domingo, 31 de julio de 2016

La FTC castiga el contenido patrocinado, por Mises Hispano.

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La Comisión Federal de Comercio (FTC, por sus siglas en inglés) ha estado investigando recientemente los patrocinios de los desarrolladores de videojuegos a las personalidades populares de Internet conocidas como “influencers”. Las partes investigadas incluyen patrocinadores como Warner Bros., así como influencers como Felix Kjellberg (más conocido por su apodo en línea PewDiePie), creador del que es actualmente el canal con más suscriptores de YouTube.

La FTC alega que los desarrolladores pagaban a los influencers para publicar vídeos positivosd e videojuegos en lugares como YouTube y además desaconsejaban a los creadores de contenidos que revelaran estos patrocinios al público. Según la FTC, los espectadores (como consumidores) eran engañados por lo que eran esencialmente campañas de publicidad disfrazadas de opiniones independientes y objetivas.

No es la primera vez que la FTC ha investigado a patrocinadores en el sector del videojuego. Este mismo año, llegó a un acuerdo con Machinima sobre alegaciones similares de ocultamiento de patrocinios. Ahora Machinima está sometida a 20 años de supervisión de la FTC por violar sus normas.

Hay un par de puntos que merece la pena destacar sobre estos casos recientes. Primero, no está claro por el propio relato de la FTC si muchos de estos patrocinios requerían más de una cierta cantidad de tiempo a dedicar a un juego o que ese juego se mencionara por su nombre. Solo algunos acuerdos parecen haber obligado realmente a los influencers a dar opiniones positivas o a pasar por lato defectos en los juegos referidos. Es posible, por tanto, que algunos influencers ofrecieran esencialmente las mismas opiniones que habrían dado normalmente.

Segundo, la FTC no está afirmando que los desarrolladores siempre traten de impedir a los creadores descubrir sus patrocinios. En el caso más reciente, por ejemplo, Warner Bros. parece que simplemente pidió a los creadores divulgar la información en caracteres debajo de sus vídeos, no en los propios vídeos. Solo esto último satisface los requisitos menos que científicos de la FTC de una información “clara y conspicua”. Así que el problema no era que se engañara a los espectadores, sino que era poco probable que buscaran información de divulgación potencialmente importante.

Las regulaciones de la FTC son arbitrarias y dañinas

Los puntos anteriores ya dan una pista de que el reciente auge en los apoyos pagados no es tan importante como pretende la FTC.

Sin embargo, la FTC afirma también que en algunos casos los influencers sí reconocieron privilegios de acceso temprano a juegos que revisaron, pero no demostraron ninguna compensación financiera o la posibilidad de que se obtuviera esta a cambio de opiniones positivas. Aunque este tipo de caso parece producirse menos frecuentemente  que los mencionados anteriormente, se considera como la regla en lugar de la excepción por los críticos y es el centro del debate actual acerca de su divulgación.

Por desgracia, muchos críticos están tratando estos casos como ejemplos claros de fraude. Pero en ellos hay más que eso, tanto ética como económicamente. Ahora me ocuparé de algunas consideraciones económicas y dejaré las discusiones éticas para otro momento.

Tal vez la suposición más importante es estas discusiones es que las normas de divulgación de la FTC son regulaciones necesarias y fiables sobre publicidad. Esa afirmación no se sostiene.

En lo que se refiere a los consumidores, no debería resultar sorprendente que las investigaciones de la FTC no contengan una explicación de cómo influyen ralamente en las ventas los patrocinios de los juegos. Por el contrario, sus declaraciones públicas solo hacen referencia a la popularidad de los vídeos patrocinados. En último término, los reguladores no han conseguido evidencias de que nadie haya sido engañado realmente para comprar juegos decepcionantes. De hecho, algunos críticos están preocupados por la falta de enfado entre los espectadores.

Como la mayor parte de la regulación de protección del consumidor, los estándares de la FTC son extremadamente condescendientes. Suponen que la mayoría de la gente está demasiado poco interesada o es demasiado ignorante como para preocuparse por investigar los bienes y servicios que compra. La consecuencia sería que sin la FTC y otras autoridades reguladoras, los consumidores comprarían constantemente bienes peligrosos o fraudulentos y de ahí la necesidad de que el gobierno garantice la calidad del producto. Sin embargo, sencillamente no es así. Los consumidores normalmente ansían saber si les están engañando y a nadie le gusta pagar por mercancías de baja calidad. De hecho, los mercados competitivos desarrollan constantemente nuevas instituciones que pueden usar los consumidores para expresar sus opiniones y así hacer que los empresarios mantengas estándares altos.

Igual que la legislación antitrust o antidumping, la legislación de protección del consumidor casi nunca es invocada por los propios consumidores. Por el contrario, los productores rivales la usan como herramienta para atacar a la competencia. Los consumidores no claman por estar “protegidos” frente a precios bajos; más bien, los productores ineficientes reclaman protección frente a su competencia más popular. No está claro quién inspiró las actuales investigaciones de la FTC, pero señalaré de paso que los rivales de empresas como Warner Bros. no están precisamente desinteresados sobre sus avatares legales.

Los mercados competitivos, no las regulaciones, garantizan calidad

Es importante señalar que el mercado ya contiene un poderoso mecanismo para limitar el comportamiento poco ético: la prueba de las pérdidas y ganancias. Siempre que un influencer acepta dinero a cambio de una reseña positiva, se crea una oportunidad para los rivales para ganar una porción de mercado exponiendo el engaño y luego promocionando sus propias opiniones neutrales. Por supuesto, podría argumentarse que los influencers podrían simplemente ponerse de acuerdo y formar un cártel en el que todos están patrocinados y todos engañan. Pero esto olvida la inestabilidad persistente de los cárteles, que inevitablemente se desploman cuando los miembros se dan cuenta de los beneficios de engañar a los demás.

Los únicos cárteles que son estables a lo largo del tiempo son los apoyados por la fuerza de la ley. Y este es exactamente el tipo de monopolio que ayudan a crear las regulaciones de la FTC.

El problema es que la divulgación es costosa: cumplir con la ley requiere tiempo y recursos, además de imponer mayores costes por dañar potencialmente reputaciones. Sin embargo, lo costes económicos y reputacionales los soportan más fácilmente los influencers establecidos que los recién llegados. Regular la divulgación significa que los aspirantes a influencer compiten en desventaja, porque los nuevos normalmente empiezan con menos recursos y sin reputación y el coste de cumplir con los estándares de la FTC es por tanto relativamente alto. Esto a su vez desanima a nuevos participantes en el mercado de las influencias, lo que acaba favoreciendo a los ya establecidos frente al nuevo talento.

Como consecuencia, incluso aunque la regulación de protección del consumidor esté motivada por buenas intenciones, crea inevitablemente privilegios legales que socavan la misma competencia y bienestar del consumidor que se supone que aquella protege. Sin embargo, permitir que los influencers compitan libremente entre sí aumenta la diversidad de opiniones y permite a los consumidores decidir qué opiniones son más relevantes para ellos.

Si las empresas decidieran divulgar patrocinios y posibles conflictos de intereses, debería ser porque tratan de dar algo mejor a los consumidores, no porque tengan que cumplir regulaciones públicas arbitrarias. El primer caso proporciona un incentivo poderoso para los empresarios para mejorar la calidad y desarrollar confianza entre sus clientes, mientras que el segundo les impulsa a satisfacer la letra de la ley en su sentido más estricto, sin considerar el bienestar del consumidor.


Publicado originalmente el 21 de julio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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¿Son ‘anarquistas’ los libertarios?, por Mises Hispano.

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2801Al libertario que está felizmente comprometido exponiendo su filosofía política en toda la gloria de sus convicciones, casi con seguridad será detenido por una estrategia indefectible de los estatistas. Mientras el libertario denuncia la educación pública o la Oficina de Correos, o se refiere al impuesto como robo legalizado, el estatista invariablemente desafía: “Bueno, ¿entonces usted es un anarquista?” El libertario se limita a farfullar: “No, no, por supuesto que no soy un anarquista.” “Bueno, entonces, ¿qué medidas gubernamentales usted favorece? ¿Qué tipo deimpuestos quiere imponer?” El estatista ha ganado irremediablemente la ofensiva, y, no teniendo respuesta a la primera pregunta, el libertario se encuentra abandonando su caso.

Así, el libertario suele responder: “Bueno, yo creo en un gobierno limitado, que el gobierno se limite a la defensa de la persona o propiedad o el individuo contra la invasión por la fuerza o el fraude.” He tratado de mostrar en mi artículo, “El verdadero agresor” en la edición de Abril de 1954 de Faith and Freedom que esto deja al conservador indefenso ante el argumento de “necesario para la defensa,” cuando se utiliza para medidas gigantescas de estatismo y derramamiento de sangre. Hay otras consecuencias tanto o más graves. El estatista puede continuar con el asunto: “Si admite que es legítimo que las personas se unan y permitan al Estado obligar a los individuos a pagar impuestos por un determinado servicio -“defensa”- ¿por qué no es también igualmente moral y legítimo que las personas se unan en una manera similar y permitan al Estado prestar otros servicios – tales como oficinas de correos, “bienestar”, acero, energía, etc.? Si un Estado apoyado por una mayoría puede moralmente hacer lo uno, ¿por qué no moralmente hacer lo demás?” Confieso que no veo ninguna respuesta a esta pregunta. Si es apropiado y legítimo coaccionar a un Henry Thoreau a pagar impuestos para su propia “protección” a un monopolio estatal coercitivo, no veo ninguna razón por la cual no sea igualmente apropiado obligarlo a pagar al Estado por cualquier otro servicio, ya se trate de alimentos, la caridad, los periódicos, o acero. Nos queda concluir de que el libertario puro debe abogar por una sociedad en la que un individuo voluntariamente pueda apoyar ninguna o cualquier agencia policíal o judicial que considere eficaz y digna de su encargo.

Aqui no tengo la intención de ocuparme de una exposición detallada de este sistema, sino solamente responder a la pregunta, ¿es esto anarquismo? Esta pregunta aparentemente simple es en realidad muy difícil de contestar en una oración, o en un breve sí o no. En primer lugar, no hay significado consensuado para la palabra “anarquismo”. La persona promedio puede pensar que sabe lo que significa, sobre todo que es malo, pero en realidad no lo sabe. En ese sentido, la palabra se ha vuelto como la lamentada palabra “liberal”, salvo que esta última tiene “buenas” connotaciones en las emociones del hombre común. Las distorsiones y confusiones casi insuperables han venido tanto de los adversarios como de los partidarios del anarquismo. Los primeros han distorsionado completamente principios anarquistas y han hecho varias acusaciones falaces, mientras que los segundos se han dividido en numerosos campos en conflicto con filosofías políticas que son, literalmente, tan distantes como el comunismo y el individualismo. La situación es aún más confusa por el hecho de que, a menudo, los diversos grupos anarquistas mismos no reconocen el enorme conflicto ideológico entre ellos.

Una acusación muy popular contra el anarquismo es que “significa el caos.” Si un tipo específico de anarquismo conduciría al “caos” es una cuestión para el análisis; ningún anarquista, sin embargo, nunca deliberadamente quiso instaurar el caos. Cualquier otra cosa que él o ella pudo haber sido, ningún anarquista ha deseado deliberadamente el caos o la destrucción del mundo. De hecho, los anarquistas siempre han creído que la implementación de su sistema eliminaría los elementos caóticos que ahora agobian al mundo. Un incidente divertido, iluminando esta idea falsa, se produjo después de la final de la guerra, cuando un joven entusiasta por un gobierno mundial escribió un libro tituladoUn Mundo o la Anarquía, y el más prominente anarquista en Canadá replicó con un trabajo titulado La anarquía o el Caos.

La mayor dificultad en el análisis del anarquismo es que el término se aplica a las doctrinas muy conflictivas. La raíz de la palabra viene del término anarche, es decir, la oposición a la autoridad o los mandatos. Esto es lo suficientemente amplio como para cubrir una serie de diferentes doctrinas políticas. En general, estas doctrinas han sido agrupadas como “anarquistas” por su hostilidad común a la existencia del Estado, el monopolio coercitivo de la fuerza y autoridad. El anarquismo surgió en el siglo 19, y desde entonces la doctrina anarquista más activa y dominante ha sido la de “comunismo anarquista”. Este es un término apto para una doctrina que también ha sido llamada “el anarquismo colectivista”, “anarco-sindicalismo” y “comunismo libertario”. Podemos denominar a este conjunto de doctrinas relacionadas como “anarquismo de izquierda”. El anarco-comunismo es principalmente de origen ruso, forjado por el príncipe Pedro Kropotkin y Mikhail Bakunin, y es esta la forma que ha connotado “anarquismo” en todo el continente europeo.

La principal característica del comunismo anarquista es que ataca la propiedad privada tan vigorosamente como ataca al Estado. El capitalismo es considerado tan tiránico, “en el ámbito económico,” como el Estado en el ámbito político. Los anarquistas de izquierda odian el capitalismo y la propiedad privada tal vez con mayor fervor que el socialista o el comunista. Al igual que los marxistas, el anarquista de izquierda está convencido de que los capitalistas explotan y dominan a los trabajadores, y también que los terratenientes invariablemente explotan a los campesinos. Los puntos de vista económicos de los anarquistas les presentan un dilema crucial, el pons asinorum de la anarquía de izquierda: ¿cómo pueden el capitalismo y la propiedad privada ser abolidos, mientras que se suprime el Estado al mismo tiempo? Los socialistas proclaman la gloria del Estado, y el uso del Estado para abolir la propiedad privada – para ellos el dilema no existe. El comunista marxista ortodoxo, que se presta al discurso de la anarquía de izquierda, resuelve el dilema mediante el uso de la dialéctica hegeliana: el misterioso proceso por el cual algo se convierte en su contrario. Los marxistas ampliarían el Estado al máximo y abolirían el capitalismo, y luego se sentarían a esperar con confianza el “marchitamiento” del Estado.

