jueves, 4 de agosto de 2016

Napoleón (novela biográfica) – Capítulo 9: Austerlitz, por Libertario.es

[embedyt] http://www.youtube.com/watch?v=aav_d3xiNzk%5B/embedyt%5DNotre-Dame temblaba con el sonido de 500 músicos y cantantes. Se disponían en cuatro coros y dos orquestas. La música sonaba potente, militar, majestuosa. Compuesta por Paisello, Lesueur y el abad Roze, en ese momento se oía la marcha triunfal.

Entraba de las ventanas y vidrieras haces luminosos de colores. La luz del interior era limpia y esclarecedora. Napoleón pisaba una mullida moqueta de color verde turquesa. La alfombra cubría casi toda la planta en forma de cruz de la catedral. De los altos techos, con las bóvedas de crucería gótica, pendían colgaduras. Eran rectángulos alargados de terciopelo. Tenían un marco ancho de color escarlata, con ribetes de oro de unos pocos dedos de ancho que recorrían todo el perímetro. El fondo era blanco y tenía abejas doradas dispuestas en diagonal. Presidía los tapices, y en hilo de oro, las llaves de San Pedro. Había tres plantas de gradas, repletas de gente, y con cortinajes de tono verde turquesa con más abejas de oro. El papa esperaba sentado a la derecha del altar. Frente a él, en los pies de las escaleras, había dos asientos. Tenían patas de león, y estaban almohadillados y cubiertos de terciopelo de tinte azul marino con áureas abejas en diagonal. Tenían reposapiés con el mismo terciopelo. Colgaban borlas con cordones dorados. Y delante de ellos, se disponían dos reclinatorios con almohadas; una vez más, con la misma tela y color que el de los asientos.

Bonaparte caminaba lento observado por ocho mil invitados. Cientos de ellos estaban en la catedral. Los ministros y las grandes dignidades del imperio vestían zapatos con decoración dorada. Finas medias de seda blanca. Y calzones del mismo color. Se cubrían con un frac azul marino con anchos ribetes decorados con motivos vegetales en hilo de oro. El cuello era alto y rígido. De tirilla, no cerraba, y dejaba al descubierto una ancha corbata de suave y vaporosa seda de tono marfil. Todos tenían capas de terciopelo azul marino que llegaban a la altura de las rodillas. Tenían abejas doradas y franjas vegetales. Y cubrían los cabellos con un sombrero de plumas blancas. Las hermanas de Napoleón y las esposas de los hermanos parecían diosas de la Antigua Grecia. Cubrían los cuerpos con vestidos de talle alto, con la cintura ligeramente por debajo de los pechos. La falda era larga, levemente recta y ajustada. Y las mangas eran cortas y abullonadas. Todo el conjunto era de un opaco color blanco hueso, con pasamanería y abejas en hilo de oro. Josephine, además, lucía un grueso manto de color escarlata. Permanecían todos de pie. Veían a Napoleón entrar en dirección al altar. Lo seguían con la mirada. Escrutaban todos los movimientos. Muchos sonreían; otros, se acercaban a las orejas vecinas a comentar o murmurar. Los susurros no se oían por el sonido la música. La ceremonia los mantenía a todos exultantes, sonrientes.

Era el 11 de frimario del año XIII. Fuera de la catedral, la gente titiritaba. Aquel día era gélido. Bonaparte llevaba una túnica blanca, recia. En la parte inferior, tenía una franja con motivos vegetales en hilo de oro; y bajo ella, pendían cordones dorados. Los zapatos eran del mismo color y con la misma áurea decoración vegetal. Y cubrió el cuerpo con un grueso manto de ochenta libras. Era de armiño y terciopelo carmesí con abejas de oro. Ahora, la abeja de oro era el nuevo símbolo de la monarquía. Sustituía la flor de lis de los borbones. Provenía de la tumba de Childerico I, rey merovingio del siglo V. Al abrirla, en el siglo XVII, descubrieron que aquella sepultura estaba repleta de cientos de pequeñas abejas de oro. Napoleón necesitaba una insignia para su nueva monarquía, algo que enlazara con el viejo orden. No podía optar por la flor de lis de los Borbones, así que se inspiró en las abejas de la tumba del rey merovingio.

Bonaparte entró en la catedral con la corona de los césares: una corona de laurel en oro. Cerca, un lacayo lo seguía con la corona imperial. Napoleón llegó al altar y se arrodilló. Enseguida, se levantó y tomó asiento. Se sentó al lado de la esposa, Joséphine, frente al altar presidido por el papa Pio VII.

El cardenal de Roma cumplía ya hace meses los sesenta y dos años. Tenía una cabeza ovalada, con una barbilla picuda, y una melena corta de cabellos oscuros y ondulados. Y para aquella ceremonia, vistió el cuerpo con el blanco manto papal.

