viernes, 8 de julio de 2016

La revolución radical americana, por Mises Hispano.

BattleofLongisland

[Capítulo 80 de Conceived in Liberty, vol. 4, The Revolutionary War, 1775–1784]

Especialmente desde principios de la década de 1950, Estados Unidos se ha preocupado por oponerse a revoluciones en todo el mundo; durante este proceso ha generado una historiografía que niega su propio pasado revolucionario. Esta visión neoconservadora, que recuerda al escritor reaccionario pagado por los gobiernos austriaco e inglés de principios del siglo XIX, Friedrich von Gentz, trata de aislar la Revolución Americana de todas las revoluciones que la precedieron y la siguieron en el mundo occidental. La Revolución Americana, sostiene este punto de vista, fue única; fue la única de todas las revoluciones modernas que no fue realmente revolucionaria; por el contrario, fue moderada, conservadora, dedicada sólo a conservar instituciones existentes frente al engrandecimiento británico. Además, como todo lo demás en América, fue maravillosamente armoniosa y consensuada. Al contrario que la malvada Revolución Francesa y otras en Europa, la revolución americana no perturbó ni cambió por tanto nada. Por tanto, no fue realmente una revolución en absoluto; indudablemente, no fue radical.

Pero este punto de vista, para empezar, muestra una extrema ingenuidad sobre la naturaleza de la revolución. Ninguna revolución ha aparecido de golpe y completamente armada, como Atenea, de la frente de la sociedad existente; ninguna revolución apareció nunca de un vacío. Ninguna revolución ha nacido nunca solo de las ideas, sino solo de una larga cadena de abusos y una larga historia de preparación, ideológica e institucional. Y ninguna revolución, ni siquiera la más radical, desde la Revolución Inglesa del siglo XVII a las muchas revoluciones del Tercer Mundo del siglo XX, se ha producido nunca si no es en reacción a una mayor opresión del aparato estatal existente. Toda revolución es en ese sentido una reacción contra una opresión que empeora y, en ese sentido, todas las revoluciones pueden calificarse como “conservadoras”; pero eso nos haría debatir sobre el significado de conceptos ideológicos. Si las revoluciones francesa y rusa pueden ser calificadas de “conservadoras”, lo mismo podría pasar con la americana. Este mismo proceso se produjo en la Rebelión de Bacon a finales del siglo XVII y en la Revolución Americana de finales del XVIII. Como destacaba correctamente la Declaración de Independencia (una buena fuente para entender la revolución):

La prudencia en realidad dictaría que los gobiernos establecidos durante mucho tiempo no deberían cambiarse por causas ligeras y transitorias y, acuerdo con todo lo que ha demostrado la experiencia, la humanidad está más dispuesta a sufrir, mientras los males sean soportables, que a concederse a sí misma la abolición de las formas a las que estaba acostumbrada. Pero cuando una larga lista de abusos y usurpaciones (…) muestra un designio por reducirla bajo un despotismo absoluto, está en su derecho, es su obligación, acabar con dicho gobierno.

Hace falta una lista de abusos muy larga para convencer a la mayoría del pueblo para que abandonara sus costumbres y lealtades habituales e hiciera la revolución; de ahí el absurdo de singularizar la Revolución Americana como “conservadora” en ese sentido. De hecho, este enorme avance contra las costumbres existentes, la misma acción de la revolución, es por tanto ipso facto un acto extraordinariamente radical. Todas las revoluciones masivas, de hecho, todas las revoluciones que puedan distinguirse de meros golpes de estado, al llevar a las masas hacia acciones violentas, son por tanto y por sí mismas acontecimientos altamente radicales. Todas las revoluciones son por tanto radicales.

Pero el radicalismo profundamente asentado de la Revolución Americana va mucho más allá de esto. Estaba inextricablemente ligado tanto a las revoluciones radicales que se produjeron antes como a las que la sucedieron, particularmente la francesa. Aparte de las investigaciones de Caroline Robbins y Bernard Bailyn, hemos visto las relaciones indispensables de ideología radical en una línea directa de este los revolucionarios republicanos ingleses del siglo XVII, a través de los hombres de la Commonwealth de finales de los siglos XVII y XVIII, hasta los revolucionarios franceses y americanos. Esta ideología de derechos naturales y libertad individual era revolucionaria hasta su misma médula. Como destacaría Lord Acton del liberalismo radical, al establecer “lo que tendría que ser” como guía rigurosa para juzgar “lo que es”, prácticamente estableció así un patrón de revolución.

