Hoy el Banco de Inglaterra ha anunciado que seguirá a la Reserva Federal y mantendrá los tipos de interés en el 0,5%. Sin embargo, el banco no ha dejado de advertir a los votantes de que el referéndum del Brexit de la próxima semana plantea “el riesgo inmediato más grande que afrontan los mercados financieros en Reino Unido y posiblemente también los mercados financieros globales”. Considerando el creciente apoyo del público al abandono del Reino Unido de la UE, la declaración puede considerarse un último esfuerzo por parte del Banco de Inglaterra por actuar en contra de los esfuerzos y los movimientos y ha sido criticado con fuerza por los políticos británicos escépticos ante la UE.
Por supuesto, que los banqueros centrales utilicen su posición de influencia para tratar de dirigir las acciones tanto de los políticos como de los votantes no es algo inusual. (De hecho, la manipulación de la opinión pública se ha convertido en una herramienta política explícita de los banqueros centrales en años recientes).
Por ejemplo, en 2008, fue una intensa campaña de miedo liderada personalmente por el presidente Bernanke y el secretario Henry Paulson la que ayudó a impulsar finalmente a los legisladores a aceptar el rescate de Wall Street.
En su libro, An Act of Congress, Robert Kaiser detallaba las advertencias de Bernanke a los legisladores:
Paulson entendía la misión. Su jefe de personal, Jim Wilkinson, un veterano de la plantilla de la Casa Blanca de Bush, se la había explicado cuando dejó el Tesoro camino de Capítol Hill: “Esto solo va funcionar si haces que se caguen de miedo”. Paulson sabía que Bernanke era quien mejor podía hacer esto. (…)
Bernanke decía que había estado estudiando la Gran Depresión durante toda su vida adulta. “Si no actuamos de una manera muy enérgica, podemos esperar otra Gran Depresión y esta va a ser peor”, decía con dureza. “Es cosa de días antes de que haya un desmoronamiento del sistema financiero global”. Y advertía: “Nuestras herramientas no son suficientes” para tratar esta crisis.
La advertencia de Bernanke tenía este efecto pretendido:
Si alguien en la mesa sospechó que la inesperada conclusión de Bernanke de que podría ser inminente una segunda Gran Depresión, no lo dijo esa noche. ¿Quiénes eran para cuestionar a estos dos expertos, que parecían tan asustados? En una situación así, para los miembros del Congreso es instintivo delegar la autoridad en el ejecutivo.
Si el congresista Ron Paul hubiera estado en la sala, podría haber recordado a sus compañeros legisladores que fue el mismo Bernanke el que dedicó años a negar la burbuja inmobiliaria, sobre la habían avisado él y otros economistas austriacos. También fue muy ignorada la política incoherente de la Fed de rescatar a AIG y no hacerlo con Lehman Brothers, lo que creó una mayor incertidumbre en el mercado. Pero Ben Bernanke había dejado claro que no había tiempo para debatir la visión de la economía de Ben Bernanke.
Por supuesto, Bernanke tenía razón en que si no se rescataba a los bancos de Wall Street se habría causado dolor económico. Es probable que varias grandes instituciones hubieran quebrado. Pero no es que no haya precedentes de quiebra de grandes bancos y la quiebra de esas empresas “demasiado grandes para caer” habría producido una menor consolidación dentro del sector bancario y servido para hacer responsables a las empresas irresponsables por sus políticas crediticias destructivas. Por el contrario, la Fed aterrorizó a los políticos para que adoptaran políticas que han obstaculizado el crecimiento económico, mientras plantaban las semillas para una futura crisis financiera.
El que los banqueros centrales utilicen la táctica del miedo para presionar a los políticos para que accedan a sus deseos por encima de los de los votantes no es un caso aislado en Estados Unidos.
Este mismo mes, Mario Draghi, Presidente del Banco Central Europeo ha emitido sus propias “advertencias lúgubres” si los legisladores de los estados miembros no siguen su consejo político. A los ojos de los planificadores centrales como Draghi, los deseos del pueblo en los países respectivos no pueden interponerse en el camino de su visión política para Europa.
Por supuesto, los defensores de los banqueros centrales argumentarían que es al tiempo natural y apropiado que los políticos escuchen a estos expertos financieros. Aunque es verdad que es importante que los legisladores tomen decisiones informadas en lo que se refiere a asuntos de gobierno, puede argumentarse que ninguno es más responsable de la actual debilidad de la economía global que las políticas sin precedentes de personas como Bernanke, Draghi y la presidenta Janet Yellen. Pero no importa cuántas veces se equivoquen los mismos actores, sus opiniones siguen siendo aceptadas por los políticos deslumbrados por sus títulos.
Así que no, los banqueros centrales no deberían ser tratados como sabios oráculos cuya guía se necesita desesperadamente. Por el contrario, deberíamos librarnos de la tiranía de los doctores y adoptar la descentralización del poder que se necesita desesperadamente para permitir que prospere la civilización.
Publicado originalmente el 17 de junio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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