lunes, 25 de julio de 2016

La izquierda necesita aprender de la Teoría Monetaria Moderna, por el maestro impresor E.Garzón.

Atención, aquí vas a leer un nuevo desparrame mental de Eduardo Garzón. Vigile sus pasos.

A pesar de su antipático y nada atractivo nombre, la Teoría Monetaria Moderna (TMM) representa una forma de entender cómo funciona el dinero que viene de perlas a todos aquellos que quieren poner la economía al servicio de la mayoría social, ya que rellena una de las principales fallas que ha tenido siempre la izquierda en materia económica. Desgraciadamente la inmensa mayoría de los pensadores progresistas –incluyendo especialmente a los economistas– han absorbido hasta la médula las falsas creencias liberales en relación a la naturaleza y funcionamiento del dinero, y esto hoy supone un enorme lastre a la hora de vislumbrar un modelo económico alternativo al actual. No son pocas veces en las que la izquierda repite los falsos mantras liberales creyendo que son verdades absolutas: “el déficit público es malo y hay que reducirlo –aunque sea más lento de lo que propone la derecha-“, “el Estado necesita recaudar mucho más dinero para disfrutar de un adecuado Estado del Bienestar”, “crear dinero provoca siempre inflación”, etc. Interiorizar estas falsas creencias neoliberales y pensar y hablar en su mismo idioma implica entrar en un callejón sin salida para la izquierda, ya que al hacerlo quedan obstruidas casi todas las alternativas económicas progresistas. La Teoría Monetaria Moderna es la cura que necesitamos para romper los esquemas que nos han impuesto y poder idear y desarrollar un proyecto económico más justo.

¿A qué se debe que la izquierda ande tan perdida en este tema? A que no es verdaderamente consciente del radical cambio que el sistema monetario mundial experimentó en 1971. La inmensa mayoría de analistas comete el profundo error de seguir utilizando los mismos esquemas mentales que se utilizaban para comprender el sistema monetario antiguo, sin darse cuenta de que en la actualidad esas herramientas analíticas han quedado absolutamente obsoletas porque la realidad es otra. Es como si, para conocer el éxito de un grupo musical, nos fijásemos únicamente en las ventas de discos y no tuviésemos en cuenta la celebración de conciertos o la audiencia lograda a través de internet con programas como Youtube o Spotify. Estaríamos utilizando herramientas que eran muy útiles en el pasado pero que son absolutamente estériles en el presente simplemente porque la realidad ha cambiado. Lo mismo le ocurre desgraciadamente a la izquierda con el asunto del dinero.

Antes de 1971 los gobiernos de los diferentes Estados se solían comprometer a respaldar toda creación de dinero con otro tipo de activos (aunque a menudo violaban este compromiso, especialmente en épocas de guerra). Entre 1944 y 1971, bajo el Sistema de Bretton Woods, esos activos debían ser el oro y/o la moneda líder, el dólar. En consecuencia, la creación de dinero por parte de los bancos centrales estaba limitada a la cantidad de oro y dólares que tuviese la economía en cuestión. Atendiendo a ese compromiso, los Estados no podían crear todo el dinero que quisiesen porque no tenían oro y/o dólares ilimitados.

Sin embargo, con el desmantelamiento del sistema de Bretton Woods en 1971 el compromiso desapareció, y el dinero dejó de necesitar un respaldo en otros activos para poder crearse. Desde entonces, los Estados pueden crear su propio dinero sin ningún tipo de obstáculo técnico, sin ningún tipo de límite. Ésta es la primera constatación que suele desconocer o ignorar la gente, especialmente los que vivieron antes de 1971 ya que conocieron otra realidad y muchos no se percataron del (radical) cambio.

Esta nueva realidad tiene muchas implicaciones importantes, también muy desconocidas por el ciudadano medio. En primer lugar, permite que cualquier Estado pueda realizar un gasto sin necesidad de respaldarlo con un ingreso por impuestos, puesto que bastaría con crear la cantidad de dinero correspondiente al gasto deseado. Esto libera al Estado de la necesidad de cuadrar los gastos con los ingresos (sin tener que endeudarse). Sin embargo, la TMM reconoce y valora la necesidad de que existan impuestos, pero no porque sean necesarios para respaldar los gastos, sino por cuatro motivos diferentes: 1) dotar de confianza a la moneda en cuestión: la ciudadanía tiene que obtener ingresos en esa moneda para pagar impuestos, lo que provoca que la moneda siempre sirva para algo y que otros agentes la acepten como medio de pago, 2) detraer dinero de la economía, ya que tras el pago de impuestos familias y empresas tendrán menos cantidad de dinero en sus manos, 3) redistribuir la renta y la riqueza, y 4) incentivar y penalizar determinadas prácticas.