Los americanos siempre habían sido intratables, rebeldes, impacientes ante la opresión, al ser testigos de diversas rebeliones al final de siglo XVII; también tenían su propia herencia individualista libertaria sus cuasi anarquistas Ann Hutchinson y Rhode Island, algunos directamente ligados con la izquierda de la Revolución Inglesa. Ahora, fortalecidos y guiados por la ideología evolucionada libertaria de los derechos naturales del siglo XVIII y reaccionando ante el engrandecimiento del estado imperial británico en el ámbito económico, constitucional y religioso, los americanos, al escalar y radicalizar las confrontaciones con Gran Bretaña, habían llevado a cabo y ganado su revolución. Al hacerlo, esta revolución, basada en la creciente idea libertaria que prevalecía en la opinión ilustrada de Europa, daba un ímpetu inmenso al movimiento revolucionario liberal todo el Viejo Mundo, pues aquí había un ejemplo vivo de una revolución liberal que había aprovechado su osada oportunidad, contra todo pronóstico y contra el estado más poderoso del mundo y realmente había tenido éxito. ¡Aquí había realmente un faro para todos los pueblos oprimidos del mundo!

La revolución americana fue radical en muchas otras maneras. Fue la primera guerra de liberación nacional contra el imperialismo occidental con éxito. Una guerra del pueblo, iniciada por la mayoría de los americanos, teniendo el coraje y el valor de levantarse contra un gobierno “legítimo” constituido, dejando de lado a su “soberano”. Una guerra revolucionaria liderada por “fanáticos” rechazando los cantos de sirena del compromiso y el ajuste fácil al sistema existente. Como guerra de un pueblo, fue victoriosa en la medida en que se utilizaron estrategia y tácticas de guerrilla contra el mucho mejor armado y entrenado ejército británico, una estrategia y táctica de conflicto extendido, que se basaba precisamente en el apoyo de las masas. Las tácticas de acoso, movilidad, sorpresa y desgaste y corte de suministros acabaron rodeando al enemigo. Considerando que la teoría de la revolución de la guerrilla aún no se había desarrollado, fue notable que los americanos tuvieran el coraje e iniciativa de emplearla. Tal y como fue, todas las victorias se basaron en conceptos de guerra revolucionaria al estilo guerrilla, mientras que todas las derrotas vinieron de la terca insistencia de hombres como Washington en una confrontación militar abierta del tipo convencional europeo.

Asimismo, como en cualquier guerra del pueblo, la Revolución Americana dividió a la sociedad en dos. La Revolución no fue una emanación pacífica de un “consenso” americano; por el contrario, como hemos visto, fue una guerra civil que ocasionó la expulsión de 100.000 tories de Estados Unidos. Los tories fueron cazados y perseguidos, sus propiedades fueron confiscadas y algunos fueron asesinados; ¿qué pudo ser más radical que esto? En esto, como en muchas otras cosas, la Revolución Americana se anticipó a la francesa. La contradicción interna del objetivo de la libertad y la lucha contra los tories durante la revolución demuestra que las revoluciones siempre sufren la tentación de traicionar sus propios principios en el fragor de la batalla. La Revolución Americana también prefiguró el mal uso de la inflación de papel moneda y de severos controles de precios y salarios, que resultaron igualmente inviables tanto en América como en Francia. Y, al ser ignorado o derrocado el gobierno constituido, los estadounidenses recurrieron a nuevas formas casi anarquistas de gobierno: comités locales espontáneos. De hecho, el nuevo estado y los futuros gobiernos federales aparecieron a menudo a partir de federaciones y alianzas de comités locales y de condados. Aquí también los “comités de inspección”, “comités de salud pública”, etc. prefiguraron la vía revolucionaria francesa y otras. Lo que significó esto, con su ejemplo más claro en Pensilvania, fue una innovación revolucionaria de instituciones paralelas, de poder dual, que desafiaba y acababa sencillamente reemplazando formas gubernamentales viejas y preestablecidas. Nada en todo este panorama de la Revolución Americana podría haber sido más radical, más verdaderamente revolucionario.

