jueves, 11 de agosto de 2016

Desmontando los mitos sobre la inflación y la creación de dinero (8), por el maestro impresor E.Garzón.

Atención, aquí vas a leer un nuevo desparrame mental de Eduardo Garzón. Vigile sus pasos.

Ésta es la octava entrega de una serie de artículos en los que estoy abordando poco a poco la relación entre la creación de dinero y la inflación, con el objetivo de rebatir muchos falsos mantras ampliamente extendidos y ofrecer explicaciones alternativas más serias que las que imperan en el imaginario colectivo. En los artículos anteriores identificamos las distintas causas que provocan inflación, y vimos que ésta puede aparecer por causas diferentes a la creación de dinero. Para que esos factores causales terminen provocando inflación o no, y en qué cantidad, importará mucho el margen que tengan los vendedores para reaccionar modificando el precio de sus productos, que dependerá a su vez del nivel de competencia al que estén sometidos y de la estrategia de venta que empleen. Con estos mimbres analíticos procedemos a abordar qué ocurre con los tres casos identificados (caso A: incremento de coste de producción; caso B3: nuevo dinero en circulación; y caso B4: caída de la producción). Este artículo corresponde al segundo caso, que es precisamente el centro de nuestra atención. 

3.4.2.1 Nuevo dinero en circulación

El Caso B3 hace referencia a la aparición de nuevo dinero en la economía. A diferencia del caso A, donde el vendedor se enfrenta a un incremento del coste, en este caso se “enfrenta” a un posible incremento del ingreso (si utilizan ese nuevo dinero para comprar en su establecimiento). Mientras un incremento del coste es siempre algo malo para el vendedor, un incremento del ingreso es siempre algo bueno, como todo el mundo puede imaginar. Por lo tanto, estamos hablando de una situación radicalmente diferente a la del caso A, y también lo será la forma de proceder del vendedor. Eso sí, tampoco perdamos de vista que lo que es positivo para un vendedor no tiene por qué serlo para la economía en su conjunto o para el resto de la población.

La teoría económica convencional (concretamente el enfoque monetarista, responsable de la visión mayoritaria en la actualidad) que se enseña en las facultades y escuelas de economía sostiene lo siguiente: con más dinero en sus manos la gente iría más a comprar, y los vendedores verían la oportunidad perfecta para incrementar los precios de sus productos, ya que los clientes podrían permitirse mayores precios al tener mayor capacidad adquisitiva. De esta forma los vendedores se estarían aprovechando de la nueva situación ya que ingresarían más dinero que antes por cada producto vendido. Esto extendido a toda la economía tendría como resultado un incremento generalizado del nivel de precios (inflación). La cantidad de dinero sería superior a la cantidad de bienes y servicios a la venta, y cuando esto es así surge la inflación como un mecanismo que, a través de la pérdida del valor del dinero, acaba equiparando el mismo a la cantidad de producción.

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Éste es el cuento de siempre. Suena muy intuitivo, muy sencillo, y nos lo encontramos por doquier a través de toda la literatura, tanto especializada en economía como no especializada, (novelas, dibujos animados, cuentos, documentales, etc). Sin embargo, con todo lo que hemos visto hasta ahora tenemos ya suficientes herramientas analíticas como para cuestionarnos bastante el proceso descrito, por muy intuitivo que pueda parecer a primera vista. El enfoque monetarista ignora muchas cosas importantes y simplifica la realidad hasta tal punto que no nos sirve para entender qué ocurriría realmente con los precios si se incrementase la cantidad de dinero. Vamos a ver cuáles son sus fallas.

En primer lugar, este enfoque está presuponiendo que todo el dinero nuevo pasaría a gastarse. Craso error. Cuando una persona, familia o empresa pasa a recibir más dinero, no tiene por qué gastarlo todo; puede ocurrir que ese agente económico guarde una parte de todo ese dinero, ¡o que lo guarde todo! Esa decisión dependerá de muchos factores, y es evidente que no todos reaccionarán igual: algunos tendrán imperiosas necesidades de gasto que atender (retraso en el pago del alquiler, morosidad frente al banco, etc), y gastarán todo o buena parte del nuevo dinero, pero otras no tendrán tantas necesidades y tal vez tengan miedo a que sus condiciones económicas empeoren en el futuro (pérdida de empleo, menores ventas, reducción de sueldo, aumento de impuestos, etc), por lo que no gastarán nada o sólo una parte muy reducida de todo el nuevo dinero obtenido. Esta primera apreciación –que a pesar de ser bastante lógica es ignorada por muchos– es importante porque los efectos de la existencia de nuevo dinero no serán los mismos en un contexto de enormes necesidades de gasto que en otro de bonanza económica, ni serán los mismos en un contexto de optimismo sobre el futuro que en otro en el que predomine el pesimismo, por poner sólo dos ejemplos.

