¿Es el populismo malo de por sí?
Deirdre McCloskey, hablando este mes en una reunión de la sociedad Mont Pelerin en Estocolmo, indudablemente lo piensa. Su amplia y devastadora crítica liberal del populismo no se centraba en críticas a los movimientos populistas actuales, sino más bien en los asuntos generales de la tiranía y la prosperidad. Y hay que reconocer que ataca voluntariamente a dos vacas sagradas que dan fuerza al populismo, como son la democracia y la desigualdad:
Lo que ha sido extraño y definitivo del populismo durante el último par de siglos, no es sin embargo la suma cero, una suposición antigua y común acerca de la economía, sino el gobierno de la mayoría como algo por defecto en la política. La “democracia”, después de todo, solo se ha convertido recientemente en una buena palabra. El gobierno de la mayoría fue hasta el siglo XIX descrito habitualmente como el gobierno del vulgo. Odi profanum vulgus. Iba a ser desdeñado y solo un diminuto grupo de sacerdotes y niveladores radicales estaba en desacuerdo. (…)
La moda de reciente de preocuparse una y otra vez cerca de la desigualdad tiene el mismo origen en la percepción de un crecimiento lento y la consiguiente ansiedad de que la suma cero pueda demostrar ser verdad. Tu ganancia será mi dolor. La política francesa, aparte de un breve flirteo con el liberalismo en los tiempos de Bastiat y Tocqueville y Chevalier, trabaja sobre una teoría de suma cero, igual que mucha de la política radical y reaccionaria en todas partes desde la Revolución Francesa. Esa política afirma que los jefes han robado una suma enorme que puede fácilmente recuperarse, repetida e interminablemente, para mejorar el botín de los trabajadores. Los reaccionarios objetan a la recuperación, pero siguen creyendo en la suma cero. A los radicales les gusta y también creen en la suma cero. Y así continúa la guerra franco-francesa de 230 años.
McCloskey argumenta que tanto la prosperidad como la liberación de la tiranía son objetivos y efectos del liberalismo ¿quién puede estar en desacuerdo? Los mercados no solo enriquecen a la humanidad, sino que también diluyen el poder de monarcas y tiranos de todo tipo. El liberalismo de mercado ha sacado a millones de la pobreza y ha hecho la vida mucho más tolerable para las minorías.
Por el contrario, condena al populismo como una batalla violenta de suma cero que lanza a unos grupos contra otros. Los movimientos populistas son necesariamente antiliberales, en su opinión, porque, al contrario que los mercados, las políticas que producen hacen que algunas personas mejoren a costa de otras.
Puede que esto sea verdad, pero es también inevitablemente cierto para todas las disposiciones políticas, dirigidas por el populismo o no. La acción del estado es por definición una suma cero: incluso un gobierno minarquista que de limite a vigilar por las noches debe gravar y regular a sus ciudadanos usando sanciones forzosas por incumplimiento. En ausencia de una forma completamente voluntaria de anarquismo de mercado como principio organizador de una sociedad, la política y la gobernanza deben crear algún grado de ganancia-perdida. Apoyar los resultados de la suma cero es propio de toda la política, no solo de la variedad populista.
Pero hay problemas más profundos en las críticas del populismo: es una táctica política, social y económica, en lugar de una ideología por sí mismo. El populismo puede ser de izquierdas, de derechas o incluso libertario, imbuido con la visión del mundo de los propios populistas. Murray Rothbard sin duda imaginaba un populismo libertario fuerte y Ron Paul usó eficazmente “End the Fed” como mensaje populista (aunque ideológicamente correcto) durante su campaña de 2012.
También es verdad que el populismo raramente se define, y cuando se hace, se hace mal. McCloskey ofrece una definición “ostensiva”, es decir, proporcionada por ejemplos en la historia. Pero la política tiende a ser muy local y la historia no es fácil que proporcione un hilo común de lo que hace populista una era, movimiento o líder. Si Jeremy Corbyn es igual que Mussolini (uno de los dos ejemplos que menciona McCloskey), entonces se puede perdonar a la gente común que piensa en términos de izquierda/derecha en lugar de estatista/libertario por su confusión acerca de lo que es exactamente el populismo.
En su maravilloso ensayo de 1946 “La política y el lenguaje inglés”, George Orwell explica el abuso de “palabras sin sentido” por parte de personajes de los medios de comunicación y políticos. Esas palabras, argumenta, se usan frecuentemente “con mayor o menor deshonestidad”, tratando de dirigir al oyente o lector en la dirección preferida.
