Existen múltiples tipos de socialismo. Por una parte, el llamado socialismo real, como suelen denominar los socialistas de izquierda (marxistas) a su versión de socialismo, (ya hay otras múltiples modalidades de socialismo: la socialdemocracia, el fascismo y el nazismo, que también son versiones de éste).
«Esto no es socialismo» o «esto es un falso socialismo», son oraciones se oyen pronunciar a toda clase de gente y en especial a opositores políticos (y entre éstos, a disidentes de partidos de izquierda que se mantienen aún en el credo marxista), como juicios o afirmaciones acerca de la realidad que se vive en sus países, o bien acerca del desempeño y praxis de los gobiernos autodenominados socialistas que rigen en sus naciones. Dichos opositores además se atribuyen a sí mismos el representar la versión verdadera u original del socialismo.
De manera similar, oraciones como «aquello no fue socialismo» o «aquello fue un falso socialismo» se le oyen a quienes en el presente se autodenominan socialistas para referir a pasadas experiencias socialistas que fracasaron en conservar el poder político, ya que sólo en este último sentido es posible referir al mismo tiempo el fracaso y el socialismo sin ser redundantes.
He llegado a la conclusión de que la percepción de no vivir en socialismo se basa en vincular al socialismo con otras nociones con las que aparenta o se le ha hecho aparentar tener algunas semejanzas (sin que en realidad las tenga), y asociado a lo anterior, también en un total desconocimiento de lo que el socialismo en realidad es o más bien lo que los socialismos son (ya que junto al llamado socialismo real, como suelen denominar los socialistas de izquierda (marxistas) a su versión de socialismo, coexisten otras múltiples modalidades de socialismo como la socialdemocracia, el fascismo y el nazismo, que también son versiones de éste).
Es así que sin que medie más que la propaganda o simples dichos panfletarios lanzados por los «progresistas», se ha logrado asociar al socialismo con la solidaridad y por ende el ideal de militante socialista se vincula al desprendimiento material y al sacrificio individual por el bien colectivo.
Debiendo aclarar que la percepción deriva de declaraciones de principios que los socialistas-comunistas como Mao Tse-Tung hacen sobre sí mismos: «Allí donde hay lucha, hay sacrificios, y la muerte es cosa corriente, pero para nosotros, que tenemos la mente puesta en los intereses del pueblo y en los sufrimientos de la gran mayoría, es una muerte digna morir por el pueblo…»
Ahora bien, esa idílica visión es sólo el producto de los angélicos discursos y de etéreas declaraciones de intención de los teóricos y líderes del socialismo real (como el precitado Mao) y no es el resultado tangible y visible de las terroríficas experiencias que les ha tocado en la realidad padecer a los individuos, colectivos y pueblos que han tenido la desdicha de ver triunfar (convertirse en gobiernos) a las revueltas que han liderado personajes como el mencionado.
Como con todo ideal, algunos socialistas, individualmente considerados, sí pueden estar próximos a él y otros no. En efecto, algunos líderes socialistas han dado la vida por el bien de su causa o por la del líder, ya sea en el campo de batalla o en el patíbulo, como, por ejemplo, Ernesto -Che- Guevara, quien sin embargo antes de ser fusilado fusiló a muchos otros.
Sin embargo, morir por la causa no da valor moral a ninguna causa o idea colectivista sino que, por el contrario, a quien puede meritar es al individuo que se sacrifica. Y, en todo, caso lo que sí es indiscutibles es que tales sacrificios pueden ser de provecho para la causa, (y en menor medida para los líderes que ven en el heroísmo ajeno una amenaza a su prestigio individual).
Pero, volviendo a la idea anterior, dar la vida, parar en prisión o ir al exilio, son destinos que, además de los socialistas, también han padecido fascistas, socialdemócratas, monárquicos y anarquistas. Son riesgos siempre presentes en la política cuando no se está de acuerdo con las formas o reglas preestablecidas de acceso o transmisión del poder; y reiteramos los destinos antes señalados, en nada hacen loables a las ideas con las que comulgue quienes los padezcan.
Asimismo, puede que algunos socialistas practiquen modos de vida casi ascéticos, porque ven en la austeridad y en el compartir con el prójimo características del revolucionario. Pero, por otra parte, no es raro ver a líderes socialistas, funcionarios socialistas, que luego del asalto al poder político lleven vidas llenas de suntuosidad, y tampoco es extraño ver a la neo-oligarquía socialista compartir placeres con la antigua oligarquía e imitar sus prácticas, o simple y llanamente llevar un nivel de vida bastante superior al de los depauperados en cuyo nombre dicen luchar o sacrificarse. Y para concluir con este punto, tampoco es extraño que pese al real o imaginario ascetismo de algunos líderes socialistas, éstos permitan que su entorno –familiares y correligionarios– haga sacco del patrimonio público y también de los patrimonios privados de los vencidos al triunfar la revolución.