La lógica espuria de la dialéctica no está abierta a los anarquistas de izquierda, que quieren abolir el Estado y el capitalismo al mismo tiempo. Lo más cerca que los anarquistas han estado de llegar a la solución del problema ha sido de defender el sindicalismo como el ideal. En el sindicalismo, se supone que cada grupo de trabajadores y campesinos poseen los medios de producción en común, y planifican ellos mismos, mientras cooperan con otros colectivos y comunas. El análisis lógico de estas maquinaciones demostraría en seguida que todo el programa es una tontería. Una de dos cosas ocurrirían: una agencia central planificaría y dirigiría a los diversos subgrupos, o los colectivos serían realmente autónomos. Pero la pregunta crucial es si estos organismos estarían facultados para utilizar la fuerza para poner en práctica sus decisiones. Todos los anarquistas de izquierda han convenido en que la fuerza es necesaria contra los recalcitrantes. Pero entonces la primera posibilidad no significa nada más ni menos que el comunismo, mientras que la segunda conduce a un verdadero caos de los comunismos diversos y antagónicos, que probablemente daría lugar finalmente a algún comunismo central después de un período de guerra social. Así, el anarquismo de izquierda debe significar en la práctica ya sea comunismo regular o un verdadero caos de síndicatos comunistas. En ambos casos, el resultado real debe ser que el Estado se restablezca con otro nombre. Es la ironía trágica del anarquismo de izquierda que, a pesar de las esperanzas de sus partidarios, no es realmente anarquismo en absoluto. O bien es comunismo o el caos.

No es de extrañar, por lo tanto, que el término “anarquismo” haya recibido una mala prensa. Los principales anarquistas, especialmente en Europa, han sido siempre de la variedad de izquierda, y hoy en día los anarquistas se encuentran exclusivamente en el campo de la izquierda. Si se añade a eso la tradición de la violencia revolucionaria derivada de las condiciones europeas, no es de extrañar que el anarquismo sea desacreditado. El anarquismo era políticamente muy potente enEspaña, y durante la Guerra Civil española, los anarquistas establecieron comunas y colectivos que ejercían autoridad coercitiva. Una de sus primeras medidas fue abolir el uso del dinero bajo pena de muerte. Es evidente que el supuesto odio anarquista hacia la coerción había ido muy mal. La razón era la contradicción insoluble entre los principios antiestatistas y antipropietarios de la anarquía de izquierda.

¿Cómo es, entonces, que a pesar de las contradicciones lógicas fatales en el anarquismo de izquierda, haya un grupo muy influyente de intelectuales británicos que actualmente pertenecen a esta escuela, entre ellos el crítico de arte Sir Herbert Read, y el psiquiatra Alex Comfort? La respuesta es que los anarquistas, quizás inconscientemente viendo lo irremediable de su posición, han hecho una cuestión de rechazar la lógica y la razón por completo. Hacen hincapié en la espontaneidad, las emociones, los instintos, más que la supuesta lógica fría e inhumana. De este modo, pueden, por supuesto, permanecer ciegos a la irracionalidad de su posición. Sobre la economía, que les mostraría la imposibilidad de su sistema, son completamente ignorantes, quizás más que cualquier otro grupo de teóricos políticos. Intentan resolver el dilema sobre la coerción con la absurda teoría de que el crimen simplemente desaparecería si el Estado se suprimiera, por lo que ninguna coerción tendría que ser usada. La irracionalidad de hecho impregna casi todos los puntos de vista de los anarquistas de izquierda. Rechazan la industrialización, así como la propiedad privada, y tienden a favorecer la vuelta a la artesanía y las simples condiciones campesinas de la Edad Media. Ellos están fanáticamente a favor del arte moderno, que consideran arte “anarquista”. Tienen un odio intenso hacia dinero y hacia las mejoras materiales. Vivir una simple vida campesina, en las comunas, es alabado como “vivir la vida anarquista”, mientras que se supone que una persona civilizada es viciosamente burguesa y no-anarquista. Así, las ideas de los anarquistas de izquierda se han convertido en un revoltijo sin sentido, mucho más irracional que las de los marxistas, y merecidamente son miradas con desprecio por casi todo el mundo como irremediablemente “chifladas”. Lamentablemente, el resultado es que las críticas buenas que a veces hacen de la tiranía del Estado tienden a ser pintadas con el mismo cepillo “chiflado”.

Teniendo en cuenta los anarquistas dominantes, es evidente que la cuestión “¿son anarquistas los libertarios?” se debe responder sin vacilar negativamente. Estamos en polos completamente opuestos. Confusión surge, sin embargo, debido a la existencia en el pasado, particularmente en los Estados Unidos, de un grupo pequeño pero brillante de “anarquistas individualistas”, dirigido por Benjamin R. Tucker. Aquí llegamos a una raza diferente. Los anarquistas individualistas han contribuido mucho al pensamiento libertario. Ellos han proporcionado algunas de las mejores declaraciones sobre el individualismo y antiestatismo que jamás hayan sido escritas. En la esfera política, los anarquistas individualistas fueron en general sólidos libertarios. Estaban a favor de la propiedad privada, exaltaban la libre competencia, y luchaban contra todas las formas de intervención gubernamental. Políticamente, los anarquistas de la corriente de Tucker tenían dos defectos principales: (1) que no abogaban por la defensa de las fincas privadas más allá de lo que el propietario utilice personalmente; (2) que se basaban excesivamente en los jurados y no veían la necesidad de un cuerpo de derecho constitucional libertario que los tribunales privados habrían de sostener.

En contraste con sus fallas políticas de menor importancia, sin embargo, cayeron en graves errores económicos. Ellos creían que el interés y la utilidad eran explotativos, debido a una supuesta restricción artificial en la oferta de dinero. Que el Estado y sus políticas monetarias sean eliminadas, y la banca libre se establecerá, creían, y todo el mundo imprimiría tanto dinero como necesitaban, y los intereses y las ganancias caerían a cero. Esta doctrina hiperinflacionista, adquirida del francés Proudhon, es una tontería económica. Debemos recordar, sin embargo, que la economía “respetable”, entonces y ahora, se ha impregnado de errores inflacionistas, y muy pocos economistas han comprendido la esencia de los fenómenos monetarios. Los inflacionistas simplemente toman el inflacionismo más gentil de la economía de moda y corajudamente lo empujan a su conclusión lógica.

La ironía de esta situación era que mientras los anarquistas individualistas insistían en sus teorías bancarias sin sentido, el orden político por el que abogaban hubiera dado lugar a resultados económicos directamente contrarios a lo que creían. Ellos pensaban que la banca libre daría lugar a la expansión indefinida de la oferta monetaria, mientras que la verdad es precisamente lo contrario: daría lugar a la “moneda fuerte” y ausencia de inflación. Las falacias económicas de la Tuckerianos, sin embargo, son de una especie completamente diferente a las de los anarquistas colectivistas. Los errores de los colectivistas les llevó a abogar por un comunismo político virtual, mientras que los errores económicos de los individualistas todavía les permitió abogar por un sistema casi libertario. Una persona superficial fácilmente podría confundir a los dos, porque los individualistas fueron llevados a atacar a los “capitalistas”, de quienes creían explotaban a los trabajadores mediante la restricción estatal de la oferta monetaria.

Estos anarquistas “de derecha” no adoptaron la tonta postura de que el crimen desaparecería en la sociedad anarquista. Sin embargo, sí tendían a subestimar el problema de la delincuencia, y como resultado nunca reconocieron la necesidad de una constitución libertaria fija. Sin esta constitución, el proceso judicial privado podría llegar a ser verdaderamente “anárquico” en el sentido popular.

El ala Tucker del anarquismo floreció en el siglo XIX, pero murió al llegar la Primera Guerra Mundial. Muchos pensadores libertarios en esa edad de oro del liberalismo estaban trabajando en doctrinas que eran similares en muchos aspectos. Estos libertarios genuinos nunca se refirieron a sí mismos como anarquistas, sin embargo; probablemente la razón principal fue que todos los grupos anarquistas, incluso los de derecha, poseían en común doctrinas económicas socialistas.

Aquí debemos notar todavía una tercera variedad del pensamiento anarquista, uno completamente diferente de los colectivistas o individualistas. Este es el pacifismo absoluto de León Tolstoi. Esta predica una sociedad donde la fuerza no sería usada ni siquiera para defender a personas y bienes, tanto por el Estado u organizaciones privadas. El programa de Tolstoi de la no violencia ha influido en muchos supuestos pacifistas de hoy, principalmente a través de Gandhi, pero éstos no se dan cuenta de que no puede haber pacifismo completo genuino a menos que el Estado y otros organismos de defensa sean eliminados. Este tipo de anarquismo, por encima de todos los demás, se basa en una visión excesivamente idealista de la naturaleza humana. Sólo podría funcionar en una comunidad de santos.

Debemos concluir que la pregunta “¿son anarquistas los libertarios?” simplemente no puede ser respondida en bases etimológicas. La vaguedad del término en sí mismo es tal que el sistema libertario sería considerado anarquista por algunas personas y arquista por otros. Por lo tanto, debemos recurrir a la historia para esclarecerlo; aquí nos encontramos con que ninguno de los proclamados grupos anarquistas corresponden a la posición libertaria, que incluso los mejores de ellos tienen elementos irrealistas y socialistas en sus doctrinas. Además, nos encontramos con que todos los anarquistas actuales son irracionales colectivistas, y por lo tanto se encuentran en el polo opuesto de nuestra posición. Por tanto, debemos concluir que no somos anarquistas, y que los que nos llaman anarquistas no tienen bases etimológicas firmes, y están siendo totalmente ahistóricos. Por otro lado, es evidente que no somosarquistas tampoco: no creemos en el establecimiento de una autoridad central tiránica que forzará a los no invasivos así como a los invasivos. Quizás, entonces, podríamos llamarnos con un nombre nuevo: noarquista. Luego, cuando, en el fulgor del debate, el desafío inevitable “¿Es usted un anarquista?” se oye, podamos, quizás por primera y última vez, encontrarmos en el lujo de la “mitad del camino” y decir: “Señor, no soy ni un anarquista ni un arquista, pero estoy exactamente en el medio noarquista del camino. “


Este artículo fue escrito a mediados de la década de los 50 con la firma “Aubrey Herbert”, un seudónimo que Rothbard usaba en el periódico “Faith and Freedom”.Nunca fue publicado.


Traducción por Daniel Duarte

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Venezuela legaliza la esclavitud por Juan Ramón Rallo.

Venezuela avanza aceleradamente hacia el socialismo de guerra.

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Sin nuevos presupuestos, volveremos a incumplir, de JuanRallo.com

La fecha límite para arrancar con los trámites de aprobación de los Presupuestos Generales de 2017 termina el 30 de septiembre. Antes, sin embargo, el Ejecutivo debe haber establecido el techo de gasto, un proceso que burocráticamente toma alrededor de un mes. Por consiguiente, en caso de que no se haya investido presidente antes de finales de agosto, todo apunta a que habrá que prorrogar los presupuestos de 2016.

El actual Gobierno en funciones ha insistido en la necesidad de desbloquear la legislatura para disponer de tiempo suficiente para aprobar las cuentas públicas; en caso contrario, argumentan, no podrán mejorar las condiciones salariales de los funcionarios o incrementar las transferencias por pagos a cuenta a las comunidades autónomas. Prorrogar los presupuestos implica reproducir casi con exactitud las partidas de gasto existentes en este ejercicio sin posibilidad de enmienda alguna.

Mas mucho me temo que la auténtica razón por la que necesitamos con urgencia aprobar unos nuevos presupuestos no tiene nada que ver con el reparto de unas dádivas clientelares que financieramente ni siquiera podemos permitirnos. De hecho, si el verdadero propósitos de las nuevas cuentas del Reino fuera el de relanzar el gasto público postelectoral, más nos valdría prorrogar indefinidamente los presupuestos de 2016.

No, si necesitamos unos nuevos presupuestos es porque hemos de cerrar 2017 con un déficit público 20.000 millones de euros inferior al registrado en 2015. No en vano, el pasado miércoles España se libró in extremis de una sanción por parte de la Comisión Europea a cambio de que nos comprometiéramos a disminuir nuestro desequilibrio presupuestario desde el 5% del PIB actual hasta el 3,1% a cierre de 2017.  Y, de momento, no vamos por el buen camino: esta misma semana conocimos los datos de evolución del déficit del gobierno central hasta el mes de junio y lo que indican es que, transcurrido ya medio ejercicio, el desequilibrio presupuestario de 2016 es exactamente el mismo que el de 2015. Las Administraciones Públicas no están logrando estrechar en nada la brecha estructural entre gastos e ingresos, por lo que previsiblemente cerraremos este año con un desequilibrio similar al de 2015.

¿Acaso cabe pensar que el déficit de 2017, con los mismos presupuestarios de 2016, será sustancialmente distinto al actual? No, y ése es el auténtico problema: volver a incumplir por enésimo año consecutivo con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, así como continuar desbocando el endeudamiento público que pesa sobre los españoles. Necesitamos unos nuevos presupuestos que contengan importantes recortes sobre el gasto estructural del Estado, no un reparto tramposo de nuevos fondos. Pero, ¿acaso semejante escenario resulta verosímil? Aun cuando la aritmética parlamentaria desbloqueara la investidura y pudiera formarse nuevo Ejecutivo, lo que a buen seguro no sucederá es que PSOE o Podemos contribuyan a sancionar unos presupuestos que contengan cuantiosos recortes del gasto.

