viernes, 17 de junio de 2016

Los beneficios del libre comercio frente al miedo a los bienes extranjeros, por Mises Hispano.

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[Publicado originalmente en Epic Times]

El primer ministro japonés Shinzo Abe habló ante una sesión conjunta del Congreso de EEUU el 29 de abril de 2015 y ofreció sus “eternas condolencias para las almas de todo el pueblo estadounidense que se perdieron durante la Segunda Guerra Mundial”, pero no dijo directamente que lamentara el insidioso ataque del Japón imperial sobre Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941.

El propósito real de su visita a Washington y su discurso ante el Congreso era impulsar la aprobación del congreso de la Trans-Pacific Partnership (TPP) entre EEUU, Japón y otras 10 naciones (Australia, Brunei, Canadá, Chile, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam).

Pretendiendo extender y ampliar el comercio y las relaciones comerciales relacionadas entre los países participantes, también se presenta como una vía para que EEUU mantenga su poder económico y político en Asia oriental a la vista de la creciente influencia de China en esa parte del mundo.

La TTP es un acuerdo de “comercio dirigido”, no libre comercio

Con la negociación entre los doce gobiernos realizándose “a puerta cerrada”, defensores y críticos han dado explicaciones alternativas de qué se está negociando y a quienes beneficiará el acuerdo final.

Lo que debería estar más claro es que la Trans-Pacific Partnership no es un acuerdo de libre comercio. Sin duda alguna partes de ella pueden rebajar algunas barreras comerciales, haciendo así más fácil la producción, venta y adquisición de una más amplia variedad de importaciones y exportaciones. Sin embargo, la TPP, como todos los demás acuerdos comerciales posteriores a la época de la Segunda Guerra Mundial, es un acuerdo de comercio dirigido.

Es decir, los gobiernos de las respectivas naciones participantes negocian los términos, límites y condiciones particulares bajo los cuales se producirán y luego venderán en los demás países los diversos bienes y servicios. El gobierno japonés, por ejemplo, está decidido a mantener un proteccionismo comercial en beneficio de sus productores de arroz, que temen una competencia abierta por parte de sus rivales estadounidenses.

El gobierno de EEUU está bajo presión de la industria automovilística estadounidense, por ejemplo, para limitar una mayor competencia por parte de su sector equivalente japonés. Los sindicatos estadounidenses quieran restringir la importación de bienes producidos con costes laborales menores que los bienes manufacturados estadounidenses, porque los consumidores de este país podrían preferir comprar los productos extranjeros más baratos y así poner en riesgo la pérdida de algunos de los empleos de los miembros de dichos sindicatos.

El libre comercio puede ser sencillo y unilateral

Por el contrario, un verdadero acuerdo de libre comercio puede ser algo muy sencillo. El congreso aprobaría y el Presidente luego sancionaría una breve legislación que declarara algo similar a esto:

“El gobierno de Estados Unidos elimina por este acto todas las barreras, restricciones y prohibiciones existentes a la importación y exportación, la compra y venta de todos los bienes y servicios libre y sin restricciones entre Estados Unidos y todas y cada una de las naciones del mundo. El gobierno de EEUU declara que todas las formas de comercio e intercambio pacíficas y no fraudulentas son asunto de los ciudadanos de Estados Unidos y todos y cada uno de los demás ubicados en otro país. Esta ley entrará en vigor tras su aprobación”.

De hecho, Estados Unidos decidiera necesita el acuerdo mutuo de cualquier otra nación para implantar libre comercio. EEUU con sólo esa ley puede establecer libre comercio unilateralmente; incluso si otras naciones mantuvieran algunas o todas sus propias barreras restrictivas del comercio, Estados Unidos seguiría estando mejor.

Recordemos por qué la gente comercia entre sí. Cada uno de nosotros tiene habilidades, capacidades y recursos limitados. Y sencillamente no hay suficiente tiempo cada día para hacer todo lo que podríamos desear hacer para producir los bienes y servicios que deseamos tener.

