lunes, 4 de julio de 2016

Matar al mensajero, por Libertario.es

No me gustan las descalificaciones, faltas de respeto e insultos por parte de algunas personas a la gente que ha votado a un partido que no es el suyo. Lo dice alguien que ha tenido que contestar a bastantes salidas de tono por no haber votado. He llegado a escuchar afirmaciones como “Eres una irresponsable”, “Es votar o que el planeta implosione”, “Claro, y es mejor una dictadura”, “Mucha gente ha muerto para que tú tengas derecho a votar”, “Tienes que votar a lo menos malo”. Contestaré punto por punto.

  • “Eres una irresponsable”. Teniendo en cuenta que cuando votas estás decidiendo no sólo sobre tu destino, sino sobre el destino de otras muchas personas, lo menos intrusivo y responsable es no votar. Dada la intervención abusiva que el Estado tiene en los asuntos del ciudadano, no me parece ética ni productiva la imposición casi canónica de ciertos modelos que tienden a homogeneizar, teniendo en cuenta la heterogeneidad del electorado. Ante esto, si el Estado tuviera menos poder en economía, empleo y educación, podría plantearme votar de forma responsable, porque los aspectos que atañen al individuo, a sus relaciones personales y profesionales y su propio desarrollo no dependerían de lo que una mayoría fluctuante impusiera a las minorías.
  • “Es votar o que el planeta implosione”. Esta advertencia apocalíptica también me parece muy cuestionable y sintomática. Nos han educado para pensar que no existen alternativas al control estatal, para tener terror al “gran caos”. Pero cuando la educación es un monolito carente de pluralidad que depende en su mayor parte de los mandatos del Estado, no es sorprendente este efecto. Es impensable que una institución pública dé a sus estudiantes herramientas para mermar su poder o cuestionarla. Por el contrario, le dará dogmas y falacias para perpetuarse.
  • “Claro, y es mejor una dictadura”. Considerar que la democracia actual tiene defectos no implica necesariamente que se esté a favor de una dictadura. Tal vez sólo signifique que se está a favor de una democracia con menos defectos.
  • “Mucha gente ha muerto para que tú tengas derecho a votar”. No es un argumento vinculante. Que haya gente que ha muerto por conseguir el derecho a voto no purifica los achaques y problemas de la democracia actual.
  • “Tienes que votar a lo menos malo”. Si realmente pienso que, de las opciones que existen, tengo que votar lo menos malo, significa que todas las opciones son malas. Mi abstención quiere decir, por tanto, que no estoy dispuesta a participar en un sistema que sólo ofrece opciones de este tipo.

Vivimos en una sociedad en la que, para algunos, si gana tu partido, el pueblo ha expresado su irrevocable y sabia voluntad, y si pierde, resulta que la gente es imbécil y no sabe lo que es mejor para el país (cosa que tú sí sabes, por supuesto). Pudiera ser que, ante esto, más que hablar de la lucidez o falta de ella de la mayoría, según a uno le convenga, tuviera lugar replantearse si sería posible un sistema en el que las minorías, en un marco de libertad, respeto y ausencia de violencia, no fueran castigadas. Un sistema en el que, como apuntó en su momento Tocqueville, la mayoría no fuera una tiranía.

Cuando tantos aspectos de la vida que deberían ser asunto propio dependen del vaivén de unos cuantos partidos, cuando te dicen que siete millones de votos representa la voluntad popular en un país en el que más de treinta y seis millones de ciudadanos están llamados a las urnas, es normal el sentimiento de frustración y enfado. Lanzar ese sentimiento de frustración y enfado a la gente que no ha votado lo mismo es una inyección rápida y bastarda de autoestima (“yo sé lo que hay que hacer y los demás son estúpidos”), un alivio fácil, pero estéril. La frustración del que se siente subyugado, dadas las circunstancias, es entendible. Pero si la solución ideal a ese sentimiento de derrota es subyugar al “bando contrario”, convertirse en la “mayoría” hegemónica, porque así y sólo así, el sistema será justo, entonces puede decirse que hemos entrado en la dialéctica de la dominación en un país de gente desengañada y anulada que, sin sentirse dueña de sus decisiones, ansía poder tener control sobre las de los demás.

¿Por qué poner en tela de juicio la libertad que tendría que tener la gente para votar y no cuestionar directamente la estructura misma del aparato democrático? ¿No se puede aspirar a una democracia mejor, realista, basada en el respeto a la libertad individual, sin poetizar la imposición?

Identifiquemos al verdadero enemigo sin matar al mensajero.

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