De ahí que todo apunte a que terminarán prorrogándose las cuentas públicas de 2016 o que, en caso de tramitarse unos nuevos prepuestos, éstos serán notablemente peores a los de este ejercicio. Acaso por ello, y a pesar del despropósito que supone un candado político que impide la aprobación de las reformas y de los ajustes que sigue requiriendo urgentemente España, muchas personas estén empezando a apostar por otros seis meses sin gobierno. Con los actuales mimbres parlamentarios, más vale lo malo conocido que lo muy malo por conocer.

Parón del empleo

Los datos de la Encuesta de Población Activa correspondientes al segundo trimestre de 2016 dejaron un sabor agridulce: si bien la reducción del paro continúa a buen ritmo (hasta el punto de recortar la tasa de desempleo hasta el 20% de la población activa, su nivel más bajo desde 2010), hemos asistido a un frenazo en el aumento del número de puestos de trabajo. La media de creación de nuevos empleos en el segundo trimestre de 2014 y 2015 fue de 407.000 nuevas ocupaciones… un 50% más que los 271.000 que emergieron en 2016. Todavía es pronto para conocer si se trata de un parón coyuntural o, en cambio, nos indica que la economía española está empezando a ralentizarse. En todo caso, deberíamos tomar este dato como una advertencia de que no podemos dormirnos en los laureles y de que, en consecuencia, debemos impulsar un paquete de reformas estructurales liberalizadoras que eliminen los obstáculos a la creación de empleo: vivir de las inercias del pasado podría no ser suficiente.

Bajan los desahucios

El número de desahucios por orden judicial de viviendas habituales y ocupadas se redujo en 2015 a uno de los niveles más bajos de toda la crisis económica: apenas 902, de las cuales sólo seis requirieron de intervención de los cuerpos de seguridad del Estado. El dato es sustancialmente inferior al de 2014 (1.129), al de 2013 (1.890) y al de 2012 (2.872), lo que ilustra que el crecimiento económico y la creación de empleo experimentos desde 2013 sí están repercutiendo positivamente en el nivel de vida de las familias. Justamente, la mejor vía para conseguir que los lanzamientos por impago continúen reduciéndose es la de sentar las bases para una expansión económica más robusta: los parches regulatorios que pretenden establecer todas las formaciones políticas para de facto prohibir las ejecuciones hipotecarias sólo conducirían a restringir la concesión de nuevos créditos hipotecarios, dificultando que miles de familias puedan adquirir un hogar. Combatamos la pobreza reduciéndola, no ocultándola debajo de la alfombra.

Estrés bancario

La reciente publicación de los test de estrés por parte de la Autoridad Bancaria Europea parece reforzar dos mensajes que ya eran ampliamente conocidos: uno, la banca española no se enfrenta a ningún problema inmediato de solvencia; dos, la banca italiana —y muy especialmente la entidad Monte dei Paschi—sí atraviesa importantes dificultades que amenazan seriamente su supervivencia a menos que logre recapitalizarse. Precisamente, la publicación de estos test de estrés fue acompañada del anuncio de un plan de saneamiento por parte de Monte dei Paschi, el cual aparentemente no implicará ninguna ayuda estatal (la entidad italiana venderá su cartera de activos dudosos por un tercio de su valor contable y captará capital en los mercados por importe de 5.000 millones). En verdad, sin embargo, no deberíamos otorgar demasiada credibilidad ni a los test de estrés ni a los planes de Monte dei Paschi: los primeros se han mostrado históricamente poco confiables, pues no han anticipado jamás qué bancos europeos estaban a punto de quebrar; los segundos son meras declaraciones de buenas intenciones que probablemente se verán frustradas y requerirán finalmente del auxilio estatal.

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sábado, 30 de julio de 2016

, por Mises Hispano.

[Introducción del libro Libertarianismo Lo que todo el mundo necesita saber]

 

Los libertarios creen que en tanto no violemos los derechos de otros, debemos cada uno ser libre de vivir como elijamos. Respetar al otro como un ser humano igual, no debemos forzar a la gente a servir a la sociedad, a otro o incluso a ellos mismos.

Los críticos del libertarianismo se preocupan de que permitir a la gente demasiada libertad produciría malas consecuencias. Dicen, seguro, algo de libertad es bueno, pero necesitamos también garantizar buenos resultados. Necesitamos que el gobierno garantice buena cultura, progreso científico y propiedad económica.

Los libertarios están de acuerdo en que la libertad no garantiza buenos resultados. Si la gente es libre de elegir por sí mismos muchos tomarán malas decisiones. Aún así, los libertarios dicen, que nada garantiza buenos resultados, por lo que la garantía no viene al caso. La libertad pudiera no garantizar buenos resultados, pero lo que importa es que genera de hecho  buenos resultados.

Estas son ideas intrigantes, así sean verdaderas o falsas.

Mi primer contacto con las ideas libertarias fue en clase de economía durante mi secundaria. Mi profesor, el Señor Lee me recomendó leer Economía en una lección de Henry Hazlitt. Me transformó.

Hazlitt me enseñó que cuando se evalúan políticas, debes dejar de lado las buenas intenciones y mirar los resultados. Me enseñó a ver la política sin romance.

La lección de Hazlitt es simple. Cuando se evalúa una propuesta política, dice, no sólo se deben examinar sus efectos inmediatos sobre los beneficiarios intencionados. Por el contrario, nos advierte, se deben examinar tanto sus consecuencias de corto plazo como las de largo plazo sobre todos los grupos afectados.

La lección de Hazlitt es una versión moderna de “Lo que se ve y lo que no se ve” de Frederick Bastiat. Bastiat también resume la economía política en una lección:

Hay sólo una diferencia entre el buen y el mal economista. El mal economista se fija en los efectos visibles, el buen economista toma en cuenta tanto los efectos que pueden ser vistos como aquellos que se verán en el futuro.

Esta advertencia, es simple y obvia, y aún difícilmente muchos de nosotros la seguimos.

Suponga por un momento que la otrora industria de electrodomésticos esta menguando. La alguna vez poderosa empresa General Widgets pierde millones de dólares cada año. Suponga que un buen intencionado senador propone que, para salvar los empleos de la empresa, el gobierno debe subsidiarla. ¿Buena idea?  Hazlitt y Bastiat nos preguntaría de donde sale el dinero del subsidio. El subsidio es pagado por los impuestos. Para salvar las fuentes de empleo en General Widgets, necesitamos tomar el dinero de otras partes de la economía. Subsidiar a General Widgets significa transferir recursos desde la parte productiva de la economía a la parte no productiva. Significa transferir recursos desde la parte creadora de riqueza de la economía hacia la parte destructiva de riqueza. Cuando subsidiamos a General Widgets, vemos  todos los empleos que se salvan en la fábrica. No vemos o no notamos todos los puestos de trabajo destruidos en el resto de la economía, trabajos que (debido a que no necesitaban subsidio) eran en realidad creadores de valor para otros.

Algunos libertarios a veces muestran  un exceso de entusiasmo por el libre mercado. Seguro, dicen los críticos, el mercado tiende a funcionar bien y a proveer bienes. Pero el mercado también falla o comete errores. Cuando esto sucede, invocan al gobierno.

Los libertarios dicen, sí, por supuesto, el mercado puede fallar. Y añaden, también el gobierno puede fallar. Una cosa es argumentar que, en principio, un gobierno bien informado corregiría una falla del mercado. Otra cosa es argumentar que un gobierno en la vida real realmente corregirá una falla del mercado. Cuando los libros de texto de introducción a la economía reclaman la intervención del gobierno, ellos asumen que los gobiernos saben cómo corregir los fallos del mercado y utilizarán su poder para hacerlo. En el mundo real, no podemos establecer que un gobierno es así.

Podríamos decir que los libertarios irracionales abogan por las soluciones del mercado sin tomar en cuenta las fallas del mercado. Los intervencionistas irracionales abogan por las soluciones gubernamentales sin tener en cuenta los fallos del gobierno. Si yo tuviera que resumir el libertarianismo económico en una lección, esta sería la siguiente: Cuando se evalúan diferentes políticas, considera tanto las fallas del gobierno como las del mercado. Cualquier persona que no haga esto, hace un enfoque irresponsable.

El ganador del Premio Nobel de Economía Gary Becker argumenta que una vez que nosotros tomamos en cuenta tanto las fallas del gobierno como las del mercado, raramente reclamamos la intervención del gobierno en el mercado. Solo porque un gobierno ideal pudiera corregir errores del mercado no significa que un gobierno real lo hará. Los gobiernos tienden a empeorar las cosas más frecuentemente que a mejorarlas, dice Becker. Ahora, quizá Becker está equivocado. Quizá una correcta valoración de las fallas del mercado y las fallas del gobierno llevan a una masiva intervención gubernamental, o incluso al socialismo. Pudiéramos debatirlo, sin embargo, al final lo que estamos debatiendo es política en una manera intelectualmente responsable. Eso es ya una mejora.

El libertarianismo es mayormente famoso por su enfoque económico, sin embargo, no solo es economía. Incluso no es principalmente economía. La posición pro libre mercado del libertarianismo es solo una extensión de su posición con respecto al resto de la vida en sociedad.

Porque el Libertarianismo no es solo o incluso no es principalmente acerca de economía, no trato temas económicos hasta el capitulo seis. El capítulo uno ofrece una introducción a las ideas libertarias y explica como el libertarianismo no es una visión liberal[i] o conservadora, por lo menos como utilizamos en el debate popular. (En lenguaje filosófico, libertarismo es una especie de liberalismo, pero los filósofos quieren decir algo diferente cuando dicen “liberal” en el sentido que dice Rush Limbaugh). El capítulo dos explica como los libertarios piensan acerca de la libertad y da un enfoque general de por qué piensan que la libertad importa. El capítulo tres aborda problemas acerca de la moralidad personal y la ética. Es muy importante corregir errores acerca del libertarianismo, en particular, el error  de pensar que la mayoría de libertarios son seguidores de Ayn Rand. El capítulo cuatro habla del punto de vista libertario acerca del gobierno y la democracia. Explica el concepto del fallo del gobierno y explica, a grandes rasgos, porque los libertarios tienden a oponerse a los intentos del gobierno por solventar problemas. El capítulo cinco explica el enfoque libertario acerca de las libertades civiles, incluyendo los controvertidos tópicos la guerra contra las drogas, la venta de órganos y el control de armas (Dejo algún otro de los tópicos más conflictivos para el capítulo ocho, acerca de los problemas contemporáneos). El capítulo seis explica la visión de los libertarios acerca de la justicia social. Contrario  a la creencia popular, la mayoría de los libertarios   a través de la historia han abogado por el libertarianismo en contra de la fortaleza. El capítulo ocho trata sobre algunos problemas de la actualidad, el tipo de cosas que se debaten en los programas de TV y noticieros. Finalmente, el capítulo nueve coloca al libertarianismo dentro de la política contemporánea. Se pregunta cuales Estados y países son los últimos y más libertarios. (Te sorprenderá, pero EEUU no es el país más libertario). También examina algunas tendencias, como que si EEUU y el mundo se están haciendo más o menos libertarios.

Este libro se basa en la política estadounidense. Aunque EEUU  no es el país más libertario (vea la pregunta 98), es el país donde las ideas libertarias tienen mayor interés. Este libro también esta publicándose en medio de una elección donde, gracias  al Tea Party y a Ron Paul, ciertas ideas libertarias están en la palestra política.

Hay muchas maneras de leer este libro. Podrías leerlo directamente desde el principio hasta el final. Sin embargo, como otros libros de la colección “What Everyone needs to know” de Oxford University Press, no asumo que los lectores lo harán. En lugar de eso, tú podrías comenzar con la pregunta que quieras. También algunas veces se ven ideas repetidas en diferentes preguntas, porque no asumo que el lector comenzó en la página uno.

Si estas interesado en preguntas de libertad económica, deberías comenzar en la pregunta 36 y 37 y luego leer los capítulos seis, siete y ocho.

Si estas interesado en el debate político contemporáneo, deberías comenzar con el capítulo uno, luego leer los capítulos 8 y 9, y luego volver a los otros capítulos, en particular, las preguntas 48-50 y 54-61.

Si estas interesado en preguntas filosóficas más abstractas acerca de lo bueno y lo correcto, deberías comenzar con el capítulo uno, luego leer el dos y tres.

Pregúntate a ti mismo, ¿piensas que los libertarios son de ética egoísta, que son indiferentes a su comunidad y al sufrimiento de los pobres, y que solo quieren proteger a las grandes empresas? Para corregir tus falsas ideas, te recomiendo comenzar con el capítulo tres y leer las preguntas 36, 37 y 71, entonces el capítulo siete; y finalmente la pregunta 92.

Gracias a David McBridge, mi editor en Oxford University Press, por sugerirme y empujarme a escribir este libro. Gracias a dos referentes anónimos por su valiosa aportación en como moldear el libro. Gracias a Bryan Caplan, Jhon Thrasher, y Kevin Vallier por sus valiosas discusiones acerca de los temas mientras yo estaba escribiendo. Gracias especialmente a John Tomasi, mi colega cuando yo estaba en Brown, John y yo pasamos años juntos discutiendo y formulando una alternativa, una visión más humana a la visión del liberalismo clásico.

Jason Brenan

Washington, DC

Abril 2012

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descargaTraducido del inglés por Dakar Parada

[i] En el sentido estadounidense del término, homologo a socialdemócrata en Europa

 

 

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Educación obligatoria para todos, de JuanRallo.com

Los países nórdicos —Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega o Islandia— son los faros socialdemócratas de todos los Estados occidentales. Tarde o temprano, sus ideas terminan permeando en nuestras sociedades: su bienestar nos deslumbra y nos induce a aceptar cualesquiera sacrificios a nuestra libertad que sean presuntamente necesarios para alcanzarlo. Acaso por ello, deberíamos empezar a observar con preocupación algunas de las propuestas que están gestándose en tales territorios.

