Como ocurre cada vez que se propone cualquier tipo de cambio fiscal que pueda demonizarse como “recortes fiscales para los ricos”, el marco de la reforma fiscal de la administración Trump se ha encontrado con una señalización de virtud de “grávame más”. El último episodio que he visto fue “I’m a billionaire. Tax me more”, en el número del 6 de octubre de Los Angeles Times. Ahí el millonario Tom Steyer escribía: “Como millonario, me beneficiaría enormemente de los recortes fiscales propuestos (…) Pero me opongo firmemente a ni siquiera un penique en recortes a personas ricas y grandes empresas”, porque esto “desfinanciaría los programas públicos críticos de los cuales dependen familias estadounidenses”.
Por desgracia, esa señal de virtud es en realidad una señal de vicio. Las personas que tienen rentas más altas ya pagan una porción enormemente desproporcionada de los impuestos usados para financiar programas públicos. Como esos impuestos superiores no generan mayores beneficios, la postura de Steyer es esencialmente de caridad coactiva (la gente con rentas superiores debería ser obligada a pagar más para que el gobierno pueda dar más a otros, que no lo ganan) y si otras personas ricas no reclaman voluntariamente impuestos superiores como yo, es solo porque son egoístas (aunque uno se pregunta por qué aquellos que quieren algo a cambio de nada no son considerados más egoístas).
Como los voluntarios fiscales ricos individuales solo pagarían una pequeña fracción del coste real de los programas que favorecen, al forzar a los demás a asumir casi toda la factura proporcionan un ejemplo más de cómo las inmensas recompensas de tomar la propiedad de otros a través del gobierno llevan a la gente a torturar la lógica para justificar por qué otros merecen tu dinero más que tú, siendo gobierno meramente el mecanismo necesario para alcanzar la caridad requerida.
Sin embargo, la lógica de la caridad coactiva es defectuosa. Pocos lo han dejado tan claro como F.A. Harper. En Liberty: A Path to Its Recovery, hace más de 50 años, destrozaba la excusa de la “caridad” para violar la libertad.
El derecho al producto del propio trabajo (…) no está en conflicto con la compasión y la caridad. Dejar estos asuntos a la acción voluntaria, en lugar de aplicar la coacción, está más en armonía que en conflicto con la ética cristiana (…) la ayuda ofrecida voluntariamente (…) es verdadera caridad; la tomada por fuerza de otro (…) no es caridad en absoluto a pesar de su uso para “propósitos caritativos” declarados. La virtud de la compasión y la calidad no puede engendrarse por el vicio del robo.
La “caridad política” viola la esencia de la caridad (…) tomada por fuerza de los bolsillos de otros. (…) Dicho esto, el proceso de “caridad política” es una violación tan completa de los requisitos de la caridad como pueda concebirse.
Quienes sostienen que los derechos de la libertad están en conflicto con la caridad suponen falsamente que las personas generalmente tienen una total desconsideración por el bienestar de otros. (…) El derecho a tener rentas y propiedad privada significa el derecho a controlar su disposición y uso: no significa que la persona deba consumirlas en sí misma en su totalidad.
Tampoco la compasión es una virtud tan barata como para ser practicada por la mera distribución de concesiones de ayuda tomadas de los bolsillos de otros (…) comprando alimentos y cosas para ciertas personas usando el dinero de otros.
Cuando se obliga a un contribuyente a participar en “caridad” a pesar de su juicio de necesidad, rehuirá cada vez más la sensación de responsabilidad que es el requisito para un espíritu de compasión (…) ya que cada vez aceptara más el punto de vista: “¡Eso es asunto del gobierno!”
A la defensa de estos derechos de la libertad se le llama a veces “egoísmo”. “Ego”, si se usa en este sentido, significa (…) cualquier cosa que esta persona considere digna de ayuda con sus rentas o ahorros.
Si se acusa de “egoísmo” a quien reclama y el derecho a lo que haya producido, debería también acusarse de egoísmo de un orden mucho menos virtuoso a cualquier no productor que tome la renta y riqueza de otro contra su voluntad.
Si el control de la disposición y uso de renta y riqueza ha de llamarse “egoísmo”, entonces es inevitable que todos actúen egoístamente. (…) La pregunta es entonces: ¿Quién debería tener derecho a ser egoísta, el que lo produjo o alguna otra persona? ¿Es egoísmo controlar la disposición de lo que has producido, pero no egoísta controlar la disposición de lo que te has llevado?
Revisar cuidadosamente [el] supuesto de partida de que la justicia y la caridad y el altruismo pueden lograrse mejor dando una sanción legal o moral a la toma por una persona del producto del trabajo de otra por la fuerza.
La libertad no está en conflicto con la caridad. Más en concreto, la calidad es posible y puede alcanzar grandes proporciones solo bajo la libertad y bajo la libertad, la “necesidad” de esta probablemente se reduciría enormemente.
Tom Steyer y otros “voluntarios de gravar a los ricos” sin duda tienen buenas intenciones. Sin embargo, la virtud que muestran así en público distrae la atención del vicio necesario que implica violar la libertad de otros. Aunque pocos lo sepan hoy, F.A. Harper mostró el agujero a salvar en los argumentos de por qué la caridad justifica la coacción de otros por el gobierno. Demostró que la coacción publicado al mismo tiempo menoscaba la calidad y crea más “necesidad”. Además, la “generosidad” involuntaria amenaza la libertad:
La libertad (…) requiere la aceptación de dominios independientes dentro de los cuales se le permite a una persona cometer sus errores, si lo hace con lo que es suyo (…) Se convierte en un derecho moral esencial de una persona “hacer lo que quiero con lo mío” en lugar de hacer lo que quiero con lo tuyo.
El artículo original se encuentra aquí.
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