En segundo lugar, y ya situados en el momento en el que los receptores del dinero lo decidiesen utilizar comprando bienes y servicios, el citado enfoque olvida dos elementos clave: 1) la situación económica del vendedor y de su negocio, y 2) su estrategia de venta y el nivel de competencia al que se enfrenta.

En cuanto al primer elemento, no ocurriría lo mismo si el vendedor en cuestión necesitase vender sus productos a toda costa que si su negocio estuviese pasando por un momento excelente. En el primer caso, es evidente que, frente a un nuevo cliente el vendedor procedería a venderle sus productos al mismo precio que tenían antes de entrar el cliente, no a uno superior (¡e incluso podría proponerle un descuento con tal de lograr la venta!). Lo que desea el vendedor en esa situación es vender sus productos y obtener ingresos como sea, no aprovecharse de que su cliente tenga más capacidad adquisitiva (algo que, por cierto, probablemente desconocería). Pero cuando hablamos de situación del vendedor no sólo nos referimos a sus circunstancias económicas personales, sino también a las características del negocio. Si el negocio no va bien, habrá productos en el almacén que no han podido ser vendidos, materias primas paralizadas, máquinas inactivas, herramientas inutilizadas e incluso trabajadores contratados por menos horas de trabajo de lo normal. Es decir, el negocio no estaría a plena capacidad porque no tendría sentido que se produjesen más bienes y servicios de los que pueden ser vendidos. En esta situación, la llegada de nuevos clientes sería recibida como agua de mayo, ya que el vendedor podría vender los productos que estaban almacenados, podría usar algunas de las materias primas que tenía abandonadas para nueva producción, podría poner a funcionar máquinas inactivas, podría utilizar herramientas que antes estaban inutilizadas, y podría incluso alargar los contratos en horas o contratar a más trabajadores.

La demanda de productos es lo que siempre va determinando el nivel de actividad del negocio. Si el nivel de actividad del negocio es bajo, inferior al que podría tener, recibir nuevos clientes es una bendición que estimula las ventas sin provocar ningún tipo de incremento en los precios. Los vendedores quieren vender, y utilizar las máquinas que tienen a su disposición porque les costó dinero, tiempo y esfuerzo comprarlas y mantenerlas, y la forma de poner a funcionar las máquinas es contando con más manos. En esta situación es preferible aumentar la capacidad de producción del negocio a incrementar los precios, amén si el nivel de competencia es muy elevado (ya que un aumento de los precios podría provocar huidas de los clientes). En cambio, cuando el nivel de actividad del negocio es muy elevado y está cerca o sobrepasa su capacidad máxima (ya no hay más máquinas inactivas que poner a funcionar, o herramientas apartadas que utilizar, o más necesidad de mano de obra, etc), entonces incrementar el precio puede ser la mejor opción, ya que no hay más margen para aprovechar las capacidades del negocio y merece la pena correr el riesgo de que algunos compradores pudieran pasar a preferir los productos de la competencia (que serían entonces más baratos).

El problema esencial del enfoque monetarista es que presupone que todos los negocios están a pleno rendimiento (tienen todas las máquinas funcionando, todos los empleados trabajando en todo momento, ningún producto en el almacén sin vender, todos los utensilios de trabajo usándose, etc…), pero evidentemente basta con echar un vistazo a cualquier negocio para percatarse de que esto no tiene nada que ver con lo que ocurre ahí fuera. En el mundo real los restaurantes no están a rebosar en todo momento, los hoteles no tienen todas las habitaciones completas en cualquier época del año, las fábricas de automóviles no están a pleno rendimiento, las tiendas de ropa no están llenas a cualquier hora, los servicios de reprografía no tienen interminables colas de clientes esperando a ser atendidos en cualquier momento del día, todas las personas que quieren y pueden trabajar no lo están haciendo, etc, etc.

Lo que se acaba de exponer no es ni más ni menos que el enfoque postkeynesiano, que es mucho más realista que el enfoque monetarista: cuando la capacidad utilizada del negocio es bastante inferior a la capacidad total, un incremento del dinero y por lo tanto de la capacidad adquisitiva de los potenciales clientes tiende a provocar un incremento de la capacidad utilizada y por lo tanto de la producción pero sin que el vendedor aumente los precios (siempre que el nivel de competencia sea razonable). En cambio, cuando la capacidad utilizada del negocio se aproxime mucho a la capacidad total, un incremento del dinero y por lo tanto de la capacidad adquisitiva de los potenciales clientes tiende a provocar un incremento de los precios. En ese momento la cantidad de dinero empezaría a ser demasiada para la cantidad de productos a la venta, ergo veríamos aparecer tensiones inflacionistas.

