El número de “ricos” en España ascendió en 2015 a 193.000, quince mil más que en 2014. Al menos, eso refleja el último informe de la consultora Capgemini, donde se define como “rico” a aquella persona con un patrimonio neto superior al millón de dólares (incluyendo en ese patrimonio también la vivienda habitual). Para muchos, estamos ante la enésima demostración de que la crisis ha sido una estafa orquestada por los más acaudalados para lucrarse a costa de los más necesitados.
Pero, en realidad, no hay nada que temerle a la riqueza cuando ésta se acumula en un entorno de libertad y competencia: en tales casos, la riqueza es sólo el reflejo del valor que unas personas han generado para el resto de la sociedad. Distinto es el supuesto en que esa riqueza procede de favores y privilegios políticos: en esos casos, la riqueza no es un reflejo del valor generado para el resto de la sociedad, sino de las rentas extraídas coactivamente a terceros. En cualquier país occidental podemos encontrar ejemplos de ambos tipos de ricos: de aquellos que han salido adelante a pesar del Estado y de aquellos otros que han medrado merced al Estado. De lo que deberíamos preocuparnos no es de que desaparezcan todos los ricos, sino de que los ricos que prosperan al calor de las prebendas estatales devengan una especie en peligro de extinción.
Por eso, lejos de perdernos en demagogos discursos anticapitalistas, deberíamos preguntarnos cuántos de esos ricos no deberían serlo y cuántos otros ciudadanos, aplastados por la burocracia estatal, sí habrían podido llegar a serlo: es decir, deberíamos encargarnos de eliminar los privilegios estatales que restringen la competencia y que canalizan dinero de los contribuyentes a los bolsillos de los círculos cercanos al poder político. La riqueza no es un juego de suma de cero salvo cuando es el resultado del parasitismo. De hecho, aquellas sociedades que mayores oportunidades proporcionan a sus ciudadanos también son las que exhiben un mayor porcentaje de ricos: mientras que en España sólo el 0,4% de la sociedad califica como “rica”, en Reino Unido lo hace el 0,8%, en Alemania el 1,3% y en Noruega el 2,7%. Sentemos, pues, las bases para que todos puedan acceder a ella: para que, en lugar de 193.000 ricos, haya muchos millones de ellos en España. Y esas bases pasan por la limitación del intervencionismo estatal y la promoción de la libertad económica.
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