Comunistas, socialistas y redistribucionistas de todo tipo le dirán felizmente qué tan malo es el “capitalismo.” Pero, ¿saben lo que realmente es el capitalismo?
Nota del Traductor: Este es el primero de una serie de dos artículos acerca del mismo tema. El segundo, que será publicado de seguido, lleva por título “Nuestros antepasados se escaparon de una pobreza paralizante debido al capitalismo.”
Durante más de cien años uno de los principales sacos de boxeo ideológicos han sido las ideas, instituciones y el impacto del “capitalismo” sobre la sociedad. Piense en alguna cosa que a alguien no le gusta en el mundo y casi siempre la parte culpable de causarlo es la misma –“el capitalismo.” Pero, ¿qué es y que no es el capitalismo?
Las palabras “capitalismo” y “capitalista” fueron usadas de diferentes maneras desde muchos años atrás, pero primariamente es una creación del siglo XIX de los críticos de la sociedad de mercado, la cual estaba asumiendo muchas de sus formas “modernas” en las décadas primeras y a mediados del siglo XIX. Su uso y connotación se dirigían a transmitir la idea de un orden social bajo el cual “unos pocos” poseían los medios de producción (el “capital” de una sociedad), lo que les permitía explotar y abusar, para su propia ventaja material y financiera, de una mayoría mucho más grande.
El capitalismo como enemigo del mejoramiento humano
Su uso más popularizado, sin duda, surgió de los escritos de Karl Marx y de otros socialistas, quienes estaban seguros de que, si no fuera por la propiedad privada de los medios físicos de producción, todos los males y dificultades de la humanidad podrían ser eliminados de los hombros de la humanidad. La propiedad y el uso en común o “colectivo” de los medios de producción pronto eliminarían la pobreza, abolirían las disparidades en el ingreso y la riqueza y lograrían un mundo cercano de post-escasez, en donde los conflictos de las “clases sociales” acerca de la posesión de las cosas, serían cosa del pasado.
No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, los “experimentos” vigentes con la propiedad colectiva y la planificación central, mostraron crecientemente que todo lo que crearon fueron tiranías políticas, sociedades con un nuevo “estatus” de privilegio, basado en la membresía en el “Partido” o en la posición dentro de la burocracia y un estancamiento económico generalizado, con estándares de vida bien detrás de aquellos de los países “capitalistas.”
Así fue cómo, especialmente en “Occidente,” aquellos que habían sido promotores o apologistas de, al principio, el régimen soviético en Rusia y, luego, de otros gobiernos comunistas alrededor del mundo, cambiaron su tono. La empresa privada podía continuar “suministrando los bienes,” pero necesitaba ser restringida y controlada por una telaraña de regulaciones y restricciones, a fin de ver qué producía el “capitalismo” y adónde serviría mejor al “bien común,” en vez de las direcciones que tomarían los empresarios privados guiados sólo por el “ánimo de lucro.”
Al mismo tiempo, el estado intervencionista tenía que ser acompañado por el estado de bienestar, para asegurar una redistribución de la riqueza que fuera menos “explotadora” y más igualitaria, mediante el uso del sistema tributario, que se lo arrebataría de los “Pedros” “injustamente” más ricos, para dárselo a los “Pablos,” que en la sociedad tenían un menor ingreso y que se merecían más. (Ver mi artículo “Barack Obama and the Meaning of Socialism”.)
Al criticarse la economía de mercado, una tendencia frecuente ha sido cosificar al “capitalismo,” como si fuera una entidad viviente y que respira actuando dentro de y en contra de la sociedad. Por tanto, el “Capitalismo” explota a los trabajadores. El “Capitalismo” crea la pobreza. El “Capitalismo” destruye el medio ambiente. El “Capitalismo” es “racista.” El “Capitalismo” discrimina contra las mujeres.
La palabra tiene tantas connotaciones negativas en las mentes de tanta gente, que algunos amigos de la libertad han sugerido que, del todo, se detenga el uso de la palabra que designa al sistema económico que defienden los proponentes de la libre empresa; o que, para su uso, se agregue una palabra descriptiva más suave. Por ejemplo, “Capitalismo Compasivo,” o “Capitalismo Consciente,” o “Capitalismo Democrático,” o “Capitalismo Popular,” o “Capitalismo Estatista,” o…
Para bien o para mal, desde mi punto de vista, la palabra “capitalismo” no va a desaparecer y sus oponentes continuarán repitiéndolo una y otra vez a aquellos que se definen como sus defensores. Por tanto, ¿qué significa “capitalismo” para un amigo de la libertad? Y ¿qué no es “capitalismo”?