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Desgraciadamente en ningún país se cuenta con datos detallados y completos de capacidad utilizada de los negocios, ya que la elaboración de datos se suele circunscribir a la industria donde es más fácil calcular ese indicador (y la industria supone solo una pequeña parte de la economía: en torno al 20%). Uno de los indicadores al respecto más conocidos es el de Grado de utilización de la capacidad productiva que confecciona Eurostat para los productos manufacturados, cuyo nivel para España en el segundo trimestre de 2016 es del 77,9% (se utiliza sólo el 77,9% de la capacidad instalada), mientras que para otros países como Alemania o Francia este nivel es del 85,2% y del 83,9%, respectivamente. La desagregación del indicador nos revela que el indicador varía por tipos de bienes: mientras que en España el nivel es del 74,6% para bienes de consumo (ropa, alimentos, automóviles, etc), para los bienes de equipo (maquinaria, herramientas, cableado, etc) es del 83,6%.

La evolución de este indicador es muy evidente: en periodos de recesión disminuye, y en periodos de bonaza aumenta. O por decirlo de otra forma: cuando la gente tiene más dinero en sus bolsillos y compra más el indicador aumenta, y cuando no es así disminuye. En España las cotas más altas del indicador no han superado nunca el 83%, y se han registrado en periodos de expansión económica (1988, 2000, y 2007), mientras que los niveles más bajos se alcanzaron en las crisis de 1993 y de 2008 (71,7% y 68%, respectivamente). En los últimos años el grado de utilización de la capacidad productiva de la industria española ha sido inferior al de otros países europeos (aunque dese 2013 la senda es ascendente, para lo cual hay que entender también que el total de la capacidad productiva no es constante, sino que ha menguado), lo que revela que los compradores de nuestros productos ejercen menos demanda que los compradores de los productos de esos países vecinos, en parte porque los primeros tienen menos capacidad adquisitiva.

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En cuanto a sectores diferentes a la industria, podemos hacernos una idea aproximada del grado de utilización de su capacidad productiva observando las respuestas que dan las empresas en determinadas encuestas en las que se les pregunta por sus problemas. Y no falla: en todas las encuestas (Acceso a la financiación de pequeñas y medianas empresas del Banco Central Europeo, el Observatorio Autónomo de la Confederación Intersectorial de Autónomos del Estado Español, y la Encuesta Trimestral del Coste Laboral del Instituto de Estadística) se puede apreciar cómo el principal problema de las empresas y autónomos del territorio español es que no encuentran suficientes clientes. Esto nos sugiere que en esos negocios no están utilizando toda la capacidad que tienen instalada, y que necesitarían más clientes para poder aprovechar más sus capacidades. Este problema no es exclusivo de la economía española, aunque como se puede observar en el siguiente gráfico sí que destaca con respecto a otras economías como Francia, Italia, o la media de la Eurozona.

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En resumen, los efectos de la aparición de nuevo dinero sobre los precios dependerán fundamentalmente de la fase del ciclo económico en el que se encuentre la economía en cuestión: si el contexto es de recesión o estancamiento, por un lado los agentes económicos no gastarán todo el nuevo dinero que obtengan, y por otro lado la capacidad utilizada de los negocios será reducida, ergo el aumento de la capacidad adquisitiva tenderá a impulsar al alza la producción sin que haya incremento de los precios (aunque siempre dependerá del grado de competencia). En cambio, si el contexto es de expansión económica, por un lado los agentes económicos gastarán la mayor parte del nuevo dinero que obtengan, y por otro lado la capacidad utilizada de los negocios será elevada, ergo los vendedores podrían aprovechar la situación para incrementar los precios de sus productos.

Por lo tanto, y echando de nuevo un vistazo al gráfico, en todos los países hay margen para incrementar la cantidad de dinero e impulsar así un incremento de la capacidad utilizada y de la producción sin demasiado riesgo de que haya inflación, quedando claro que en economías como la griega ese margen es muy elevado.

Antes de pasar a explorar el último caso –el de la caída de la producción y su efecto en los precios– resulta conveniente detenernos un poco en las diferentes formas de introducir más dinero en una economía, así como en los astronómicos niveles de capacidad productiva a los que hemos llegado en nuestras economías.

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