La ministra de Educación y Ciencia se entallaba un jersey con banderas de diferentes países europeos ante la apertura de las urnas en 1975 para decidir sobre el futuro de Reino Unido en la Comunidad Económica Europea. El Primer Ministro, el laborista Harold Wilson, mostraba de forma tajante su desacuerdo ante las condiciones de adhesión. La relación del Reino Unido con la CEE fue convulsa desde el principio. Comenzó con una contundente negativa en 1958 ante la invitación de la CEE, pues el proyecto no resultaba convincente. Sin embargo, la Organización Económica de Cooperación Económica que trató de impulsar quedó en un intento de creación de un espacio de libre comercio que no logró desestabilizar el proyecto de la CEE y que propició que Francia acaparase el poder. Resentida, ésta vetaría a Reino Unido al solicitar la entrada en 1961, retrasando su incorporación hasta el año 1975, pues Charles De Gaulle la habría impedido en 1963 y 1967.
No fue llegar y besar el santo
Thatcher situó el futuro de Reino Unido en la Comunidad Económica Europea, apoyó la permanencia, que venció con un 67% de los votos. Reino Unido nunca pareció adaptarse a las exigencias, que apostaban por una mayor integración económica y política. Desde el primer momento, la aportación al presupuesto europeo fue objeto de polémica. La Primera Ministra del Reino Unido, elegida en 1979, aterrizaba en su primera cumbre europea con el ya célebre “I want my money back” (Quiero que me devuelvan mi dinero). El cheque británico, obtenido por Thatcher en 1984, concedía privilegios a Reino Unido en este sentido, algo que enfadó a los socios franceses y alemanes. A pesar de este estatus especial – el cual se personalizaría aún más con la no pertenencia a la zona euro o a la zona Schengen -, Reino Unido se dio nunca por satisfecho.
Acta Única Europea
Los acuerdos de Fontainebleau de 1984 que permitían modificar la aportación al presupuesto de la CEE quedaron reflejados en el Acta Única Europea, un importante documento dentro del legado europeo de Margaret, así como la consecución del mercado único europeo, el área de libre cambio que atendía a los intereses que Reino Unido mantenía desde 1958. Sin embargo, se encontraba lejos de haber forjado ese proyecto y la creciente intervención de las instituciones europeas en asuntos de política monetaria y económica desesperaban a Thatcher.
No a la unión monetaria, no al proceso de integración, no a la pérdida de soberanía
“La Comisión quiere extender sus competencias al área de salud. Dijimos no. No íbamos a estar de acuerdo con esas cosas… Sí, la Comisión quiere aumentar sus poderes, sí, es un organismo no electo y no quiero que aumente sus poderes contra esta casa”.
Thatcher no quería al Parlamento Europeo como cuerpo democrático de los estados de la CEE, ni a la Comisión como poder Ejecutivo, así como tampoco quería que el Consejo de Ministros fuera el Senado. Ante la Cámara de los Comunes, pronunció un claro “No! No! No!”. La Comunidad Económica Europea no pretendía ser un mercado común: Más bien se estaba convirtiendo en un gobierno supraestatal no electo y al servicio de unos intereses que no pertenecían a Reino Unido y que introducían la discordia en su territorio.
“¡No dejaré que los belgas decidan el valor de la libra!” – Thatcher cogiendo de las solapas de la chaqueta al periodista Philip Stephens.
Antes de que el euro llegara, se sucedieron los intentos de vincular el valor de la libra con el marco alemán. Margaret vio en estas propuestas la “total abolición de la libra esterlina” y se negó a que su control se encontrara en manos de las instituciones europeas o de otros países que no fueran el que ella presidía. Bélgica insistía en la creación de una Europa federal y la Primera Ministra se mantenía distante frente a las peticiones de una mayor integración. “ La moneda única europea está destinada al fracaso”. “Los países que todavía no se han unido al euro harían bien en mantenerse fuera de él”. A pesar de sus esfuerzos y contra su voluntad, 1973 traía la creación del Mecanismo Europeo de Cambio y el Sistema Monetario Europeo. La pretensión de conseguir estabilidad monetaria justificaba el control de los tipos de cambio ante los ojos de los miembros del gobierno de la Dama de Hierro, quienes le dieron la espalda. Esta fractura en el seno de su Ejecutivo marcaría un punto de inflexión en su trayectoria política.
Brexit?
hatcher no cesó en sus críticas a la Unión Europea tras abandonar la política. El indeseable ente burocrático en que se había convertido, el cual apartaba a los ciudadanos de sus gobernantes, era muy diferente del proyecto firmado por Reino Unido en 1958. Los Estados Miembros de la UE han perdido competencias, han cedido su soberanía, en algunos casos aceptando decisiones que han resultado perjudiciales para su economía, siendo marionetas de las instituciones a las que decidieron someterse tratado a tratado, negociaciones en las que Reino Unido alzó la voz contra la ilegitimidad de su poder y contra la tediosa burocracia que producen.
“Esta Unión Europea es el nuevo comunismo” – Nigel Farage
Ante la exigencia de una mayor integración, que les ha acompañado durante toda su trayectoria europea, el líder del UKIP recordaba la lucha de la Dama de Hierro por conservar la soberanía, protegiéndola de aquellos que arrancan la democracia para entregarla a instituciones ajenas a los ciudadanos de los países que componen la unión. El euroescéptico Nigel Farage situaba a la Troika al nivel de unos criminales, ladrones de cuentas bancarias que pretendían mantener el fracaso del euro.
“Saca tu dinero de la zona euro antes de que vengan a por ti”, advertía en el Parlamento Europeo.
Farage mintió. Lo hizo sobre las cifras que Reino Unido aporta semanalmente al presupuesto de la UE – de 350 millones a 136 -. Ofreció unas posibilidades – como destinar tales 35o millones a sanidad – que no eran ciertas. Jugó sucio. Pero en esencia, ninguna de sus mentiras desmienten lo que es hoy en día la Unión Europea, que no es otra cosa que aquello que Thatcher trató, de una forma más digna, de luchar.
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