La propiedad privada, la libertad personal y la sociedad amable
El concepto básico detrás de una explicación de “capitalismo” es la propiedad privada. Esto es, la idea de que un individuo tiene un derecho de propiedad y uso exclusivo de algo. Para el liberal clásico, el derecho de propiedad más esencial que posee un individuo es su propia persona. En otras palabras, el individuo es dueño de sí mismo. Él ni legal ni informalmente puede ser tratado como esclavo de otra persona. El individuo tiene propiedad sobre su propia mente y cuerpo. Tampoco puede ser controlado u ordenado por otro por medio del uso de la fuerza o de su amenaza.
Esto implica que, si cada ser humano tiene ese derecho de propiedad privada sobre sí mismo, entonces, todas las asociaciones y relaciones entre seres humanos individuales deben basarse en el consentimiento voluntario y en el acuerdo mutuo. Ninguna persona puede ser obligada o defraudada en una relación de intercambio, de comercio o de asociación.
El liberal clásico también cree que, si este principio es seguido por la comunidad, tiende a crear una ambiente social en donde es más posible que sean promovidos el respeto y la tolerancia hacia otros y sus elecciones. Así, genera, de distintas maneras, una sociedad más humana. La gente necesita de la asistencia mutua y de la compañía en diversas formas. Si la fuerza no puede ser usada y si sólo el libre consentimiento puede servir como base de esas conexiones entre seres humanos, entonces, es conveniente que los individuos actúen con cortesía, deferencia y una dignidad implícita hacia otros.
Esto no significa que palabras y acciones rudas, irrespetuosas e incluso crueles, no se puedan presentar entre la gente. Sino que significa que hay costos por hacerlo, pues aquellos que son tratados de esa forma es menos posible que participen voluntariamente en el intercambio u otros tipos de relaciones con aquellos que los tratan en tales términos negativos. De todas maneras, a algunos eso podrá no importarles y proceden a actuar en formas irrespetuosas e intolerantes. Pero, para la mayoría de las personas, los beneficios de las relaciones pacíficas y mutuamente aceptadas en las que se participa voluntariamente, ofrecen frutos mayores en el largo plazo, antes que permitir que se dé rienda suelta a los prejuicios de uno.
Es más, en una sociedad de asociación voluntaria, la cortesía, el respeto, la deferencia y la amabilidad, con el paso del tiempo se convierten en normas sociales y aquellos que fallan en actuar en tales sentidos hacia otros (sin importar cómo algunos de ellos se puedan sentir a lo “interno”) enfrentan un posible ostracismo social o críticas por su “mal comportamiento.” Esto reduce las posibilidades de esos individuos para lograr sus propios objetivos y propósitos, para los cuales necesitan de la cooperación de sus congéneres. (Ver mi artículo, “Free Markets Refine Good Manners”.)
El origen de la propiedad legítima y su justicia
Pero, una filosofía liberal clásica de la libertad y del capitalismo no concluye con la propiedad que de sí mismo tiene cada individuo. También, sostiene el derecho de los individuos a establecer un derecho de propiedad sobre la “propiedad verdadera” en forma de recursos, materias primas, tierra, medios de producción producidos (maquinaria, herramientas, equipo) y bienes terminados manufacturados a partir de ellos.
Primariamente, está basada en la idea de la “primera apropiación’” o adquisición, por medio del intercambio voluntario con otros en una sociedad. En general, la teoría de los “derechos naturales” por mucho tiempo ha sido controversial entre filósofos políticos e incluso entre pensadores liberales clásicos de diversas tendencias. No obstante, permanece como una concepción básica derivada de John Locke, cual es que, si un hombre se establece en una tierra previamente no ocupada o no poseída por algún otro, ese individuo ejerce un derecho legítimo sobre ella como su posesión legítima, al trabajar y cambiar esa tierra, tal como limpiando el sitio, plantando la cosecha, atendiendo a su madurez y aportando la cosecha. (Ver mi artículo “John Locke is Needed Now More than Ever.”)
Esta idea se deriva del sentido intuitivo de que, virtualmente toda la gente que razona, comparte, habría una injusticia inherente o “equivocada”” si una banda de ladrones cayera sobre nuestro asentamiento en la tierra y de nuestro trabajo como agricultor, y procediera a saquear los esfuerzos de su trabajo mental y físico. Después de todo, nuestro individuo usó su mente para concebir transformar en una granja a la tierra no desarrollada. Y luego se puso, con sus propios esfuerzos de trabajo, a producir la cosecha recogida.
