[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith]
El ataque “bullonista” al mercado de divisas y al comercio con las Indias Orientales
Habiendo sobrevivido a los ataques de los moralistas ignorantes antes de la reforma, el mercado de divisas estuvo sujeto, durante la época mucho más secular de finales del siglo XVI en adelante, a los ataques de los reguladores en nombre del estado nación. Los escritores que fueron denominados equivocadamente como “bullonistas” adoptaron la ignorante postura de que una salida al exterior de oro o plata en bruto es inicua y de que esta calamidad se había producido por las maquinaciones de los malvados operadores del mercado de divisas, que buscaban deliberadamente sus ganancias depreciando el valor de la moneda de la nación.
En ninguna parte había idea alguna de que la salida de metales preciosos pueda haber realizado ninguna función económica o fuera el resultado de fuerzas de oferta y demanda subyacentes. A pesar de sus ideas sobre la ley de Gresham y el envilecimiento, Thomas Smith y Thomas Gresham tendrían que ubicarse en la categoría de los “bullonistas”. La conclusión política de los bullonistas era demasiado simple: el estado debería prohibir la exportación de metálico y regular severamente o incluso nacionalizar el mercado de divisas.
Los comerciantes de divisas contraatacaron con argumentos sensatos y poderosos. Así, en 1576 argumentaron, en una “Protesta contra el control del estado del negocio de las divisas”, que la intervención del estado causaría el secado del comercio. Sobre el bajo valor de la libra inglesa, replicaban, “no podemos decir sino que nuestros intercambios se hacen con consentimiento mutuo entre comerciantes y que la abundancia de envíos y de tomadores hace que el intercambio aumente y disminuya”.
Un eminente bullonista del inicio del siglo XVII fue Thomas Milles (ca. 1550 – ca. 1627). En una serie de tratados de 1601 a 1611, Milles desarrolla la postura bullonista. Las transacciones de divisas, opinaba Milles, eran malas: eran instituciones con las que los comerciantes privados y banqueros “personas codiciosas (cuyo fin es la ganancia privada)” gobiernan en el lugar de los reyes. Sin embargo, se ha añadido algo nuevo. Pues se ha fundado en 1600 la poderosa Compañía de las Indias Orientales para monopolizar todo el comercio con el Lejano Oriente y las Indias.
El comercio de las Indias Orientales era único en el sentido de que los europeos compraban gran cantidad de valiosas muselinas y especias, pero las Indias por su parte obtenían muy poco de Europa, salvo oro y plata. Por tanto, las naciones europeas tenían un “balance comercial desfavorable” con el Lejano oriente y el comercio indio se convirtió por tanto en la diana favorita de los escritores mercantilistas. No sólo se importaban bienes de Oriente frente a pocas exportaciones, sino que los metales preciosos parecían fluir eternamente hacia el este. Por tanto Milles asumió al defensa bullonista pidiendo la restricción po prohibición del comercio con las Indias y atacando las actividades de la Compañía de las Indias Orientales.
Milles también estuvo dispuesto a intensificar las regulaciones contra los Merchant Adventurers, el monopolio privilegiado por el gobierno para la exportación de tales de lana a Holanda. En su lugar, ansiaba una vuelta al viejo monopolio privilegiado de exportación de lana en bruto de los Merchant Staplers. De hecho Milles llegó a calificar al antiguo comercio regulado de los Staplers como “el primer paso hacia el cielo”.
Sin duda es bastante probable que la disposición de Milles a regular y prohibir el comercio exterior y los flujos de metálico estuviera relacionada con su propio oficio de funcionario de aduanas. A más regulación, más trabajo y poder para Thomas Milles.