Los déficits públicos son entendidos así de otra forma a la que estamos acostumbrados: es el resultado de crear más dinero e inyectarlo en la economía (a través de gasto público) que el dinero que se retrae de la misma (a través de los impuestos). Por lo tanto, el déficit público no es más que la herramienta que tiene el Estado para inyectar más dinero en la economía. Y no hay ninguna necesidad imperiosa de tener que endeudarse para poder cubrir ese déficit. ¿Qué sentido tiene pedir prestado un dinero que puedes crear tú? De hecho, si pides prestado en la moneda que creas, el prestamista te está prestando un dinero que has creado tú en algún momento. Todo el dinero que existe expresado en tu moneda lo has creado tú, no hay otra posibilidad. Para que un Estado pueda recaudar, primero ha tenido que gastar, (que es lo contrario de lo que se piensa).

Pero los Estados que crean la moneda que utilizan, como Estados Unidos, Japón, o Australia, por ejemplo, también tienen deuda pública. ¿Por qué? Porque es una forma –entre otras– de controlar el tipo de interés de referencia. No hay ninguna necesidad de que un Estado con plena soberanía monetaria se endeude, pero suelen hacerlo para que los bancos no presionen a la baja el tipo de interés mediante el préstamo de las reservas bancarias. Cuando hay déficit público, se inyecta más dinero en la economía y por lo tanto más reservas bancarias en las cuentas de los bancos, y las entidades bancarias suelen prestar estas reservas para obtener rentabilidad a partir de ellas. Para que no lo hagan, el Estado ofrece bonos públicos con rentabilidad; así los bancos los compran en vez de prestar las reservas. Este proceso incrementa la deuda pública, pero no tiene nada que ver con la necesidad de obtener ingresos por parte del Estado soberano. Otra posibilidad para evitar la caída del tipo de interés es que el Estado ofrezca directamente rentabilidad por mantener las reservas bancarias, evitando así que tengan que prestarlas para hacer negocio.

En cualquier caso, gracias a la Teoría Monetaria Moderna entendemos que un Estado con soberanía monetaria (emite su propia moneda, no tiene deuda en moneda extranjera, y tiene tipo de cambio flexible) es plenamente libre de crear tanto dinero como quiera. Ahora bien, que pueda hacerlo no quiere decir que deba hacerlo. La cantidad de dinero creado a través de gasto público debe ser la adecuada que permita que todas las empresas vendan al precio actual los bienes y servicios que pueden producir. Ni más ni menos. Crear menos dinero de este nivel produce desempleo y desinflación (es lo que le ocurre a la economía española y a la Eurozona), y crear más de este nivel produce inflación. Por eso, gracias a la TMM entendemos que en la Eurozona lo que necesitamos es que incremente el déficit público, no que disminuya como erróneamente y/o perversamente aseguran los gobernantes europeos.

Y que nadie se asuste con la inflación o con los procesos hiperinflacionarios: la inflación sólo aparecerá cuando haya más dinero del nivel mencionado (plena utilización de la capacidad productiva), y en el territorio español y en la zona euro estamos bastante lejos de ese nivel, como lo demuestra el alto paro, las enormes cantidades de productos en almacenes, y la inflación nula o negativa. Que tampoco se asuste con los niveles de déficit o de deuda pública sobre el PIB. El déficit público lo único que hace es rellenar la brecha que deja el gasto privado en épocas de recesión, por eso en esos momentos el déficit público se dispara, y por eso en épocas de bonaza económica se reduce o incluso convierte en superávit. A un Estado con soberanía monetaria le da absolutamente igual que el déficit público esté en un 0%, en un 5% o en un 15% del PIB, o que la deuda pública esté en un 10% o en un 300% (Japón es el mejor ejemplo de esto último). Todo ello no está reflejando más que la cantidad de gasto público que ha rellenado la ausencia de gasto privado.

En fin, es de sobra conocido que cualquier proyecto de transformación social desde los principios de izquierda se suele topar con el mantra de “es muy bonito, pero no hay dinero para hacerlo”, o la variante siguiente: “aunque hay dinero, está en los paraísos fiscales y no se puede recaudar”. Desgraciadamente lo que suele ocurrir es que nos creemos estas respuestas y nos rendimos a la resignación. Pero con la ayuda de las tan estudiadas tesis de la TMM podremos sortear con solvencia estos obstáculos y poder idear y trabajar por la construcción de un nuevo modelo económico alternativo al actual que ponga la economía al servicio de las personas y no al revés.

 

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Afortunadamente ya hay libros sobre Teoría Monetaria Moderna en castellano, gracias a Attac, Lola Books y APPEEP. Recomiendo con fervor la lectura de “Los siete fraudes capitales de la política económica”, de Warren Mosler (disponible y gratuito online), “Manual de Teoría Monetaria Moderna” de Randall Wray, y “La distopía del euro” de Bill Mitchell. Para lectores ingleses, recomiendo también “Modern Monetary Theory and Practice” y los blogs “New Economic Perspectives” y “Bill Mitchell Blog”. En el apartado “Teoría Monetaria Moderna” de mi blog también se pueden encontrar explicaciones sencillas de este marco analítico, así como debates con otros interlocutores.

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