La división del trabajo y las ganancias del comercio

Además, algunos somos mejores que otros haciendo algunas cosas. El famoso economista escocés, Adam Smith (1723-1790), de hecho, empezaba su famoso libro sobre La riqueza de las naciones (1776) explicando los beneficios de la división del trabajo. En un pequeño grupo tribal, alguien ve que un miembro de la tribu es mejor que el fabricando arcos y flechas y tarda menos tiempo que cuando aquél dedica su trabajo a fabricar esa arma de caza.

Por otro lado tiene bastante talento y es eficiente a la hora de curitr pieles animales y ofrece en una piel animal curtida (que pueda servir para cubrir una tienda pequeña, por ejemplo) a cambio de arco y flechas a otros miembros de la tribu a los que no se den muy bien esas actividades de curtido.

Otros pueden ofrecer al “experto” en arcos y flechas algún producto del que sean relativamente buenos a la hora de producirlos (uno puede ser bueno fabricando hachas o cuchillos primitivos, otro tener mejores habilidades culinarias, etcétera) a cambio de alguna de sus armas.

A lo largo del tiempo, argumentaba Adam Smith, cada uno descubriría que podía mejorar las cantidades y calidades de los bienes que pueda tener en su posesión, si en lugar de tratar de fabricar por sí mismo estas cosas se especializaba en lo que podía hacer mejor que sus compañeros de tribu e intercambiar su bien especializado por los productos igualmente especializados de sus vecinos.

Mediante una división del trabajo, la productividad aumenta muy por encima de lo nunca pueda esperar conseguir una persona individual en aislamiento económico. También actúa como un estímulo para la industria, ya que ahora la variedad y calidad de los bienes que pueden obtenerse a través del intercambio de productos especializados funcionan como incentivos para que cada uno aumente su propia producción de productos comercializables como medio para adquirir lo que otros puedan tener a la venta.

Y cuanto más extenso se hace el mercado en el que pueden venderse bienes, mayores son ahora los beneficios potenciales de un desarrollo más intensivo de la división del trabajo.

Es la gente la que comercia, no los gobiernos, en beneficio de las importaciones

A partir de estas ideas, economistas como Adam Smith y quienes le siguieron demostraron que el comercio entre naciones es mutuamente beneficioso y el modo alguno dañino para los “intereses” de ninguna nación. ¿Por qué? Porque las “naciones” no comercian, lo hacen los individuos. En ningún individuo inicia ni participa en ningún intercambio salvo que en el momento de la transacción se vea mejor por lo que recibe en un intercambio que por aquello a lo que tiene que renunciar para conseguirlo.

Además, la ventaja de todas las formas de comercio, ya sea entre dos vecinos inmediatos o entre personas que viven en dos estados distintos como California y Ohio o entre quienes residan y trabajen en dos países distintos separados por miles de millas, no viene de la capacidad para “exportar”, sino de la oportunidad para “importar”.

Aunque indudablemente me gusta mi trabajo como profesor de economía en una institución de educación superior, la razón por la que trabajó es ganar un salario que luego me permita comprar los diversos bienes y servicios que deseo usar y consumir. En otras palabras, “exporto” mis servicios de enseñanza a otros que estén dispuestos a pagarme por servicios prestados de forma que pueda tener recursos financieros para importar todos los demás bienes que deseo comprar.

Las exportaciones son el único medio a través del cual la gente en una nación puede adquirir a otros en otras naciones los productos que no pueden producir interiormente o no pueden producir con un coste menor que los precios a los que otros de los ofrecen en otro país. El comercio entre naciones ofrece a los consumidores de cada país participante más bienes y bienes distintos y menos caros que en si los demandantes de que esos productos deseados se limitaran a las posibilidades de producción en su propio territorio.

La demostración final de beneficio mutuo del comercio entre naciones se produjo con el desarrollo de la teoría de la ventaja comparativa por parte de economistas inspirados por Adam Smith. El que el comercio es beneficioso se ve con bastante claridad si cada nación puede producir algún producto que sus socios comerciales no pueden producir en absoluto o si alguna nación puede producir algún producto a un coste menor que ninguno de sus socios comerciales puede igualar.

