“Yo quiero un gobierno que no intervenga en la economía”.
¿No queremos todos eso?
Pero estas no son las palabras que uno espera que salgan de la boca de alguien que profesa ser un socialista, mucho menos del representante de un partido socialista que está pronto a asumir el poder en la conducción de una importante nación de Europa Occidental.
Si algo significa el socialismo, eso es la confianza en la habilidad del gobierno para administrar la economía. Pero con los comunistas en China ansiosos de apoyar a la propiedad privada para fortalecer su credibilidad con la clase capitalista, y con los socialistas en España prometiendo que disminuirán el estado de bienestar/guerra, las palabras parecen haber perdido su significado tradicional.
Todo para bien. Qué llamen a la paz y a la libertad lo que deseen. Simplemente que las conviertan en una realidad.
El socialista responsable por la cita de arriba es José Luis Rodríguez Zapatero, recién elegido como primer ministro de España. Al condenar a la guerra de Iraq como un desastre y criticar duramente al gobierno por hacer que España se involucre, él emerge como un portavoz líder de la cordura en un tiempo en que lunáticos han tomado el control de la administración de los gobiernos del Occidente. Es un crédito para el pueblo español haberse opuesto a la participación de su gobierno en la guerra de Iraq desde el principio y hacer que esa oposición se evidencie en una elección.
La victoria de Zapatero está totalmente ligada a su posición sobre Iraq. El se opuso a la colaboración del gobierno con la administración de Bush en esa guerra sucia y, es más, prometió sacar a las tropas inmediatamente después de que fuese elegido. Se está manteniendo en esa posición a pesar de todo tipo de presiones ejercidas para que no desafíe a los dioses del Distrito de Columbia [Washington D.C.].
No significa esto un llamado a la nacionalización de la industria, por mas que el Wall Street Journal trate de presentarlo como el retorno de los malos tipos comunistas en la Vieja Europa. Lo que vemos aquí es solamente una exigencia de que se aplique una política externa no intervencionista, que se mantenga cerca de Europa, y que evite la mancha moral que aparece cuando aparentemente se aprueba el imperialismo de Estados Unidos.
Lo que nos intriga a nosotros en los Estados Unidos son las circunstancias que llevaron a su inesperada victoria. El régimen gobernante de José Maria Aznar recibió buenas apreciaciones por su agenda de reformas económicas – de aflojar regulaciones laborales y cortar impuestos – pero era ya profundamente impopular debido a su decisión de enlistarse con George Bush en la guerra contra el terrorismo.
Luego las bombas del terror golpearon a trenes en Madrid, con el resultado de doscientas muertes. El gobierno inicialmente mintió acerca de los posibles criminales, nombrando a los vascos secesionistas. Eso estuvo bastante mal. Pero el verdadero problema fue que este tipo de revés era precisamente lo que los oponentes de la participación española en la guerra habían anticipado. Ellos advirtieron que invadir los países de otra gente tiende a hacer enojar a esa gente y que tienden a vengarse. Incrementaría, no reduciría, el terror.
Y así lo hizo en Madrid, precisamente como en Estados Unidos una guerra y 10 años de sanciones contra Irak, y otras intervenciones en la región, condujeron inexorablemente a Septiembre 11. Millones se congregaron en Madrid para protestar después del bombardeo y no era al principio obvio que estaban protestando. Los americanos no están acostumbrados a multitudes que piensan. Pero lentamente se aclaró que ellas estaban protestando precisamente por lo debido: por un gobierno que desafió a la opinión popular para cometer la gran estupidez de que España se inmiscuya en la pelea de otro.
Después del bombardeo, los españoles no gritaron: “¡Nos odian porque nosotros somos buenos!” o “¡España es la Número Uno!”, ni de otra manera comprometieron su devoción religiosa a un Estado español consolidado. No en absoluto. En vez, ellos dijeron: ese torpe allá arriba causó esto debido a que vendió a la nación para congraciarse con la administración Bush. No hubo ningún Decreto Patriota Español, ninguna creación de un Departamento de Seguridad para la Nación. En vez, hubo una ola de buen sentido que se resumía en lo siguiente: dejemos de hacer que esta gente se enoje por la invasión y ocupación de su país.
