¿A dónde van los libertarios? Lo que está claro es a dónde no van. El muy comentado “momento libertario”, como lo llamó el artículo del New York Times Magazine hace dos años, nunca se materializó. La historia ensalza las aspiraciones presidenciales del senador Rand Paul como precursor de un cambio de marea política que daría paso a una nueva época por el Partido Republicano y el país. No pasó. Lo que pasó en su lugar fue Donald Trump.
Un largo de su campaña presidencial, el senador Paul dedicó mucha de su energía a retractarse y distanciarse de las posturas libertarias estrictas de su padre, el excongresista Ron Paul, especialmente sobre política exterior. El equipo de Rand pensaba que sólo tendría que recoger sus velas y entraría en la corriente dominante del Partido Republicano: por el contrario, el barco volcó y se hundió.
Mientras el senador cavilaba y maniobraba en un intento por parecer respetable, Trump hacía exactamente lo contrario: desafiando la clase política, iniciaba un ataque frontal contra el establishment del Partido Republicano y conseguía superarlo, con el entusiasmo de las bases republicanas.
Paul reiteraba su oposición a la Guerra de Iraq, pero Trump iba muchos pasos más allá, acusando a los conservadores que rodeaban a George W. Bush de mentir para que entráramos en guerra: “Dijeron que había armas de destrucción masiva y sabían que no había ninguna”, dijo en el debate presidencial del Partido Republicano en Carolina del Sur. “Mintieron”. Mientras los cabilderos y mandarines del partido le abucheaban, Trump disfrutaba de sus alaridos, serenamente desafiante y sabiendo que tenía al país detrás de él.
También en asuntos internos, la audacia de Trump oscureció la prudencia de Paul. Mientras que el senador por Kentucky presentaba legislación que haría difícil entrar en Estados Unidos a visitantes de países con terrorismo, Trump superaba a sus rivales republicanos diciendo que prohibiría temporalmente a todos los musulmanes viajar a Estados Unidos. En un año en el que no se pueden presentar medidas a medias ni minucias, Trump entendía el signo de los tiempos y lo seguía, mientras que el resto del grupo republicano se quedaba en la cuneta, siendo Paul una de las primeras bajas.
El senador había empezado siendo calificado como “el hombre más interesante de Washington”, pero al final de su campaña presidencial estaba sin duda entre los menos inspiradores. Su campaña supuestamente habría sido una versión menos intransigente de los intentos quijotescos, aunque impresionantemente entusiastas, de su padre para llegar a la Casa Blanca en 2008 y 2012, movilizando a los jóvenes motivados por el mensaje esencialmente libertario de Paul el Viejo, pero atemperando sus aristas para neutralizar a críticos neoconservadores como Bill Kristol. Lo que ocurrió en su lugar fue que el cauteloso paseo por la cuerda floja de Paul entre estos dos polos acabó por no agradar a nadie. Paul fue de un máximo del 15% aproximadamente en las primeras encuestas hasta un 2% y disminuyendo rápido. Se rindió después de conseguir menos de un 5% en Iowa, ni siquiera la cuarta parte del total de votos de su padre cuatro años antes.
Parecía que el momento libertario no llegaría nunca. Pero aún había un destello de esperanza encarnado en esa sobra remanente de los primeros días del movimiento libertario: el Partido Libertario.
Después de todo, el programa económico de Trump de aranceles y mantener la infraestructura básica del estado del bienestar representa una inversión de la ortodoxia del Partido Republicano de toda la vida. Desde 1964, cuando Barry Goldwater desalojó del partido a la rama de los Rockefeller, los republicanos habían usado retórica libertaria sobre los asuntos económicos (una tendencia que continuó a lo largo de los años de Reagan y más allá) aunque sin poner la teoría en práctica. Trump ha negado todo eso, apelando a los votantes de clase trabajadora con una promesa de mantener las prestaciones y acabar con los acuerdos de “libre comercio”, tan cercanos al corazón de los economistas libertarios. Y aunque Trump es condenado completamente por la clase política por su política exterior supuestamente “aislacionista” (cuestiona la utilidad y el coste de la OTAN y quiere eliminar a Japón y Corea de nuestro perímetro de defensa del Pacífico), el magnate inmobiliario siempre acompaña este tipo de declaraciones con una retórica casi cómicamente belicosa, declarando que vamos a “hacer desaparecer rápido” al ISIS, denunciando el “mal acuerdo” con Irán y rechazando descartar el uso de armas nucleares.