Así, el Consejo Nórdico (una organización interparlamentaria de cooperación entre los cinco Estados nórdicos) ha publicado recientemente un informe sobre los retos a los que se enfrentarán los mercados de trabajo de los países desarrollados las próximas décadas: se titula Working Life in the Nordic región y ha sido elaborado por el ex ministro danés Poul Nielson. En ese informe, se contiene una peculiar e inquietante propuesta: extender la educación obligatoria a toda la vida laboral. Léanlo si no en sus propias palabras: “Los gobiernos de los países nórdicos deberían comprometerse a introducir el principio de educación obligatoria y continuada para todos aquellos adultos que se hallen en el mercado de trabajo”. Nada de enseñanza obligatoria hasta los 16 años para evitar que los padres irresponsables no formen a sus vástagos y éstos devengan ciudadanos disfuncionales en el momento de su emancipación: la presunción educativa que busca institucionalizarse desde los países nórdicos es la que los adultos son irresponsables —esto es, carecen de incentivos o de capacidad— para formarse en una economía globalizada y que, en consecuencia, deberán ser los infalibles políticos quienes diseñen su itinerario educativo durante toda su vida.

Recalco el frontal atentado que ello supondría para nuestras libertades: esta novísima propuesta socialdemócrata no consiste en que los gobiernos asesoren a los adultos sobre los pasos a seguir en su vida laboral, sino en que utilicen el poder policial del Estado para forzarlos, incluso en contra de su voluntad, a participar en aquellos cursos de formación que los burócratas estatales escojan caprichosamente para ellos. El peligro no reside solamente en el más que evidente riesgo de adoctrinamiento o de corrupción que tal medida acarrea, sino en la pérfida filosofía de fondo sobre la que se apoya: el tiempo vital de una persona adulta no es realmente suyo sino del Estado, quien puede moldearlo como crea conveniente en aras del interés general. El servicio militar obligatorio moderno no se dará en los cuarteles, sino en las aulas. Habrá, pues, que reivindicar la insumisión.

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Entrevista en Canarias en Hora, por D. Lacalle

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Los datos de empleo de la EPA, por D. Lacalle

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Comentamos los datos de EPA de segundo trimestre de 2016.

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El retrato de Dorian Rajoy por F. Díaz Villanueva

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viernes, 29 de julio de 2016

¿Era Keynes un liberal?, por Mises Hispano.

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[Publicado originalmente en The Independent Review, vol. 13, nº 2, Otoño de 2008, pp. 165-188]

Keynes y el neomercantilismo

Es hoy práctica común clasificar a John Maynard Keynes como uno de los principales liberales de la historia moderna, tal vez el “grande” más reciente en la tradición de John Locke, Adam Smith y Thomas Jefferson.[1]

Como estos hombres, se sostiene por lo general, Keynes era un creyente sincero (de hecho, ejemplar) en la sociedad libre. Si difería de los liberales “clásicos” en unas pocas cosas evidentes e importantes, era simplemente porque trataba de actualizar la idea liberal esencial para ajustarla a las condiciones económicas de una nueva era.

No cabe duda de que a lo largo de su vida Keynes apoyó distintos valores culturales genéricos, como la tolerancia y la racionalidad, que a menudo se consideran como “liberales” y, por supuesto, siempre se calificó a sí mismo como liberal (así como liberal, en el sentido de simpatizante del Partido Liberal Británico). Pero nada de esto tiene mucho peso cuando se trata de clasificar el pensamiento político de Keynes.[2]

Prima facie, Keynes como liberal modelo es ya paradójico debido a su adopción de la doctrina mercantilista. Cuando apareció en 1936 La teoría general del empleo, el interés y el dinero (Keynes 1973b), W.H. Hutt estaba a punto de enviar a la imprenta su El economista y la política (1936). En años posteriores, Hutt sometería al sistema de Keynes a una crítica detallada y devastadora (Hutt 1963, 1979), pero en ese momento solo pudo insertar apresuradamente algunas observaciones iniciales. Lo que le chocó más fue que el renombrado economistas “nos quiera hacer creer que los mercantilistas tenían razón y que sus críticos clásicos estaban equivocados” (una postura expuesta en el capítulo 23 de la Teoría General) (Hutt 1936, p. 245).

Hutt estaba escribiendo desde el punto de vista de la ciencia económica. Aquí nos estamos ocupando de la totalidad del liberalismo como filosofía social. Si, como he argumentos en otros lugares (Raico 1989, 1992, 1999, pp. 1–22), la doctrina liberal se caracteriza históricamente por un rechazo del paternalismo del estado absolutista del bienestar, se caracteriza aún más por su rechazo al componente mercantilista en el absolutismo del siglo XVIII. ¿Cómo es posible entonces que un escritor que trate de rehabilitar el mercantilismo puede contarse entre los grandes liberales?[3]

En defensa de Keynes, Maurice Cranston responde que nadie negaría la inclusión de John Locke en las filas liberales a pesar de sus adhesión al mercantilismo (1978, p. 111). Es discutible que Locke aceptara el mercantilismo: Karen Vaughn (1980) ha dado motivos para creer otra cosa. Pero incluso si hubiera sido un mercantilista, ese hecho no apoyaría el argumento de Cranston. A Locke se le considera correctamente como un gran liberal no por sus opiniones el teoría y política económica, cualquiers que hayan sido, sino en virtud de su explicación libertaria de los derechos naturales y lo que creía que se deducía de esa explicación.[4]

El sistema keynesiano

Según sus defensores y él mismo, el giro de Keynes hacia el neomercantilismo era necesario por su descubrimiento de defectos fundamentales en la economía clásica. La teoría clásica, prosigue esta afirmación, resultaba impotente para explicar las causas tanto del alto desempleo crónico británico en la década de 1920 como de la Gran Depresión, mientras que La teoría general hacía ambas cosas. Lograba esta proeza exponiendo los graves defectos propios de la economía de mercado no dirigida, efectuando así una “revolución” en el pensamiento económico.

Sin embargo, las crisis concretas a las que reaccionó Keynes eran ellas mismas producto de políticas públicas equivocadas. La persistencia del desempleo en Gran Bretaña se remonta en parte a la decisión de Winston Churchill como canciller del tesoro de volver al oro a la poco realista paridad anterior a la guerra y en parte a las altas prestaciones de desempleo (en relación con los salarios) disponibles después de 1920. La Gran Depresión se produjo principalmente por la gestión monetaria del gobierno, en particular por el Sistema de la Reserva Federal en Estados Unidos. Ambas crisis son susceptibles de explicación por medio del análisis económico “ortodoxo”, sin requerir ninguna “revolución” teórica (Rothbard 1963; Johnson 1975, pp. 109-112; Benjamin y Kochin 1979; Buchanan, Wagner y Burton 1991).[5]

Como apuntaba Hutt, Keynes daba la espalda en su Teoría general a todas las autoridades reconocidas, de Hume y Smith a Menger, Jevons y Marshall y a Wicksell y Wicksteed. Esos pensadores, cualquiera que fuera su grado de adhesión al laissez faire estricto, al menos sostenían que la economía de mercado contenía factores autocorrectores que hacían temporales las depresiones económicas. Keynes, descartando a sus predecesores (y contemporáneos) “ortodoxos”, se alineaba con lo que él mismo llamaba ese “bravo ejército de herejes”, Silvio Gesell, J.A. Hobson y otros reformistas sociales y socialistas críticos del capitalismo a los que los economistas de la corriente principal había rechazado por chiflados (Friedman 1997, p. 7).

En un conocido ensayo de 1934, Keynes ya se había incluido en el bando de estos “herejes”, los escritores “que rechazan la idea de que el sistema económico existente sea, en ningún sentido significativo, autocorrector (…) El sistema no es autocorrector y, sin una dirección deliberada, es incapaz de traducir nuestra pobreza actual en nuestra abundancia potencial” (1973a, pp. 487, 489, 491). La Teoría General pretendía proporcionar el marco analítico para justificar esta postura.

Los cambios en precios, salarios y tipos de interés, según Keynes, no cumplen con la función a ellos atribuida en la teoría económica estándar: tender a generar un equilibrio de pleno empleo. El nivel de salarios no tiene ningún efecto sustancial en el volumen del empleo, el tipo de interés no sirve para equilibrar ahorro e inversión, la demanda agregada normalmente es insuficiente para producir pleno empleo y así sucesivamente. Las suposiciones falsas, las incoherencias conceptuales y los non sequiturs que vician estas extravagantes firmaciones se han expuesto frecuentemente (por ejemplo, en Hazlitt 1959, [1960] 1995; Rothbard 1962, p. 2 y passim; Reisman 1998, pp. 862-894).[6] Tal y como resume el asunto James Buchanan: “Sencillamente, no hay evidencias que sugieran que las economías de mercado sean inherentemente inestables” (Buchanan, Wagner y Burton 1991, p. 109).

En todo caso, no todo sistema que contenga elementos del orden del mercado de la propiedad privad puede considerarse razonablemente como liberal. Es conocido que, en la historia moderna, hubo un sistema que  incluía la propiedad privada y permitía a los mercados operar de forma restringida y limitada. Sin embargo, sus supervisores insistían en el papel primordial del estado, sin el que creían que la vida económica se derrumbaría en la anarquía. El liberalismo económico apareció como una reacción contra este sistema, al que se le llama mercantilismo.

Igualmente crucial para la cuestión son las formas en que los errores de Keynes socavaron la confianza en el orden de libre mercado y abrieron el camino al colosal crecimiento del poder del estado.

Murray Rothbard apunta que Keynes proponía un mundo en el que los consumidores son robots ignorantes y los inversores sistemáticamente irracionales, dirigidos por sus ciegos “espíritus animales” y que concluía que el volumen general de la inversión tenía que confiarse a un deus ex machina, una “clase externa al mercado (…) el aparato del estado” (Rothbard 1992, pp. 189–91). Keynes se refiere a este proceso como “la socialización de la inversión”. Como declara en la Teoría general, “espero ver al Estado, que está en disposición de calcular la eficiencia marginal de lo bienes de capital a largo plazo y basándose en el desarrollo social general, tomando un mayor responsabilidad en la organización directa de las inversiones” (1973b, p. 164). Defendía la creación de un Consejo Nacional de Inversiones. Todavía en 1943, estimaba que dicha autoridad influiría directamente en “dos tercios o tres cuartos de la inversión total” (Seccareccia 1994, p. 377).[7]

Robert Skidelsky insiste en que en estos casos Keynes no tenía en mente el estado en el sentido de un gobierno central (1988, pp. 17-18), sino más bien esos “cuerpos autónomos dentro del Estado” de los que hablaba en 1924, “cuerpos cuyo criterio de acción dentro de su propio campo es solamente el bien público como ellos lo entienden y de cuya deliberación están excluidos los motivos de las ventajas privadas” (Keynes 1972, pp. 288–89). Sin embargo Skidelsky parece olvidar los problemas de esta concepción que suena tan bien.

Keynes nunca especificó cómo iban a operar esos cuerpos, nunca dio ninguna razón para creer que estarían en disposición de calcular la “eficiencia marginal del capital” (un concepto tremendamente confuso en cualquier caso; ver Hazlitt 1959, pp. 156-170; Anderson [1949] 1995, pp. 200-205) y nunca indicó por qué sutiles medios se mantendría incólume a motivos de ventajas privadas (incluyendo las ideológicas personales).[8] Además, como Keynes concedía que estos “cuerpos semiautónomos” estarían “sujetos en último término a la soberanía de la democracia expresada mediante el Parlamento” (1972, pp. 288-289), ¿cómo podía impedirse que se convirtieran en la práctica en agencias del estado centralizado?

Si el centro de la doctrina del liberalismo es que, dada la adhesión institucional a los derechos a la vida, la libertad y la propiedad, puede contarse en buena medida con que la sociedad civil se organice por sí misma y si el ejemplo exhibido de este conciso liberalismo es la capacidad de la economía de mercado no dirigida de funcionar satisfactoriamente, entonces la “revolución keynesiana” señala el abandono del liberalismo.

En unos pocos años, el keynesianismo triunfo entre economistas ilustres en la universidad y el gobierno, convirtiéndose tras la Segunda Guerra Mundial en la doctrina oficial en los países desarrollados. Los administradores del Plan Marshall y sus aliados en la Comisión Económica de Naciones Unidas para Europa lo ordenaban, igual que los administradores del Programa de Recuperación Europea. A Italia, por ejemplo, “ambas agencias le reclamaban constantemente que reinflara” (de Cecco 1989, pp. 219-221).[9]

Aunque Alemania Occidental, bajo el liderazgo de Ludwig Erhard y aconsejado por economistas como Wilhelm Röpke, se resistía, en Gran Bretaña, ambos partidos mayoritarios defendían la gestión keynesiana de la demanda como medio para el pleno empleo, ahora el principal objetivo. En Estados Unidos, la Ley de Empleo de 1946 reconocía el papel primordial del gobierno federal en garantizar el máximo empleo a través de operaciones fiscales. Los resultados de esta revolución fueron desastrosos.

Antes de Keynes, el equilibrio presupuestario había sido el objetivo de los gobiernos, al menos de los países civilizados. El keynesianismo invirtió esta “constitución fiscal”. Al hacer a los gobiernos responsables de políticas fiscales “contracíclicas” e ignorando la tendencia miope de los políticos a acumular déficits, puso las bases para aumentos sin precedentes en los impuestos y la deuda pública de las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial (Buchanan 1987; Rowley 1987b; Buchanan, Wagner y Burton 1991).

