miércoles, 3 de agosto de 2016

El valor moral del dinero, por Libertario.es

No es raro escuchar que el dinero es el causante último de todos nuestros problemas. Este tipo de discursos se cuece mucho entre la izquierda española. Y en cierto sentido hay que atribuirle algo de lógica: ¿podemos poner buenos clavos con un mal martillo? Quizás esa sea la pregunta clave. Pero el concepto de esta pregunta no es que el dinero es malvado per sé, los martillos no conspiran para que el clavo no alcance su objetivo, si no que ese martillo en concreto es inútil. De modo que el concepto de martillo sigue siendo una herramienta útil para clavar clavos, aunque se actualicen los modelos o se creen prototipos electrónicos (bitcoin en el caso del dinero) el concepto de martillo seguirá siendo igual de útil y bueno.
Eso en el dinero funciona igual. En un país socialista no es el dinero el problema de todo, el problema de todo es quien lo emite y sujeto a que lo emite de forma que sea paralelo al ejemplo del martillo roto.
Entonces: ¿Cual es el concepto idóneo que se quiere alcanzar del dinero? Bastiat lo definió perfectamente cuando dijo: “El único uso del dinero es comprar lo que se quiere.” Quizás en base a esa formulación debiera articularse el dinero. Una institución subordinada a lo que sus usuarios quieren, de modo que nadie puede impedirles cambiar de “modelo” de dinero cuando el usuario crea que así es más conveniente. Como por ejemplo las múltiples formas del regreso al patrón oro que el gobierno estadounidense ha destruido. Afortunadamente el modelo bitcoin ya es imparable en su esencia.

Pero escribo este articulo con otra intención. Hace poco estaba leyendo un libro titulado Las trampas del deseo de Dan Arieli. En este libro el autor explica múltiples formas y situaciones que influyen en que actuemos de forma diferente a como lo haríamos en el caso de que pensáramos detenidamente los pros y contras de nuestras acciones (esta rama de la investigación psicológica se llama economía conductual). En el libro se exponen en esta línea una multitud de experimentos destinados a demostrar los diferentes supuestos en los que actuamos de forma irracional.
El que más me llamó la atención fue el que se expone en el capítulo 12: El contexto de nuestro carácter, Por que tratar con dinero nos hace más honestos. En este experimento el autor recoge a varios voluntarios en dos grupos y les pone a realizar veinte problemas matemáticos. En el primer grupo los participantes tienen la hoja de soluciones al lado, no deben mirarla, y cuando lo hagan para comprobar los resultados deben comunicárselos al orientador rompiendo previamente ambas hojas, y cobrando cincuenta centavos por problema resuelto que el orientador les daría en el momento. De esta forma es fácil hacer trampas, dado que no hay control alguno de las hojas.
En el segundo grupo el procedimiento era similar con un pequeño variante: en vez de ser recompensados con cincuenta centavos de manera directa, eran recompensados con fichas de póquer por valor de cincuenta centavos, que podían canjear a la salida.
El objeto del experimento era determinar en cual de los dos grupos se hacían más trampas. Los resultados fueron escandalosos. Las trampas que realizaron en todos los casos fueron significativamente mayores en el grupo de las fichas de póquer.
Esto demostraba algo claro, aunque sea por cuestión de segundos, el hecho de tener la impresión de estar robando directamente dinero a fichas de póquer cuenta. Dan Arieli lo achaca a la concepción más clara de ser un ladrón si coges el dinero a si coges las fichas que luego canjeas.

Yo creo que esa es la línea del motivo. Esto demuestra que uno de los principales valores del dinero es que dan rostro a la propiedad. Todos sabemos que un pequeño hurto en una gran compañía (un lápiz por ejemplo) no tiene mayor trascendencia. Sin embargo, ¿robaríamos diez centavos de la hucha comunal de esa misma compañía? Yo creo que no. Tenemos interiorizados unos valores determinados respecto al dinero que configuran nuestro modo de ver la propiedad. El dinero siempre es de un semejante, no caben ambigüedades. El dinero se puede emplear para una diversidad de opciones con las que nosotros nos sentimos identificados. Puede que un lápiz nadie lo quiera, que todo el mundo se haya olvidado de ese objeto robado. Sin embargo diez centavos están aun sin trasformar, esos diez centavos podrían contribuir a cualquier causa personal, cualquier causa que nuestro cerebro puede concebir como noble. Por eso es más difícil matar a un pollo con nuestras propias manos y echarlo al cazo para hacer un guiso que comprarlo en forma de hamburguesa. Porque llegar a los conceptos e implicaciones morales es más difícil, esta velado en muchos aspectos.
Estas implicaciones morales nos llevan siempre de lleno al respeto del semejante en cierto modo (aunque no siempre sea así, depende de la cultura en la que has sido criado, tu estrato social, tu educación moral, tu propia personalidad… Etc.), y este respeto nos lleva de lleno al respeto de la propiedad. Como decía Adam Smith: “La naturaleza, cuando formó al hombre para la sociedad, le dotó de un originario deseo de placer y de una originaria aversión a ofender a sus hermanos. Le enseñó a sentir placer en su consideración favorable, y dolor en su consideración desfavorable.”image
Sin embargo esta empatía se reduce en cuanto el concepto de la propiedad se diluye, aunque sea a través de cosas insignificantes, como fichas de póquer. Por eso hay que puntualizar los valores de la propiedad en la educación desde que somos pequeños. Tanto de la ajena como de la nuestra. Esto es lo que nos demuestra el valor moral que atribuimos al dinero.

En esta línea Arieli termina explicando:
“El carácter sagrado del dinero también puede verse reforzado por el hecho de que éste constituye una unidad de intercambio perfectamente clara. No se puede negar que una moneda tiene el valor que tiene, sea el que sea.”

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