Si esa no es su propiedad privada, entonces, ¿quién puede hacer un alegato justo a los frutos de su trabajo? ¿La amenazante banda de ladrones a los que ahora enfrenta? ¿O algunos otros de una colina vecina, quienes no han hecho trabajo alguno para lograr que haya una cosecha, pero que dicen que la “necesitan” para su propia supervivencia o placer?
Si se hace tal demanda, ya sea por ladrones o por aquellos que sólo quieren la cosecha suya, ¿qué pasa si él voluntariamente no está dispuesto a que se le despoje de su cosecha? ¿Pueden ellos usar la fuerza para quitársela? ¿Pueden ellos amenazar su vida si pone resistencia? ¿Pueden ellos matarlo si actúa para mantener la posesión de lo que su trabajo ha producido? Y, si sucede esto último, ¿es la vida que se le quita al defender su cosecha una muerte injustificada?
Si nuestro desafortunado agricultor no pone resistencia a los ladrones, porque teme más por su vida si intenta tal resistencia, imagínese que él decidiera que ese robo es posible que suceda de nuevo, si es que lleva a cabo la siembra y la recolección de la cosecha durante la próxima estación. Por tanto, él decide no hacerlo y simplemente trata de “vivir del campo” con sólo lo que la naturaleza le brinda, sin ningún esfuerzo trasformador de su parte, de forma que así mantiene un perfil bajo ante los ojos saqueadores de esos ladrones.
Si la banda de ladrones regresara y no encuentra algo que saquear, ¿pueden ellos tomar control físico de nuestro desafortunado individuo y, de nuevo, bajo la amenaza de la fuerza, hacer que él trabaje la tierra para plantar, hacer que crezca y recoger la cosecha, para que los ladrones aleguen que es propio de ellos? Si así lo hiciera, ¿no ha sido nuestro individuo transformado en un esclavo, una persona que no es dueña de su propia mente y cuerpo, sino que es forzado a usarlos ante la amenazante orden de otros?
He escogido presentar este escenario en forma de una serie de preguntas retóricas en vez de afirmaciones declarativas positivas. La razón es que su forma de preguntas le pide al lector más directamente que establezca, por sí mismo, al ir leyendo, cuáles son las respuestas. Sospecho que serán pocos quienes lo hayan hecho y llegan a otra conclusión diferente de ésta: la cosecha recogida es la propiedad justamente producida y poseída del individuo, que no puede ser tomada por otros sin su consentimiento. Y que sería igualmente injusto si a él se le negara el derecho a su libertad, al obligársele a trabajar bajo las órdenes de otros, ante la amenaza o el uso de la fuerza.
La propiedad privada como fuente de riqueza y civilización
Ahora bien, si el individuo tiene un derecho a su vida y a su libertad, y a los frutos de su propio trabajo -la cosecha recolectada- entonces, se deduce lógicamente que ese individuo tiene derechos de propiedad igualmente justos sobre las herramientas, los implementos y el equipo, que él ha producido por medio de su trabajo mental y físico, para que le asista en sus esfuerzos productivos.
De tal forma, él tiene título legítimo sobre el arado con el que ha preparado los surcos en el campo que él ha preparado. Esos medios de producción producidos -el arado y todas las demás herramientas e implementos- constituyen el “capital” físico debidamente poseído por el individuo, el cual le asiste en sus esfuerzos productivos.
Al tener la libertad personal y la propiedad debidamente poseída, tanto de la tierra en que se ha establecido, como del “capital” físico para producir el producto deseado, él ha aumentado su propia capacidad de sobrevivir y de mejorar su propia vida. De hecho, se ha discutido que el derecho y el reconocimiento de la propiedad privada han sido la base de todo lo que llamamos civilización y mejora material humana.