Sin embargo, no es la falta de correspondencia entre el ideal socialista y la ausencia de solidaridad-desprendimiento, y, por el contrario, la presencia de la disipación e incluso la rapacidad de algunos socialistas, lo que hace equivocada la asociación del socialismo como modo de organización social con la Solidaridad y el Desprendimiento. La ausencia de estos valores, o la presencia del desenfreno, el despilfarro y el robo, no son rasgos que estén reñidos con el socialismo.
Expliquemos lo anterior. Se define la solidaridad como la «Adhesión circunstancial a la causa de otro», y debemos aceptar que la noción de solidaridad implica o supone la libre voluntad de ser solidario; sino habría que entender la existencia de una la noción de solidaridad amplia, que incluiría una forma de solidaridad libre y voluntaria; y otra dicotómica solidaridad que vendría a ser forzada. Por lo cual, tendríamos que aceptar el absurdo de que entregar algún bien a un ladrón que nos amenaza, es un acto de solidaridad.
Para dotar a la neutra definición de solidaridad de algún contenido moral deberíamos entender que dicha «adhesión circunstancial a la causa de otro», se materializa cooperando o colaborando con el otro, con nuestro esfuerzo o bien compartiendo nuestros bienes y de manera voluntaria. Como decía Quevedo: «La limosna es obra pía si se hace de dinero propio; mas si (lo que Dios no quiere) se hiciese de dinero ajeno, sería obra cruel».
El socialismo es, pues, un concepto que nada tiene que ver con lo anterior. Por socialismo se entiende un: «Sistema de organización social y económica basado en la propiedad y administración colectiva o estatal de los medios de producción y distribución de los bienes» (DRAE). No obstante, que la previa definición no proviene del marxismo, ella no difiere de las definiciones del socialismo que sí tienen ese origen: «…la base económica del socialismo radica en la propiedad social sobre los medios de producción en sus dos formas –la estatal (de todo el pueblo) y la cooperativo koljosiana–,…» (Borísov, Marárova y Zhamin).
Ahora, ¿cómo ha de ser la organización socialista? ¿Qué y cuánto será sometido a propiedad o administración colectiva? Y, por tanto, ¿quién será expropiado? ¿Quién será ese «otro» con quien se practicará algo de la supuesta «solidaridad» que se le atribuye al socialismo? ¿Y cuáles las justificaciones o causas que invocarán los socialistas para hacer lo anterior? Pues bien, en esto es en lo que difieran los modelos o tipos de socialismos; que tal como nos los señala el mismo (DRAE) pueden tener «diversos matices». Matices que siempre implicaran, en mayor o menor medida, a veces la confiscación de bienes en modo absoluto (definición de bienes como públicos) o de manera particular (expropiación por causa de utilidad pública) a sus eventuales o concretos propietarios.
Por ejemplo, el socialismo real apela a las causas del proletariado y del campesinado, al supuesto conflicto de aquellas clases con la burguesía, puede ser internacionalista y recurre a la violencia revolucionaria como mecanismo de acenso al poder político y postula la supresión de la propiedad privada de los medios de producción; por otra parte, la socialdemocracia apela a las causas del proletariado y del campesinado, puede no invocar el conflicto de aquellas clases con la burguesía, puede ser internacionalista o nacionalista, y recurre a la vía electoral como mecanismo de acenso al poder político y no postula la supresión total de la propiedad privada de los medios de producción; por último, los fascismos apelan a las causas del pueblo o de la nación, por ende son nacionalistas y chauvinistas, y pueden recurrir a la violencia revolucionaria o la vía electoral como mecanismos de acenso al poder político y no postula la supresión total de la propiedad privada de los medios de producción.
Así pues, hay socialismos para todos los gustos: socialismos para los que abogan por las causas del tercer mundo –anticolonialistas y/o indigenistas– (y el marxismo no es uno de ellos), y socialismos eurocéntricos y racistas que reivindican el civilizar a los salvajes (y contrario a los que los progres creen, el marxismo sí es uno de ellos); socialismos para los que abogan por las causas ambientales y ecológicas (y el marxismo no es uno de ello), y socialismos mecanicistas e industrialistas (y contrario a los que los rojos creen, el marxismo sí es uno de ellos); socialismos para los que abogan por las libertades de las minorías sexuales (y el marxismo no es uno de ello), y socialismos que ven en dichas libertades la depravación y la perversidad (y contrario a los que los rojillos creen, el marxismo sí es uno de ellos).
En relación con la anterior, hay que dejar en claro que toda ideología que promueva la necesidad de la gestión estatal de algún bien cualquiera que este sea o de un medio de producción, en nombre de la causa que sea es una ideología socialista. Por lo que, incluso el llamado liberalismo clásico, el conservadurismo e incluso el monarquismo son formas tenues de socialismo.