El comercio beneficia tanto los más como a los menos productivos

Pero lo que se demostraba ahora era que el comercio ella mutuamente beneficioso incluso sido una de estas naciones era absolutamente más eficiente en costes a la hora de producir cualquier producto en comparación con sus socios comerciales potenciales.

Supongamos que contrato a una empleada de hogar para lavar mi ropa y hacerme la comida aunque yo pueda hacer ambas tareas mejor y en menos tiempo que ella, pero al pagarla por hacerlo consigo más tiempo para hacer cosas en el mercado que generan una renta superior que pueda más que compensar lo que la pago.

Por ejemplo, supongamos que yo pudiera realizar estas dos actividades por mí mismo en cuatro horas de tiempo cada día, mientras que la empleada de hogar profesional tardaría seis horas en completar las mismas tareas y me cobraría 10$ la hora para un coste total de 60$.

Pero supongamos que al liberarme cuatro horas de trabajo doméstico, puedo producir y vender un producto u ofrecer algún servicio laboral con el que ganaría el equivalente a una renta de 25$ la hora, un total de 100$. Al contratar a la empleada de hogar ganó un 40$ netos extra (100$ ganados menos 40$ pagados a la empleada), que en otro caso no habría tenido a mi disposición para comprar cosas que yo pueda desear.

Si yo valoro más lo que esos 40$ extra de renta neta me permitirían comprar que estar en casa y hacerme una comida mejor y doblar mi ropa limpia algo mejor, entonces contrataré a la menos eficiente empleada del hogar para liberar tiempo de forma que pueda hacer aquellas cosas a las que el mercado da un mayor valor que a las capacidades de empleada del hogar.

Especializarse en lo que se es relativamente más productivo

La misma lógica explica el comercio entre naciones.

Supongamos que la gente en la nación de Superioristán puede fabricar un metro de tela en cuatro horas y puede cosechar una fanega de trigo en una hora, mientras que a la gente en la nación de Inferioristán le lleva, respectivamente, doce y dos horas llevar a cabo las mismas dos tareas.

Está claro que Superioristán es un productor con costes más bajos tanto en la producción de tela como de trigo. Superioristán es tres veces más productivo en la fabricación de telas (cuatro horas en lugar de doce) y dos veces más productivo en la cosecha de trigo (una hora en lugar de dos).

Pero está igualmente claro que Superioristán es comparativamente más eficiente en costes en la fabricación de tela. Es decir, si la gente de Superioristán abandona la fabricación de un metro de tela (cuatro horas de trabajo) puede cosechar cuatro fanegas de trigo (tomando una hora cada fanega cosechada) con el tiempo que ha liberado. Pero cuando la gente de Inferioristán abandona la fabricación de un metro de tela (doce horas de trabajo) pueden cosechar seis fanegas de trigo (tomando dos horas por cada fanega cosechada).

Si Superioristán e Inferioristán intercambiaran tela por trigo a un precio de, por ejemplo, un metro de tela por cinco fanegas de trigo, la gente de ambas naciones saldría ganando, con Superioristán especializándose en fabricación de telas de Inferioristán en cosecha de trigo.

Ahora Superioristán recibiría en el intercambio cinco fanegas de trigo por un metro de tela, en lugar de las cuatro fanegas si hubiera cosechado en casa todo el tiempo consumido. E Inferioristán recibiría un metro de tela entregando solo en el intercambio cinco fanegas de trigo, en lugar de las seis fanegas si hubiera fabricado en casa toda la tela necesitada y usada.

La gente de todas las naciones puede encontrar un lugar en la mesa del comercio global, aunque sea menos productiva y eficiente que muchos o todos sus socios comerciales, produciendo algo para lo que tengan una ventaja comparativa que permita a uno o más de sus socios comerciales especializarse en aquellas actividades para las que son los más productivos.

Los errores de las diversas falacias sobre comercio

Revisemos brevemente algunas de las objeciones a veces planteadas contra la libertad de comercio.

