El Dr. Profesor Miguel Anxo Bastos en numerosas conferencias de Teoría del Estado y Anarcocapitalismo suele hacer énfasis en las justificaciones que normalmente se arguyen para la existencia del Estado, desde las científicas como la teoría de los bienes públicos y demás supuestos fallos del mercado contra la que hace falta sólo un poco de conocimiento de economía austríaca, hasta las algunas que construyen de forma hipotética o real contratos sociales de donde se sigue una larga tradición de la filósofos políticos que yerran en ello por su falta de lógica y sentido común (Hobbes, Rousseau, Kant, Locke, Buchanan, Rawls), no obstante, nos queda una visión sociológica del surgimiento del Estado, donde es visto como máximo depredador y agresor de la sociedad y aquí me propongo hacer exposición de uno de los artículos que más recomienda el profesor Bastos sobre el tema “Guerra y construcción del Estado como crimen organizado”[1] del prolífico y gran politólogo Charles Tilly.
Para quienes estén familiarizados en la tradición anti-estatista de los autores norteamericanos lysander Spooner, Albert Jay Nock y el sociólogo Alemán Franz Oppeheimer todos estos recogidos por Rothbard, espero que este artículo sólo revalide lo ya dicho por ellos, por lo demás, mi objetivo es realizar una exposición de este y algunas relaciones desde lo mencionado por Murray Rothbard y Hans-Hermann Hoppe en sus escritos.
El negocio de la protección
El profesor Tilly en su ensayo resalta el importantísimo papel que jugó la guerra en el crecimiento y construcción de los sistemas de gobierno que hoy llamamos Estados nacionales, y como esto no habría sido posible sin el crimen organizado, así pues, el autor nos da un concepto de Estado nacional que como notarán en nada difiere del que estamos acostumbrados los libertarios:
Organizaciones relativamente centralizadas y diferenciadas cuyos funcionarios, con más o menos suerte, ejercen cierto control sobre esas formas de violencia monopolizadas por una autoridad, sobre el conjunto de una población que habita un territorio amplio y contiguo a otro. (pág 2).
En referencia a lo anterior, cabe decir, que el Estado es una organización que detenta el monopolio legitimo del uso de la fuerza en un territorio determinado (monopolio territorial de la violencia), por lo cual este es arbitro y juez final de todos los conflictos que surjan en su territorio (monopolio de la jurisdicción) como también, la facultad de decidir unilateralmente el precio de estos servicios quiéralos o no la población (monopolio de la fiscalidad), igualmente Hans-Hermann Hoppe lo ilustra como:
una agencia que posee el monopolio territorial compulsivo de la toma definitiva de decisiones (jurisdicción) y/o el derecho a cobrar impuestos.(Libertad o socialismo, pág 23).
No obstante ¿cómo se llega allí?
En efecto, es a través de un grupo victorioso de los muchos titulares del poder en su competencia violenta y sanguinaria por concentrar cada vez más de forma eficiente y monopólica el control, la riqueza, el mando, e incluso en alguna medida logrando una más o menos buena aceptación popular en el territorio.
Así, en el siglo XV los Tudor desmilitarizaron a sus competidores, los señores feudales, quienes también ofrecían ejércitos y protección, destruyendo sus castillos, tropas y haciéndose con su poder para solucionar disputas, respectivamente lo mismo ocurre en Francia por el año 1620, nos comenta Tilly:
En Francia, Richelieu comenzó el gran desarme en la década de 1620. Aconsejado por el Cardenal, Luis XIII destrozó sistemáticamente los castillos de los señores rebeldes, protestantes y católicos, y combatió contra ellos sin descanso. Empezó a condenar los duelos, el portar armas letales, y el mantenimiento de ejércitos privados. Al final de esa década, Richelieu ya estaba declarando el monopolio de la fuerza como doctrina. Fue necesario otro medio siglo para que esta doctrina fuese efectiva. (pág 8).
Posteriormente ya por los siglos XVIII se habría establecido el monopolio estatal de la violencia.
¿Violencia legítima?