Como se puede notar, no hay en el amplio espectro de los socialismos atisbo alguno que suponga o implique la presencia de los valores solidaridad, caridad, piedad o de ningún otro valor ético que guarde relación con la libertad.
Además, a diferencia de la solidaridad que se materializa en actos libres y voluntarios por los que se comparte lo propio o lo que se ha obtenido legítimamente. En el socialismo o en los socialismos hay actos de repartición, apropiación y redistribución forzada e impuesta de bienes ajenos (robos), ello con diversos grados de violencia, la cual es, por lo demás, indispensable.
En tal sentido, las nociones solidaridad y socialismo no sólo son diferentes sino que además son antagónicas, ya que al ser privado un individuo de su propiedad –y en la medida que tal privación sea más extrema– en menor proporción podrá practicar actos de solidaridad que le impliquen desprendimiento material; en el socialismo total el desvalido no cuenta con la posibilidad de la caridad de sus semejantes, su única esperanza es la piedad de los burócratas.
Por todo lo anterior, expresiones como «solidaridad socialista» o «socialismo solidario», son contradicciones en términos, aunque los vocablos que las componen estén más o menos próximos en los diccionarios.
Otra de las razones que inducen a decir «esto no es socialismo» o «esto es un falso socialismo», y a creer que existe alguna relación entre el valor solidaridad (o las virtudes teologales) y el socialismo (en particular el llamado socialismo real, siendo el adjetivo «real» como todos los adjetivos la evidencia, de que hay varias versiones del sustantivo), es que, los adeptos de esta versión de socialismo postulan que ella «es el peldaño previo al comunismo». El cual, además, vendría a ser la versión terrenal y científica de los arcanos paraísos religioso-teístas. Ahora bien, esta es una confusión que al igual que el «ideal de hombre socialista», tiene su origen en angélicos discursos y en etéreas declaraciones de intención de los teóricos y líderes del socialismo: palabras, sólo palabras. Los hechos son bien distintos.
En el socialismo real (en tanto peldaño previo al comunismo), el catálogo de los medios de producción es extensísimo, y por tanto la expropiación es total y la gestión central es absoluta (y como lo explicábamos antes, ello imposibilita la solidaridad individual). Pero además, el resultado derivado e inevitable de la administración colectivizada, centralizada y coactiva es por regla general el desastre (ello es evidente y las causas no las explicaremos acá). Basta dar vista a la historia de la humanidad para comprobar que en la medida que el socialismo es más amplio y total, las vidas de los que viven bajo él se hacen más próximas a experiencias de vida en el infierno: escasez, arbitrariedad, abuso, desesperanza; todos ellos son sustantivos a los que se pueden agregar otros más con connotación negativa para describir las consecuencias del socialismo.
En relación con lo anterior, vale la pena aclarar que todos los socialismos (no sólo el llamado socialismo real) tienen vocación totalitaria o el germen del totalitarismo. Una de las causas de esto se ha podido experimentar en Venezuela: cuando las medidas socialistas fallan (lo que siempre pasa), los socialistas nunca entienden o rara vez concluyen que los fracasos son el resultado de las carencias endógenas y sistémicas del socialismo como modelo de organización social (porque concluir en esto, para ellos implicaría abrir espacios a la libertad individual, en perjuicio de sus cuotas de poder). Por el contrario, siempre las achacan a errores o perversidades de los humanos que no se identifican con el modelo del hombre nuevo socialista.
Es así que, los socialistas, ante las fallas de su modelo y con «fatal arrogancia» agregan más socialismo, ante las fallas de los controles coactivos (que obligan a los individuos a conductas antinaturales y contrarias a la libertad) agregan más controles coactivos al punto de la irracionalidad, como por ejemplo el simple hecho de poder comprar productos básicos un día a la semana de acuerdo al número final del documento de identidad, o tener que llevar a las tiendas los certificados de nacimiento para poder comprar pañales o fórmulas lácteas para bebes.
Entonces, a menos que seamos cándidos o nos queramos mantener en una ignorancia que le hace juego y colabora con los enemigos de la libertad, o, peor aún, que seamos socialistas, debemos dejar de decir: «Esto no es socialismo» o «esto es un falso socialismo».
Referencias:
Biao, L. (comp.) (1972). Citas del Presidente Mao Tse-Tung. Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras.
Borisov, E. F., Zhamin, V. A., Makárov, M. F. y otros. (2006). Diccionario de Economía Política. Bogotá: Gráficas Modernas.
Quevedo, F. (1995). Obras jocosas. Madrid: M. E. Editores.
Real Academia Española. (2014). Diccionario de la lengua española. 23ª edición. Madrid.
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