1. Prácticas comerciales injustas. Muchas otras naciones subvencionan directa o indirectamente las exportaciones de algunos de sus productores a Estados Unidos a precios por debajo de sus costos reales de producción. La medida en la que esto se haga realmente, significa que a los consumidores estadounidenses se les ofrece una bicoca.

Supongamos que un producto que en otro caso habría costado 10$ pueda ahora comprarse al proveedor extranjero subvencionado por 6$. Los estadounidenses tendrían ahora el producto deseado por 6$ en lugar de 10$ y además quedaría en su bolsillo la diferencia de 4$ para gastarla en algo que en otro caso no habrían podido permitirse. Los niveles de vida estadounidenses aumentarían debido a las subvenciones extranjeras a las exportaciones.

¿Quiénes deberían considerarse como perjudicados? Sin duda lo serían los ciudadanos en la nación extranjera exportadora, que se han visto obligados a pagar impuestos más altos para cubrir la subvención entregada a un productor privilegiado en su propio país. Han sido gravados para que los consumidores estadounidenses puedan comprar algo por debajo de los costes basados en el mercado en beneficio de los intereses especiales de su propio país.

2. Los bienes fabricados en el extranjero hacen que se pierdan trabajos en la nación. Subvencionadas o no, se hace menudo la acusación de que las importaciones extranjeras generan pérdidas de empresas y empleos para los estadounidenses. Es verdad que las empresas estadounidenses que no puedan competir con éxito contra su competencia extranjera pueden perder negocio e incluso pueden en algunos casos dejar de existir.

Pero los exportadores extranjeros nos dan gratis sus bienes. Desean obtener beneficios y rentas por la misma razón que nosotros, para tener recursos financieros para comprar otros bienes que deseamos comprar como consumidores que obtienen rentas.

Así que los dólares ganados por los exportadores extranjeros se gastan de una manera u otra en bienes y servicios estadounidenses que estos ganadores extranjeros de dólares encuentren atractivos y deseables para comprar. Así, parte de las empresas y empleos “perdidos” debido a la competencia extranjera se compensan con el comercio exportador estadounidense, como los medios para suministrar los bienes que sirven como pago último para los bienes importados.

Al mismo tiempo, los dólares ahorrados en la compra de importaciones extranjeras menos caras, deja dólares en los bolsillos de los consumidores estadounidenses, lo que les permite demandar otros bienes a quien el interior que antes no podían comprar. Esto a su vez crea parte del negocio y el empleo alternativo que pueda haberse perdido como resultado de esas importaciones extranjeras.

Lo que cambia es la composición de los tipos de productos producidos en Estados Unidos y los tipos y ubicación de algunos de los trabajos realizados por los trabajadores estadounidenses. Pero mientras los mercados en Estados Unidos sean relativamente competitivos y se adapten al cambio, no tiene por qué haber pérdida neta de empleos. Siempre hay trabajos a realizar mientras la gente tenga deseos insatisfechos. Y de esta manera hay trabajo para todos los que estén dispuestos a trabajar a precios y salarios determinados por el mercado y con un mayor nivel de vida debido a más y mejores bienes con costes menores.

3. Barreras comerciales extranjeras para bienes estadounidenses. Supongamos que EEUU rebajara unilateralmente sus barreras comerciales, de los gobiernos de otros países que ahora vendan más exportaciones a Estados Unidos mantuvieran sus barreras comerciales, sin permitir a sus propios ciudadanos importar más bienes estadounidenses.

Entonces los dólares ganados por los exportadores extranjeros, o bien se venderían en el mercado de divisas a quienes estén interesados y deseen comprar bienes fabricados por estadounidenses, o bien los dólares ganados por la venta de bienes en EEUU permanecerían en el país y se usarían para inversiones directas o indirectas en la economía estadounidense. Si pasara esto último, esto aumentaría las existencias de ahorros y recursos invertibles para financiar la formación de capital en Estados Unidos, ayudando así a mejorar las capacidades productivas futuras en el mercado global de nuestro país.

Supongamos que los dólares ganados por los exportadores extranjeros se “atesoraran” en esa nación extranjera, sin gastarlos en bienes estadounidenses ni invertirlos en la economía estadounidense. En la medida en que se hiciera esto, en los exportadores extranjeros y sus gobiernos están dando un “préstamo sin intereses” implícito a los estadounidenses.