Comenzó la ceremonia. Napoleón se puso de pie. El papa ungió la frente, brazos y manos del general. Luego bendijo la espada y se la ciñó. Después bendijo el cetro y se la dio en mano a Napoleón; y por último, fue a tomar la corona. Descansaba sobre una almohada de terciopelo azul marino con la áurea insignia imperial. La almohada tenía en las cuatro esquinas borlas de cordones en oro. Y recorría todo el perímetro un cordón aún más grueso del mismo tono. Sobre esta almohada descansaba la tiara imperial. La corona era de oro y joyas. Tenía ocho ramas. Todas se unían en el extremo superior. Y encima de él, descansaba un globo crucífero: el globo terráqueo con una cruz encima.

Napoleón observó el movimiento de las manos del papa. Se dirigían directas a coger la corona. Aquella corona no pertenecía al cardenal de Roma. Bonaparte bien lo sabía, y debía cortar el momento: el papa no podía coronar a Napoleón.

La idea de convertirse en monarca gravitaba en la mente de Bonaparte desde hacía meses. Obviamente, no podía mostrar sus ambiciones. De hacerlo, no sería visto como un siervo de la república; lo verían como un amo que tomaba Francia como si fuera de su propiedad. No se había secado aún la sangre del duque de Enghien, cuando el ministro de Policía, Fouché, quiso darle una grata sorpresa al Primer Cónsul anticipándose a sus deseos. ¿Quién si no iba a ser?…  El antiguo partidario de la república, acudió al Senado y promovió el primer paso. Ante los acontecimientos más recientes, con la república en peligro por las agresiones de los complots realistas, el Senado propuso un plan para la supervivencia de la revolución.

La revolución interesaba a mucha gente. Interesaba a la burguesía, que participaba del gobierno, excluida como había estado durante los años del viejo régimen. Interesaba al campesino, que se repartía las tierras de la Iglesia y de los emigrados. E interesaba, además, a los militares, que ascendían y alcanzaban grados que antes solo podían pertenecer a la alta aristocracia. La revolución convenía a mucha gente, pero tenía enemigos poderosos que querían acabar con ella. Los realistas pedían establecer en el trono a un rey, el poder lo compartirían la burguesía y el monarca. Y los más acérrimos defensores de la corona, los ultrarrealistas, defendían el retorno del absolutismo del Antiguo Régimen. ¡Nada de repúblicas burguesas ni de gobiernos mixtos!… La revolución necesitaba a un hombre fuerte que la defendiera de las amenazas. Ese hombre fuerte era Napoleón. Pero Bonaparte podía morir o ser asesinado. El general sostenía la revolución; de caer, caería la república. Los revolucionarios necesitaban hacer inmortal a Bonaparte. Puesto que sostenía la revolución, de ser inmortal, podría sostener la república por los siglos.

La idea se repetía en periódicos extranjeros y nacionales, una y otra vez. Frente a los ataques enemigos de la revolución, el Senado fue convocado para buscar una solución al problema: se necesitaba una defensa de los logros revolucionarios. Se formó una comisión al respecto que estudió el caso. La solución que propuso era bien simple: Napoleón sostenía la revolución, y para perpetuarla, había que perpetuar al sostén. Una monarquía hereditaria hacia inmortal a Bonaparte. Gobernaría hasta su muerte, y le sucedería un príncipe educado por el monarca en los valores de la revolución. Con la fuerza y carisma militar de Bonaparte, eternizada por una monarquía hereditaria, con todo ello, la revolución conseguía sobrevivir: Francia se salvaría de los atentados enemigos.

Bonaparte agradeció el gesto del Senado, pero se dio un tiempo para pensarse la respuesta. Sondeó el apoyo del ejército y de las cortes extranjeras. Tardó en contestar un mes. El 5 de floreal del año XII (25 de abril de 1804) se pronunció al respecto: Bonaparte se sentía halagado por la propuesta de una monarquía hereditaria en su persona, pero el Senado debía explicar por entero sus ideas acerca de una nueva monarquía gala.

En el Tribunado, un diputado tomó la palabra y lanzó la propuesta para ser discutida. No fue espontáneo, todo había sido organizado por los partidarios de la nueva monarquía. El Tribunado discutió la propuesta. Una semana después, el 13 de floreal (3 de mayo), los tribunos aprobaron por mayoría presentar una moción al Senado: propusieron la creación de una monarquía hereditaria en la persona del primer cónsul Napoleón Bonaparte. La propuesta, a diferencia de la del Senado, era formal.

Al día siguiente, el Senado aceptó la moción. Pero la reforma debía concretarse en un documento público que organizara el nuevo régimen. Una comisión senatorial se constituyó al respecto. Estaba compuesta, además de Senadores, por los tres cónsules y por los ministros de la república.