Así lo explicó el connotado economista político británico del siglo XIX, John R. McCulloch (1789-1864), en su altamente leído libro Principles of Political Economy (1864):
“Por lo tanto, no nos engañemos a nosotros mismos al suponer que es posible que cualquier pueblo surja de la barbarie, o que se enriquezca, prospere y se civilice, sin la protección de la propiedad… La protección acordada a la propiedad por todas las sociedades civilizadas, aun cuando no haya enriquecido a todos los hombres, ha hecho más por incrementar su riqueza, que cualesquiera otras instituciones juntas…
El establecimiento de un derecho a la propiedad permite el esfuerzo, la invención y la empresa, que la previsión y la economía reciban su recompensa debida. Pero lo hace sin infligir el daño más pequeño que se pueda imaginar sobre cosa alguna… Los efectos [de la propiedad] son del todo benéficos. Es una muralla levantada por la sociedad contra sus enemigos comunes –contra la rapiña, y la violencia, saqueo y opresión. Sin su protección, los ricos se empobrecerían y los pobres no tendrían posibilidad alguna de llegar a ser ricos ─todo se hundiría en el mismo abismo sin fondo de la barbarie y la pobreza.”
Por tanto, el capitalismo es un sistema económico basado en el principio del derecho de cada individuo a su propia vida, a su propia libertad y a su propiedad honestamente adquirida. Esta propiedad privada incluye a su propia mente y cuerpo y los productos físicos que sus esfuerzos mentales y físicos han producido.
El sistema capitalista también se basa en el principio de que el reconocimiento de todo individuo a su derecho a su propia vida y libertad, requiere que todas las relaciones y asociaciones humanas sean establecidas por medio del acuerdo voluntariamente consentido y mutuo. La violencia y el fraude son incompatibles con la lógica de un sistema capitalista de producción y de asociación humana.
La división del trabajo y el trabajo de otros posicionado ante nosotros
Razonablemente se nos puede preguntar ¿y qué acerca de un mundo, como el nuestro, en el cual la tierra y los recursos para producir las necesidades y comodidades de la vida diaria que no están reclamados y sin colonizar y, por tanto, que no tienen dueño, no están disponibles para que cada individuo o familia pueda apropiarse de ellos para sí? Entramos al mundo y ya otros son dueños de casi todo en ese mundo. Así, la noción Lockeana de derechos de propiedad justos parece tener poca relevancia en “tiempos modernos.” Desde hace mucho desapareció la “frontera” sin límites, abierta y disponible para su colonización y adquisición.
Pero, no es necesario que todos posean tierra, recursos y medios de producción producidos, para estar en capacidad de acceder a todos los bienes terminados que se desean. Es suficiente con que aquellos que los poseen se ubiquen en una posición la cual incremente sus propios intereses y su mejoría. Ellos, igualmente, debe aplicar y dirigir su uso de formas que sirvan a los deseos de otros en sociedad.
El economista austriaco Ludwig von Mises describió eso en su famoso trabajo Socialism: An Economic and Sociological Analysis (1951) [Socialismo: Análisis Económico y Sociológico]:
“Para poseer un bien de producción en el sentido económico, es decir, para utilizarlo en los fines económicos a que está destinado, es innecesario tener de él la misma posesión física que aquella que se debe tener de los bienes de consumo, para consumirlos o utilizarlos. Para tomar café no se requiere poseer una plantación en Brasil, un barco y un molino, aunque todos estos medios de producción sean indispensables para que una taza de café llegue a servirse en una mesa.
Basta con que otros posean esos medios de producción y que los empleen para mí. En una sociedad que se funda en la división del trabajo, nadie tiene la propiedad exclusiva de los medios de producción, ya se trate de los medios materiales como de los medios humanos, es decir, del trabajo. Todos los medios de producción brindan servicios a todo el mundo que compre y venda en el mercado.”
En un sistema de mercado -o capitalista- basado en la división del trabajo, los individuos encuentran campo en el sistema social de división del trabajo en diversas funciones. El individuo, que no es dueño de algo excepto el trabajo de su propia mente y cuerpo, es capaz de vender sus talentos y habilidades por lo que otros pueden considerar como valioso, ya sea mediante la satisfacción directa de las demandas de esos otros como consumidores, o bien cuando asisten a un empleador para que produzca un producto que será vendido a los consumidores en el mercado.
Con los salarios ganados por servicios brindados, este individuo, que no posee otra cosa más que a sí mismo, ahora tiene los productos del mundo puestos a su disposición, por parte de todos los dueños privados de los diversos medios de producción, quienes sólo pueden obtener ingresos si encuentran compradores interesados y dispuestos a adquirir los bienes y servicios que ofrecen. En función de sus intereses propios, de forma que también puedan demandar los productos de otros en la arena del intercambio en el mercado, los poseedores de los medios de producción físicos deben esforzarse más en sus papeles de productor, para satisfacer exitosamente los deseos de consumo de todos los demás en la sociedad.
