viernes, 8 de diciembre de 2017

Respuesta a Leland B. Yeager sobre “Mises y Hayek sobre cálculo y conocimiento”, por Mises Hispano.

En este artículo sobre “Mises y Hayek sobre cálculo y conocimiento”, Leland Yeager argumenta en contra de la visión recientemente propuesta por Murray Rothbard, Jeffrey Herbener y yo mismo de que el cálculo y el conocimiento constituyen problemas independientes y distintos de la organización económica y de que Ludwig von Mises atribuía la imposibilidad de socialismo exclusivamente a su incapacidad de resolver el primer problema. En su contestación, Yeager argumenta que el cálculo, tal y como usan este término Salerno, Rothbard y Herbener (a partir de aquí SRH) se refiere únicamente a una operación aritmética trivial y que, por tanto, es absurdo y una violación de un aparente principio de la hermenéutica, es decir, “un principio holístico de interpretación textual”, identificar, como hacen SRH, el cálculo en este sentido como lo crucial de la crítica de Mises a la planificación centralizada socialista.

Yeager trata de respaldar su alegato hermenéutico argumentando que si se resolviera el problema del conocimiento, es decir, si los planificadores centrales estuvieran milagrosamente dotados de conocimiento de todas las funciones de producción previamente descubiertas usadas actualmente o potencialmente útiles, además de una información detallada, exhaustiva y pormenorizada con respecto a las cantidades, cualidades y ubicaciones de los recursos existentes y la serie global de escalas de valor del consumidor (definidas de manera completa para incluir preferencias de ocio y tiempo, así como preferencias por los diversos tipos de trabajo), entonces todo lo que quedaría por hacer para llevar a cabo una asignación racional u “óptimo de Pareto” de los recursos es ocuparse del problema relativamente manejable de programación lineal que puede resolverse utilizando una supercomputadora. Así que Yeager afirma que se reafirma lógicamente en su conclusión de que, al eliminar el problema del conocimiento de su consideración, SRH están exponiendo el problema del cálculo en un sentido limitado e insignificante que “trivializa y caricaturiza” la crítica del socialismo de Mises.

No hay mucho decir acerca de la principal alegación de Yeager, salvo que está completamente fuera de lugar, porque se basa en una burda mala interpretación del significado explícitamente asociado a la expresión “problema del cálculo” por SRH. Es verdad que cuando SRH usan la expresión “problema del cálculo” esta conlleva y culmina en computaciones aritméticas llevadas a cabo para identificar los empleos más valiosos de recursos escasos en una economía caracterizada por la especialización y la división del trabajo, como, por ejemplo, los cálculos de beneficio de los empresarios que operan en una economía de mercado. Sin embargo, de esto no se deduce que, para SRH, el problema del cálculo, tal y como lo concebía Mises, se refiera únicamente a las técnicas matemáticas empleadas para manipular los datos cuantitativos dados: se refiere, por el contrario, al origen y sentido de los propios datos. Es, en resumen, un problema de “valoración” y no de “aritmética”.

Como han destacado repetidamente SRH, la demostración misesiana de la imposibilidad lógica del socialismo no deriva de la incapacidad de los planificadores centrales para llevar a cabo tareas que puedan concebiblemente llevarse a cabo por mentes humanas individuales (por ejemplo, descubrimiento de conocimiento factual y técnico, computaciones matemáticas, monitorización de la gestión y prevención del absentismo laboral, etc.). Más bien se refiere a la falta de un proceso genuinamente competitivo y social del mercado en el que todos y cada uno de los tipos de recursos escasos reciben una evaluación en precios objetivos y cuantitativos en términos de un denominador común que refleja su importancia relativa a la hora de atender preferencias (previstas) del consumidor. Este proceso de evaluación social del mercado transforma el conocimiento sustancialmente cualitativo acerca de las condiciones económicas adquirido individual e independientemente por los emprendedores en competencia, incluyendo sus estimaciones de las valoraciones subjetivas inconmensurables de los consumidores individuales para toda la matriz de bienes finales, en un sistema integrado de relaciones objetivas de intercambio para la multitud de factores originales e intermedios de producción. Son los elementos de esta estructura coordinada de evaluaciones de precios monetarios para los recursos, en conjunción con los precios futuros calculados de los bienes de consumo, los que sirven como datos en los cálculos del beneficio emprendedor que deben servir como base para una asignación racional de recursos.