Con la trumpificación del Partido Republicano como un hecho, ¿aprendería el Partido Libertario la lección de la campaña de Rand Paul (¡no recojas tus velas, despliégalas!) y nominaría a un candidato con la claridad y coherencia que hizo de Ron Paul un fenómeno político? Con una corporativista clintoniana a la izquierda y un nacionalista populista a la derecha, los libertarios tenían claramente una oportunidad inusual.
Aun así, eligieron no aprovecharla. Por el contrario, nominaron de nuevo a Gary Johnson, un exgobernador republicano de Nuevo México y antiguo empresario de marihuana. La brújula ideológica de Johnson es errática, en el mejor de los casos: apoya el “impuesto justo”, que es un impuesto al consumo acumulado a un “estipendio” mensual del gobierno federal para todos los estadounidenses. Preguntado acerca del calentamiento global, dio un giro “libertario” a la promesa de Hillary de llevar a los mineros del carbón a la cola del paro, afirmando que el carbón sencillamente no es negocio de acuerdo con el mercado libre. Esto resultará una sorpresa para aquellos mineros que se quedaron sin trabajo debido a los decretos ecologistas de la administración Obama.
Johnson empezó su campaña para la nominación del PL anunciando que debería prohibirse por ley las mujeres musulmanas llevaran burka. Posteriormente se retractó, diciendo que esta idea flagrantemente inconstitucional era “bienintencionada” y solo un “exabrupto”, aunque “imposible de aplicar”. Tal vez se diera cuenta de que ser más Trump que Trump no le iba a hacer ganar la nominación libertaria.
Otros tropos trumpianos que se introdujeron en la campaña de Johnson: la oposición al tratado con Irán, con el cual estaba inicialmente a favor, hasta que descubrió que Teherán es “el financiador número uno del terrorismo todo el mundo” y que el levantamiento de sanciones desbloquearía dinero que supuestamente iría al terrorismo. Johnson apoya oficialmente la intervención militar de EEUU en Uganda. Preguntado si estuvo justificada la intervención militar de EEUU ante la Primera Guerra Mundial como en la Segunda Guerra Mundial, levantó las manos y dijo “No lo sé”. Esta ambigüedad desaparecía con respecto al bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. Con Obama viajando a Hiroshima en mayo, se preguntó a Johnson si sería apropiada una disculpa estadounidense. Su respuesta: el bombardeo estuvo justificado porque “se habrían perdido muchas vidas” y “estábamos en guerra y esto la puso fin. Indudablemente no quiero hablar a toro pasado, ni disculpar. Dado el momento en que se produjo, yo no me disculparía”.
No hace falta ser un libertario para concluir, al igual que Dwight Eisenhower y Paul Nitze, que la incineración de más de 200.000 personas era innecesaria para acabar la guerra, pero uno pensaría que sobre todo un libertario sería el último en justificar esta matanza masiva.
Estas cuestiones históricas, que es improbable que se pregunten a los candidatos de los grandes partidos, pueden parecer arcanas, pero nos dan una idea de la visión del mundo de Johnson y su aplicación a asuntos más actuales. Como decía Brian Doherty en Reason, durante los debates presidenciales del PL Johnson “pedía más o menos abiertamente una guerra contra Corea del Norte, en alianza con China”. Me pregunto: ¿Lanzaría una bomba nuclear contra Pyongyang porque “estamos en guerra y esto la pondría fin”?
