Ayer el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) presentó su informe “Desarrollo en las Américas 2016”, en Santiago, Chile, en el que advirtió que América Latina y El Caribe son las regiones que menos ahorran en el mundo, con la excepción del África Subsahariana. Esto es muy delicado y exhibe la causa fundamental de nuestra pobreza y atraso.
Subrayó que el gasto público es demasiado alto en subsidios y muy bajo en inversiones de capital, por lo que hay áreas en la que los gobiernos podrían (y deberían) ser más eficientes.
De modo que, o ahorramos, o estaremos condenados a una creciente población en pobreza y cada día más vieja.
Ya sé que estará pensando que la gente de aquí no lo hace porque no le alcanza, y es cierto. Pero en el fondo, la razón es exactamente la opuesta: no alcanza porque no ahorramos. Le explico.
La base del crecimiento sostenido es la acumulación de capital, gracias a la cual puede aumentar la producción y el nivel de vida de la gente de forma sostenida. Antes de producir más, es necesario contar con los medios y bienes para hacerlo. Ese es el secreto de los países que alcanzan el desarrollo, no hay más.
El crecimiento constante por cierto, es lo único que puede hacer crecer los ingresos de las personas gracias a una mayor demanda de trabajo por parte de las empresas. Olvídese que se pueda hacer de verdad por la voluntad de las autoridades (ver “La absurda idea de subir el salario mínimo” y “La inútil tentación de incrementar el salario mínimo”).
Hay quien confunde deuda con ahorro y aumento de deuda con acumulación de capital. No son lo mismo. El ahorro y el capital se pueden aumentar de forma ilimitada, poco a poco –por eso son la base del crecimiento sostenido-, si bien se tiene que ir reponiendo el capital desgastado. Es indispensable que el ahorro nunca se detenga. En cambio, la deuda no puede crecer al infinito. Quien crece por medio de deber dinero para estimular el consumo, termina siempre arruinado.
Como ve, el punto aquí es que la piedra angular del capital es el ahorro, lo que implica un SACRIFICIO del consumo presente –para con ello poder acumular más bienes de capital- en aras de un mayor consumo futuro. Sí, se trata de que todos consumamos más, pero ANTES de eso hay que ahorrar o nada más se consumirá lo que ya se tiene.
Como ve, no es que no ahorremos porque no nos alcanza. Es al revés. Sin eso no podremos vivir mejor después.
Entonces, ¿hay que castigar MÁS nuestro consumo actual que de por sí ya es bajo? Sí.
Casi escucho las groserías que me estarán lanzando y es más que comprensible, pero no me refiero tanto a las personas y empresas –que son las que ya sostienen el poco ahorro que tenemos-, sino en particular al gobierno.
Cualquiera sabe que si gasta más de lo que gana tarde o temprano acabará mal. Pues bien, eso es algo que a los políticos les tiene sin cuidado porque no son ellos los que pagan las cuentas públicas, sino el contribuyente. Es más, como lo hará cuando el que está en el poder tal vez ya no gobierne, les importa menos aún.
Los gobiernos de México –en todos los niveles de la administración pública- y de toda nuestra región tienen que dejarse de populismos y amarrarse las manos del gasto. No nos hacen ningún favor, nos están condenando a la miseria perpetua.
Es falso, una gigantesca mentira que se pueda progresar gracias a la “buena dirección” de tal o cual gobernante. El gobierno no produce riqueza, sino la gente y las empresas en el mercado satisfaciendo gustos y necesidades del consumidor.
Mucho ayuda si el gobierno no estorba con regulaciones –que derivan en corrupción- o impuestos. A lo único que se debe dedicar es a su obligación de garantizar la libertad de las personas y castigar a quien atente contra ella.
Con mercados abiertos, libres y competitivos (donde no haya empresas favoritas ni protegidas por las autoridades) sumados a un Estado de derecho que garantice la libertad y la propiedad de las personas, es como llegará el desarrollo. Habrá más ahorro en el país y se atraerá el extranjero. Con el propio, no alcanza.
Así de fácil y de difícil la tenemos, porque los populistas que nos gobiernan no quieren que se les acabe el negocio. No por nada se pelean por él con uñas y dientes.
Nuestra exigencia pues, debe ser unánime: ¡dejen de derrochar! ¡Paren de arruinarnos!
Mientras eso pasa, sólo nos queda hacer lo posible por ahorrar en lo privado, sí, pero hacerlo no en pesos que se devalúan por culpa de las acciones gubernamentales que aquí hemos comentado, sino en activos que preserven su valor con el tiempo. De eso ya hemos abordado en este blog, pero volveremos pronto al tema.
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