Que la evaluación y no la aritmética constituye la esencia del problema del cálculo está claramente indicado en numerosos pasajes de las obras de Salerno y Rothbard citadas por Yeager. Por desgracia, Yeager ignora estos pasajes clave. Por ejemplo, en uno de mis artículos (Salerno 1990a, pp. 54-56) citado por Yeager, identifico el aspecto crucial de la competencia empresarial en los mercados de recursos en el problema del cálculo económico:

En este proceso competitivo, todos y cada uno de los tipos de servicios productivos se evalúan objetivamente en términos monetarios, de acuerdo con su contribución última a la producción de bienes de consumo. Así se crea la estructura de precios monetarios del mercado, un fenómeno genuinamente “social” en el que a toda unidad de bienes y servicios intercambiables se le asigna un numero cardinal socialmente significativo y que tiene sus raíces en las mentes de todo miembro individual de la sociedad, aunque debe siempre trascender a la contribución de la mente humana individual.

Como la estructura social de precios se destruye y recrea continuamente en cada momento por el proceso devaluación competitiva que funciona a la vista del impensable cambio de los datos económicos, siempre hay disponible para los emprendedores los medios para estimar los costes de ingresos y calcular la rentabilidad de cualquier proceso concebible de producción.

Sin embargo, si la propiedad privada de los medios no humanos de producción se deroga, como pasa en el socialismo, el proceso de evaluación debe detenerse. (…) En ausencia de ofertas competitivas por recursos productivos por parte de los emprendedores, no hay posibilidad de asignar significado económico a la amalgama de productividades físicas potenciales encarnadas en cada uno de los múltiples recursos naturales y bienes de capital en manos de los planificadores centrales socialistas. (…)

Una sociedad sin cálculo económico, es decir, una sociedad socialista es, por tanto, bastante literalmente, una sociedad sin economía.

Posteriormente en la misma obra (Salerno 1990a, pp. 62-63), retrato el alegato misesiano contra el socialismo de mercado en términos similares:

Desde el punto de vista misesiano (…) los defectos de los precios de socialismo de mercado no derivan del hecho de que se suponga que dichos precios son tratados como “paramétricos” por los gestores. (…) El problema es precisamente que dichos precios no son genuinamente paramétricos desde el punto de vista de todos los miembros del grupo social. Los precios que aparecen en el mercado libre tienen sentido para el cálculo económico porque y en la medida en que están determinados por un proceso de evaluación social, que, aunque sea el resultado inevitable de las operaciones mentales de todos los consumidores y productores, aun así aparece como un factor inalterable en los planes de compra y venta de todo actor individual.

Es evidente a partir de los pasajes anteriores que no concibo la evaluación ni como conocimiento ni como aritmética, sino como algo nuevo bajo el sol, introducido en el mundo solo cuando se cumplen los requisitos institucionales de una economía de mercado. El proceso social de evaluación trasciende así las operaciones puramente individuales de conocer y computar, al mismo tiempo que las complementa creando las condiciones indispensables para la decisión racional por parte de emprendedores y dueños de recursos cooperando en la división del trabajo. De hecho, en otra obra citada por Yeager, me refiero específicamente a la distinción de Mises entre “números cardinales y sus propiedades aritméticas [que] son ‘categorías eternas e inmutables de la mente humana’” y “el cálculo económico [que] es ‘solo una categoría propia de la acción bajo condiciones especiales’” (Salerno 1990b, p. 45).

