jueves, 30 de junio de 2016

Napoleón (novela biográfica) – Capítulo 7: Rue Saint Nicaise, por Libertario.es


Capítulo 7

 

Bajo un cielo azul marino, el sol nacía por el horizonte con un color naranja fluorescente. Tenía un aura de color ámbar, y emitía rayos afilados de un tono amarillo. Los áureos filamentos transformaban en celeste el azul marino de la bóveda, y con su natividad, estimulaban el canto de decenas de pájaros. Constant, el valet personal del Primer Cónsul, observó y escuchó el amanecer del nuevo día. Lo hizo mientras caminaban en dirección a la caseta del ujier de las Tullerías. El ayuda de cámara vestía de negro, excepto por la camisa blanca. Inspiró el aire fresco de la mañana, y sus fosas nasales se inundaron con la fragancia de las flores blancas del jardín de invierno: gardenias, azucenas y gladiolos.

La caseta nada tenía de la decoración de palacio. Aún así, permanecía impoluta, algo que agradaba a Constant. Las paredes eran de níveo estuco. Las puertas y ventanas, de madera tallada y pintada en blanco. Y el suelo, de mármol lechoso con betas grises y negras. Las salas eran relativamente grandes, y tras las traslúcidas cortinas, comenzó a penetrar los rayos del amanecer. La luz se tornó esclarecedora.

El ujier no estaba solo, se encontraba en compañía del cochero del Primer Cónsul. Ambos reían de pie. Al entrar el valet, el conserje borró la sonrisa de la cara, pero apenas pudo contenerse el chófer. A un lado de ellos había un pequeño bureau. Un escritorio de pared con cuatro patas rectas y delgadas, y el rolltop abierto. Sobre el tablero, descansaba una botella de whisky escocés de doce años. El valet se fijó en ella, frunció el cejó y pasó la mirada a los posibles propietarios del whisky. «¡Contrabando en las Tullerías!…», pensó escandalizado.

—Salud, ciudadanos —dijo con desdén Constant—. ¿Ha llegado el paquete de Constantinopla? —preguntó al ujier.

El ujier elevó las cejas y se dirigió a la sala contigua sin salir del asombro. Creía que Constant protestaría por la botella. Al cochero le fue indiferente la mirada del ayuda de cámara de Napoleón. Constant se fijó detenidamente en él. El chófer era de estatura media, piel pálida y cabellos rubios casi castaños. Cortos, los escondió bajo un bicornio negro. El traje era oscuro. Vestía perfectamente, excepto por el nudo de la corbata. Y la característica más distintiva de él era la sonrisa. Tenía una sonrisa torcida. Y al reír, inflamaba los pómulos y dibujaba sobre ellos un intenso rubor rosado.

El ujier salió con una caja de color blanco con una cinta morada y se la dio al valet. El chófer siguió con la mirada lo que parecía ser un regalo.

—¿Qué lleva la caja? —preguntó el cochero.

Constant lo atravesó con la mirada. ¡Qué diablos le importaba a él! ¡Entrometido!…

—Un chal de Constantinopla —contestó el ujier—. Una tela transparente de color malva. ¡Preciosa!… Un regalo del ciudadano Primer Cónsul para su esposa.

Constant gruñó.

—Se puede saber qué hace esa botella ahí —gritó el valet señalando al escritorio.

—¡Eh!… ¡Calma!… —exclamó el cochero—. Para un rabioso republicano como tú será 3 de nivoso, pero para mí, es navidad del año 1800.

 

Capítulos anteriores:

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

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