Más problemático todavía es el candidato a la vicepresidencia elegido por Johnson, el exgobernador de Massachusetts, William Weld, también un exrepublicano. Johnson le calificó como “el libertario original”, una extraña fórmula, dado el historial político de Weld: defensor de la Guerra de Iraq, defensor del control de armas, exseguidor de John Kasich y consigliere de Bush durante la campaña presidencial de 2004. Bill Clinton quería que Weld fuera su embajador en México, una nominación frustrada en el Senado por Jesse Helms. Weld es, en pocas palabras, el arquetipo de republicano moderado, igual que el excongresista Bob Barr (otro republicano recauchutado, nominado a la presidencia por el PL en 2008) era la encarnación del tipo de republicano ultraconservador al que los libertarios esperaban atraer ese año. En realidad, el PL ha funcionado a menudo como una casa a medio camino para los republicanos para vengarse de un partido que no aprecia suficientemente sus virtudes. Antes de trasladarse al Partido Libertario, Johnson intentó la nominación del Partido Republicano en 2012, compitiendo con Ron Paul por el voto republicano ligeramente libertario, pero renunció después de ver que no iba a ninguna parte.
Clave para entender que hace que Johnson se presente es la aparentemente inexplicable decisión de enfrentarse a Ron Paul: ¿por qué alguien que se autodescribe como libertario desafiaría al excongresista de Texas cuyo nombre es un símbolo de devoción a los principios del credo de la libertad individual?
La respuesta está en la historia del movimiento libertario, que en realidad son dos movimientos en competencia desde que el Partido Libertario sufrió una división debilitadora en su convención de 1983. Ese cónclave expuso una amarga lucha entre dos facciones, que representaban superficialmente la vieja división pragmatismo-principios, aunque las diferencias en realidad eran mucho más profundas.
En un bando estaban los alineados con Edward H. Crane III, entonces la cabeza del Instituto Cato. Su candidato para la presidencia era Earl Ravenal, un analista de política exterior y académico que trabajó en el Departamento de Defensa bajo los presidentes Johnson y Carter. Estaba bastante en línea con lo que podría llamarse estrategia “fabiana” de la facción de Crane, que consistía en apelar a la clase política en busca de credibilidad.
Al otro lado las barricadas estaba la “Coalición para un Partido de Principios”, a la que no le preocupaba la “credibilidad” y buscaba crear un desafío populista a la clase política, en lugar de cortejarla.
La guerra de facciones empezó en 1980, cuando el candidato libertario era Ed Clark, un abogado mercantil que había conseguido más del 5% de los votos en las elecciones generales como candidato del partido a gobernador de California en 1978. Para consternación de Murray Rothbard, el ideólogo jefe no oficial del PL, la campaña de Clark de 1980 rechazaba defender la abolición del impuesto de la renta, presentando en su lugar solo una mera reducción, y pareciendo más interesado en generar una cobertura favorable de los medios progresistas que en construir realmente el PL. La batalla interna llegó a su culminación cuando Clark, entrevistado por Ted Koppel en la televisión nacional, describió al libertarismo como “liberalismo con bajos impuestos”.
Esto enfureció a Rothbard, no solo porque reducía el libertarismo a un lema vacío, sino también porque encarnaba una aproximación a la creación del movimiento que se oponía tanto cultural como ideológicamente a su propia orientación populista. El irascible filósofo libertario veía claramente que las élites, ya fueran progresistas o conservadoras, se oponían inalterablemente a la ideología libertaria radical a la que había dedicado años a desarrollar en docenas de libros y cientos de artículos. Ver su visión radical apropiada y neutralizada en la práctica en un intento mal dirigido de apelar al circuito de cócteles de Georgetown era una atrocidad que prometió no tolerar.
Rothbard y sus aliados consiguieron derrotar a Crane en la convención de 1933 y por un tiempo el Partido Libertario consiguió mantener su rumbo ideológico. La apuesta de Ron Paul de 1988 por la Casa Blanca bajo la bandera del partido fue un momento cumbre, que prefiguró su posterior éxito a la hora de generar un movimiento libertario más amplio, manteniendo los principios. A lo largo de estos años, el PL siguió la estrategia populista de Rothbard, tratando de crear un movimiento de bases que se extendería por el país y sitiaría Washington.