Al explicar lo que considero que es la visión de Mises, no pretendo por tanto decir que la llegada del socialismo haga repentina y misteriosamente incapaces a los hombres de realizar operaciones aritméticas. Más bien mi idea es y siempre ha sido que el socialismo elimina la evaluación cuantitativa de los medios, sin la cual las habilidades computacionales del hombre y su conocimiento de los hechos particulares y las normas técnicas generales serían completamente inútiles a la hora de guiar la producción dentro del marco de la división social del trabajo. Como concluyo en el último artículo “Es porque al socialismo le faltan los medios para calcular, por tanto, por lo que Mises niega categóricamente que los hombres ‘sean libres para adoptar el socialismo sin abandonar la economía de los medios de producción’. (…) De hecho, Mises concebía que la ventaja social del sistema de precios era que hacía practicable la propia sociedad humana al proporcionar los números cardinales para computar los costes y beneficios de la acción intencionada llevada a cabo dentro de la división social del trabajo” (Salerno 1990b, p. 48).

También indico que el concepto de Mises de “la división intelectual del trabajo” se refiere a la necesidad de la existencia de intelectos y voluntades independientes (de capitalistas-emprendedores, trabajadores, terratenientes y consumidores) para la evaluación cuantitativa de los medios de acción social (Salerno 1990b, pp. 41-42). Por el contrario, Yeager analiza el concepto de Mises como una versión embrionaria de la “división del conocimiento” de Hayek. Así, Yeager (p. 97) llega a la conclusión errónea a partir de su importante idea de que “trabajo intelectual implica conocimiento y división del trabajo significa abandonar al menos algún conocimiento descentralizado y actuar sobre él”. No hace falta un sistema de precios porque el conocimiento útil está disperso, como infiere Yeager a partir de esta idea; más bien, el conocimiento debe estar descentralizado (entre previsores y evaluadores emprendedores en competencia) para que aparezca un sistema de precios que indique con algún sentido las escaseces relativas de recursos sutiles. O, por decirlo más directamente, el conocimiento disperso no es una desgracia sino una suerte para la raza humana: sin él, no habría ámbito para la división intelectual del trabajo y la cooperación social bajo la división del trabajo resultaría consecuentemente imposible. Así, un mundo exactamente como el nuestro pero gobernado por un señor perfectamente benevolente y “empático”, que, al estilo de Star Trek, pudiera asimilar mentalmente, de forma total e instantánea, las valoraciones subjetivas y conocimiento de sus súbditos, sería incapaz de desarrollar una estructura compleja de capital y producción por falta de un medio de evaluación.

También Rothbard, en sus artículos referidos por Yeager, es nítidamente claro en que el problema del cálculo identificado por Mises va mucho más allá de un mísero problema aritmético. Igualmente, implica mucho más que la dificultad de adquirir información cualitativa acerca de condiciones de mercado previamente prevalecientes. Como escribe Rothbard (1991, p. 66):

El problema no es el conocimiento (…) sino el cálculo. El conocimiento que conllevan los precios presentes (o del “pasado” inmediato) son las valoraciones del consumidor, tecnologías, suministros, etc. del pasado inmediato o reciente. Pero lo que le interesa al hombre que actúa, al comprometer recursos en la producción y venta, son los precios futuros y el compromiso actual de los recursos lo lleva a cabo el emprendedor, cuya función es evaluar (para prever) precios futuros y asignar recursos de acuerdo con ello. Es precisamente este papel central y vital del emprendedor evaluador, dirigido por la búsqueda de beneficios y la elusión de pérdidas lo que no puede realizar el consejo socialista de planificación, por falta de un mercado de los medios de producción. Sin ese mercado, no hay precios monetarios genuinos y por tanto no hay manera de que el emprendedor calcule y evalúe en términos monetarios cardinales.

En un segundo artículo citado por Yeager, Rothbard (1992, p. 20) representa magníficamente la interpretación de SRH del cálculo económico: “los precios proporcionados por el mercado, especialmente los precios de los medios de producción, son un proceso social, disponible para todos los participantes, por el que el emprendedor es capaz de evaluar y estimar costes y precios futuros. En la economía de mercado, el conocimiento cualitativo puede transmutarse, a través del sistema de precios libres, en cálculo económico racional de precios y costes cuantitativos, permitiendo así la acción empresarial en el mercado”.