Puesto de esa manera, la respuesta adecuada al terrorismo es clara: si tú estás haciendo algo que lo provoca, ¡detente! Esto no es difícil de entender. Lo que el caso español debería enseñarnos es que la gente puede entender este simple punto.
Los americanos han llegado a creer de alguna manera que todos los actos del terrorismo deben resultar en un gobierno más grande. Como resultado, hemos llegado a aceptar fácilmente la idea de que el gobierno podrá cometer cada vez mayores violaciones a nuestras libertades. En el caso español, sin embargo, el acto de terror puede que resulte en un poder gubernamental disminuido. Esto se justifica totalmente, de la misma manera que las picaduras de una abeja deberían enseñar a una persona a no agitarlas sin razón. No es rendirse a las abejas dejar de golpear con un palo a su colmena.
¿Por qué no respondieron los americanos similarmente después de Septiembre 11? Las elites intelectuales de ambos partidos y todas las ideologías políticas aprobadas, acordaron imponer un tabú en los días que siguieron a los ataques contra las Torres Mellizas y el Pentágono. Ese tabú era no discutir los eventos fuera de aquel día aislado. Se suponía que todos nosotros debíamos asumir que el gobierno de los Estados Unidos era 100% puro e inocente y que nunca había hecho nada a nadie.
Increíblemente, este era un escenario plausible para muchos americanos, que no tenían la menor idea de que Estados Unidos fuese directamente responsable por la muerte de quizás más de un millón de niños en Iraq, mediante su política de sanciones (de acuerdo a las Naciones Unidas – pero digamos que es la mitad de eso para propósitos de argumento; no cambia la situación). Los americanos son famosamente ignorantes acerca de las preocupaciones islámicas respecto a Infieles Con Armas merodeando en La Meca.
Las elites pudieron engañar al público americano con la mentira de la inocencia del gobierno de Estados Unidos, debido a la ignorancia colectiva respecto a la política externa de Estados Unidos. Pero había algo mas que estaba ocurriendo: la colaboración de la clase intelectual en este acto masivo de censura. Hubo unos cuantos que se animaron a manifestar lo obvio: un profesor de estudios islámicos en alguna universidad de algún lugar, un activista de estilo comunistoide, un provocador izquierdista de la tercera edad aquí y allá. Ellos fueron rápidamente ubicados e investigados por sus “lazos” con los secuestradores, o fueron vituperados y se les dijo que se vayan del país.
Fue algo sacado de Orwell, pero funcionó. Puedo recordar sólo un puñado de voces que hablaron la verdad en el mes o dos después de Septiembre 11 y ninguna de ellas eran de Centros de Pensamiento de Washington D.C. Pudo haber sido diferente. Pudieron haber seguido el ejemplo del Instituto Mises, el cual no pudo haber sido más directo (vea los últimos tres párrafos de este artículo escrito menos de un mes después de Septiembre 11). Fuimos victimas de los hackers y criticados duramente por eso, pero principalmente estábamos pasmados de encontrarnos completamente aislados. Potenciales aliados, entre aquellos que habían lanzado advertencias sobre la política de Estados Unidos, desaparecieron simplemente.
Con sólo un puñado de voces llamando la atención a la realidad del imperio americano – y que bueno que hay esas voces -, los neoconservadores y los partidarios del poder federal se salieron con la suya. En el curso de unos pocos meses, ellos lograron convencer a los americanos de las más extraordinarias e inverosímiles mentiras que uno pueda imaginarse: que nos bombardearon porque ellos odian nuestra libertad y nuestro alto sentido de la moralidad; que los atacantes eran parte de una bien organizada conspiración dirigida desde un punto central por una o dos personas, y que la mejor manera de responder a su agresión es invadiendo a muchos países islámicos y borrando las libertades que nos quedan en casa. Todo esto, a propósito, fue presentado como patriotismo.
Los españoles conocen el significado del patriotismo, el cual es expresado de la mejor manera no en el siempre cambiante vernáculo, sino en la vieja frase del idioma latín: Sic Semper Tyrannis
Traducción por John Leo Keenan, el artículo se encuentra aquí
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