Cuando era niño, una de mis fiestas favoritas era el Día de la Independencia. Yo era un estudioso entusiasta de la Guerra de la Independencia. Mi libro favorito era How and Why Wonder Book of the American Revolution, de Felix Sutton. Dediqué mucho tiempo en mi infancia a leer acerca de la era colonial, de las vidas de gente como Sam Adams, Paul Revere, Thomas Jefferson, Patrick Henry y George Washington. Aprendí todo acerca de la lucha de los antepasados americanos por la libertad y contra un rey que se limitaba a tratarlos como peones generadores de ingresos. Tenía nueve años cuando EEUU celebró su bicentenario y mi Madre empapeló mi habitación con un papel rojo blanco y azul colonial americano y tenía varios pósteres de escenas famosas de la guerra revolucionaria puestos en las paredes. Esperaba con impaciencia todos los años el día que celebraba la firma de la Declaración de Independencia.
Sin embargo, a lo largo de los años mi entusiasmo se fue enfriando de forma que ahora, si veo la celebración del Día de la Independencia en cualquiera de los medios de comunicación de masas, no siento la alegría que tuve una vez. Más bien me siento más como Charlie Brown al inicio de La Navidad de Charlie Brown. Recordad en ese clásico infantil cómo, al acercarse la Navidad, Charlie Brown dice a Linus que sabe que debería estar contento, pero por el contrario siempre acaba sintiéndose deprimido. Cada vez tengo más la misma sensación a medida que la gente se prepara para las celebraciones del 4 de julio.
Ahora, mucho más viejo y tal vez más sabio, cuando oigo a los medios populares hablar con entusiasmo acerca de nuestras libertades, la Declaración de Independencia, la campana de la libertad, los conciertos para celebrar Estados Unidos y todo el resto del 4 de julio, en lugar de estar contento, siento una pizca de tristeza. Me gusta celebrar el 4 de Julio, por ejemplo, reuniéndome con amigos, enseñando a mis hijos cosas de los Padres Fundadores, leyendo la Declaración y viendo fuegos artificiales, pero cuando pienso en dónde empezamos y en qué nos hemos convertido, como Charlie Brown, acabó melancólico. Esto pasa porque está claro que los políticos y los bustos parlantes de los medios no tienen ni idea de lo que están hablando. La mayoría no parece ni siquiera entender qué es realmente la libertad. El único político a nivel nacional que hablaba con verdadera convicción de la libertad y la Constitución era Ron Paul y se reían de él a sus espaldas. Por el contrario, periodistas y expertos populares tratan de hacernos creer que somos libres porque se nos permite tener otras personas para votar en contra nuestras libertades.
Al principio de cualquier acontecimiento deportivo importante, los estadounidenses cantan a “la tierra de los libres y el hogar de los bravos”, pero hay cadenas económicas por todas partes. El gasto público total del año pasado fue de 6,4 billones de dólares. Son 6,4 billones de dólares con b. Esa cifra equivale a más del 36% del PIB. El déficit presupuestario federal del pasado año fiscal fue de 438.000 millones de dólares. A lo largo de los últimos ocho años se ha disparado nuestra deuda pública. Al final de este año fiscal, la deuda pública federal bruta se espera que supere los 19 billones de dólares. Sería un 106% del PIB.
Lo más importante a recordar con respecto a nuestra libertad es que cada penique de gasto público representa control público. Cuando se gasta dinero para comprar una barra de pan, un depósito de gasolina o un par de pantalones, uno se convierte en propietario de estos bienes económicos y puede usarlos como le parezca. Cuando el gobierno gasta dinero, sus burócratas consiguen el control de recursos económicos. Y cuantos más de nuestros recursos estén bajo su control, menos libres seremos.