La Constitución del año VIII seguía vigente. Pero aceptaba reformas. Las reformas de la constitución no eran sobre el texto; es decir, quitando y poniendo palabras. Simplemente, las reformas de la constitución se escribían en un documento independiente y se añadían al documento original. Las enmiendas eran documentos adicionales a la Constitución del año VIII. Modificaban el texto constitucional en aquello que señalaba, dejando el resto vigente. El Senado era el tribunal constitucional: de entre los candidatos propuestos por la nación, elegía a los más aptos para la república según la constitución; velaba por la constitucionalidad de las leyes; y podía enmendar la ley fundamental de la república. El Senado servía a la Constitución. Así pues, el Senado era el encargado de redactar la enmienda. A una enmienda adicional de la constitución se le llamaba, por aquel entonces, senadoconsulto orgánico. En el año X se emitió un senadoconsulto que hizo vitalicio el cargo de primer cónsul. Ahora, el Senado aceptó la propuesta del Tribunado. Acto seguido, creó una comisión que redactaría un nuevo senadoconsulto orgánico. Sería sometido al pleno; y de ser aprobado por él, daría a Francia una nueva organización. La Constitución del año VIII, junto con los senadoconsultos del año X y de ese mismo año XII, fueron llamados (mal-llamados) constituciones del imperio. Solo había una constitución, la del año VIII, con sus enmiendas del año X y XII. Pero se entendía que eran tres constituciones. La organización de la monarquía no vendría dada por una sola constitución, si no por una acumulación de diferentes textos constitucionales. Y en caso de colisión, los últimos, que enmendaban a los primeros, prevalecían sobre estos en solo aquello en lo que modificaban. La comisión senatorial tardó dos semanas en discutir y poner por escrito su idea de monarquía hereditaria.

Siendo Napoleón el monarca a elegir, discutieron el título. Un rey era demasiado monárquico. En cambio, el título de emperador recordaba a la antigua república romana. Roma, respetando sus instituciones republicanas, enmendó su organización para establecer un nuevo cargo, el de emperador. El nuevo cargo se solapaba a todas las instituciones republicanas que durante siglos se fueron creando o modificando gradualmente: el Senado, las asambleas, los cónsules y tribunos, etcétera. Todas ellas pervivieron junto con el emperador. Ahora, los franceses imitaban la historia de la Antigua Roma. Se confiaba el gobierno de la república, decía el senadoconsulto, en el emperador de los franceses. Bonaparte sería el emperador de la república francesa. No había, en apariencia, borrón y cuenta nueva de todo lo sucedido; simplemente, se continuaba la historia.

La corona imperial era hereditaria en la descendencia directa, natural y legítima de Napoleón Bonaparte, de varón en varón, por orden de primogenitura, y excluyendo perpetuamente a las mujeres y a su descendencia: a Napoleón le sucedería el primer hijo varón que tuviera; luego, los restantes hijos; y quedaban excluidas las hijas y todos sus descendientes. Pero Bonaparte no había tenido hijos de su matrimonio con Joséphine. Ella sí los había tenido con el anterior esposo, por lo que Napoleón pensó que quizá era estéril. No pudiendo tener hijos, el proyecto de constitución establecía como norma sucesoria a los hermanos de Napoleón, y por orden de primogenitura. Joseph Bonaparte era el mayor. De morir Napoleón sin hijos varones, Joseph lo sucedería. Pero este tampoco tenía hijos varones. Joseph sería emperador. Si al morir tenía hijos varones, le sucederían. Pero si no, la corona pasaría a otro hermano o a su estirpe de descendientes varones. Lucien seguía en orden, pero se había casado con una plebeya, por lo que fue excluido de la sucesión. El siguiente era Louis Bonaparte. Estaba casado y tenía dos hijos varones: Napoléon Charles y Napoléon Louis. Los hermanos serían tercero y cuarto en el orden sucesorio, después de Joseph y Louis. Jérôme Bonaparte, el último de los cinco hermanos, también fue excluido de la sucesión. El más joven de los Bonaparte, en misión diplomática en los Estados Unidos, se enamoró de una americana. Era la hija del segundo hombre más rico del Estado de Maryland. Él era William Patterson, un hiberno-escocés, un irlandés descendiente de escoceses presbiterianos que colonizaron Irlanda. Había emigrado a las colonias americanas antes de la independencia; y allí, de la nada, hizo fortuna. Tenía solo una hija, Elizabeth Patterson, conocida como Betsy. El pintor Gilbert Stuart hizo un triple retrato de ella. En el centro de una nebulosa con volutas oscuras, se representaba un triple busto desnudo de la joven Betsy. Aparecía ella en el centro del lienzo de frente; a la derecha, de perfil; y a la izquierda, en diagonal. Los tres lados de Betsy se superponían en la composición pictórica. Su piel era blanca y rosada, y tenía un cuello de cisne. Su boca era pequeña y carnosa. Sonreía grácil, como la Mona Lisa. Los pómulos eran dos pequeñas manzanas rosas. Los cabellos, de color castaño cobrizo, hacían bucles que caían sobre la frente y las patillas; y a la moda de la época, los recogía en un pequeño rodete. Se decía de ella que era una de las mujeres más bellas de los Estados Unidos. En la víspera de la Navidad de 1803, Betsy y Jérôme Bonaparte se casaron. Él tenía diecinueve años; ella, dieciocho; y contrajeron matrimonio contra la voluntad del primer cónsul. La Constitución imperial del año XII ni mencionó a Jérôme. El joven matrimonio viajó a Francia. Betsy estaba embarazada. Querían asistir a la coronación, pero Napoleón se negó a que entraran en territorio galo. La americana tuvo que parir en Londres, la capital del país enemigo. Nació un hijo varón: Jérôme Napoléon, un calco de los Bonaparte. ¡Qué más daba! Napoleón tenía a Joseph, que podía tener hijos. Y a Louis, que tenía dos y podía tener más. La sucesión quedaba garantizada con dos varones en una sola generación, y dos más en la siguiente… De momento.

