[Extraído de La acción humana]
El razonamiento apriorístico es puramente conceptual y deductivo. No puede producir sino tautologías y juiciosa analíticos. Todas estas implicaciones se deducen lógicamente de las premisas y estaban contenidas en ellas. Por tanto, de acuerdo con una objeción popular, no puede añadir nada a nuestro conocimiento.
Todos los demás geométricos ya están implícitos en los axiomas. El concepto de un triángulo rectángulo ya implica el teorema de Pitágoras. Este teorema es una tautología, su deducción genera un juicio analítico. Sin embargo nadie afirmaría que la geometría en general y el teorema de Pitágoras en particular no aumentan nuestro conocimiento. La cognición a partir de un razonamiento puramente deductivo también es creativa y abre acceso a nuestra mente a esferas previamente prohibidas. La tarea importante del razonamiento apriorístico es por un lado poner de relieve todo lo que está implícito en las categorías, conceptos y premisas y, por otro, mostrando pena implican. Su vocación es hacer manifiesto y evidente que lo que antes estaba escondido y era desconocido.[1]
En el concepto de dinero ya están implícitos todos los teoremas de teoría monetaria. La teoría cuantitativa no añade a nuestro conocimiento nada que no esté virtualmente contenido en el concepto de dinero. Transforma, desarrolla y desenvuelve: sólo analiza y por tanto es tautológica, como el teorema de Pitágoras en relación con el concepto del triángulo rectángulo. Sin embargo, nadie negaría el valor cognitivo de la teoría cuantitativa. Para una mente no ilustrada por el razonamiento económico permanece desconocida. Un largo historial de intentos infructuosos por resolver los problemas afectados demuestra que indudablemente no fue fácil alcanzar el actual estado de conocimiento.
No es una deficiencia de sistema de la ciencia apriorística que no nos proporcione un conocimiento completo de la realidad. Sus conceptos y teoremas son herramientas mentales que facilitan la aproximación a un entendimiento completo de la realidad; no son en sí mismas, es verdad, ya la totalidad del conocimiento factual sobre todas las cosas. La teoría y la comprensión de una realidad viva y cambiante no se oponen entre sí. Sin la teoría, la ciencia apriorística general de la acción humana, no hay comprensión de la realidad de la acción humana.
La relación entre razón que experiencia ha sido desde hace mucho tiempo uno de los problemas filosóficos fundamentales. Como todos los demás problemas de la crítica del conocimiento, los filósofos sólo se han aproximando a él en relación con las ciencias naturales. Han ignorado las ciencias de la acción humana. Sus contribuciones han sido inútiles para la praxeología.
Es habitual en el tratamiento de los problemas epistemológicos de la economía adoptar una de las soluciones sugeridas por las ciencias naturales. Algunos autores recomiendan el convencionalismo de Poincaré.[2] Consideran las premisas del razonamiento económico como un asunto de convención lingüística o postulativa.[3] Otros prefieren aceptar ideas postuladas por Einstein. Este plantea la pregunta: “¿Cómo pueden las matemáticas, un producto de la razón humana que no depende de ninguna experiencia, ajustarse tan exquisitamente a los objetos de la realidad? ¿La razón humana es capaz de descubrir, sin la ayuda de la experiencia y a través de puro razonamiento las características de las cosas reales?” Y su respuesta es: “En la medida en que los teoremas de las matemáticas se refieren a la realidad, no son seguros, y en la medida en que son seguros, no se refieren a la realidad”.[4]
Sin embargo, las ciencias de la acción humana difieren radicalmente de las ciencias naturales. Todos los autores que ansían construir un sistema epistemológico de las ciencias de la acción humana de acuerdo con el patrón de las ciencias naturales yerran lamentablemente.
La realidad que es la materia a tratar por la praxeología, la acción humana, deriva de la misma fuente que el razonamiento humano. La acción de razón son congéneres y homogéneos: incluso podría decirse que son dos aspectos distintos de la misma cosa. El que la razón tenga el poder de dejar claras a través de un puro raciocinio las características esenciales de la acción es una consecuencia del hecho de que la acción es un retoño de la razón. Los teoremas obtenidos a través de un razonamiento praxeológíco correcto no son perfectamente seguros e incontestables, como los teoremas matemáticos correctos. Además, se refieren, con la total rigidez de su certidumbre apodíctica e incontestabilidad a la realidad de la acción tal y como aparece en la vida y en la historia. La praxeología conlleva un conocimiento exacto y preciso de las cosas reales.
