viernes, 29 de julio de 2016

Víctor el expatriado, por Libertario.es

Víctor se siente contrariado. Como muchos otros jóvenes que viven en el mundo rural, la falta de oportunidades le abocará probablemente a abandonar la casa en la que se ha criado. Lo cuenta consternado en una entrevista sobre la despoblación rural en eldiario.es, de título ‘Quiero quedarme en mi pueblo’, y que narra los problemas de las pedanías más recónditas para sobrevivir al tiempo si las futuras generaciones deciden dejarlas atrás.

Podría ser un artículo normal. Podría ser uno de tantos reportajes que pueblan las webs sobre la despoblación rural y el envejecimiento del campo. Pero no, hay una frase de Víctor que lo cambia todo, que produce un giro de 180 grados y que enfoca el debate en cuan apegados nos sentimos al estado: “no se está favoreciendo que profesiones como la mía (es graduado en ingeniería aeroespacial) se puedan ejercer desde el medio rural, no interesa”

No sé de dónde es este simpático ingeniero aeroespacial, y no sabría situar en un mapa la localización del pueblo en cuestión, pero para escribir esto tanto da. Víctor podría ser un caso aislado, que fruto de una tórrida noche de verano decidiera levantarse con ánimo de pedir a la diputación de la zona una petición formal a la ESA de traslado de alguna de sus oficinas a su pueblo para que el pobre chico no tenga que irse a vivir a otro lugar. Pero no, no nos engañemos: Víctor representa hoy día gran parte de la población en España. “Nos forman y luego no nos dan oportunidades en España”. Quién no ha escuchado esta frase alguna vez.

Con el caso de Víctor descubrimos cosas que, aunque evidentes, su naturalidad escapa al no preparado ojo humano. Hace cosa de cinco años, cuando ingresó en la universidad de turno para formarse, el estado (central, su autonomía o la diputación, llámese como quiera) obligó a Víctor a estudiar una carrera que, así a simple vista, pocas salidas podría tener en un pueblo pequeño. Él no quería. Sabía que algún día querría vivir en su pueblo y volver a sus orígenes, estudiar algo con lo que pudiera volver allí, pero a punta de pistola le obligaron a matricularse en aeronáutica. Desde aquí denunciamos a viva voz esta tropelía.

Porque en el fondo el estado, que sepamos a día de hoy, no le ha dado nada Víctor como para que este no tenga el derecho a que le faciliten la carrera laboral. Probablemente nació en un hospital público, que le ha cubierto su salud y la de su familia desde que viniera al mundo hasta hoy. Tampoco le ha sufragado la educación primaria y secundaria, ni le ha subvencionado casi en su totalidad el grado en ingeniería. No le ha construido una carretera a su pueblo para comunicarse con el exterior, como tampoco alumbra sus farolas para que llegada la noche esta no se vea sumida en la peligrosa oscuridad. Quitando esto y doscientos ejemplos más que se nos podrían ocurrir a lo largo de la tarde, el estado no ha hecho nada por alguien que aún no pagaba impuestos para exigir compensación. Que menos que pedir que le den trabajo de lo suyo al lado de su casa.

Dejemos a Víctor, que probablemente esté protestando en estos momentos frente a la administración para pedir que le lleven el trabajo a casa, y analicemos el grueso. Usted no lo sabe, pero son más de los que piensa. Puede haberse cruzado con ellos por la calle, o incluso tenerlos de amigos y haber matado las horas vespertinas a su vera. Exigen que el estado les solucione la vida, que no les obligue a expatriarse, que fomente planes de empleo en su zona o, simplemente, que la administración se doblegue a sus más curiosas demandas sólo con pensarlas. Son ellos.

De las revoluciones liberales en las que se exigían cosas básicas como los derechos fundamentales o la democracia representativa, nuestro mundo vive sumido en una oleada de nueva exigencia de derechos irreconocibles. Esto ya no va de tener libertad de expresión o poder profesar la religión que uno guste sin sufrir perjuicio por ello y a partir de ahí a vivir, que va. Ahora todas y cada una de las demandas que se nos vayan ocurriendo por el camino tienen que ser inmediatamente satisfechas. Es el famoso “privatizar beneficios, socializar pérdidas” que tantas veces hemos escuchado y en este caso se refleja en el mundo laboral: he sido yo quien ha conseguido que me contraten, pero si me encuentro en paro (cobrando una prestación del estado) no puede ser por otra razón que no sea que el estado no se preocupa de que yo encuentre trabajo.

No verán nuestros ojos a gente desahuciada reconociendo en ningún momento que nadie les obligó a hipotecarse, pero los informativos abrirán cada día con desahucios y desahuciados que echará las culpas de su mala suerte a un estado que en ningún momento se presentó en la oficina a firmar el papel por ellos. Tampoco veremos a muchos Víctor reconocer que no han estudiado lo que debían dadas sus pretensiones laborales futuras, pero probablemente sean los primeros en echar la culpa de su mala suerte a aquellos que desde bien temprano les han solucionado la vida. Es lo que hay.

Artículo Original

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