Pero puede afirmarse que después de todo fue solo una revolución externa: aunque la Revolución Americana fuera radical, fue solo un radicalismo dirigido contra Gran Bretaña. No hubo disturbios internos radicales, ni “revolución interna”. Repito que esta visión delata un concepto muy ingenuo de la revolución y de las guerras de liberación nacional. Aunque el foco de la agitación fue, por supuesto, Gran Bretaña, la consecuencia indirecta inevitable fue un cambio radical dentro de Estados Unidos. En primer y más evidente lugar, el éxito de la revolución significó inevitablemente el derrocamiento y desplazamiento de las élites tories, particularmente de aquellos oligarcas internos y miembros de los consejos de gobierno que habían sido creados y potenciados por el gobierno británico. La liberación del comercio y las manufacturas de los grilletes imperiales británicos también significó un desplazamiento de los favoritos de los tories fuera de las posiciones de privilegio económico. La confiscación de propiedades tories, especialmente en el feudal estado de Nueva York, tuvo un efecto de aguda democratización y liberalización sobre la estructura de la propiedad de inmuebles en Estados Unidos. Este proceso también avanzó mucho con la inevitable desposesión de los enormes territorios de propiedad británica en Pennsylvania, Maryland, Virginia y Carolina del Norte. La extravagante adquisición de los territorios al oeste de los Apalaches por el tratado de paz también abrió enormes cantidades de tierra virgen para liberalizar aún más la estructura territorial, dado que las empresas especuladoras de terrenos, como se vio cada vez más, iban a ser mantenidas a raya. La revolución también produjo un inevitable incremento de la libertad religiosa, con la liberación de muchos de los estados, especialmente en el sur, del establishment anglicano impuesto por los británicos.

Con estos procesos internos radicales inevitablemente iniciados por el hecho de la revolución contra Gran Bretaña, tampoco es sorprendente que este discurrir revolucionario interno fuera más allá. Al ataque al feudalismo se añadió un movimiento contra los restos del vínculo y la primogenitura; de la ideología de la libertad individual y de la participación británica en el comercio de esclavos, se produjo un ataque general contra ese comercio y, en el norte, a una acción pública con éxito contra la propia esclavitud.

Otro corolario inevitable la revolución, uno que se olvida fácilmente, fue el mismo hecho de que la revolución (aparte de Connecticut y Rhode Island, donde no había existido antes ningún gobierno británico) eliminara necesariamente el gobierno interno existente. De ahí que la repentina eliminación de dicho gobierno lo llevara a una forma fragmentada, local y casi anarquista. Cuando consideramos también que la revolución se dirigió consciente y radicalmente contra los impuestos y contra el poder del gobierno central, el impulso inevitable de la revolución para una transformación radical hacia la libertad queda perfectamente claro. Por tanto, no es sorprendente que las trece colonias rebeldes fueran independientes y descentralizadas y que durante varios años ni siquiera los gobiernos estatales independientes pudieran atreverse a fijar impuestos a la población. Además, como el control real en las colonias había significado el control ejecutivo, judicial y de la cámara alta por las personas nombradas por el rey, el impulso libertario de la revolución fue inevitablemente contra estos instrumentos de la oligarquía y a favor de formas democráticas que respondieran y fueran controladas fácilmente por el pueblo. No es una coincidencia que en los estados en los que se produjo más este tipo de revolución interna contra la oligarquía fueran los más reticentes a romper con Gran Bretaña. Así, en Pennsylvania, la deriva radical por la independencia significó que la oligarquía reticente tuvo que ser dejada un lado y el proceso de ese impulso llevó a la constitución más liberal y democrática de todos los estados. (También se generó una constitución altamente liberal y democrática por la necesidad de Vermont de rebelarse internamente contra el imperialismo de Nueva York y New Hampshire sobre el territorio de Vermont). Por el contrario, en Rhode Island y Connecticut, donde no había existido ningún gobierno británico interno, no se experimentó ese cataclismo interno. La revolución interna fue por tanto una derivada de la externa, pero se produjo en todo caso. Debido a estos efectos libertarios internos inevitables, el impulso hacia la restauración de un gobierno central a través de impuestos y mercantilismo tuvo que ser un proyecto consciente y determinado por parte de los conservadores, un impulso contra las consecuencias naturales de la revolución.