Picado en lo más vivo, el secretario de los Merchant Adventurers, John Wheeler (ca. 1553–1611) replicó a las acusación de Milles en su Treatise of Commerce, en 1601. Wheeler defendía la “competencia ordenada” de los 3.500 comerciantes miembros unidos en el monopolio privilegiado, frente al “comercio desordenado y promiscuo”, desorganizado y disperso de la libre competencia. También hacía trampas semánticas afirmando que el monopolio por definición significaba sólo “un único vendedor”: cientos de comerciantes juntos en una compañía exportadora privilegiada eran capaces, después de todo, de actuar virtualmente como una empresa privilegiada. En palabras del propio Wheeler, estos comerciantes estaban “unidos y ligados por su buen gobierno sus órdenes políticas y de tipo mercantil”, respaldados, no lo olvidemos, por el poder armado del estado.
Desdeñando la idea de la libre competencia, Wheeler opinaba petulantemente que cualquier mercader que pierda un poco de libertad estará mejor “estando restringido (…) en ese estado, que si se le dejara con su apetito avaricioso”. Cuando John Kayll, más de una década después en The Trades Increase (1615), protestara porque el monopolio de los Merchant Adventurers hubiera “mantenido injustamente a otros excluidos para siempre”, su panfleto fue secuestrado por el arzobispo de Canterbury y se ganó un periodo en la cárcel por sus penas.[1]
Más tarde, en la década de 1650, Thomas Violet tuvo un motivo del tipo de Milles para una solicitud especial en su petición de la exportación de metales preciosos. Violet había sido un “investigador” profesional e informador del gobierno buscando violaciones de la ley que prohibía dicha exportación. Ahora bien, en A True discoverie to the commons of England (1651), buscaba restaurar la Buena ley Antigua y acompañaba su petición de la reinstauración de la prohibición del metálico con una solicitud de que se le volviera a contratar para perseguir a los delincuentes. Respecto del hecho embarazoso de que él, Violet, había sido procesado y condenado por violar sus propias disposiciones, contestaba con una ocurrencia adecuada “un viejo cazador furtivo es el mejor guardián de un paque”.
El más distinguido bullonista de principios del siglo XVII fue Gerard de Malynes (m.1641). Malynes era un flamenco nacido en Amberes de la prominente familia van Mechelen, que probablemente cambió su apellido a Malynes cuando emigró a Londres en la década de 1580 (tal vez en respuesta a la persecución española de protestantes en la Holanda de esa época). Malynes está inscrito como extranjero en los registros de ese periodo y como miembro de la Iglesia Protestante “Holandesa”. También se le pone en los registros como “mercader forastero”, es decir un mercader del extranjero.
Malynes resultó ser un especulador y un empresario sin escrúpulos, incluso deshonesto, desfalcando dinero de sus asociados holandeses. Estuvo frecuentemente al borde de la quiebra y su socio y suegro, Willem Vermuyden, nacido en Amberes, murió en prisión por deudas. Sin embargo, Mlynes era un lingüista y un erudito de buena educación, profundamente interesado por la literatura, el latín, las matemáticas y la filosofía griega clásica. También conocía bien la doctrina escolástica.
Miembro de una comisión real de 1600 para estudiar los problemas económicos, Malynes empezó sus escritos bullonistas en 1601, en particular A Treatise on the Canker of England’s Commonwealth, y publicó muchos tratados en la década de 1620. Igual que Gresham y los bullonistas del siglo XVI, Malynes criticaba duramente a los comerciantes de divisas, afirmando superficial e incorrectamente que los tipos de cambio se establecían mediante conspiraciones intencionadas de los comerciantes de divisas. Malyenes era más riguroso que los bullonistas previos, defendía un “banco” público que disfrutaría de un monopolio de todas las transacciones del mercado de divisas.
Entremezclado con su predestinada carrera empresarial se produjo el servicio al gobierno de Malynes, siendo varias veces un alto funcionario en la Real Casa de la Moneda y asesor financiero de la corona. Malynes también tuvo una participación personal en la recuperación del control riguroso del comercio, para lo que se apresuró a solicitar el resucitado cargo de controlador real de comercio. Para Malynes, había un tipo “justo” legal de intercambio y la tarea del gobierno era aplicarlo.