Dada la importante evidencia textual que he aducido antes para responder a su afirmación de que SRH consideran el problema del cálculo como uno de aritmética, Yeager parece estar transgrediendo su propio principio hermenéutico de evitar atribuir posiciones absurdas e incoherentes a sus oponentes sin haber entendido completa y compasivamente sus argumentos. Sin embargo, no creo en que sea justo o apropiado atribuir la palpable mala lectura de Yeager de la postura de SRH a un deseo irrestricto de aprovechar una ventaja polémica o a una investigación descuidada. Por contrario, creo que en la fuente de la caracterización errónea de Yeager de nuestra postura reside en su visión estática de la función de los precios y el cálculo económico. Esta visión se revela en el argumento lógico que aporta para negar cualquier distinción que no sea muy trivial entre conocimiento y cálculo, un argumento que pretende impulsar su afirmación textualmente injustificada de que SRH igualan cálculo y aritmética.

En la sección sobre “Cálculo económico”, que precede y presenta su propia explicación de “Lo que Mises quería decir”, Yeager (pp. 92-95) delimita su visión de las funciones realizadas por los precios. Procediendo en una línea hayekiana, Yeager califica los precios del mercado como un sustitutivo del conocimiento perfecto que suponían los teóricos neoclásicos que poseían todos los participantes del mercado. Sin embargo, como he argumentado en otro lugar (Salerno 1993, pp. 126-129), para que los precios lleven a cabo esa función de diseminación de conocimiento es necesario que la economía ya subsista en un estado casi estático o lo que he llamado “equilibrio próximo” (EP), en el que la verdadera incertidumbre y la necesidad de evaluación emprendedora están ausentes y los precios actuales son una guía aproximadamente correcta para precios futuros. De hecho, esta es la visión que adopta el propio Hayek (1978, p. 82), que escribe que “la función de los precios es precisamente comunicar, tan rápidamente como sea posible, indicadores de cambios que el individuo no puede conocer, pero a los que debe ajustar sus planes. Este sistema funciona porque en general los precios actuales son indicaciones bastante fiables de cuáles serán probablemente los precios futuros”. En otro lugar, Hayek (1940, pp. 27-28) argumenta que “las condiciones reales (…) lo hacen hasta cierto punto tan aproximado [hacia un estado de equilibrio] y (…) el funcionamiento del sistema económico existente dependerá del grado en que se aproxime a dicha condición”.

A Yeager no le asustan las implicaciones del EP de la descripción hayekiana de la función de los precios. De hecho, las acepta con alegría, argumentando que el cálculo económico que emplea precios cargados de conocimiento funciona “idealmente” para mantener el sistema económico en un equilibrio competitivo a largo plazo caracterizado por una asignación de óptimo de Pareto de los recursos. El argumento de Yeager se resume en los siguientes cuatro enunciados extraídos de su sección sobre “Cálculo económico” (Yeager, pp. 92-95):

Idealmente, en una economía competitiva, el precio de cada producto mide no solo cómo lo valoran los consumidores en el margen, sino también cuál es el total de los precios de los recursos adicionales necesarios para suministrar una unidad adicional de este [es decir, Pi=MCi]”. (…)

Cada consumidor, idealmente, no deja sin explotar ninguna oportunidad de aumentar su satisfacción total esperada desviando algún dólar de una compra a otra [es decir, MU1/P1=MU2/P2= … =MUn/Pn, implicando un arbitraje perfecto de los precios individuales de las materias primas y el poder adquisitivo general del dinero]. (…)

Idealmente, las ofertas de precio [de los consumidores] muestran que ninguna unidad de un recurso va satisfacer una demanda efectiva menos intensa negándosela a una más intensa [es decir, PFj=MVPj]. (…)

Idealmente, el resultado de un cálculo económico con éxito (…) es un estado de cosas en el que ninguna redisposición adicional de patrones de producción y uso de recursos pueda lograr un aumento de Valor para los consumidores de ningún bien concreto o con el mero coste de un sacrificio menor de Valor de ningún otro bien [es decir, Pi=ACi]. (Una explicación más completa presentará el concepto de óptimo de Pareto en este punto).[1]