A veces se sostiene que Keynes “no era keynesiano” en el sentido de que no puede hacérsele responsable de la aplicación de su teoría por sus seguidores. Aún así, ¿con qué otro liberal “grande” o “modelo” tenemos un círculo de acólitos altamente influyentes que lo interpreten en un sentido acusadamente antiliberal? Como observa sardónicamente Michael Heilperin: “Si [Keynes] fue un liberal, entonces fue ese extraordinario tipo de liberal cuyas recomendaciones prácticas promueven constantemente el colectivismo” (1960, p. 125).

¿Normas o discrecionalidad?

Frente a anteriores ideologías absolutistas y luego colectivistas, el liberalismo se caracteriza por su insistencia en las normas en la vida política y en la económica (cf. Hayek 1973, pp. 56–59). El estado de derecho como fundamento del Rechtsstaat es un ejemplo evidente, como la doctrina del laissez faire, a la cual incluso John Stuart Mill se sintió obligado se defender de boquilla como un principio (fácilmente anulable) (“En resumen, el laissez faire debería ser la práctica general”). La máxima flexibilidad y libertad en el ejercicio del poder no es una vía que elogien los liberales. “Un gobierno de leyes, no de hombres”, es un lema liberal muy conocido.[10]

Murray Rothbard señalaba que Keynes, por decirlo así, se oponía al principio por principio (1992, 177).[11] No es exagerado decir que Keynes era constitutivamente opuesto a las normas, o “dogmas”, como solía llamarlas. Esta actitud dominó su pensamiento a lo largo de su vida. En 1923 declaraba: “cuando hay que tomar grandes decisiones, el Estado es un cuerpo soberano cuyo propósito es promover el mayor bien para todos. Por tanto, cuando entramos en el ámbito de la acción del Estado, todo ha de considerarse y sopesarse por sus méritos” (1971a, pp. 56-57).

En sus últimos años, Keynes encontró “mucha sensatez” en la propuesta de que el estado “cubra el puesto vacante del empresario-jefe”, “interfiriendo en la propiedad y gestión de empresas particulares (…) valorando [solo] el caso y no siguiendo el dogma” (1980, p. 324). En una carta a F.A. Hayek a propósito del libro de éste recientemente publicado Camino de servidumbre, Keynes le reprendía por no darse cuenta de que “los actos peligrosos pueden realizarse con seguridad en una comunidad que piense y sienta correctamente, que podría ser la vía al infierno si fuera ejecutada por aquéllos que piensan y sienten erróneamente” (1980, pp. 387-388).

La oposición a actuar estrictamente por principio, afirma Robert Skidelsky, es lo esencial del “segundo renacimiento del liberalismo” de Keynes (después del “Nuevo liberalismo” de la escuela de Hobhouse: Keynes pretendía “sobreimponer una filosofía de gestión (…) una filosofía de intervención ad hoc, basada en el pensamiento desinteresado” (1988, p. 15). Alec Cairncross indica: “Odiaba la esclavitud de las normas. Quería que los gobiernos tuvieran discrecionalidad y quería que los economistas acudieran en su auxilio en el ejercicio de esa discrecionalidad” (1978, pp. 47-48). Aún así, son precisamente la naturaleza ad hoc de la aproximación de Keynes, su fe en un “pensamiento desinteresado” extrañamente incorpóreo y su predilección por la discrecionalidad del gobierno encumbrado por límites de principios los que van directamente contra lo esencial de la doctrina liberal.[12]

El verdadero liberalismo ha albergado tradicionalmente una profunda desconfianza en los agentes del estado, basándose en que su falta de competencia o de imparcialidad o de ambas cosas. La displicente confianza de Keynes en los expertos económicos cuyos sagaces consejos se pondrían en práctica por políticos que se negarían a sí mismo se contradice con esta sospecha completamente justificada y toda la evidencia histórica y teórica que la apoya. En términos contemporáneos, contradice las enseñanzas asociadas con la escuela de la elección pública.[13]

La utopía de Keynes

Keynes se dedicaba a menudo a reflexionar sobre la naturaleza de la sociedad futura, Como sus escritos están plagados de inconsistencias,[14] ha permitido a algunos de sus seguidores contestar que lo que quería básicamente era simplemente “un el pleno empleo al liberalismo clásico”, que “su modelo era mucho ‘capitalismo más pleno empleo’ y era relativamente optimista acerca de la posibilidad de un control macro” (Corry 1978, pp. 25, 28).

Sin embargo, a lo largo de la carrera de Keynes aparecen claras indicaciones de su deseo de un orden social mucho más radical: en sus palabras, una “Nueva Jerusalén” (O’Donnell 1989, pp. 294, 378 n. 27). Confesaba que había elucubrado “con las posibilidades de mayores cambios sociales que hay dentro de las filosofías actuales” incluso de pensadores como Sidney Webb. “La república de mi imaginación se encuentra en el extremo izquierdo del espacio celestial”, reflexionaba (1972, p. 309). Numerosas declaraciones esparcidas a lo largo de décadas iluminan este reconocimiento algo oscuro. Tomadas juntas, con firman el argumento de Joseph Salerno (1992) de que Keynes era un milenarista, un pensador que veía la evolución social como la búsqueda de un curso preordenado de lo que concebía como un final feliz: una utopía (O’Donnell 1989, pp. 288-294).

Keynes ansiaba una condición de “igualdad de satisfacción entre todos” (sea lo que sea lo que pudiera significar) (1980, p. 369), en la que el problema que afronte la persona media sería “cómo ocupar el ocio, que la ciencia y el interés compuesto le habrán hecho conseguir, para vivir sabiamente, agradablemente y bien” (1972, p. 328). El progreso tecnológico, alimentado por la inversión socializada, garantizaría automáticamente bienes de consumo para todos. En ese momento, aparecerán las cuestiones serias de la vida: “La evolución natural debería ser hacia un nivel decente de consumo par todos y cuando éste sea suficiente para todos, hacia la ocupación de nuestras energías en los intereses no económicos de nuestras vidas. Así que necesitamos ir reconstruyendo lentamente nuestro sistema social con la vista puesta en estos fines” (1982a, p. 393).

Dejando aparte la cuestión de quién decidiría cuándo es suficientemente alto el nivel de consumo, tenemos que preguntar: ¿Qué técnicas imaginaba Keynes que existían para crear esa reestructuración de la sociedad? Como siempre que ponderaba el futuro, la concreción no existe.[15] Lo que está claro es que el la utopía futura, el estado será el líder incontestable.[16] Al poner fin a la “anarquía económica”, el nuevo “régimen [será uno] que deliberadamente se dirija a controlar y dirigir las fuerzas económicas en interés de la justicia social y la estabilidad social” (1972, p. 305).[17]

El estado, según Keynes, decidiría incluso el nivel óptimo de población. Respecto de la eugenesia, Keynes a veces da una apariencia de indecisión: “puede que un poco más tarde llegue el momento en que la comunidad en su conjunto deba prestar atención a la cualidad innata, así como a las meras cifras de sus miembros futuros” (1972, p. 292; ver también Salerno 1992, pp. 13-14). Otras veces, es bastante concreto: “La gran transición en la historia humana” empezará “cuando el hombre civilizado se atreva a asumir el control consciente en sus propias manos, lejos del ciego instinto de la mera supervivencia predominante” (1983, p. 859).[18] Así que el estado (bajo su disfraz como “hombre civilizado”) también canalizará y supervisará la reproducción de la raza humana.

En estos asuntos, el estado estará guiado, a su vez, por intelectuales sabios y previsores del tipo del propio Keynes.[19] ¿Cómo iba a ser de otro modo? Dejada a su propio albedrío, la gente está virtualmente desamparada. Como declaraba Keynes: “Tampoco es verdad que el interés propio generalmente sea ilustrado: es más común que los individuos actúan por separado para promover sus propios fines sean demasiado ignorantes o débiles como para alcanzar siquiera éstos” (1972, p. 288). Como sostenía que en cuestiones económicas “la solución correcta implicará elementos intelectuales y científicos que están por encima de la gran masa de votantes más o menos incultos” 1972, p. 295), uno se pregunta cuánta “soberanía de la democracia” continuaría existiendo en su utopía.

Naturalmente, dados sus propios gustos, las artes desempeñarían un papel central en su punto de vista. Se quejaba de la mezquindad de las subvenciones estatales a las artes que era defendida por “los moradores subhumanos del Tesoro”. Esa política era incompatible con cualquier concepción más noble de “la tarea y propósito, el honor y la gloria [sic] del Estado”. Las subvenciones a las artes eran un medio para que el Estado cumpliera su obligación de elevar al “hombre común”, de llevarle a sentirse “mejor, más dotado, más espléndido, más despreocupado” (citado en Moggridge 1974, pp. 34-35).

Durante la Segunda Guerra Mundial, Keynes fue un importante portavoz de lo que luego sería el Consejo de las Artes. Su lema era “Muerte a Hollywood”. Se vio inmensamente satisfecho de ser capaz de informar que tres mil trabajadores fabriles ingleses en los Midlands habían reaccionado con “salvaje deleite” a una representación de ballet (citado en Moggridge 1974, pp. 41, 48). En el futuro, aparte de las subvenciones estatales, habría una inculcación de la apreciación del arte en las escuelas: ir a representaciones y visitar galerías de arte “será un elemento vivo en la educación de todos y la asistencia habitual al teatro y a conciertos, parte de una educación organizada” (1982b, p. 371). La completa banalidad de su cruzada patrocinada por el estado en busca de un aumento estético (clave para la realización de la utopía de Keynes) solo es superada por su deprimente aplastamiento espiritual.

Keynes y los “experimentos” totalitarios

Otro fundamento para dudar del liberalismo de Keynes concierne a su actitud en las décadas de 1920 y 1930 hacia los “experimentos” continentales de economía planificada. A veces mostraba un punto de vista de las políticas nacionalsocialista alemana y fascista italiana que resulta sorprendente en un supuesto pensador liberal modelo. Aquí se trata de dos textos: el prólogo a la edición alemana de la Teoría general (Keynes 1973b, pp. xxv–xxvii) y el ensayo “Autosuficiencia nacional” (Keynes 1933; también incluido en Keynes 1982a, pp. 233-246).

En el prólogo, Keynes observa que se está desviando de “la tradición clásica (u ortodoxa) inglesa”, que, señala, nunca dominó totalmente el pensamiento alemán- “La Escuela de Manchester y el marxismo, derivan ambos en definitiva de Ricardo. (…) Pero en Alemania siempre ha existido una gran porción de la opinión que no se ha adherido ni a una ni al otro (…) Por tanto, tal vez pueda esperar menos resistencia de los lectores alemanes que de los ingleses al ofrecer una teoría del empleo y producción como un todo, que se aleja en aspectos importantes de la tradición ortodoxa” (1973b, pp. xxv–xxvi). Para atraer aún más a sus lectores en la Alemania nacionalsocialista, Keynes añade: “Buena parte del siguiente libro tiene ejemplos y está explicado principalmente con referencia a las condiciones existentes en los países anglosajones. En todo caso la teoría de la producción en su conjunto, que es lo que el siguiente libro pretende ofrecer, es mucho más fácil de adaptarse a las condiciones de un estado totalitario, que la teoría de la producción y distribución de una producción dada bajo condiciones de libre competencia y de laissez faire” (1973b, p. xxvi).

Roy Harrod no menciona este prólogo en absoluto en su primer biografía (1951).[20] Robert Skidelsky se refiere a él como “desafortunadamente escrito” y lo deja ahí (1992, p. 581). Alan Peacock escribe del pasaje (sin citarlo) que Keynes indicaba “que el gobierno [nazi] alemán de entonces simpatizaría más que el gobierno británico con sus ideas sobre los efectos de las obras públicas en la creación de empleo” (1993, p. 7). Sin embrago, esta opinión va en contra del claro significado del texto: no es que los líderes nazis resultaran simpatizar más con una de las propuestas concretas de Keynes, sino que, en opinión de Keynes, su teoría “es mucho más fácil de adaptarse a las condiciones de un estado totalitario”. Peacock añade que “hay alguna discusión acerca de si el prólogo fue traducido adecuadamente o no”. Pero ese asunto no afecta en modo alguno al extracto aquí citado, que proviene del manuscrito de Keynes en inglés.[21]

Los pensadores económicos nazis utilizaron a veces referencias a Keynes para apoyar políticas económicas específicamente antiliberales del nacionalsocialismo. Otto Wagener, que encabezaba una oficina de investigación económica nazi antes de acceder al poder, dio a Hitler una copia del libro de Keynes sobre el dinero porque era “un tratado muy interesante”, con la sensación de que el autor “muy en nuestra línea, sin estar familiarizado con nosotros ni con nuestro punto de vista” (citado en Barkai 1977, pp. 55, 57, 156, traducción propia). La publicación de la edición alemana de la Teoría general recibió reseñas críticas de publicaciones que se las habían arreglado para mantener distancias respecto de las políticas económicas oficiales nazis, mientras que un apologista nazi en Heidelberg le daba la bienvenida “como una reivindicación del nacionalsocialismo”. El propio Keynes remarcaba que las autoridades alemanas habían permitido la publicación “con un papel [que era] bastante mejor del habitual y el precio no era mucho mayor de los habitual” (ambas citas en Skidelsky 1992, pp. 581, 583).