En un tratado anterior de 1601, Saint George for England Allegorically Described, Malynes, evocando un asunto antiguo, denuncia los acuerdos del mercado de divisas como “usura” y expresaba la esperanza de que con un control férreo esta usuar pudiera morir gradualmente.
Por supuesto, para defender un riguroso control de cambios, Malynes tuvo que negar que el mercado de divisas pudiera en modo alguno equilibrarse o autorregularse o que los tipos de cambio pudieran establecerse por las fuerzas de la oferta y la demanda. Corresponde a Malynes el dudoso mérito de al aparición de la espuria y perniciosa falacia de los “términos de intercambio”. Esta doctrina argumenta que la relación del déficit comercial con la exportación de metálico no se regulará por sí misma. Porque tipos del mercado de divisas más altos y moneda doméstica más barata no espolearía las exportaciones y retardaría las importaciones, como uno podría pensar. En su lugar, los términos de intercambio “desfavorables” de, por ejemplo, la libra en términos de divisa extranjera llevarían a aún más importaciones y menos exportaciones, trasladando así más metálico fuera del país.
Aunque una libra más barata produjera menos beneficios en el mercado de divisas (una posibilidad muy poco probable, que se ve más a menudo en la especulación de salón que en la práctica), uno se pregunta dónde continuarían los ingleses encontrando más divisas o metálico para pagar los encarecidos productos extranjeros. Sin duda el metálico acabaría terminándose y sólo por esa razón entraría en juego algún mecanismo de mercado para restringir las importaciones extranjeras o la exportación de metálico.
Así que Malynes se las arregló para adoptar la absurda postura de que, sea lo que sea lo que ocurra en el mercado de divisas, el metálico seguiría saliendo de Inglaterra: saliendo si la libra fuera muy cara, puesto esto restringiría las exportaciones y animaría las importaciones (una idea correcta), pero también si ocurre lo contrario, a causa del argumento de los “términos de intercambio”. Así que se atribuía la salida de metálico a la malevolencia metafísica de los comerciantes de divisas y ésta sólo podía evitarse mediante un severo control público, incluyendo la prohibición de la exportación de metálico.
Malynes también defendía el control del tipo de cambio al par legal de acuñación, lo que significaría en el contexto del tiempo una apreciación sustancial o un valor más alto de la libra esterlina. Aún así, siguiendo con el falso sistema de los términos de intercambio, Malynes no veía problema de salida de metálico por una apreciación tan evidente de la divisa. De hecho defendía precios internos más altos que supuestamente traerían más metálico al país.
En un giro igualmente extravagante, Malynes, advirtiendo correctamente que la influencia inflacionista de los metales preciosos del Nuevo Mundo habían afectado a los demás países de Europa occidental antes de llegar a Inglaterra, concluía que esto era un acontecimiento terrible para Inglaterra. Pues en lugar de apreciar que los precios bajos hacían a los bienes ingleses más competitivos en el exterior, Malynes concluía que estos “términos de intercambio desfavorables” ponían a Inglaterra en una mala posición competitiva y llevaban a una salida constante de metálico.
A la vista de su historial de propuestas de flagrantes mentiras, es curioso que Malynes haya tenido buena prensa entre historiadores del pensamiento económico, incluso con quienes están en desacuerdo con su opinión básica. Parecen alabarle por reconocer que los precios varían directamente con la cantidad de dinero, de tal manera que un país que pierda oro verá que bajan sus precios, mientras que un país que acumula oro verá que aumentan sus precios. Pero Malynes, ansioso por acusar al funcionamiento de los precios e intercambios internacionales, en lugar de explicar cómo funcionan, estuvo escasamente dispuesto a desarrollar la consecuencia completa de sus ideas ocasionales. Además, considerando que su “teoría cuantitativa” era conocida desde hacía mucho y se había desarrollado e integrado durante siglos por los escolásticos españoles, Bodin y otros, los logros de Malynes parecen dudosos en le mejor de los casos.