Sin embargo, Rothbard y sus aliados acabaron cansándose del PL: la penumbra contracultural del partido y el fin de la Guerra Fría les llevaron fuera del PL hacia el nuevo movimiento paleoconservador, donde hicieron campaña en el desafío de Pat Buchanan de 1992 al “rey George” Bush I. En un discurso de 1992 en el John Randolph Club, una reunión paleoconservadora, Rothbard dio rienda suelta a su opinión de que un movimiento “populista de derecha” sería el vehículo para una victoria libertaria:
La estrategia adecuada para la derecha debe ser lo que llamamos “populismo de derechas”: entusiasta, dinámico, duro y beligerante, conmoviendo e inspirando no solo a las masas explotadas, sino también a la camarilla intelectual de la derecha a menudo neurótica. Y en esta época en la que las élites intelectuales y periodistas son todas progresistas y conservadoras del establishment, en el sentido de ser una variedad u otra de socialdemócratas, todas amargamente hostiles a una verdadera derecha, necesitamos un líder dinámico y carismático que tenga la capacidad de cortocircuitar a las élites del periodismo y llegar y conmover directamente a las masas. Necesitamos un liderazgo que pueda llegar a las masas y abrirse paso a través de la niebla hermenéutica amenazante y distorsionadora extendida por las élites del periodismo.
A Rothbard, que murió en 1995, le habría encantado Donald Trump y parece haber previsto su éxito como si fuera un sueño. Aun así, el Partido Libertario, que con Johnson y Weld parece haber vuelto a una versión del “liberalismo con bajos impuestos” de Ed Clark, está hoy a la vanguardia del movimiento “Nunca Trump”, a pesar del antiintervencionismo amigo del libertario del “Amerrica First” de Trump. De hecho, los medios progresistas han dado una cobertura sin precedentes al equipo Johnson-Weld, con más de 250 periodistas acudiendo a la convención del PL en el fin de semana del Memorial Day y reportando directamente desde el lugar. Acogieron con entusiasmo las palabras de Weld que comparaban el plan de Trump de controlar la frontera de EEUU con México con la Kristallnacht nazi y relataron la acusación de Johnson de “fascismo” contra Trump.
Sin embargo, los libertarios de base tienen una perspectiva diferente: una encuesta realizada en el caucus de la cámara republicana de Carolina del Sur de más de 3.500 posibles votantes del Partido Republicano en las primarias mostraba que el 51% de los autoidentificados como libertarios apoyaba a Trump. Mientras el tíquet libertario atrae la atención de los periodistas de la élite y se gana la aprobación de neoconservadores como Jennifer Rubin y la masa del “Nunca Trump” (la consultora del Partido Republicano, Mary Matalin, anunció recientemente su decisión de unirse a los libertarios), a las bases libertarias les interesa más apoyar a un outsider que agradar al Washington Post.
Tengo que preguntar: ¿qué sentido tiene que un partido republicano ponga a la cabeza de su lista presidencial a dos republicanos moderados y trate de ganarse a Mary Matalin en lugar de al ciudadano medio? El PL está aplicando, a una escala menor, la misma estrategia que convirtió la brillante promesa de la campaña de Rand Paul en un desastre. O, por ir más atrás, es una repetición del “liberalismo con bajos impuestos” de Ed Clark, ahora transformado en un conservadurismo amigo del porro.
Los medios están apoyando a los libertarios este año porque piensan que dividirán el voto republicano y llevarán a la Casa Blanca a los Clinton. Pero la misma desorientación que impidió a los expertos tomarse en serio a Trump les está llevando por el mal camino en este cálculo. Con Johnson-Weld reduciendo el libertarismo a “progresista socialmente y conservador fiscalmente”, conseguirán más votos de Clinton y del bando antiTrump y es posible que pongan en el despacho oval a un hombre que califican de fascista.
Publicado originalmente el 7 de julio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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