular del crecimiento sostenible.
En el sexenio de Peña Nieto el magro crecimiento económico que se ha alcanzado ha sido a base (¡adivinó!) de derrochar dinero de los contribuyentes y de expandir la deuda pública y la privada. Esto se refleja en los desbalances con el exterior, que se notan más en las presiones alcistas sobre el precio del dólar.
La debilidad estructural del peso es intrínseca, está mucho más allá de coyunturas como el “efecto Trump”.
Ya que por ahora desgraciadamente no tenemos ni mercado libre ni un sistema monetario sólido, el alza de tipos se convierte en el menor de los males. El crédito en México sigue creciendo demasiado. Una enfermedad crónica.
Por ejemplo, según el reporte de Agregados Monetarios y Actividad Financiera en Agosto de 2016, publicado el viernes, ese mes la base monetaria creció 12.3 por ciento; el financiamiento otorgado por la banca comercial, 9.7 por ciento; la cartera de crédito vigente al sector privado de la banca comercial, 13.0 por ciento; el crédito vigente al consumo 10.3 por ciento y el crédito vigente para la vivienda, 8.1 por ciento, todos en términos reales anuales.
El crédito vigente a las empresas y personas físicas con actividad empresarial presentó un crecimiento real anual de 16.4 por ciento, y el financiamiento de la banca de desarrollo de 21.1 por ciento. Al interior de este último, destaca el otorgado al sector público federal (el gobierno así se autopresta) con un crecimiento de 61.0 por ciento.
Pese a ello, no se olvide que el más optimista de los pronósticos de Hacienda estima un crecimiento del PIB de apenas 2.6 por ciento para 2016.
Tanto la inflación como el tipo de cambio al alza son EFECTO y no causa, de la debilidad estructural de nuestra economía y del peso, producto de factores como el exceso de crédito no basado en ahorro.
Gane quien gane en Estados Unidos habrá una “tormenta económica” (aquí lo dijimos antes que Carstens) que más nos vale empezar a atacar ya. Las tasas tendrán que seguir subiendo, y el recorte propuesto al gasto en 2016, tendría que ser mayor. Prepárese.
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