Los defensores de las Indias Orientales contraatacan
Inglaterra sufrió una dura recesión a principios de la década de 1620 y Gerard Malynes volvió al ataque, publicando una serie de tratados repitiendo su bien conocidas opiniones y reclamando medidas estrictas para frenar a los Merchant Adventurers y especialmente a la Compañía de la Indias Orientales, así como a cualquier otro comerciante que se atreviera a exportar metales preciosos desde el reino. Su influencia se multiplicó al ser miembro de la comisión real sobre intercambios en 1621.
Portando la antorcha en defensa de los Merchant Adventurers estuvo uno de sus miembros, Edward Misselden (m. 1654). En un tratado titulado Free Trade or the Means to Make Trade Flourish (1622), trabajando en un comité del Consejo Privado sobre investigación de la depresión del comercio, Misselden desarrolló algo más el análisis de Malynes. Reconocía que el metálico se exportaba de Inglaterra, no debido a las maquinaciones de los malvados comerciantes de divisas, sino porque las importaciones eran superiores a las exportaciones, por lo que más tarde se calificaría como un “balance comercial desfavorable”.
Por tanto a Misselden no le preocupaba la regulación de los intercambios. Pero sí quería que el estado obligara a un balance favorable subvencionando las exportaciones, restringiendo o prohibiendo las importaciones y eliminando la exportación de metálico. En resumen, pedía la serie habitual de medidas mercantilistas. A Misselden le preocupaba en buena medida defender a sus Merchant Adventurers.
Al igual que Wheeler una generación antes, mantenía que su compañía no era en absoluto un monopolio, sino simplemente la organización de una competencia ordenada y estructurada. Además, escribía Misselden, sus Merchant Adventurers exportaban telas a Europa y por tantos e ajustaban a los intereses de Inglaterra. La empresa verdaderamente mala era la privilegiada Compañía de las Indias Orientales, que tenía decididamente una balanza comercial desfavorable por sí misma con las Indias y que continuamente exportaba metálico al exterior.
Misselden empezó así una serie de agrios debates panfletarios con Malynes, que replicaba el mismo año con The Maintenance of Free Trade.(Por supuesto, ninguna de ambas partes tenía el más mínimo interés en lo que hoy llamaríamos “libre comercio”). En 1623, Misselden aceptó un cargo de gobernador diputado de los Merchant Adventurers en Holanda, tal vez como recompensa por su conmovedora defensa de la compañía en las imprentas públicas. Pero además, la Compañía de las Indias Orientales, al ver en Misselden un defensor eficaz y un enemigo problemático, le hizo miembro y uno de sus comisionados en Holanda durante el mismo año.
En consecuencia, cuando su segundo panfleto, The Circle of Commerce, se publicó en 1623, Misselden mostró un milagroso cambio de opinión. Pues la Compañía de las Indias Orientales se había transformado repentinamente de villano en héroe. Misselden, muy sensatamente, apuntaba ahora que aunque la Compañía de las Indias Orientales sí exportaba metálico a cambio de productos de las Indias, podía reexportar y reexportaba esos bienes a cambio de metálico.
El principal defensor de la Compañía de las Indias Orientales a principios del siglo XVII fue uno de sus más importantes directores, Sir Thomas Mun (1571-1641). Mun se dedicó al principio al comercio mediterráneo, especialmente con Italia y Oriente Medio. En 1615, Mun fue elegido como director en la Compañía de las Indias Orientales y después de esto “dedicó su vida a promover activamente sus intereses. Entro en las filas en nombre de la compañía en 1621 con su tratado Discurso del Comercio desde Inglaterra a las Indias Orientales.
Al año siguiente, tanto él como Misselden eran miembros de comité de investigación del Consejo Privado. La segunda y principal obra de Mun, Riqueza de Inglaterra por el Comercio Exterior, que da una visión más amplia de la economía se escribió en torno a 1630 y fue publicada póstumamente por su hijo John en 1664. Al publicarla, llevaba el sello de aprobación de Henry Bennett, secretario de estado del gobierno de la Restauración y asimismo creador de la política mercantilista inglesa contra los holandeses. El panfleto fue muy influyente y tuvo diversas reimpresiones, la última de 1986.