Es decir, nos han dado sus bienes y no han reclamado ningún bien como pago por ellos. En otras palabras, es como si nos hubieran dado sus bienes “a crédito” y éste se retrasará indefinidamente cuando insisten en ser pagados en forma de bienes que podrían reclamarnos ofreciéndonos intercambiar sus dólares ganados por bienes y servicios reales en el mercado estadounidense.

Pues mientras esos dólares se atesoraran hipotéticamente en esos países extranjeros, los recursos y trabajo que habría que haber dedicado en otro caso a fabricar las exportaciones para pagar lo que habíamos importado se liberan para ser usados para fabricar otros bienes que les gustaría tener a los estadounidenses.

4. El comercio hace más fuertes a nuestros rivales y puede llevar al conflicto y a posibles guerras. Cuanto mayores y más intensivas sean nuestras relaciones comerciales con otras naciones, más interdependientes seremos de ellas. Esa misma interdependencia puede servir para reducir la probabilidad de una guerra al aumentar su coste.

A veces pido a mis estudiantes que se imagine que estamos en el año 2030. China ha crecido en poder económico y militar y los gobiernos chino y estadounidense han entrado en un conflicto político, con ambos bandos haciendo sonar sus sables y amenazando con la guerra.

En Pekín, un joven llama la puerta de uno de los principales generales chinos y entra en su oficina. El joven dice: “¿Papá, qué estás haciendo? ¿Vas a bombardear nuclearmente San Francisco? ¿No sabes que me interesa mucho Silicon Valley y que tu nuera y nietos están de vacaciones en nuestro nuevo condominio cerca de Fisherman’s Wharf con vistas sobre el Golden Gate?”

Dos países han ido la guerra y sin duda continuará haciéndolo por diversas razones. Y el comercio no garantiza que esto no ocurra. Pero unas relaciones comerciales profundamente interconectadas aumentan los costes del conflicto. Raramente mejoras tu propio bienestar económico matando a tus clientes y destruyendo tus propios suministros de recursos e inversiones de capital.

Hace mucho tiempo, el famoso filósofo, historiador y economista escocés David Hume (1711-1776) explicaba los beneficios del comercio internacional y la división del trabajo. En un famoso ensayo, “De la envidia del comercio” (1758), Hume señalaba que el comercio internacional ofrece oportunidades para descubrir y aprender acerca de nuevas tecnologías, nuevos métodos de producción y nuevas variedades de productos que de otra manera podrían no haberse conocido nunca ni aprovechados si las naciones intentaran cerrarse económicamente frente a la interacción comercial con sus vecinos.

Argumentaba que si un sector nacional encontraba difícil responder a la competencia de sus rivales extranjeros “tendría que culpar a su propia ociosidad o mal gobierno, no a la industria del vecino”.

El miedo a la pérdida de negocios y empleo debido al comercio internacional, decía Hume, era erróneo. “Si se conserva el espíritu de industria, [la producción] puede desviarse fácilmente de un sector a otro” si los mercados se mantienen abiertos, competitivos y no obstaculizados por la mano dura de la regulación pública, su control y los impuestos gravosos.

Todos los que participan, ganan en el comercio internacional y todos se hacen más pobres en la media en que los gobiernos interfieren o prohíben la libertad de comercio entre los pueblos del mundo.

Parafraseando ligeramente el último párrafo del ensayo de Hume, “Me aventuraría por tanto que a reconocer que no sólo como hombre (que desea benevolentemente lo mejor para toda la humanidad), sino como ciudadano estadounidense (que pese la prosperidad de su propio país), rezo por el floreciente comercio de Alemania, Japón, Gran Bretaña, Francia e incluso China, Rusia y el propio Irán. Estoy seguro de que Estados Unidos y todas esas naciones florecerían más si sus gobiernos y líderes políticos adoptaran esos mayores y benevolentes sentimientos de libre comercio hacia los demás”.


Publicado originalmente el 8 de mayo de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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