La repetición de Yeager del término “idealmente” en este contexto, que he puesto en cursivas, pretende aparentemente connotar que el resultado del proceso económico “real” solo se aproxima al “ideal” del óptimo de Pareto.[2] Yeager continúa imputando esta concepción estática de la función del cálculo económico a Mises, a pesar de su reconocimiento de que “A Mises sí le gustaba destacar que se estaban produciendo continuamente cambios de todo tipo y que los precios a tomar en consideración no son meramente los precios ‘actuales’ (que son los datos de la historia económica muy reciente), sino también los precios futuros, como mejor puedan entenderse por medio de conjeturas empresariales” (Yeager, p. 96). Sin embargo, después de esta reticente admisión, Yeager (p. 97) procede a relegar esas consideraciones dinámicas, al estilo de la economía clásica, al estado de “fricciones” o “causas perturbadoras” que “complican inmensamente” pero no alteran la principal tarea del cálculo económico, que es indicar el camino a la asignación ideal de recursos del estado estático.

Ahora podemos explicar por qué Yeager rechaza distinguir entre cálculo y conocimiento y por qué olvida la importancia de la distinción indicada por SRH. Con la economía siempre en EP y los precios actuales trasladando por tanto a los productores prácticamente un conocimiento completo acerca de las condiciones económicas relevantes en el presente y el futuro, la única función que queda para los emprendedores es computar robóticamente funciones de ingreso y coste y asignar recursos de forma que igualen MR y MC. Como la adquisición y uso del conocimiento se presentan así como la esencia al cálculo económico, si los planificadores centrales de una forma u otra tuvieran el mismo conocimiento en ausencia de un sistema de precios, el problema de computación emprendedora podría resolverse fácilmente con los métodos de programación lineal, que generarían la asignación idéntica (de óptimo de Pareto) de recursos. Esta es la implicación del enunciado de Hayek de que el sistema de precios “trae la solución a la que (es conceptualmente posible que) podrían haber llegado si una sola mente poseyera toda la información que está en realidad dispersa entre todas las personas implicadas en el proceso” (Hayek, 1972, p. 86).

Para Yeager, Hayek y los teóricos del equilibrio de todo tipo, no es por tanto necesario un proceso de evaluación, porque, en palabras del teórico del equilibrio general (EG) J. R. Hicks (citado en Walsh y Gram 1980, pp. 241, 179),

El mecanismo de precios es algo que es inherente. No tiene que (…) traerse del exterior. (…) Se ha hecho evidente [por los teóricos de la programación lineal], no solo que un sistema de precios es inherente en el problema de la maximización de la producción para recursos dados, sino asimismo que algo como un sistema de precios es inherente en cualquier problema de maximizar la producción frente a restricciones. La imputación de precios (o “escaseces”) para los factores de producción no es nada más que una medición de las intensidades de las restricciones; esas intensidades son siempre implícitas, la propiedad especial de un sistema competitivo [de precios] es que las hace aparecer y las hace visibles. (…) Si tomamos la famosa definición, dada hace muchos años por Lord Robbins (“ la relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos”), la economía, en ese sentido, está bien cubierta por la teoría lineal.

Por supuesto, este razonamiento también está en la postura adoptada por socialistas del mercado de formación neoclásica como Oskar Lange. En una reflexión publicada póstumamente sobre su contribución al debate del cálculo socialista, Lange (1974, p. 137) escribía:

El proceso de mercado, con sus torpes tanteos, parece pasado de moda. De hecho, puede considerarse como un dispositivo de cálculo de la era preelectrónica.

El mecanismo del mercado y el procedimiento de prueba y error propuestos en mi ensayo [original] desempeñaban realmente el papel de un dispositivo de cálculo para resolver un sistema de ecuaciones simultáneas. La solución se encontró por medio de un proceso de iteración que se suponía que era convergente. (…)

El mismo proceso puede implantarse con una máquina electrónica análoga que simule el proceso de interacción implícito en los tanteos del mecanismo del mercado. Ese análogo electrónico (servomecanismo) simula el funcionamiento del mercado. Sin embargo, esta enunciación puede invertirse: el mercado simula la computadora electrónica análoga. En otras palabras, el mercado puede considerarse como una computadora sui géneris qué sirve para resolver un sistema de ecuaciones simultáneas.