Un ejemplo más importante de la dificultad de clasificar a Keynes como liberal es su ensayo “Autosuficiencia nacional” (Keynes 1933, 1982b, pp. 233-246).[22] Aquí se trata al laissez faire y al libre comercio con el desdén característico de Bloomsbury. En el lúgubre pasado, se habían considerado “casi como parte del derecho moral”, un componente del “grupo de prendas obsoletas que arrastra una mente” (Keynes 1933, p. 755). Sin embargo, es muy distinta la postura de Keynes hacia las doctrinas que eran el último grito cuando escribía. “Cada años e hace más evidente que el mundo se está embarcando en una variedad de experimentos político-económicos” al abandonar los presupuestos del libre comercio del siglo XIX. ¿Cuáles son estos “experimentos”? Son los que están teniendo lugar en Rusia, Italia, Irlanda [sic] y Alemania. Incluso Gran Bretaña y Estados Unidos buscan “un nuevo plan” (p. 761).

Keynes es extrañamente escéptico sobre las posibilidades de éxito de estos distintos proyectos: “No sabemos cuál será el resultado. Vamos (todos, supongo) a cometer muchos errores. Nadie puede decir cuál de los nuevos sistemas demostrará ser el mejor. (…) Cada uno creemos una cosa. Sin creer que ya nos hayamos salvado, cada uno debería querer probar en buscar nuestra propia salvación” (pp. 761-762).

Reconoce que “en asuntos de detalle económico, diferenciados de los controles centrales”, está a favor de “retener tanto juicio e iniciativa y empresa privada como sea posible” (p. 762). Pero “todos necesitamos estar lo más libres posible de interferencia por cambios económicos en otros lugares, para hacer nuestros propios experimentos favoritos hacia la idea de la república social del futuro” (p. 763).

En el momento en que Keynes escribió este artículo, la doctrina de la “autosuficiencia nacional” que estaba predicando se identificaba frecuentemente con el nacionalsocialismo y el fascismo. Cuando Franklin Roosevelt “torpedeó” la conferencia económica de Londres de junio de 1933, el presidente del Reichsbank, Hjalmar Schacht, dijo con suficiencia al Völkischer Beobachter (el periódico oficial del Partido Nazi) que el líder estadounidense había adoptado la filosofía económica de Hitler y Mussolini: “Toma en tus propias manos tu destino económico y no solo te ayudarás a ti mismo, sino también al mundo entero” (Garraty 1973, p. 922).

Keynes admite que se estaban cometiendo muchos errores en todos los ensayos contemporáneos de planificación. Aunque Mussolini puede estar “echando las muelas del juicio”, “Alemania está a merced de unos responsables sin control, aunque aún es pronto para juzgarla”.[23] Reserva sus mayores críticas a la Rusia de Stalin, tal vez un ejemplo históricamente sin precedentes de “incompetencia administrativa y del sacrificio de casi todo lo que hace que la vida merezca la pena vivirse a cambio de cabezas de madera” (p. 766). “Dejemos que Stalin sea un ejemplo aterrador para todos los que busquen realizar experimentos”, declaraba Keynes (p. 769).

Aún así, su crítica de Stalin (que acababa de condenar a millones a la muerte en la hambruna del terror y estaba llenando el gulag de Lenin con millones de personas más) es curiosamente oblicua y descentrada. Lo que requieren los experimentos soviético y otros socioeconómicos es sobre todo “crítica dura, libre y sin miramientos”. Pero

Stalin ha eliminado toda mente independiente y crítica, incluso las que simpatizan con el punto de vista general. Ha producido un entorno en que los procesos mentales están atrofiados. Las blandas circunvoluciones del cerebro se han convertido en madera. El rebuzno multiplicado del altavoz reemplaza las suaves inflexiones de la voz humana. El balido de la propaganda aburre incluso a los pájaros y las bestias del campo hasta la estupefacción (p. 769).

“Cabezas de madera… cerebros convertidos en madera… aburre… hasta la estupefacción”. El lector puede juzgar por sí mismo si esta crítica (que recuerda a John Stuart Mill insistiendo en la absoluta importancia de una eterna discusión y debate) es adecuada para los hechos de Stalin y el poder soviético en 1933.

Finalmente, un pasaje en este ensayo tal y como apareció en su primera versión en la Yale Review se omite en The Collected Writings:[24] “Pero brindo mis críticas para mostrar, como alguien cuyo corazón es amistoso y simpatiza con los experimentos desesperados del mundo contemporáneo, que les desea lo mejor y les gustaría que tuvieran éxito, que tiene sus propios experimentos a la vista y que en último término prefiere algo en la tierra a lo que los informes financieros llaman ‘la mejor opinión en Wall Street’” (Keynes 1933, p. 766).[25]

El comentario de Skidelsky sobre este ensayo es breve y blando: “Como apuntaba Keynes en sus artículos de “Autosuficiencia nacional” [el ensayo apareció en dos partes en The New Statesman and Nation], los experimentos sociales estaban de moda; todos ellos, fuera cual fuera su origen político, implicaban un papel mucho mayor para el gobierno y un papel muy restringido para el libre comercio” (1992, p. 483). Esta descripción difícilmente parece suficiente.

La pregunta en este caso es: ¿Cómo puede alguien que ha expresado una nostágica simpatía por los “experimentos” de nazis, fascistas y comunistas estalinistas y cuyo raído desdén de Bloomsbury estaba reservado para la sociedad de laissez faire que funcionaba libremente ser considerado un ejemplo rotundo de liberal o liberal en absoluto?[26]

Comunismo soviético

El tono y la sustancia de algunos de los apuntes más extensos de Keynes sobre el comunismo soviético también plantean dudas. Tras un viaje a la Unión Soviética en 1925, publicó  A Short View of Russia (1972, pp. 253-271). Skidelsky, con asombrosa inverosimilitud, califica a este ensayo como “uno de los ataques más agudos al comunismo soviético nunca escritos” (1994, p. 235).

Es verdad que Keyens apreciaba algunos defectos graves en el régimen soviético, especialmente la persecución de disidentes y la opresión general. Pero sostiene que estos defectos son en parte fruto de la revolución y resultado de “cierta bestialidad en la naturaleza rusa o en las naturalezas rusa y judía cuando, como ahora, se alían”. Forman “una sola cara” de la “soberbia seriedad de la Rusia roja”. Esa seriedad puede ser adusta, “cruda y estúpida y aburrida hasta el extremo”, como atestiguan los metodistas  (1972, p. 270): otro toque Bloomsbury.

Keynes no dio ninguna indicación de que el despotismo pudiera ser la consecuencia natural, el resultado completamente predecible de tal concentración de poder en el estado como habían efectuado los bolcheviques en Rusia. Esta última opinión  había sido uno de los sostenes del pensamiento liberal desde al menos el tiempo de Montesquieu y Madison, a través de Mises y Hayek y hasta el día de hoy. Uno esperaría que un liberal destacara este punto.

Por el contrario, Keynes habla favorablemente de la voluntad de los soviéticos de dedicarse a audaces “experimentos” de ingeniería social. En Rusia, “el método de prueba y error se utiliza sin reservas. Nadie ha sido tan abiertamente experimentalista como Lenin”. Respecto de los catastróficamente fracasados “experimentos” de los primeros años de gobierno bolchevique, que había impuesto el paso del “comunismo de guerra” a la Nueva Política Económica (NPE), Keynes los describe en los términos más anodinos: los “errores” anteriores se habían corregido ahora y las “confusiones” disipado (p. 262).[27] Keynes está deslumbrado por el carácter del régimen como “el laboratorio de la vida” y concluye que el comunismo soviético tiene “alguna posibilidad” de éxito. Afirma en este “agudo ataque” que “incluso una posibilidad que da a lo que está sucediendo en Rusia más importancia de lo que está sucediendo (por ejemplo) en los Estados Unidos de América” (p. 270).[28]

¿Qué hay en la base de la simpatía de Keynes por el experimento soviético? Aparece una pista al inicio de su ensayo, donde sugiere en broma que el arzobispo de Canterbury podría merecerse ser llamado un bolchevique “si sigue seriamente los preceptos del Evangelio”. (¿Jesucristo como el primer chequista?) Lo que conmueve más profundamente a Keynes es el elemento “religioso” del leninismo, cuya “esencia emocional y ética se centra en torno a la actitud individual y de la comunidad hacia el amor al dinero” (p. 259, cursiva en el original). Los comunistas han superado el “egoísmo materialista” y producido “un cambio real en la actitud predominante hacia el dinero (…) Una sociedad en la que esto sea al menos parcialmente cierto es una innovación tremenda”: “en la Rusia del futuro se pretende que la carrera de hacer dinero, como tal, sencillamente no se le ocurra a un joven respetable como una posible vía, igual que la carrera de un caballero no sería robar o adquirir habilidades en la falsificación o la malversación. (…) Todos deberían trabajar para la comunidad, dice la nueva religión, y, si realizan su tarea, la comunidad los sostendrá” (pp. 260-261).

Frente a esta inspiradora religiosidad, “el capitalismo moderno es absolutamente irreligioso”, faltándole cualquier sentido de solidaridad y espíritu público: “parece cada vez más claro que el problema moral de nuestra época se refiere al amor al dinero, con la habitual apelación al móvil del dinero en nueve décimos de las actividades de la vida, con el universo buscando la seguridad económica individual como primer objetivo de sus esfuerzos, con la aprobación social del dinero como medida del éxito constructivo, con la apelación social al instinto atesorador como fundamento para la provisión necesaria para la familia y el futuro” (268-269). Esta preferencia de la moralidad comunista por encima de la capitalista iba a mantenerse en Keynes durante años.

En 1928 realizó una segunda visita a Rusia, que produjo una evaluación menos favorable. A pesar de que Skidelsky nos asegure de que “el romance claramente había terminado” (1992, pp. 235-236), este juicio no es correcto. El romance continuó al menos hasta 1936, con la reseña de Keynes de Soviet Communism, de sus amigos  Sidney y Beatrice Webb. Ninguno de los que defienden el liberalismo de Keynes ha afrontado nunca abiertamente sus declaraciones bastante poco ambiguas[29] incluidas en una breve charla radiofónica realizada en la BBC en junio de 1936 en las serie Books and Authors (1982b, pp. 333-334).

La única obra de la que se ocupaba Keynes con algo de extensión era el enorme volumen de los Webb recientemente publicado Soviet Communism. (La primera edición llevaba el subtítulo ¿Una nueva civilización?, pero las interrogaciones desaparecieron en posteriores ediciones). Cómo líderes de la Sociedad Fabiana, los Webb habían trabajado durante décadas para traer el socialismo a Gran Bretaña. En la década de 1930 se convirtieron en ardientes propagandistas del nuevo régimen de la Rusia comunista: en palabra de Beatrice, se habían “enamorado del comunismo soviético” (citado en  Muggeridge y Adam 1968, p. 245). (A lo que ella llamaba “amor”, su sobrino político Malcolm Muggeridge lo calificaba como “adulación embobada” [1973, 72]).

Durante la visita de tres semanas a Rusia de los Webb, donde, presumía Sidney, fueron tratados como “un nuevo tipo de realeza”, las autoridades soviéticas les proporcionaron los supuestos hechos y cifras para su libro (Cole 1946, 194; Muggeridge y Adam 1968, 245). Los apparatchiks estalinistas estaban muy satisfechos del resultado final. En la propia Rusia, Soviet Communism se tradujo, publicó y promocionó por parte del régimen. Como declaraba Breatrice: “Sidney y yo nos hemos convertido en iconos en la Unión Soviética” (citado en Muggeridge 1973, p. 206).[30]

Desde que Soviet Communism apareció por pimera vez, se ha considerado como probablemente el mejor ejemplo de la ayuda y consuelo que los camaradas literarios viajeros daban al estado de terror de Stalin. Si Keynes hubiera sido un liberal y un amante de la sociedad libre, uno esperaría que su reseña del libro, a pesar de su amistad con los autores, fuera una fiera denuncia, pero pasa lo contrario. Como apuntaba encantada Beatrice en su diario, Maynard “en su atractivo estilo, promocionó nuestro libro en su reciente intervención radiofónica” (Webb 1985, p. 370).

En realidad, Keynes aconsejaba al público británico que Soviet Communism era una obra “que todo ciudadano serio hará bien en mirar”.

Hasta hace muy poco, los acontecimientos en Rusia se producían demasiado rápido y la distancia entre lo profesado y los logros reales era demasiado amplia como para que fuera posible un relato adecuado. Pero el nuevo sistema está ahora tan cristalizado como para ser revisado. El resultado es impresionante. Los innovadores rusos han pasado, no solo la etapa revolucionario, sino asimismo la etapa doctrinaria. Queda poco o nada que muestre ninguna relación especial con Marx y el marxismo que los distinga de otros sistemas de socialismo. Están dedicados a la vasta tarea administrativa de hacer que una serie completamente nueva de instituciones sociales y económicas funcionen suave y exitosamente en un territorio tan extenso que cubre un sexto de la superficie del mundo (1982b, p. 333).

De nuevo hay una completa alabanza de la “experimentación” soviética: “Los métodos aún están cambiando rápidamente en respuesta a la experiencia. El empirismo y experimentalismo a gran escala que se ha intentado por parte de administradores desinteresados está funcionando. Entretanto, los Webb nos han permitido ver la dirección en que las cosas parecen estar moviéndose y lo lejos que han llegado” (1982b, p. 334).

Keynes cree que Gran Bretaña tiene mucho que aprender de la obra de Webb: “Me deja con un fuerte deseo y esperanza de que en este país descubramos cómo combinar una disposición ilimitada a experimentar con cambios en métodos e instituciones políticos y económicos, preservando al tiempo el tradicionalismo y una especie de cuidadoso conservadurismo, ahorrador de todo lo que tiene experiencia humana tras él, en todas las ramas del sentimiento y la acción” (p. 334). En este pasaje, como en muchos otros, a una le sorprende la estudiada marcha atrás y confusión básica  típica de mucha de la filosofía social de Keynes: una “disposición ilimitada a experimentar” se combina de alguna manera con el “tradicionalismo” y el “cuidadoso conservadurismo”.