Sin embargo y si lo que estamos nombrando no son más que criminales sedientos de poder ¿cuándo ocurrió la separación entre bandidos, piratas y asesinos a reyes, recaudadores de impuestos y protectores? ¿Cuándo lo que todos consideraban ilegitimo dejo de serlo? Brillantemente Tilly nos da la respuesta:
¿En qué se distinguían la violencia ejercida por los estados de la violencia llevada a cabo por cualquier otro actor? A largo plazo, se diferenciaron lo suficiente como para hacer creíble la división entre fuerza “legítima” e “ilegítima”. Con el tiempo, los funcionarios ejercieron la violencia a mayor escala, con mayor eficacia, con mayor eficiencia, con un consentimiento más amplio por parte de sus propias poblaciones, y con una colaboración más solícita por parte de las autoridades vecinas que por parte de otras organizaciones. Sin embargo, pasó mucho tiempo antes de que estas diferencias se hicieran patentes. (pág 6).
Y más adelante
De hecho, en tiempos de guerra los dirigentes de estados plenamente constituidos, a menudo encargaban a corsarios o contrataban a bandidos para que atacasen a sus enemigos, y animaban a sus tropas regulares a conseguir botín. En el servicio real, se esperaba de los soldados y marineros que se proveyesen por sí mismos a costa de la población civil: requisando, violando, saqueando… Cuando se desmovilizaban, continuaban con las mismas prácticas, aunque sin la protección real: los buques desmovilizados se convertían en barcos pirata; las tropas desmovilizadas, en bandidos. (pág 6).
Esto no difiere en nada del presente donde los Estados pueden reservarse el derecho a cometer actos que de otro modo serian crímenes si fuesen cometidos por las personas privadas, bastaría entonces que un banda de rufianes se denominase a sí misma “el Estado (gobierno)” y todas sus acciones serían permitidas. En la misma línea de pensamiento insistía Rothbard:
El Estado provee un canal legal, ordenado, sistemático para la depredación de la propiedad de los productores; hace que la línea de la vida de la casta parasitaria en la sociedad sea cierta, segura y relativamente “pacífica”. El gran escritor libertario Albert Jay Nock escribió vívida-mente que “el Estado sostiene y ejerce el monopolio del crimen […] prohíbe el homicidio privado, pero organiza él mismo asesinatos en escala colosal. Castiga el robo privado, pero echa mano inescrupulosamente de lo que quiere, sea propiedad del ciudadano o de un extranjero”. (Por una nueva libertad, pág 75).
Hemos desarrollado hasta aquí el hecho crucial de que el Estado no tiene una génesis inmaculada como muchos piensan, todo lo contrario, se basa en el sometimiento y la violencia, empero ¿cómo es posible que las personas lo hubiesen permitido? Puesto que es imposible para cualquier organización ejercer control sobre cada individuo de la sociedad.
La fuerza o los intelectuales
Los libertarios insistimos en que el poder del Estado en realidad no descansa en sus armas, sino en las mentes que lo aceptan, en quienes lo consideran necesario, de esta manera el Estado se ha asentado en la mentes de sus víctimas como un síndrome de Estocolmo institucionalizado, en consecuencia, el Estado necesita de la favorable aceptación pública para existir, dado que de otro modo la resistencia a su poder sería implacable, por ello, para mantenerse en el negocio de la protección es conveniente que estos limiten muchas de sus acciones así como también de garantizar algunos beneficios y ¿por qué no? Repartir el botín, tal como lo explica Tilly:
De un modo u otro, todos los gobiernos europeos posteriores a la Revolución Francesa se apoyaron de forma indirecta en magnates locales. Éstos colaboraron con el gobierno sin convertirse en funcionarios en el sentido estricto de la palabra, con cierto acceso al uso de la fuerza que ejercía el gobierno, y gozando de una amplia autonomía en la gestión de sus propios territorios: nobleza, jueces de paz, señores. Con todo, estos mismos magnates eran rivales potenciales, posibles aliados de una revuelta popular.