Una última cuestión quedaba pendiente: ¿qué podían hacer con los otros dos cónsules de la república? Cambacérès, segundo cónsul, había sido la mano derecha del general. Echaba pestes por el ascenso de Napoleón. Creía quedar atrás. A Talleyrand se le ocurrió una magnífica idea y la expuso en la comisión senatorial. El senadoconsulto creó las grandes dignidades del Imperio. Una especie de superministros, un escalón intermedio entre el emperador y el consejo de ministros. Napoleón, para ejecutar las leyes, disponía de diez ministros, diez auxiliares ejecutivos. A saber, un ministro de Asuntos Exteriores (conocido internacionalmente como secretario de Estado). Otro de Interior. Otro de Justicia. Otro de Policía. Otro de Guerra. Otro de Administración de la Guerra. Otro de Marina y Colonias. Otro de Finanzas. Otro del Tesoro. Y otro de Asuntos Religiosos. Un total de diez ministerios. Las grandes dignidades del Imperio serían seis, y algunas tendrían bajo su custodia los ministerios que más estuvieran relacionados entre sí. El gran elector se encargaba de convocar a elecciones y de disolver el cuerpo legislativo. El archicanciller del Imperio se encargaba de la vigilancia general en lo relativo al orden judicial de Francia. El archicanciller de Estado era lo mismo que el del Imperio, pero en lo relativo al área diplomática. El architesorero englobaba a los dos ministros del área económica: el del Tesoro y de Finanzas. El condestable, a los ministros de Guerra y de la Administración de la Guerra. Y finalmente, el almirante superior sólo se superponía al ministro de Marina. Las grandes dignidades del Imperio eran responsables de área, coordinaban la acción de ministerios diferentes relacionados entre sí. Cambacérès, que había participado en la redacción del Código Napoleónico, fue nombrado archicanciller del Imperio. Se encargaría de los asuntos judiciales.

En quince días, el senadoconsulto estuvo finalizado. El 28 de floreal del año XII (18 de mayo de 1804) se sometió a discusión en el Senado. Los discursos fueron elogiosos, y acto seguido se pasó a la votación. El senadoconsulto del año XII fue aprobado por aplastante mayoría en el Senado. Se sometió a referéndum. Apenas unas décimas votaron por el no. Casi el cien por cien de los votantes se decantaron por el Imperio. Pero la abstención superaba más de la mitad de los llamados a votar.

No era, pues, el papa quien hacía emperador a Napoleón Bonaparte. Era el pueblo. El papa solo estaba allí para bendecir la coronación. El cardenal de Roma sostenía entre las manos la corona imperial, pero no podía dejarla suspender sobre la testa del primer cónsul.

Aquel 11 de frimario del año XIII (2 de diciembre de 1804) Napoleón Bonaparte tomó de las manos del papa la corona imperial. La elevó sobre los cielos, y se coronó a sí mismo. Al momento, estalló la composición para orquesta y coro del abate Roze: Vivat, vivat in aeternum.

 

Capítulos anteriores:

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

 

Descarge el PDF gratis y siga leyendo el capítulo entero

Capítulo 9 Completo

 

 

from LIBERTARIO.ES http://ift.tt/2ak9G6q




de nuestro WordPress http://ift.tt/2awl1eX
http://ift.tt/2awk1aP
blogs replicados, anarcocapitalista, Daniel Mondéjar anarcocapitalismo, liberalismo, libertario, LIBERTARIO.ES, libertarismo

No hay comentarios:

Publicar un comentario