Habitúan a repetir los dirigentes de Podemos que, una vez pasadas las elecciones generales, las referencias a la crítica situación de Venezuela han desaparecido de los medios de comunicación. De repente, nos dicen, Venezuela ya no interesa. En su caso, parece haber sucedido más bien al contrario: antes de los comicios electorales evitaban pronunciar la palabra Venezuela y ahora, en cambio, no tienen remilgos en usarla como arma arrojadiza contra la presunta hipocresía de sus adversarios ideológicos. Mas ciertamente no deberíamos dejar de hablar de Venezuela, pues la relevancia de su crisis económica, social y política trasciende en mucho la estrecha coyuntura electoral española.
Venezuela fue durante casi 15 años el referente del llamado “socialismo del siglo XXI”, un modelo a exportar y con el que colonizar al resto del continente. De ahí que no podamos dejar de levantar acta del desmoronamiento de un sistema extractivo y pauperizador que habría arrastrado igualmente a la pobreza a cuantos lo hubieran emulado de pleno. Así, la última lamentable noticia económica que nos llega desde esta república bolivariana es que en el mes de junio apenas se vendieron 243 automóviles: no 243.000, sino 243. Comparemos tal cifra con la que se cosechaba hace tan solo un año: alrededor de 10.000 vehículos mensuales. El desplome no es casual. Es la consecuencia inexorable del sabotaje económico perpetrado por los gobiernos de Chávez y Maduro durante quince años: destrucción y obstrucción de las instituciones que permiten atraer inversión privada generadora de una economía competitiva y diversificada, creación de un Estado clientelar absolutamente dependiente de la evolución de los precios globales del petróleo, manipulación obscena de la moneda para ocultar los agujeros presupuestarios del régimen y control total de la vida empresarial en todos aquellos aspectos que no agradan al poder.
El resultado ha sido desolador: la restricción gubernamental a la importación de coches (o a los materiales con los que producir internamente coches) ha provocado el hundimiento de su oferta y el resultante desabastecimiento de este producto. Aunque ejemplos igualmente deplorables como el del desabastecimiento de papel higiénico o de medicinas copen habitualmente los titulares de prensa, la absoluta paralización de la venta de automóviles no sólo ilustra el grado de miseria que padece el país, sino también la completa parálisis de la inversión (no renovación de la flota de vehículos) que inevitablemente hipotecará su futuro a medio plazo. Venezuela es un país roto por su exacerbado estatismo populista. Socialismo es, allí y en todas partes, pobreza.
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