“Maleducado” es el insulto favorito y la excusa favorita de la izquierda política. Por ejemplo, solo el pasado año, se ha usado la falta de educación de los votantes para explicar los fracasos electorales de la izquierda, así como para rechazar las críticas a su gente, políticas e instituciones. Estas defensas son dudosas como mínimo. Pero dejando aparte las decisiones estratégicas de los grupos políticos de izquierda, la obsesión por la mala educación revela que hay graves problemas en la forma en que las clases intelectuales entienden la educación.
Lo que es más importante, el uso de la palabra “educación” sufre el mismo error que el uso de la palabra “capital” por la economía dominante. No debería ser una sorpresa, dado que la educación a menudo se describe metafóricamente como “capital humano”. El error es que tanto capital como educación se consideran como una especie de “masa homogénea” o “shmoo”. Un shmoo es elástico y puede ser moldeado por el usuario dándole la forma necesaria y por tanto es igualmente útil para cualquier utilidad posible. Quien quiera usarlo como entrada de producción debe sencillamente decidir cuánto aplicar a un problema concreto.
Por supuesto, en realidad, educación y capital son ambos muy heterogéneos. La estructura de producción es extremadamente delicada y difícil de organizar y lo mismo pasa con la estructura del conocimiento humano.
Por desgracia, este hecho se les escapa a aquellos intelectuales que se preocupan por la falta de educación de otros: en el discurso actual, la educación es un bien homogéneo adquirido exclusivamente mediante la obtención de grados formales. No tener un grado universitario es no tener educación, mientras que cuantos más grados adquiere uno, más educado está. Es importante indicar que toda educación es igualmente útil a través de todas las áreas de conocimiento. Los graduados en filología pueden hablar de economía y los físicos pueden hablar de política. Pero quien no sea el producto de la educación universitaria tiene prohibido participar en estas discusiones.
Debería ser fácil apreciar los errores de este tipo de pensamiento. Primero, no importa qué tipo de educación tengamos, simplemente añadimos nuevas masas a un gran montón. Segundo, y más importante, la educación no es equivalente a obtener grados. Significa diferentes cosas en diferentes contextos y la educación que tiene lugar en las instituciones de enseñanza superior refleja solo un tipo concreto y estricto de aprendizaje. Dependiendo del área de estudio, este tipo de enseñanza puede a menudo no tener relevancia fuera del aula y, en este sentido, en realidad perjudica al papel de la educación como una herramienta práctica para aprender cómo crear valor dentro de la sociedad. Esta es parte de las razones por las que la gente con educación universitaria se junta con la clase intelectual para empezar.
De hecho, a veces es imposible obtener el tipo de educación relevante dentro de la educación superior. Por tomar algunos ejemplos evidentes, muchos de los más exitosos e innovadores emprendedores de las últimas décadas no acabaron la universidad. No hace falta decir que dieron algo más la raza humana que el escritor medio del Huffington Post. A una escala menor, a Mises le encantaba señalar que los consumidores estaban a menudo mejor educados acerca del estado de la economía que muchos economistas.
“Educación” es otro ejemplo del tipo de imperialismo retórico que ya ha capturado palabras como “ciencia” y “evidencia”. El sesgo a favor de la “educación” es básicamente un sesgo a favor de las opiniones de las clases intelectuales contemporáneas y una devoción por el estatus quo en la educación superior. Los intelectuales tratan a la educación como un shmoo porque a menudo eso es exactamente lo que es para ellos: simplemente otra palabra para describir su propia colección de opiniones y conflictos homogéneos, que creen que deberían formar el resumen de toda discusión. Por suerte, cada vez más personas están empezando a darse cuenta de que la verdadera educación no prospera ni pueden prosperar en este entorno, que cada vez más se cierra más a sí misma alejándose del mundo real y de la gente que vive en él. Este es el momento perfecto para que organizaciones como el Instituto Mises afronten el reto de proporcionar una formación genuina a las masas, tanto dentro como fuera de la universidad.
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