Thomas Mun estableció la que se convertiría en línea mercantilista estándar. Apuntaba que no había nada particularmente malo acerca del comercio de la Compañía de las Indias Orientales. La compañía importa drogas, especias, tintes y tela de las Indias y reexporta la mayoría de estos productos a otros países. De hecho, en general, la compañía realmente ha importado más metálico del que ha exportado. En todo caso, el foco de la política inglesa no debería centrarse en el comercio específico de una compañía o con un país, sino en el balance comercial general. Debe asegurarse que el país exporta más de lo que compra en el exterior, aumentando así la riqueza de la nación. Como apuntaba sucintamente al principio de Riqueza de Inglaterra, “El medio ordinario de aumentar nuestra riqueza y tesoro es el comercio exterior, donde debemos observar esta regla: vender más a los extranjeros anualmente que los que consumimos de ellos en valor”.
Para ese fin, Mun defendía leyes suntuarias prohibiendo el consumo de bienes importados, aranceles proteccionistas y subvenciones y directivas para el consumo de de manufacturas domésticas. Mun, por otro lado, se oponía a cualquier restricción directa a la exportación de metálico, como las que realizaba la Compañía de las Indias Orientales.
Muhn era suficientemente inteligente como para combatir las falacias de Malynes y Misselden. Contra Malynes, apuntaba que los movimientos en el tipo de cambio reflejan, no la manipulación de banqueros y comerciantes, sino la oferta y demanda de divisas: “Lo que causa una infra o sobrevaloración de las monedas en intercambio es la misma plenitud o escasez”.
Misselden había defendido el envilecimiento de la moneda como medio de aumentar el nivel de los precios. Ese aumento, había argumentado Misselden al estilo pre-keynesiano, “sería recompensado abundantemente a todos en la cantidad de dinero y en el aceleramiento del comercio en manos de todos”. Como un líder de los Merchant Adventurers, Misselden estaba indudablemente muy interesado en el espoleo que el envilecimiento daría a las exportaciones. Pero Mun denunciaba el envilecimiento, primero por producir confusión al cambiar la medida del valor y segundo por aumentar los precios de todo: “Si se cambia la medida común, nuestras tierras, alquileres, mercancías, tanto extranjeras como domésticas, deben alterarse en proporción”.
Tampoco Mun escaseó energías hacía un exceso de exportación porque estaba enamorado de la idea de acumular metálico en Inglaterra. Adhiriéndose a la teoría cuantitativa del dinero, Mun se daba cuenta de que esa acumulación simplemente aumentaría los precios, lo que no haría otra cosa que desanimar las exportaciones. Mun querría acumular material, no por sí mismo, ni para subir los precios en casa, sino para “dirigir el comercio”, para aumentar el comercio exterior aún más. Una expansión del comercio exterior per se parece ser el objetivo principal de Mun. Y este objetivo primordial no es muy sorprendente en un líder de la gran Compañía de las Indias Orientales.
Además, el comercio exterior, tanto en Thomas Mun como en Montaigne, aumentaba el poder nacional (así como el poder de los comerciantes ingleses) a costa de otras naciones. Inglaterra y sus habitantes sólo crecen en grandeza a costa de los extranjeros. Como dijo Mun sucintamente, “la necesidad de un hombre se convierte en la oportunidad de otro” y “la pérdida de un hombre es la ganancia de otro” En una extraña prefiguración de la opinión keynesiana de que la deuda nacional doméstica no tiene importancia porque “sólo nos debemos a nosotros mismos”, Mun y sus compañeros mercantilistas consideraban a comercio interno como falto de importancia porque sólo nos estamos transfiriendo riqueza entre nosotros. El balance exportador en el comercio exterior se vuelve así de crucial importancia, de forma que el mercader exportador se convierte con mucho en la ocupación más productiva en la economía.
