En 2013, Salon hizo una breve pausa en su crítica a una caricatura del libertarismo para dejar a David Sirota escribir un embarazoso artículo alabando el socialismo en lo que resultaba ser un fantástico caso de estudio tanto de los peligros de la economía socialista como, por supuesto, de hablar demasiado pronto.
El artículo se titulaba “El milagro económico de Hugo Chávez” e indudablemente no era el único de este tipo que se publicó en ese momento. Puede parecer hacer leña del árbol caído criticar esa estupidez, pero también podría ser instructivo. Sin embargo, ver ahora a Venezuela en comparación con el país que vio Sirota en 2013 y que le hizo pensar que proporcionaba una alternativa económica al capitalismo estadounidense (nunca se propuso un verdadero mercado libre) sirve como un buen ejemplo de lo que Nicolás Cachanosky llama “El gato por liebre del populismo económico”. Es decir, el que las políticas públicas se centren sobre todo en el consumo y apenas en la inversión dará buenas señales al principio, solo para ser seguidas por un inevitable declive y un probable desastre.
El artículo de Sirota empieza al menos lamentando en bastante pobre historial de Chávez con respecto a los derechos civiles (como cerrar una televisión que le criticaba) y señalando “un auge en el crimen violento”. Esto puede ser un eufemismo, ya que Venezuela está la segunda en el mundo en asesinatos por cabeza ¡con una tasa anual terrorífica de 53,7 por cada cien mil ciudadanos! (Así es como el socialismo evita el delito). Finalmente llega a su alegato a favor de este “milagro económico” que estaba experimentando Venezuela bajo Chávez (que, debo advertir, solo es un párrafo de todo su artículo):
Según los datos compilados por el periódico británico Guardian, la primera década de Chávez en el cargo hizo que el PIB de Venezuela fuera más de doble y también se redujeron en más de la mitad la mortalidad infantil y el desempleo. Luego está en notable gráfico del Banco Mundial que demuestra que bajo la rama del socialismo de Chávez, se desplomó la pobreza en Venezuela (los mismos datos del Guardian reportan que su tasa de “pobreza extrema” cayó del 23,4% en 1999 al 8,5% solo una década después). En general, eso dejaba al país con la tercera menor tasa de pobreza de Latinoamérica.
Es discutible en qué medida esto se debió a que Venezuela fuera una nación rica en petróleo. Pero también merece la pena observar que estas tendencias positivas (y no reportadas)existieron en toda Latinoamérica, incluyendo países como Colombia, que han actuadoeconómicamente en la dirección opuesta. Según el Banco Mundial entre 2005 y 2013, la tasa de pobreza de Colombia (frente a la pobreza extrema) cayó del 45% al 30,6%, la de Perú cayó del 55,6% al 23,9%, la de Uruguay del 32,5% al 11,5%, la de Paraguay del 38,6% al 23,9% y la de Ecuador del 42,2% al 25,6%. Venezuela, por su parte, cayó del 43,7% al 25,4%, lo que parecer estar en torno a la media. Lo mismo puede decirse del PIB y la mortalidad infantil de Venezuela solo está en medio del pelotón.
Y, por supuesto, todo esto fue antes de la reciente crisis económica de Venezuela.
La caída en el precio del petróleo indudablemente ha dañado a Venezuela, pero, repito, el aumento en los precios del petróleo durante la última década indudablemente contribuyó a su “milagro económico”. Sin embargo, los problemas de Venezuela empezaron a ser evidentes antes de la caída en los precios del petróleo. Ya en octubre de 2014, justo antes de que se hundiera el precio del petróleo, Venezuela tenía un déficit presupuestario del 17% y tenía diversas escaseces. Además, aunque todos los grandes exportadores de petróleo se han visto dañados por los bajos precios del petróleo, todos han capeado la tormenta mucho mejor que Venezuela.
Parece que la caída en el precio de la gasolina simplemente exacerbó y expuso más apropiadamente los problemas causados por las políticas populistas extremas de Chávez (y su sucesor, Nicolás Maduro). Como señala Nicolás Cachanosky en su reseña de la obra de Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards sobre el populismo latinoamericano, los regímenes que siguen esas políticas pasan por cuatro fases económicos. En la etapa I,
El diagnóstico populista de lo que está mal en una economía se confirma durante los primeros años del huevo gobierno. La política macroeconómica muestra buenos resultados, como el crecimiento del PIB, una reducción del desempleo, un aumento en los salarios reales, etc. Debido a los diferenciales de producción, las importaciones pagadas con reservas del banco central y las regulaciones (precios máximos unidos a subvenciones a empresas), la inflación está en buena parte bajo control.
Esta es la etapa en que estaba Venezuela cuando Salon vio apropiado publicar el artículo de Sirota en 2013.
Pero luego llega la Etapa II, cuando los “efectos de cuello de botella empiezan a aparecer” y “la economía sumergida empieza a aumentar al tiempo que empeora el déficit fiscal”. En la Etapa III, “Los problemas de escasez se convierten en importantes, la inflación se acelera y, como el tipo nominal de cambio no sigue el ritmo de la inflación, hay un flujo de salida de (reservas de) capital”.
Esto es exactamente lo que está pasando hoy en Venezuela. ¡La inflación prevista de Venezuela para 2015 es un abrumador 64%! El país con la segunda mayor tasa de Sudamérica es Argentina con un 10,9%. El Factbook de la CIA sitúa el déficit presupuestario de Venezuela en el 29,4% y Moody’s degradó la calificación crediticia de Venezuela al mínimo nivel posible para un país que no esté en quiebra. Y también se habla seriamente de que eso va pasar.
El gobierno ha instituido controles de precios para luchar contra la inflación y, como era previsible, las masivas escaseces han obligado a los venezolanos a recurrir al mercado negro para bienes cotidianos como leche y papel higiénico.
La tasa de desempleo de Venezuela se disparó del 5,5% al 7,9% en enero de 2015 y es probable que aumente más. Incluso al nivel en el que está, es la tercera tasa más alta del continente sudamericano (excluyendo Centroamérica). Y como cabía esperar, la pobreza ha empezado a aumentar de nuevo.
Después de la Etapa III, llega la Etapa IV, que Cachanosky describe así:
Un nuevo gobierno llega al cargo y se ve obligado a realizar ajustes “ortodoxos”, posiblemente bajo la supervisión del FMI o una organización internacional que proporcione los fondos requeridos para realizar las reformas políticas. Como se ha consumido y destruido capital, los salarios reales caen a niveles aún menores que los que existían al inicio de la elección del gobierno populista. El gobierno “ortodoxo” es entonces responsable de recoger los pedazos y cubrir los costes de las políticas fracasadas dejadas por el anterior régimen populista.
Lo que pase está por ver. Pero lo que sí destaca esta crisis económica es que el éxito a corto plazo nunca debería considerarse como prueba para una solución a largo plazo. Y esto es particularmente cierto en lo que se refiere a gobiernos cuasisocialisats y populistas extremos. A largo plazo, los países que siguen estas políticas tienen un historial coherente, que es básicamente el mismo que el que estamos viendo ahora en Venezuela.
Tendremos que ver si Salon escribe una continuación.
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