Con el tiempo, los gobiernos europeos redujeron su dependencia a este apoyo indirecto a través de dos estrategias costosas aunque efectivas: (a) extendiendo su burocracia a la comunidad local y (b) fomentando la creación de fuerzas policiales, subordinadas al gobierno y no a individuos, diferentes de las fuerzas empleadas en la guerra y, por tanto, menos útiles para ser utilizadas como instrumentos por sus rivales. Al mismo tiempo, sin embargo, los constructores del poder nacional llevaron a cabo una estrategia múltiple: eliminando, subyugando, dividiendo, conquistando, engatusando, comprando, según lo requiriese la situación. La compra de las voluntades disidentes se concretó en exenciones de impuestos, creación de cargos honoríficos, establecimiento de privilegios ante el tesoro nacional, y una gran variedad de otras estratagemas que hiciesen que el bienestar del magnate dependiera del mantenimiento de la estructura de poder existente. A largo plazo, todo esto se tradujo en una sólida pacificación y monopolización de los medios de coerción. (pág 9)
Vale la pena añadir, que como no es posible para minoría gobernar a una mayoría únicamente en base a violencia o amenaza de violencia, es preciso contar con la ayuda de los intelectuales, estos tienen la función de convencer a la población de la legitimidad, necesidad y buena voluntad de quienes tienen el señorío del Estado, deben hacerles creer que estarían peor sin estos y al mismo tiempo denigrar, relegar y hasta aniquilar a quienes tenga opiniones contrarias a los intereses de la casta que les favorece.
Finalmente esta hegemonía termina situándose permanentemente en el tejido social como algo natural, que nadie se atreve a cuestionar, en otras palabras, la fuerza de la costumbre. En el orden de las ideas anteriores diría Murray Rothbard:
Si la masa del pueblo estuviera realmente convencida de la ilegitimidad del Estado, si llegara a persuadirse de que el Estado no es ni más ni menos que una pandilla de bandidos con amplias facultades ejecutivas, se desplomaría rápidamente y no pasaría de la condición y la extensión de una mafia cualquiera. De ahí la necesidad en que se encuentra el Estado de contar con una nutrida nómina de ideólogos. Y de ahí también la necesidad de la secular alianza con la Corte de los Intelectuales, encargados de urdir la trama de la defensa de las funciones del Estado. (La ética de la libertad, pág 235).
Conclusión
Para terminar, sugiero que prestemos atención al siguiente esquema que siguió toda Europa:
Grosso modo, hombres se disputaban el control por los territorios, pensemos en señores feudales que luchaban para conseguir el control de los territorios, de este modo aumentaban su extracción para recursos de guerra (armas, alimentos) y así mismo tenían, tanto, más posibilidades de aumentar sus territorios, como de extraer más eficientemente recursos de la población, lo que implicaba eliminar o incorporar competidores internos o externos (otros señores) a su compañía, luego, como sugerimos párrafos atrás, cuando comienza está exclusión de competidores y va tomando forma el monopolio territorial de la violencia, llegamos a la tercera fase, la construcción del estado, esto, sin dejar de lado que todas son interdependientes y por tanto se refuerza entre sí, por ultimo se organizaban en recaudadores de impuestos, oficinas de hacienda, tribunales, policías, ejércitos y hasta (muy posteriormente) una burocracia que otorgaba derechos, instituciones representativas, educación, salud, etc.
En suma, no hay mejores palabras para ultimar que las dicha por Hans-Hermann Hoppe en La revista brasileña de filosofía Dicta & Contradicta que lo entrevisto en 2013 y que todos deberíamos repetir sin flaqueza:
Si pudiera cambiar mágicamente una creencia en las mentes de todos en las sociedades actuales, ¿cuál sería y por qué?
Hoppe: Coincido en esto con mi principal maestro y mentor, Murray Rothbard. Solo quisiera que la gente reconociera las cosas como son de verdad. Quisiera que entendieran los impuestos como robo, los políticos como ladrones y todo el aparato y burocracia del estado como una estructura de protección, una empresa similar a la Mafia, solo que mucho más grade y peligrosa. En resumen: quisiera que odiaran el Estado. Si todos creyeran e hicieran esto, entonces, como ha demostrado Étienne de la Boétie, todo el poder del estado se desvanecería casi instantáneamente.
[1] Este artículo fue publicado en inglés bajo el título “War Making and State Making as Organizad Crime” en P. EVANS, D. RUESCHEMEYER y T. SKOCPOL (eds.) Bringing the State Back, Ed. Cambridge University Press, Cambridge, 1985.
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