Como la revolución fue una guerra del pueblo, el grado de participación de las masas en las milicias y comités llevo necesariamente a una democratización del sufragio en los nuevos gobiernos. Además, el principio de “no hay impuestos sin representación” podría aplicarse internamente, igual que las restricciones británicas al principio de un hombre, un voto. Aunque investigaciones recientes han demostrado que los requisitos coloniales de sufragio eran mucho más liberales de lo que se había pensado, sigue siendo verdad que el sufragio se amplió enormemente en la mitad de los estados gracias a la revolución. Esta ampliación se vio ayudada en todas partes por la depreciación de la unidad monetaria (y por tanto de los requisitos existentes de propiedad) que produjo la inflación que ayudó a financiar la guerra. Chilton Williamson, el más riguroso y juicioso de los recientes historiadores de sufragio americano, ha concluido que:

La revolución probablemente hizo que aumentara el tamaño de esa mayoría de varones adultos que, en general, habían sido capaces de aprobar los antiguos exámenes de propiedad y pleno dominio antes de 1776. (…) El aumento en el número de votantes probablemente no fuera tan importante como el hecho de que la revolución hizo explícita la idea de que votar tenía poco o nada que ver con la propiedad real y de que esta idea debía reflejarse apropiadamente en la ley. (…) Los cambios de sufragio realizados durante la revolución fueron los más importantes en toda la historia de la reforma de sufragio estadounidense. En retrospectiva, está claro que comprometieron al país con un sufragio democrático.[1]

Aunque muchas de las constituciones estatales, bajo la influencia de teóricos conservadores, resultaron ser reacciones conservadoras contra las condiciones revolucionarias iniciales, el mismo acto de crearlas fue radical y revolucionario, pues significaban que era verdad lo que habían dicho los pensadores radicales e ilustrados: los hombres no tienen que someterse ciegamente al hábito, la costumbre, la “prescripción” irracional. Después de expulsar violentamente su gobierno prescrito, pudieron sentarse y desarrollar conscientemente su política mediante el uso de la razón. Había realmente radicalismo. Además, en la Declaración de Derechos, los redactores añadieron un intento importante y conscientemente libertario de impedir que el gobierno invadiera los derechos naturales del individuo, derechos que habían conocido de la gran tradición libertaria inglesa del siglo anterior.

Por todas estas razones, por su violencia en masas y por sus objetivos libertarios, la Revolución Americana fue ineluctablemente radical. Una demostración importante de su radicalismo fue el impacto de esta revolución en inspirar y generar las revoluciones indiscutiblemente radicales en Europa, un impacto internacional que ha sido más integralmente estudiado por Robert Palmer y Jacques Godechot. Palmer ha resumido elocuentemente el significado que tuvo para Europa la Revolución Americana:

La Revolución Americana coincidió con el clímax de la Era de la Ilustración. Ella misma fue, hasta cierto punto del producto de esta era. Hubo muchos en Europa, igual que en América, que vieron en la Revolución Americana una lección y un estímulo para la humanidad. Demostraba que las ideas liberales de la Ilustración podían ponerse en práctica. Demostraba, o se suponía que demostraba, que las ideas de los derechos del hombre y el contrato social, de la libertad y la igualdad, de la ciudadanía responsable y la soberanía popular, de la libertad religiosa, libertad de pensamiento y expresión, separación de poderes y constituciones escritas planeadas deliberadamente, no tenían que permanecer en el ámbito de la especulación, entre los escritores de libros, sino que podían crear la estructura real de la vida pública entre la gente real, en este mundo, ahora.[2]


Publicado originalmente el 4 de julio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

[1] Chilton Williamson, American Suffrage from Property in Democracy, 1760–1860 (Princeton, N.J.: Princeton University Press), pp. 111-112, 115-116.

[2] Robert Palmer, The Age of Democratic Revolution I: The Challenge (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1959), pp. 239-240.

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