Yo me gano la vida como profesor de economía. Además de dar conferencias y escribir, realmente no soy muy bueno en cualquier otra cosa (¡tan sólo pregúntenle a mi esposa, cuando se trata de hacer reparaciones cotidianas en la casa!). Yo tengo mi mente y mi cuerpo. He llenado mi mente con muchas ideas acerca de la economía, la historia, la filosofía política, la sociología y con un poco de literatura clásica. Y tengo mi cuerpo para entrar en el aula de clases y hablar acerca de esas ideas frente a un grupo de estudiantes y para sentarme enfrente de una computadora portátil, para escribir acerca de por qué estoy sentado frente a esa computadora y de por qué no soy bueno para otra cosa.
Aun así, con el ingreso que mi empleador universitario me paga por las clases y servicios relacionados que desempeño, estoy en capacidad de ir al mercado en mi papel de consumidor y demandar los productos de todos los demás que existen en el mercado global. Sus mercancías me son ofrecidas con amabilidad y cortesía, pues todo vendedor con el cual interactúo sabe que yo no tengo que comprar su producto. Puedo gustosamente no adquirirlo, irme con las manos vacías, porque no me gustaron los productos o porque pensé que no era aquello que estaba buscando o que no consideré que el precio fuera atractivo. El vendedor sabe que en este sistema voluntario, basado en la división del trabajo en el mercado, yo puedo comprar alguna versión alternativa del producto que vende, de uno de sus competidores, quien también está atento a ganarme como cliente.
La desigualdad del ingreso y la evaluación por el mercado de nuestra valía
Pero, ¿no es que algunos en este sistema capitalista de la división del trabajo y del intercambio en el mercado, tienen más dólares para gastar que los que yo tengo? ¿Pueden ellos comprar más y poder pagar precios más altos que yo y ofrecer así pagar precios superiores por algunas de las cosas que me gustaría comprar? Sí, eso es cierto. Pero, ¿por qué ellos tienen más dólares para gastar en el mercado, que los que yo tengo? Porque todos los demás en la sociedad, que hayan ganado dólares para gastar, han gastado más de ellos en los servicios o productos de la persona rica que en los míos. Mis compañeros partícipes en el mercado han, en cierto sentido, “votado” con sus dólares y han dicho que consideran que, lo que les ofrece vender el otro compañero, es de mayor importancia y valor para ellos, que lo que yo estoy llevando al mercado.
Todas nuestras posiciones relativas individuales en sociedad en cuanto al ingreso y la riqueza, representan los que nuestros compañeros participantes en el mercado piensan que cada uno de nosotros vale, en cuanto a satisfacer sus demandas de cosas. Cada uno de nosotros ayuda a determinar la posición del ingreso relativo de todos los demás, cuando gastamos porciones de nuestro ingreso ganado, en diversos bienes que deseamos y por los cuales estamos dispuestos a pagar.
El sistema capitalista genera el marco institucional y la estructura de incentivos que deja a todo mundo en libertad, como individuo, de vivir su propia vida, de disfrutar de su libertad personal y de usar su propiedad privada pacíficamente. Pero, ese mismo marco institucional y la estructura de incentivos de la asociación voluntaria y el intercambio, en una red emergente de divisiones del trabajo interdependientes, crea el marco en el cual se convierte en el interés propio de todos, enfocar primordialmente su conocimiento, habilidades y competencias en sus actividades de producción, para satisfacer los deseos personales de otros, como medios para fomentar sus propios objetivos y propósitos en sociedad.
Entonces, ¿dónde está la “explotación” de los trabajadores o de los consumidores en la tal sociedad “capitalista”? ¿En dónde están los incentivos o capacidades para “violar al ambiente” o discriminar dañinamente en contra de la gente con base en, digamos, género o raza? ¿Cuáles caminos están abiertos y disponibles para que los menos afortunados por razones de nacimiento o circunstancias, puedan superarse y elevar su ingreso relativo y su posición social en la comunidad de la humanidad?
Analizaremos estas preguntas y problemas en la segunda parte de este artículo.
Traducido por Jorge Corrales Quesada, el artículo original se encuentra aquí.
de Instituto Mises http://ift.tt/2BiH8Hu
http://ift.tt/2BeCKtf
de nuestro WordPress http://ift.tt/2iGO1r2
http://ift.tt/2BeCKtf
Blogs replicados, fabricio, Instituto Mises, mises
No hay comentarios:
Publicar un comentario