El punto de partida de la praxeología no es una serie de axiomas y una decisión acerca de los métodos para proceder, sino una reflexión acerca de la esencia de la acción. No hay acción en la que las categorías praxeológicas no aparezcan total y perfectamente. No hay modo de acción concebible en el que medios y fines o costes y ganancias no puedan distinguirse claramente e independizarse con precisión. No hay nada que se ajuste sólo aproximada o incompletamente a la categoría económica de un intercambio. Solo hay intercambio y no intercambio, y con respecto a cualquier intercambio, todos los teoremas generales referidos a los intercambios son válidos con toda su rigidez y con todas sus implicaciones. No hay transiciones del intercambio al no intercambio o del intercambio directo al intercambio indirecto. No puede haber ninguna experiencia que contradiga estas proposiciones.
Esa experiencia sería imposible en primer lugar por la razón de que toda experiencia con respecto a la acción humana está condicionada por las categorías praxeológicas y sólo se hace posible a través de su aplicación. Si no tuviéramos en nuestra mente los esquemas que proporciona el razonamiento praxeológíco, nunca deberíamos estar en disposición de discernir ni entender ninguna acción. Percibiríamos movimientos, pero ni compras y ventas, ni precios, niveles salariales, tipos de interés, etcétera. Sólo a través de la utilización de esquemas praxeológicos somos capaces de tener una experiencia con respecto a un acto de compra y venta, pero esto es así independientemente del hecho de si nuestros sentidos perciben concomitantemente algún movimiento de hombres y de elementos no humanos del mundo externo. Sin la ayuda del conocimiento praxeológíco, nunca aprenderíamos nada acerca de los predios de intercambio. Si presentamos monedas sin ese conocimiento preexistente, solo veríamos en ellas piezas redondas de metal, nada más. La experiencia con respecto al dinero requiere familiaridad con la categoría praxeológica medio de intercambio.
La experiencia con respecto a la acción humana difiere con respecto a la de los fenómenos naturales en que requiere y presupone conocimiento praxeológíco. Por eso los métodos de las ciencias naturales son inapropiados para el estudio de la praxeología, la economía y la historia.
Al afirmar el carácter a priori de la praxeología, no estamos redactando un plan para una futura nueva ciencia distinta de las ciencias tradicionales de la acción humana. No sostenemos que la ciencia teórica de la acción humana de la ser apriorística, sino que lo es y siempre lo ha sido. Todo intento de reflexionar sobre los problemas planteados por la acción humana está ligado necesariamente al racionamiento apriorístico. No supone ninguna diferencia a este respecto si los hombres que discuten un problema son teóricos buscando solo un conocimiento puro o estadistas, políticos y ciudadanos normales que ansían comprender los cambios que se están produciendo y descubrir qué tipo de política pública o conducta privada serían mejores para sus intereses propios. La gente puede empezar a discutir acerca de la importancia de cualquier experiencia concreta, pero el debate inevitablemente se aleja de las características accidentales y del entorno del acontecimiento afectado hacia un análisis de principios fundamentales y abandonar imperceptiblemente cualquier referencia a las características factuales que provocaron la discusión. La historia de las ciencias naturales es una historia de teorías e hipótesis descartadas porque fueron rebatidas por la experiencia. Recordemos por ejemplo las falacias de la antigua mecánica refutadas por Galileo o el destino de la teoría del flogisto. No hay ningún caso registrado en la historia de la economía. Los defensores de teorías incompatibles lógicamente afirman los mismos acontecimientos como prueba de que su punto de vista ha sido demostrado por la experiencia. La verdad es que la experiencia de un fenómeno complejo (y no hay otras experiencias en el ámbito de la acción humana) puede siempre interpretarse basándose en diversas teorías antitéticas. Si la interpretación es considerada satisfactoria o insatisfactoria, depende de la apreciación de las teorías en cuestión establecidas de antemano basándose en un razonamiento apriorístico.[5]
La historia no puede enseñarnos ninguna regla, principio o ley general. No hay medio de abstraer de una experiencia histórica a posteriori ninguna teoría o teorema con respecto a la conducta y políticas humanas. Los datos de la historia no serían sino una acumulación burda de hechos desconectados, un montón de confusión, sino pudiera aclararse, disponerse e interpretarse por medio de un conocimiento praxeológíco sistemático.
Publicado originalmente el 8 de junio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
[1] La ciencia, dice Meyerson, es “l’acte per lequel nous ramenons à l’identique ce qui nous a, tout d’abord, paru n’être pas tel”. (De L’Explication dans dles sciences [París, 1927], p. 154). Cf. también Morris R. Cohen, A Preface to Logic (Nueva York, 1944), pp. 11-14.
[2] Henri Poincaré, La Science et l’hypothèse (París, 1918), p. 69.
[3] Felix Kaufmann, Methodology of the Social Sciences (Londres, 1944), pp. 46-47.
[4] Albert Eistein, Geometrie und Erfahrung (Berlín, 1923), p. 3.
[5] Cf. E.P. Cheyney, Law in History and Other Essays (Nueva York, 1927), p. 27.
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