El que Mun estuviera lejos de ser un inflacionista primitivo se aprecia por el desdén que puso apropiada y despectivamente sobre la idea común (y queja mercantilista favorita) de que los negocios y la economía sufrían de una “escasez de dinero”. (La conclusión de ese análisis era invariablemente que el gobierno estaba obligado a hacer algo rápidamente para aumentar la existencia de dinero). Mun respondía ingeniosamente en su Discurso del Comercio:
respecto del mal o el deseo de la plata, creo que ha sido y es una enfermedad general de todas las naciones y así continuará hasta el final del mundo, pues ricos y pobres se quejan de nunca tienen suficiente, pero parece que el mal se ha vuelto mortal entre nosotros y por tanto reclama remedio. Bueno, espero que sólo sea que la imaginación nos pone enfermos, cuando todas nuestras partes están fuertes y sanas.
Thomas Mun puede haber sido el más eminente y sofisticado de los mercantilistas de principios del siglo XVII en Inglaterra. Aún así, como apunta Schumpeter, todos fueron panfletistas sin interés particular en el análisis de la economía, abogados especiales en lugar de aspirantes a científicos.[2]
Quizá el mejor analista económico en este periodo fue Rice Vaughn, cuyo A Discourse of Coin and Coinage, aunque publicado en 1675, fue escrito a mediados de la década de 1620. Vaughn sostenía, en primer lugar, que la desaparición de la plata durante este periodofue el efecto de lo que podríamos llamar ahora la “ley de Gresham”: la infravaloración bimetálica por parte del gobierno inglés de la plata frente al oro. Como la plata, más que le oro, era la moneda para la mayoría de las transacciones, esta infravaloración tuvo un efecto deflacionista real.
A lo largo de su tratado, Vaughn apuntaba que un exceso de exportación no tendría el efecto deseado de introducir metales preciosos en el reino se el valor de la libra de oro o plata es bajo en términos de poder de compra, pues entonces se importarían bienes en lugar de metales monetarios y el exceso de exportación desaparecería.[3]
Vaughn era asimismo lo suficientemente astuto como para reconocer que los precios no se moverán todos juntos cuando cambie el valor del dinero: por ejemplo, los precios domésticos normalmente irán por detrás del envilecimiento o la devaluación de los patrones monetarios.
Lo que es más importante, Rice Vaughn, sorprendentemente evocaba la tradición de los escolásticos continentales respecto de la utilidad subjetiva y escasez en la determinación de los valores y precios de los bienes. Vaughn apuntaba concisamente que el valor de un bien es dependiente de su utilidad subjetiva y por tanto de su demanda por los consumidores (“Uso y disfrutes, o su opinión, son las verdaderas causas por las que todas las cosas tienen un Valor y un Precio fijados”), mientras que el precio real se determina por la interacción de esta utilidad subjetiva con la escasez relativa del bien (“la proporción de ese valor y precio generalmente se ve completamente gobernada por la rareza y la abundancia”).[4]
[1] Ver Joyce Oldham Appleby, Economic Thought and Ideology in Seventeenth-Century England (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1978), p. 106.
[2] Como dice Schumpeter, estos hombres eran “abogados especiales a favor o en contra de intereses individuales, como la Compañía de Marchant Adventurers o la Compañía de las Indias Orientales, defensores o enemigos de una medida o política particular (…). Todos ellos florecieron (…) debido al rápido aumento de las oportunidades de impresión y publicación. También los periódicos, raros en el siglo XVI se convirtieron en abundantes en el XVII”. J.A. Schumpeter, History of Economic Analysis (Nueva York: Oxford University Press, 1954), pp. 160–61. [Publicada en España como Historia del análisis económico (Barcelona: Ariel, 1996)].
[3] Barry E. Supple, Commercial Crisis and Change in England, 1600–1642 (Cambridge: Cambridge University Press, 1964), pp. 219-220.
[4] Appleby, op. cit., nota 6, pp. 49, 179; ver también Terence W. Hutchison, Before Adam Smith: The Emergence of Political Economy, 1662–1776 (Oxford: Basil Blackwell, 1988), p. 386.
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