En 1936, nadie tenía que depender de la engañosa propaganda de los Webb para obtener información del régimen estalinista. Eugene Lyons, William Henry Chamberlin, el propio Malcolm Muggeridge, la prensa conservadora, católica y anarquista de izquierda del mundo y otros habían revelado la triste verdad acerca del osario presidido por los “innovadores” y “desinteresados administradores” de Keynes.[31] Quien estuviera dispuesto a escuchar podía conocer los hechos respecto de la hambruna del terror de principios de la década de 1930, el enorme sistema de campos de trabajo esclavo y la miseria casi universal que siguió a la abolición de la propiedad privada. Para los no enceguecidos por “amor”, eran inconfundibles las evidencias de que Stalin estaba perfeccionando el estado asesino modelo del siglo XX.

El odio al dinero

¿Qué explica la alabanza de Keynes del libro de los Webb y el sistema soviético? Puede haber pocas dudas de que la razón principal es, de nuevo, su profundamente asentada aversión a la búsqueda del beneficio y a hacer dinero, una actitud que compartía la pareja fabiana.

Según su amiga y colega fabiana, Margaret Cole, los Webb veían a la Unión Soviética como “la esperanza del mundo” moral y espiritualmente (1946, p. 198). Para ellos, lo “más fascinante” de todo era el papel del Partido Comunista, que, sostenía Beatrice, era una “orden religiosa”, dedicada a crear una “conciencia comunista”. En 1932 Beatrice podía anunciar que “Es porque creo que ha llegado el día para cambiar el egoísmo por el altruismo (como motivo principal de la vida humana) por lo que soy una comunista” (citado en Nord 1985, pp. 242-244).

En Soviet Communism los Webb hablan efusivamente del reemplazo de los incentivos monetarios  por los rituales de “compadece al delincuente” y la autocrítica comunista (Webb y Webb 1936, pp. 761-762). Hasta el final de su vida en 1943, Beatrice seguía alabando a la Unión Sovi´teica por “su democracia multiforme, su igualdad de sexo, clase y raza, su producción planificada para el consumo de la comunidad y sobre todo su penalización del móvil de la búsqueda de beneficios” (Webb 1948, p. 491). Después de morir, Keynes la alabó como “la mejor mujer de la generación que está muriendo ahora”.[32]

Igual que los Webb, Keynes identificaba la religiosidad con la abnegación por el bien del grupo. En términos económicos, esta visión se traducía en trabajar por recompensas no monetarias, trascendiendo de esta manera la sórdida motivación de “nueve décimos de las actividades de la vida” en las sociedades capitalistas. Para Keynes, como para los Webb, esta trascendencia era la esencia del elemento “religioso” y “moral” que detectaban y admiraban en el comunismo.

En su pasión hacia el maligno hacer dinero, Keynes incluso recurrió a pedir a los psicoanalistas que le apoyaran. Fascinado por la obra de Freud, como la mayoría de los miembros del círculo de Bloomsbury, Keynes la valoraba sobre todo por las “intuiciones” que se asemejaban a las suyas, especialmente sobre la importancia  del amor al dinero. En su Tratdo sobre el dinero, se refiere a un pasaje en un escrito de 1908 en el que Freud escribe de las “conexiones que existen entre los complejos del interés en el dinero y de la defecación” y la identificación inconsciente “del oro con las heces” (Freud 1924, pp. 49-50; Keynes 1971b, p. 258 y n. 1 y Skidelsky 1992, 188, pp. 234, 237, 414).[33] Este “hallazgo” psicoanalítico permitía a Keynes afirmar que el amor al dinero era condenado no solo por la religión sino también por la “ciencia”. Así que, aparte de constituir “el problema ético central de la sociedad moderna” (O’Donnell 1989, 377 n. 14), la preocupación por el dinero era también un tema apropiado para el alienista.

Keynes anhelaba un tiempo en el que el amor al dinero como mera posesión “se reconociera por lo que es, una morbosidad algo desagradable, una de esas propensiones semicriminales, semipatológicas que uno pasa con un escalofrío a los especialistas en enfermedades mentales” (1972, p. 329). Es triste decir que Keynes no desarrolla el tratamiento que prevé que dichos especialistas infligirían a las personas trastornadas a las que se diagnostique que sufran esa aflicción mental.

En los apuntes prosoviéticos de Keynes y en la falta de cualquier preocupación acerca de ellos entre sus devotos encontramos de nuevo el grotesco doble patrón que continúa siendo casi universal (Applebaum 1997; Courtois 1999; Malia 1999). Si a mediados de la década de 1930, un escritor famoso se hubiera expresado a favor de la Alemania nazi en los términos ocasionalmente benevolentes que usó Keynes para la Unión Soviética, habría estado en la picota y su nombre apestaría hasta hoy. Aún así, por muy malvados que fueran a ser los nazis, en 1936 sus víctimas suponían solo una pequeña fracción de las del régimen soviético.[34]

De hecho, el caso de Keynes es peor que el de alguien que simplemente alababa a Hitler, por ejemplo, por su supuesto éxito en acabar con el problema del desempleo o restaurar el amor propio alemán o producir cualquier otro “logro” que pudiera haber reclamado el nacionalsocialismo. El equivalente real de Keynes, en su mezcla de crítica y simpatía respecto del comunismo soviético, sería un escritor que condenara las persecuciones y la supresión de la libertad de pensamiento bajo los nazis, alabándolos al mismo tiempo por su “conciencia” de la “cuestión racial”, de la que podamos deducir alguna esperanza para el futuro. Pero lo que Keynes encontraba admirable en la Rusia soviética (la voluntad de suprimir el hacer dinero y el móvil del beneficio) era la fuente principal de los horrores.

Como seguidores de una variante del marxismo, Lenin y luego Stalin compartían el asco al dinero de Marx. El comunismo pretendía abolir el dinero, junto con la búsqueda del beneficio y el intercambio privado (todo el sistema de mercado) que hace posible el dinero. El comunismo soviético elegía a sus presas principalmente entre los marcados por su supuesto amor al dinero y los beneficios: la burguesía y los terratenientes del antiguo régimen, los “especuladores” y “atesoradores” de los años del “comunismo de guerra” y el primer Terror Rojo, luego los hombres del NPE y “kulaks” del periodo de la colectivización y la introducción de planes (Leggett 1981; Conquest 1986; Malia 1994, pp. 129-133). ¿Cómo pudo haber olvidado Keynes el enlace entre el objetivo de la búsqueda de la riqueza individual y el tormento infligido por el estado que era norma en la Rusia soviética, particularmente considerando que en el libro que reseñaba en su intervención en la radio, los autores glorificaban la decisión de Stalin de proceder a “la liquidación de los kulaks como clase” (Webb y Webb 1936, pp. 561-572)?

Una característica notable de los comentarios elogiosos de Keynes sobre el sistema soviético aquí y en otros casos es su falta total de cualquier análisis económico. Keynes parece alegremente inconsciente de que pueda existir un problema de cálculo económico racional bajo el socialismo. Esta cuestión ya había ocupado a los investigadores continentales desde hacía tiempo y era el centro de una animada discusión en la London School of Economics.

Ese año antes de la intervención de Keynes en la radio, había aparecido un libro en inglés editado por F.A. Hayek, Collectivist Economic Planning (Hayek 1935), que incluía una traducción del ensayo seminal de Ludwig von Mises “Economic Calculation in the Socialist Commonwealth”. En el curso 1933-34 de la London School, Hayek ya estaba dando un curso titulado “Los problemas de una economía colectivista”. Se había ofrecido en 1932-33 un seminario dirigido por Hayek, Lionel Robbins y Arnold Plant, dedicado principalmente al mismo tema (Moggridge 2004).

Keynes no dio señales de que conociera en absoluto el debate o estuviera al menos interesado en la cuestión.[35] Por el contrario, lo que importaba a Keynes era el entusiasmo por el experimento soviético (¿ha habido alguna vez algún otro economista, o pensador liberal, que invocara tan a menudo el “entusiasmo” y el “aburrimiento” como criterios para juzgar los sistemas sociales?), el imponente ámbito de los cambios sociales dirigidos por esos “desinteresados administradores” y el innovador avance ético de abolir el móvil del beneficio.

¿Significa esta evidencia que Keynes fuera en algún punto incluso comunista? Por supuesto que no. Pero su simpatía claramente expresada por el sistema soviético (así como, en grado muy inferior, por otros estados totalitarios), cuando se añade a su teoría económica de mayor estado y su visión utópica dominada por el estado, debería hacer meditar a los que la incluyen con tanta determinación en las filas liberales. Al ver a Keynes tal vez como “el liberal modelo del siglo XX” o como cualquier tipo de liberal en absoluto, solo pueden hacer incoherente un concepto histórico indispensable.

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[1] Ver la antología editada por Bullock y Shock (1956). Numerosos otros investigadores, como E. K. Bramsted y K. J. Melhuish (1978) tratan a Keynes como un importante representante del siglo XX (y por tanto presumiblemente más importante) de la secuencia que empieza con los niveladores o Locke. El biógrafo de Locke, Maurice Cranston, califica a Keynes, como a Locke, como un liberal (1978, 101). Bernard Corry llega a calificar a Keynes como “esencialmente un liberal económico defendiendo medidas específicamente no liberales solamente en periodos de desempleo” (1978, 26). Douglas Den Uyl y Stuart Warner incluyen a Keynes en su lista de liberales “claros”, junto con Smith, Turgot, Constant y otros (1987, 263). John Gray insiste en que la postura de Keynes es una que debe acomodarse al definir el credo (1986, xi). Como es lógico, la definición del liberalismo de Gray omite cualquier mención de la creencia en la propiedad privada. Sin embargo, Anthony Arblaster señala que aunque Keynes era un “liberal convencido”, “en el fondo, fue la socialdemocracia la que heredó el legado de su pensamiento” (1984, 292).

[2] En su esquema terminológico lógicamente riguroso, Karl Brunner concluye el “rechazo de la solución liberal” de Keynes se descubre fácilmente porque “encuentra inaceptable la severa limitación impuesta al gobierno. El asunto requiere, a su juicio, una aproximación completamente nueva” (1987, 28).

[3] Charles Rowley escribe que Keynes promovió “una creencia en una economía de mercado fundamentalmente defectuosa y que no se corrige a sí misma, necesitando continuamente la intervención pública para no degenerar en el caos (…) El neomercantilismo estaba de nuevo haciendo la guerra a la mano invisible, igual que lo había hecho en la Inglaterra anterior a Smith” (1987b, 154).

[4] A pesar de la declaración citada en la nota 1, Cranston se rendía implícitamente en la cuestión del liberalismo fundamental de Keynes: “Keynes realmente se encontraba con Francis Bacon y lso philosophes y los utilitarios y los fabianos, con esa clase de intelectuales que cree que los intelectuales deben gobernar” (1978, 113). Una serie de escritores más o menos liberales clásicos también han sostenido que a Keynes no se le podría negar el título de liberal; ver, por ejemplo Haberler 1946, 193.

[5] Sobre las desastrosas consecuencias del error en los tipos de cambio, Harry Johnson dice: “Si el valor de intercambio de la libra se hubiera fijado realistamente en la década de 1920 (una prescripción completamente de acuerdo con la teoría económica ortodoxa) no hubiera habido necesidad de desempleo masivo y por tanto necesidad de una nueva teoría revolucionaria para explicarlo ni fuerza que disparar mucha de la posterior historia política y económica británica (…) Gran Bretaña ha pagado un alto precio a largo plazo por la gloria efímera de la revolución keynesiana, tanto en términos de la corrupción de los patrones del trabajo científico en la economía como en el estímulo a la indulgencia ante la creencia del proceso político de que la economía política puede trascender las leyes de la economía con la ayuda de la suficiente sabiduría económica” (1975, 100, 122). Respecto de las prestaciones de desempleo, Daniel Benjamin y Levis Kochin apuntan que Edwin Cannan fue uno de los pocos contemporáneos que entendió el papel que desempeñó dicha prestación  en la creación de un desempleo excesivo (1979, 468-472). Escritores keynesianos como Donald Winch continúan condenando a Cannan, para su dolor, como duro de corazón y falto de compasión 1989, 468 n. 40).

[6] Algunos de los errores clave residen en la metodología de Keynes (por ejemplo, su conclusión de que una economía de mercado no dirigida era incapaz de conseguir coordinación intertemporal). En opinión de Roger Garrison (1985), la operación de Keynes con niveles más altos de agregación ocultaba los mecanismos por los que dicha coordinación se producía en realidad por los procesos de mercado, incluso aunque Hayek explicara los procesos coordinadores reales. El propio Hayek creía que el error más importante de Keynes era metodológico, al seguir la “pseudoexactitud” de magnitudes aparentemente medibles, mientras desdeñaba las interconexiones reales del sistema económico. Según Hayek, la aproximación de Keynes se basaba en la suposición de que existen relaciones funcionales constantes entre la demanda total, la inversión, la producción y así sucesivamente. De esta forma, tendía a “ocultar caso todo lo que importa”, llevando al “olvido de muchas ideas importantes que ya hemos alcanzado y que tendremos por tanto que recuperar dolorosamente” (1995, 246-247).

[7] Mario Seccareccia (1993) rebate la opinión común de Keynes como un salvador aspirante o real del capitalismo.

[8] “Ninguno de los ensayos [de Keynes] desarrolla nunca en lo más mínimo el contenido de esta propuesta [de socializar la inversión]. No sabemos de qué manera debería implantarse esta forma de socialización. Las alternativas institucionales no se examinan nunca [y no tenemos manera] de evaluar las consecuencias de dicha socialización” (Brunner 1987, 47).