Sin duda el “populismo” puede considerarse hoy una palabra sin sentido. Es solo una cierta definición, al menos en su uso actual, que deja “mucho que desear”, como dice Orwell. Se aplica frecuentemente como un término genérico para “alguien que sostiene opiniones políticas que no me gustan”. Los opositores no pueden definirlo exactamente, ni siquiera vagamente, pero saben que es malo.
Por eso ni siquiera los populistas reales piensan en sí mismos como tales ni reclaman voluntariamente la etiqueta de populistas. Los movimientos populares y los sentimientos populares son políticamente útiles, pero el calificativo de populista no lo es. Por el contrario, es una rémora, que demuestra el éxito que han tenido las élites en calificar al populismo como siniestro, mientras que la democracia por alguna razón siempre es noble.
Pero el populismo es solo democracia pura y dura. Trump, el Bréxit, Bernie Sanders, Cataluña y multitud de otras sorpresas representan expresiones democráticas de lo que quiere la gente, por muy miope o mal informada que esté. Si no pueden o no deberían tener lo que quieren, la clase política debería dejar de fingir y admitir que la socialdemocracia es un fracaso (algo que es improbable que ocurra).
Las élites (de izquierda, derecha y cualquier otro tipo) qué más quieren reprimir el peligroso gobierno de la plebe casi nunca apoyan el mecanismo requerido para hacerlo, es decir, los límites sobre el poder estatal. Pero aparentemente nunca consideran que los estados omnipotentes podrían ser algún día ocupados por chusma con distintas ideas.
Para escapar a la trampa de Orwell de una sospechosa vaguedad, deberíamos aplicar al menos una definición de trabajo del populismo:
- Contra la élite.
- Contra el establishment.
- Contra la tecnocracia.
- Hostil a los partidos políticos establecidos.
- Sintetiza las viejas concepciones de la izquierda y la derecha en opiniones políticas híbridas a veces esquizofrénicas.
- A menudo liderado por un personaje carismático.
Sin embargo, la oposición más estridente para el populismo se basa en su característica actual más destacada: estar en contra del globalismo. Aquí es donde las gomas tocan la carretera, donde Bernie se une a Trump que se une a Farage, y explica la profunda animosidad contra los movimientos populistas entre los políticos y las élites financieras occidentales. El globalismo es un inconmovible artículo de fe hoy entre los neoliberales, considerado tanto incuestionablemente bueno como patentemente inevitable. Por esto, más que nada, es por lo que el mundo político pareció sufrir una quiebra colectiva cuando Hillary Clinton perdió las elecciones de 2016.
El globalismo hoy es político y en absoluto liberal de por sí. Imagina y acaba requiriendo disposiciones políticas universales (es decir, socialdemocracia para todos). El verdadero liberalismo no es político y considera las diferencias entre pueblos al tiempo que respeta esas diferencias. Las diferencias crean ventajas comparativas y especialización, que ponen en marcha las condiciones para comercio liberal. Las diferencias políticas, económicas y culturales se mejoran a través de la subsidiariedad política mejor que a través del universalismo, creando las condiciones para que vivan en paz pueblos con visiones del mundo radicalmente diferentes: políticamente desligados, pero buscando paz, comercio, viajes, comunicaciones y diplomacia con otras naciones debido al interés propio.
Sin duda el globalismo político del siglo XX fracasó a la hora de impedir guerras masivas, bajas y el auge de ideologías autoritarias en Oriente y Occidente. ¿Debemos sin embargo doblar la puesta y aceptar la creencia neoliberal de que los mandatos del globalismo centralizador son necesariamente saludables y liberalizadores?
Sin resolver esta grandísima pregunta, ¿podemos al menos aceptar que los populistas tienen algo de razón? Cuando las élites, la universidad, Wall Street, Silicon Valley y los medios de comunicación están todos muy ligados al estado, ¿se equivocan los libertarios al criticar esta realidad sobre la base de que el antielitismo es de alguna manera antiintelectual?
Las críticas instintivas del populismo recuerdan a menudo a los expertos neoconservadores de política exterior y su uso promiscuo de las palabras sin sentido “guerra contra el terrorismo”: no tienen en cuenta las represalias y confunden tácticas con objetivos. Los libertarios deberían apoyar sentimientos o movimientos populistas cuando van a favor de la libertad y en contra del estado y oponerse a ellos cuando no sea así.
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