Además, el control público de nuestra sociedad está en buena parte financiado por la máquina centralizada de creación de dinero, la Reserva Federal. Esta ha mantenido una base monetaria en la estratosfera, ya que la oferta monetaria aumentó en 880.000 millones de dólares a lo largo del año pasado. Es un aumento del 8% a lo largo de 12 meses. Es bastante evidente para el hombre de la calle que esa inflación monetaria no proporciona ningún beneficio social, pero propaga mucho daño económico. Disminuye el poder adquisitivo del dólar y daña especialmente a los más vulnerables de nuestros ciudadanos, que viven con rentas fijas. Al mismo tiempo, recompensa a los compinches, no por producir bienes que sean realmente rentables sino por acudir a las partes oportunas y ejercitar la influencia oportuna sobre los miembros de la clase dirigente. La inflación también genera el ciclo económico, que siempre termina en recesión y desempleo. Tal vez hayáis oído hablar de las burbujas inmobiliaria y de derivados de 2008.
Sin embargo, el control del estado leviatán va más allá de los dólares. De hecho, nuestros gobernantes parecen querer controlar tanto de nuestras vidas como sea posible. El Código de Regulaciones Federales de 2013, tiene casi un record 178.277 páginas. Y estas leyes regulan prácticamente todas las áreas de nuestras vidas. Los burócratas públicos simplemente no confían en que compradores y vendedores se pongan de acuerdo sobre bienes aceptables y precios aceptables. ¿Sabéis que el gobierno federal regula la producción de cargadores de pilas, ventiladores de techos, aires acondicionados centralizados, secadores de ropa, lavadoras, la propia ropa, sistemas de respaldo informático y de baterías, deshumidificadores, lavaplatos, calderas y calentadores, cocinas y hornos, segadoras, hornos microondas, calentadores de piscinas, neveras y congeladores, aires acondicionados de ventana, televisores, cajas de televisión por cable y satélite, calentadores de agua, maquinas comerciales de fabricación de hielo, lavadoras industriales, compresores, motores eléctricos, ventiladores y extractores, máquinas de venta de bebidas frías, equipos de refrigeración, expositores de congelados y productos fríos, lámparas de techo con ventilador, lámparas, resistencias para lámparas fluorescentes, señales iluminadas de salida, bombillas, flashes, grifos, alcachofas de trucha y retretes? Y esto ni siquiera es una lista exhaustiva. Es extenuante, pero no exhaustiva. La USDA regula la venta de algodón, leche y productos lácteos, frutas y verduras y ganado, aves y alimentos. ¡Los burócratas públicos incluso tienen instrucciones detalladas ordenando la relación entre cereal y carne que tiene que tener una salchicha para poder venderse! ¡El estado ni siquiera nos permite fabricar y vender salchichas! En la tierra de la empresa supuestamente libre, todo un 38% de los trabajadores empleados en 2008 necesitaba una licencia o certificación pública solo para ejercer su empleo. En la década de 1950, la cifra estaba en torno al 5%.
Uno de los grandes errores intelectuales que explican este despotismo es la visión de que la independencia que celebramos se refiere sobre todo al igualitarismo. Después de todo, la frase más famosa de la Declaración sí dice: “Todos los hombres son creados iguales”. Sin embargo, hay que oír esta declaración en su contexto. El pasaje en cuestión dice: “Sostenemos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres son creados iguales, que han sido dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables, que entre ellos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Lo que afirma la declaración es que toda persona tiene un derecho divino y natural a la libertad. La forma común de declarar la doctrina en ese momento era que toda persona tiene un derecho natural a la vida, la libertad y la propiedad. Tiene el derecho a no ser asesinado, el derecho a usar su cuerpo y mente sin limitaciones por parte de otros y del derecho a los frutos de su trabajo.
El que uno de los “derechos inalienables” expresados por los firmantes fuera el derecho a la propiedad deja claro que los principios de la Declaración de Independencia son la antítesis de la política de nuestro gobierno actual de confiscación y control. Perder la relación entre libertad y propiedad es una de las raíces principales de la cultura intervencionista nuestra nación, una cultura que produce el amargo fruto de la destrucción social y económica.
La lección de teoría y práctica económica esta aclaración. La sociedad irá como le vaya a la propiedad privada. Esto fue reconocido por el gran pastor y decano universitario de siglo XIX, Francis Wayland. Este señalaba en sus Elements of Moral Science que:
Justamente en la proporción en que se mantenga inviolado el derecho de propiedad, justamente en esa proporción avanza la civilización y se multiplican las comodidades de la vida. Por eso en gobiernos libres y bien ordenados, y especialmente durante la paz, se acumula propiedad, todos los órdenes de la sociedad disfrutan de las bendiciones de la competencia, las artes florecen, la ciencia avanza y los hombres empiezan a formarse cierta concepción de la felicidad de la que es capaz el sistema actual. Por el contrario, bajo el despotismo, cuando la ley no extiende su protección ni sobre casas, ni tierras, ni propiedades, ni vida, especialmente durante las guerras civiles, cesa la industria, se estanca el capital y los hombres tienden rápidamente a un estado de barbarie.
