Esta semana ha tomado posesión el 115º Congreso y hay algunos indicios de que la reforma de la Fed puede estar en la agenda. La combinación de furia populista alimentada por las campañas presidenciales de Ron Paul y la crisis financiera, unida a los repetidos fracasos de la Reserva Federal en cumplir sus previsiones ha creado una rara oportunidad para que la política monetaria sea al mismo tiempo ventajosa políticamente y tan evidentemente necesaria que incluso los políticos pueden verlo.
La cuestión ahora es qué tipo de reforma hay sobre la mesa.
Reformas del Congreso
La última temporada del Congreso vio propuestas tanto de la Cámara como del Senado.
De la Cámara tenemos la Ley FORM, que obligaría a la Fed a adoptar un regla de política monetaria y dar explicaciones al Congreso cada vez que se desvíen de esa regla. La Ley FORM también reclama una auditoría anual del GAO a la Reserva Federal, dobla el número de veces que el presidente de la Fed testifica ante el Congreso y hace algunos otros retoques a la composición y protocolo de la Consejo de la Reserva Federal. Dado que la ley FORM fue aprobada en la Cámara en 2015, hay muchas posibilidades de que la veamos resucitar en 2017.
En el lado del Senado, el presidente del Comité de Banca, Richard Shelby, ha impulsado la Ley de Mejora Regulatoria Financiera. No solo no tiene un acrónimo pegadizo, sino que sus reformas a la Fed son mucho más modestas que la Ley FORM. Lo mollar de la propuesta se centra en los cambios en el consejo de la Fed. El jefe de la Fed de Nueva York ya no estaría nombrado por los consejos de dirección de los bancos, sino que estaría nombrado por el presidente y confirmado por el Senado, igual que el presidente de la Reserva Federal. También concede poderes a los presidentes regionales de la Fed que actualmente solo tiene el consejo de dirección.
Aunque los primeros borradores de la propuesta del Senado reclamaban que la Fed adoptara políticas monetarias basadas en reglas, estas acabaron siendo eliminadas de la propuesta final debido a la oposición demócrata, en buena parte porque mucha de la atención de la cámara se ha centrado en la regla de Taylor, que muchos de los defensores de la Fed temen que sea demasiado restrictiva.
La batalla sobre la regla de Taylor
Este debate se ha desarrollado recientemente en las páginas del Wall Street Journal, con Neel Kashkari y John Taylor intercambiando artículos sobre las virtudes de la política basada en reglas.
Aunque Kashkari empieza con un amplio ataque a las reglas monetarias, pasa rápidamente a un ataque centrado en la Regla de Taylor, de la cual argumenta que “en la práctica entrega la política monetaria a una computadora, en lugar de dejar que quienes crean las políticas en la Fed usen su mejor juicio para considerar un amplio rango de datos y tendencias económicas”. Por supuesto, Kashkari ignora que el “mejor juicio” de los que crean las políticas en la Fed ha sido ampliamente criticado, y no solo por los austriacos que se oponen a cualquier tipo de política de la Fed en absoluto.
La alusión de Kashkari a una política monetaria dirigida por una computadora tal vez sea un intento de hacer que los lectores mezclen las propuestas recientes de reglas monetarias con las opiniones de Milton Friedman que no han envejecido especialmente bien. En la respuesta de Taylor, este critica la exposición por falsa, al tiempo que señala diversos análisis críticos del comportamiento de la Fed desde la crisis.
Más interesante que los pequeños detalles del debate acerca de las virtudes relativas de la regla de Taylor es cómo esa propuesta concreta ha sido en buena parte la única diana de quienes critican la política basada en reglas. Aunque el apoyo a la regla de Taylor está en buena parte dividido entre los diversos partidos, hay otra regla monetaria que está aumentando su apoyo en todo el espectro ideológico.
El atractivo del objetivo del PIB nominal
Desde 2008, el objetivo del PIB nominal ha pasado de ser un un tema de conversación principalmente limitado a blogs como The Money Illusion, de Scott Sumner, a algo discutido abiertamente entre bancos centrales, publicaciones de prestigio e incluso candidatos presidenciales. La propuesta requeriría que un banco central estableciera un objetivo nominal de PIB (sin tener en cuenta inflación o deflación) y permitiera usar diversas herramientas para alcanzar ese objetivo. Como la política a los críticos de la Fed un patrón en blanco y negro para medir su rendimiento, sin poner demasiadas restricciones a la Fed como para erizar los pelos de los defensores de la Fed, ha sido capaz de crear una amplia coalición de apoyo. Como consecuencia, tenemos progresistas como Christina Romer y Brad DeLong en el mismo bando que el Instituto Cato o el Mercatus Center.
Por supuesto, un extendido atractivo no es lo mismo que una política sensata. Como resume Shawn Ritenour en su brillante refutación de la propuesta:
Los defensores del objetivo de PIBN acaban potenciando la ilusión monetaria de que puede superarse la escasez y lograrse la prosperidad mediante inflación monetaria.
Por desgracia, una política no tiene que ser sensata para convertirse en realidad.
Si la Cámara tuviera éxito a la hora de presionar sobre el Senado para que acepte una versión de la Ley FORM, no sería sorprendente ver que la discusión pasa de la regla de Taylor al objetivo del PIB nominal, con sus defensores presentando su amplio atractivo como su principal virtud. La auditoría de la Fed, que ha sido combatida constantemente por el senado, podría abandonarse fácilmente, con los legisladores republicanos siendo capaces de señalar el apoyo de los principales think tanks libertarios de Washington como evidencia de que son duros con la Fed.
El problema real de la política monetaria basada en reglas
Por supuesto no importa si se usar el objetivo de PIBN nominal, la regla de Taylor o incluso una regla que ligue a la propia Fed con el oro, todo el debate sobre políticas monetarias basadas en reglas ignora lo evidente: las reglas existen para incumplirse.
Ya hemos visto a la Fed haciendo esto habitualmente, con ambos bandos normalmente acusando a la Fed de no cumplir uno de sus dos mandatos actuales. La historia está llena de ejemplos de instituciones financieras públicas ignorando y modificando reglas siempre que estén directamente en conflicto con el juicio de los líderes actuales. Tan recientemente como en 2015, el FMI cambió arbitrariamente una antigua política sobre requisitos de préstamos para poder ayudar a Ucrania. El gobierno de EEUU ha cambiado reglas de política monetaria antiguas cuando ha tenido una crisis, como cuando eliminó la relación del dólar con el oro tanto para pagos nacionales como internacionales.
Ya sean derechos constitucionales, obligaciones contractuales o sus propias reglas autoimpuestas, cuando las circunstancias empujan a los cargos públicos, estos han demostrado que seguirán su propio juicio, sin que importe cuál sea la regla.
Así que aunque indudablemente hay argumentos a favor de una Fed basada en reglas por encima de la pura discreción del actual patrón doctoral, esa reforma no debería considerarse como una solución al problema real, que es el de un banco central que tiene un monopolio absoluto sobre el dinero. En lugar de una reforma de la Fed, necesitamos competencia con la Fed: eliminemos las leyes de curso legal, acabemos con la carga de los impuestos sobre el oro, el bitcoin y otras posibles divisas y demos a los estadounidenses una verdadera alternativa a los billetes de la Reserva Federal para aquellos que lo deseen.
Todo lo que no haga esto, continúa el monopolio del dinero de la Fed y por tanto no es una solución real en absoluto.
El artículo original se encuentra aquí.
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