[9] Respecto del papel de los demócratas cristianos durante décadas. De Cecco añade que “ayudaron a los tecnócratas a mantener su control sobre la economía. Se convirtieron en archidefensores del IRI”, el enorme holding del estado que era con mucho la mayor empresa de Italia (1989, 222).

[10] Hay otra cuestión, tal vez teóricamente más importante, acerca de si estos objetivos liberales h sido alguna vez compatibles con la existencia continuada de una institución basada en el poder monopolístico y la autoridad para fijar impuestos (es decir, el estado).Sobre esta cuestión, ver la obra pionera de Hans Hermann Hoppe (2001, especialmente 229-234).

[11] “Keynes era conocido, y no solo entre los economistas, por cambiar de ideas. De hecho, la mutabilidad formaba parte de su personaje público” (Caldwell 1995, 41).

[12] En una evaluación de Keynes, The Economist declaraba contra toda lógica que “un tema recurrente en su obra es una preferencia (que, fíjense, recuerda a Hayek, cuya obra alababa) de las normas sobre la discrecionalidad en política económica” (“The Search for Keynes” 1993, 110).

[13] Rowley describe a Keynes como estando “casi tan lejos de la aproximación de la elección pública moderna como pudiera pensarse en un individuo” y le acusa de ignorar “la peligrosa discrecionalidad que sus teorías habían puesto en manos de políticos en busca de votos” (1987a, 119, 123). Donald Winch, que defiende a Keynes contra la acusación de estatismo, parece conceder que la lógica del pensamiento keynesiano lleva a una dirección estatista: “Cuando la interpretación tecnocrática de la capacidad del estado asociada con el propio Keynes se mezcla con la política, ¿puede mantenerse la propia postura minimalista de Keynes? ¿No tienen razón los keynesianos de izquierda (y sus oponentes monetaristas, por cierto) al creer que la lógica del keynesianismo lleva a una mayor intervención, por la que lo que puede haber empezado como dirección macroeconómica requiera una extensión a la intervención microeconómica para asegurar el éxito?” (1989, 124).

[14] Ver el peculiar juicio de Thomas Balogh sobre Keynes: “Su fortaleza y encanto infinito, aunque tentador, se basa en ser capaz de descartar opiniones (y gente) ipso facto” (1978, 67). Esta opinión no parece alejada de la caracterización de Keynes por Rothbard como un “bucanero” intelectual.

[15] La aproximación de Keynes es aquí  característica de los críticos de la economía de mercado. Como observa Roger Garrison: “Su falta de explicación a ningún detalle cómo funcionaría este sistema ideal es coherente con el pensamiento socialista en general, que siempre se ha centrado en los fallos percibidos del sistema real en lugar de en el funcionamiento supuestamente superior del imaginado” (1993, 478).

[16] “En el fondo, la prescripción de Keynes era que el estado debería actuar como guardián, supervisor y promotor de la sociedad civilizada (…) Era un supervisor activo con un programa de cambio evolutivo gradual dirigido éticamente, incluyendo la modificación de las reglas del juego” (O’Donnell 1989, 299-300).

[17] En este mismo famoso ensayo “Am I a Liberal?” Keynes también afirma, con su confusión habitual en lo que se refiere a filosofía social, que simplemente busca “medidas novedosas para salvaguardar el capitalismo” (1972, 299).

[18] En otra ocasión, Keynes reiteraba la necesidad de afrontar el problema de la superpoblación “con planes concebidos mentalmente en lugar del resultado no planificado del instinto y las ventajas individuales (…) Hace muchas generaciones que los hombres como individuos empezaron a sustituir al instinto ciego por el motivo moral y racional  como su motor de acción: Ahora deben hacer lo mismo colectivamente” (1977, 453). Aproximadamente al mismo tiempo, León Trostky expresaba ideas eugenésicas similares sobre la “gran transición” a la utopía futura, aunque con un espíritu más “prometeico”: “Las especies humanas, el homo sapiens coagulado, entrará de nuevo en un estado de radical transformación y en sus propias manos se convertirá en un objeto de los métodos más complicados de selección artificial y formación psico-social (…) ¡La raza humana no habrá dejado de andar de rodillas ante Dios, los reyes y el capital, para posteriormente someterse a las oscuras leyes de la herencia y la ciega selección natural!” ([1924] 1960, 254–55).

[19] Ver el comentario de Corry: “Los políticos se veían por Bloomsbury como una precaria mezcla de locos, oportunistas y bellacos, así que ¿qué quedaba para dirigir el país? Algún tipo de establishment intelectual, íntimamente aliado con la universidad (¡o más bien con una pequeña parte con raíces en Cambridge!) que podía dar consejo y control desapasionado y experto (…) Keynes tenía una creencia propia de Bloomsbury en el poder y el deber de la inteligentsia de aconsejar y controlar los acontecimientos” (1993, 37-38).

[20] Michael Heilperin, en una larga nota a pie de página, comenta la ausencia de cualquier referencia a este prólogo en la obra de Roy Harrod (1951), el principal biógrafo de Keynes cuando escribía. Ante la supresión de la libertad académica y otras en la Alemania nazi, Heilperin califica al halagador texto de Keynes como “una mancha indeleble en su historial como liberal” (1960, 127 n. 48).

[21] La discusión incluye algunas frases que aparecen en la edición alemana, pero no en el manuscrito de Keynes. Pero estas frases no parecen inculpar más a Keynes, excepto en el uso de la expresión “pronunciado liderazgo nacional [Führung]” con una connotación positiva. En cualquier caso, parece probable que Keynes aprobara los añadidos. Ver Schefold 1980.

[22] La versión en The Collected Writings viene de The New Statesman and Nation, 8 y 15 de julio de 1933. Sin embargo, el ensayo se publicó por primera vez en la Yale Review. Las citas actuales vienes de la última versión, Keynes 1933. Heilperin indica que este ensayo “bien puede considerarse , a pesar de su brevedad, como uno de los escritos más significativos de Keynes” y observa que Keynes rebaja el carácter totalitario de los regímenes que explica: “Están experimentando, ¡eso es lo maravilloso!” (1960, 111). Aquí, Heilperin captura el espíritu esencial de esta obra y del pensamiento de Keynes a lo largo de muchos años.

[23] Estas críticas y otras similares a la Alemania nazi se omitieron en la traducción alemana del ensayo, evidentemente con permiso de Keynes; ver Borchardt 1988. Aunque Borchardt conoce la versión de la Yale Review, cita el ensayo de The Collected Writings y por tanto sobreestima su tono liberal.

[24] Este pasaje debería haber aparecido después en The Collected Writings “Pues no debe suponerse que yo apoye todas estas cosas que se están produciendo hoy en el mundo político en nombre del nacionalismo económico. Muy al contrario” (Keynes 1982b, 244). La versión en The Collected Writings omite igualmente unos pocos pasajes más, de mínima importancia, que aparecen en la Yale Review. El editor de este volumen no indica en modo alguno que la versión incluida difiera de la publicada en la Yale Review; además, indica incorrectamente el número de la Yale Review en cuestión como “Verano de 1933”.

[25] La reiteración de Keynes durante las décadas de 1920 y 1930 de las maravillas de los “experimentos” de ingeniería social finalmente se hace casi risible. Otro ejemplo aparece en The End of Laissez-Faire, donde escribía: “Critico el socialismo de estado doctrinario, no porque busque dedicar los impulsos altruistas del hombre al servicio de la sociedad o porque se aleje del laissez faire o porque elimine del hombre la libertad natural de ganar un millón o porque tenga el coraje para experimentos audaces. Aplaudo todas estas cosas” (1972, 290, cursivas añadidas).

[26] A lo largo de su carrera, Keynes fue un incansable crítico del principio del laissez faire. The End of Laissez-Faire (Keynes 1972, 272-294) es quizá su ensayo polémico más famoso. Fue reseñado en su momento (1926) por el economista liberal italiano (no “doctrinario” en modo alguno) Luigi Einaudi, que apuntaba que el panfleto no era en absoluto original o particularmente significativo: la idea de que representara algún tipo de punto histórico de inflexión era “pura fantasía” de críticos apresurados. Einaudi pregunta por qué Keynes “habiendo de nuevo puesto hors de combat la norma del laissez faire como principio científico no añade alguna página adicional que examine la importancia actual de esa norma como regla práctica de conducta (…) ¿Ha disminuido realmente la importancia práctica del laissez faire para la guía de los hombres?” Concediendo que las tareas del gobierno san han hecho más numerosas, esta concesión aún no “prueba la decadencia de la norma del laissez faire, ya que bien puede ser que, contemporánea con la extensión de la actividad pública y la interferencia en algunas ramas de la vida económica, haya habido un aumento mucho mayor de nuevos tipos de actividad donde la vieja norma del laissez faire mantenga intacto su valor” (1926, 573).

[27] Errores y confusiones parecen términos poco adecuados para lo que un reciente historiador del comunismo soviético ha caracterizado como “el descenso titánico al caos” de esos años; ver el capítulo “War Communism: A Regime Is Born, 1918-1921”, in Malia 1994, 109-139; ver también el ejemplar análisis de “War Communism’ – Product of Marxian Ideas” (Roberts 1971, 20-47).

[28] Keynes añade que la Rusia soviética es mucho más preferible que la Rusia zarista de la que “nada podía emerger” (271). Esta declaración es un juicio extraordinario, especialmente a la vista del amor de Keynes por las artes. Por supuesto, la vieja Rusia puede presumir de grandes logros en muchos campos, especialmente en música, danza y, sobre todo, literatura.

[29] Lógicamente, Skidelsky debería haber explicado esta charla radiofónica en su biografía, que cubre el periodo de 1937- Aunque menciona el Soviet Communism de los Webb, no toca la reseña radiofónica (Skidelsky 1994, 488). Parece de paso extraño que en ninguna parte de su inmensa biografía en tres tomos encuentre Skidelsky espacio siquiera para mencionar esta circunstancia altamente problemática. También está ausente de su ensayo sobre Keynes y los fabianos (Skidelsky 1999). La charla radiofónica se menciona en O’Donnell 1989, 377 n. 13.

[30] Incluso la amiga y biógrafa de Beatrice, Margaret Cole, indica que el libro, aunque contuviera algunas críticas, era “en cierto sentido, un enorme panfleto de propaganda, defendiendo y alabando la Unión Soviética” (1946, 199). Esto no tiene que entenderse como una crítica, porque Cole, como es evidente por su biografía, compartía la admiración de los Webb por el estalinismo.

[31] Par los comentarios de Lyons sobre la admiración de los Webb de la “fuerte fe” y la “resuelta voluntad” de quienes realizaron la liquidación de los kulaks, ver  Lyons 1937, 284. Ver también los apuntes de Robert Conquest (1986, 317-318, 321). En su novela, Winter in Moscow, Malcolm Muggeridge (1934) describe el mundo del camarada viajero extranjero que visitaba la Unión Soviética: eran más a menudo “nuevos liberales” y fabianos, que socialistas no comunistas. Los que eran engañados por el régimen soviético, observaba.

[32] Escrito en una carta a George Bernard Shaw (incluida en Skidelsky 2001, 168). Skidelsky, algo crípticamente, añade que aunque Keynes había realizado un obituario admirativo de Beatrice, “aún anhelaba una apreciación de su economía” (2001, 527 n. 76). Uno se pregunta en qué consistiría una “apreciación” del pensamiento económico de Beatrice Webb.

[33] Evidentemente, si uno fuera a proceder como Keynes, tendría que analizar la propia mente consciente de Keynes en busca de las dudosas fuentes tanto de su implicación en el tema del dinero a lo largo de su carrera profesional y su intenso y afectuoso rechazo del móvil del dinero.

[34] En una carta a Upton Sinclair fechada el 2 de mayo de 1936, H. L. Mencken, que a menudo era tan astuto políticamente como ocurrente en general, escribía: “Estoy contra la violación de los derechos civiles por parte de Hitler y Mussolini como tú, y lo sabes bien (…) Protestas, y con justicia, cada vez que Hitler encarcela a un opositor, pero olvidas que Stalin y compañía han encarcelado y asesinado miles de veces más. Me parece, y la evidencia es clara, que comparado con los bandidos y asesinos de Moscú, Hitler es poco más que un miembro común de Ku Kux Klan y Mussolini casi un filántropo” (1961, 403). Agradezco a Paul Boytinck que dirigiera mi atención a este pasaje.

[35] Todavía en 1944, en una carta a Hayek comentando sobre Camino de servidumbre, Keynes decía: “La línea de argumentación que tomas tú mismo depende de la muy dudosa suposición de que la planificación no es más eficiente. Muy probablemente desde el punto de vista puramente económico, es eficiente” (Keynes 1980, 386). El que Keynes pudiera haberse referido a esta opinión como una “suposición” indica que nunca fue consciente del gran debate sobre el cálculo económico bajo el socialismo. La falta total de análisis económico en sus informes de la Rusia soviética  recuerda la conclusión de Karl Brunner sobre las ideas de Keynes sobre la reforma social: “Uno difícilmente adivinaría del material de sus ensayos que un sociólogo, incluso un economista, los hubiera escrito. Cualquier soñador social de la intelligentsia podría haberlos escrito. Las cuestiones cruciales (…) nunca se afrontan o investigan” (1987, 47). Tal vez haya algo de verdad en el juicio de su buena amiga Beatrice Webb en 1936: “Keynes no es serio acerca de los problemas económicos: juega con ello al ajedrez en su tiempo libre. El único culto serio para él es la estética” (1985, 371). Para una evaluación de Keynes, como “el artista consumado”,m aparte de las implicaciones científicas de su teoría, ver Buchanan 1987.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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