Esta idea también fue reconocida de forma importante por Ludwig von Mises:
Hasta ahora todas las civilizaciones se han basado en la propiedad privada de los medios de producción. En el pasado, civilización y propiedad privada han estado ligados. Quienes mantienen que la economía es una ciencia experimental y sin embargo recomiendan el control público de los medios de producción, lamentablemente se contradicen. Si la experiencia histórica pudiera enseñarnos algo, sería que la propiedad privada está ligada inextricablemente a la civilización. No hay ninguna experiencia en el sentido de que el socialismo pueda proporcionar el nivel de vida tan alto como el proporcionado por el capitalismo (La acción humana, pp. 264-265).
Así que cuando una sociedad rechaza el derecho a la propiedad privada, que es la piedra angular de todas nuestras libertades, se está suicidando. Y aun así, eso es lo que parecen pretender demasiados en nuestra cultura.
Hace un par de años, cuando la favorita de la izquierda, la senadora por Massachusetts, Elizabeth Warren, parecía jugar con la idea una campaña presidencial, cautivo a una convención de bloggers y activistas progresistas con 11 principios progresistas. Incluían demandas de mayor regulación de mercados financieros, medio ambiente, Internet y mercados laborales, un mayor salario mínimo y subvenciones a la educación superior, aumentar la Seguridad Social, Medicare y pensiones. Sin duda tenemos graves males sociales de los que tenemos que ocuparnos. Sin embargo, la agresión pública contra la propiedad privada en todas sus variedades tiene consecuencias. ¿Y cuál es la solución sugerida? Más de lo mismo: mayor regulación, más gasto público, mayores impuestos sobre los productivos, más inflación monetaria. En resumen: la destrucción de la propiedad privada. Y con ella, la destrucción de la libertad y la venta en nuestro derecho estadounidense de primogenitura económica a cambio de un plato socialista de lentejas.
Sin embargo, no debemos desesperar como querrían los enemigos de la libertad. Por el contrario, debemos proceder aún con más empeño contra el mal. Debemos saltar de nuevo a la brecha para defender nuestra tradición estadounidense de libertad, propiedad y una sociedad libre. Y esto requiere que rechacemos ser engañados por nuestros políticos. Recordemos el salmo que dice: “Es mejor refugiarse en el Señor que confiar en príncipes” (Salmos 118:9). Por el contrario, tenemos que hacer que sientan la presión. No deberíamos tolerar sus lemas sobre la libertad. Es demasiado fácil para los políticos y sus apoyos intelectuales defender los “mercados” mientras encuentran razones para recortar la propiedad privada en sus intentos de regular la economía. Alaban la libertad y luego expanden el estado del bienestar. Esa retórica vacía genera poco más que un airado cinismo que estimula una mentalidad anticapitalista que cree que la persistencia de nuestros problemas económicos es el resultado del mercado libre, en lugar de la consecuencia de los obstáculos que lo perjudican.
Debemos también defender la propiedad privada para nosotros y para nuestros vecinos. Cada uno de nosotros tiene que desear alejarse del estado leviatán y de cualquier golosina que nos prometa. Y también tenemos que explicar a nuestros conciudadanos por qué la prosperidad y el florecimiento humano solo pueden abundar en una sociedad libre apoyada en la propiedad privada. Solo un cambio en la ideología social reinante puede lograr el cambio radical necesario para que sobreviva una sociedad libre. Analizando nuestro horizonte cultural contemporáneo, la vista está clara y las líneas de batalla están claramente dibujadas. Lo que decía Patrick Henry sobre sí mismo hace más de dos siglos, es tristemente cierto en nuestra sociedad contemporánea, cultura y tradición estadounidense: “Dadme libertad o dadme muerte”.
Publicado originalmente el 4 de julio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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