Así que los teóricos del problema del cálculo orientados al mercado, como Hayek y Yeager, y los teóricos del EG neoclásicos/socialistas son en el fondo hermanos. Los primeros, que según Yeager incluyen a Mises, en último término no contradicen la afirmación de los otros de que el sistema de precios está “en” los datos y de que el mercado lleva a cabo esencialmente la misma función que una computadora resolviendo una ecuación. Todas la sutil argumentación de Hayek en su clásica tríada de artículos sobre el conocimiento (Hayek 1972a; Hayek 1972b Hayek 1972c) equivale sólo a la negación de que todos los datos relevantes pudieran alguna vez reunirse en un solo lugar y, por usar el término de Yeager, “asimilarse” por una mente dispuesta a alimentar a la computadora.[3] Así que Yeager (p. 99) tiene que concluir, de acuerdo con Hicks y Lange, que “si todo el conocimiento relevante pudiera reunirse y asimilarse y se hacerse todas las demás preparaciones y si el enorme cálculo comprensivo pudiera llevarse a cabo, entonces la inmensa lista de resultados escupidos por la computadora no solo prescribiría todas las cantidades de entrada y salida con detalle, sino que también indicaría los precios en la sombra de todas las entradas y salidas”.

Es por tanto debido a su mentalidad de EP por lo que Yeager es incapaz de percibir lo que es para SRH el verdadero núcleo del argumento del cálculo de Mises: primero, que el mercado crea un proceso de evaluación social que no está implícito en los parámetros informativos del sistema de ecuaciones y que depende esencialmente de una división intelectual del trabajo que incluye la comprensión cualitativa de los empresarios en competencia y, segundo, que este proceso es indispensable para convertir el conocimiento multidimensional de los datos económicos, independientemente de quien posea este conocimiento o donde esté ubicado, en una estructura unitaria de precios de recursos y productos con sentido.

El que ese intento de Yeager de retratar a Mises como un teórico del EP es insostenible y la visión de SRH de Mises como un teórico de la evaluación dinámica es en realidad la correcta se evidencia convincentemente en la respuesta definitiva de Mises en La acción humana a la solución matemática propuesta al cálculo socialista. Aquí Mises (1966, pp. 710-715) deja muy claro que los precios estáticos imputados matemáticamente con un conocimiento perfecto de los datos económicos no llevarían a una asignación dinámicamente eficiente de los recursos. Esto último solo puede lograrse con los precios evaluados empresarialmente, que se generan por el proceso histórico del mercado.

Para llegar a esta conclusión, Mises considera primero una situación en la que el planificador centralizado está dotado de un conocimiento perfecto de los datos económicos existentes. Sin embargo, Mises señala que dichos datos incluirían una existencia de bienes intermedios o de capital, que, en un mundo de cambio e incertidumbre imparables y por consiguiente de error empresarial, se adaptan necesariamente mal a los datos primarios de deseos, tecnología y recursos “originales”, es decir, trabajo y tierra permanentes y/o no reproducibles. Sin embargo, los inventarios existentes de objetos no permanentes y reproducibles que constituyen esta existencia de capital en desequilibrio se consideran como “parámetros” en el sistema de ecuaciones simultáneas. Resolver este sistema generaría por tanto una asignación estática u óptimo de Pareto de recursos y un sistema correlativo de precios en la sombra. Pero esta solución estática no es posible que pueda resolver las series de pasos que deben iniciarse hoy para transformar progresiva y eficientemente la estructura de los bienes de capital a través de una secuencia de más estados de desequilibrio hacía su configuración de equilibrio (actualmente desconocida).

De hecho, treinta años después de que Mises desarrollara este argumento, los teóricos disidentes del EG estaban empezando a entender tenuemente su importancia. Así, como señalaban franca y perspicazmente Vivian Walsh y Harvey Gram (1980, pp. 182-83) en ese momento:

La pretendida interpretación de la teoría neoclásica de la asignación depende esencialmente del significado atribuido a los parámetros que entran en sus relaciones estructurales. (…) En un modelo de teoría neoclásica de la asignación no tiene ninguna importancia distinguir entradas en la base del proceso por las que este se lleve a cabo. (…) De hecho, el único hecho histórico que tiene alguna importancia en el análisis es el de que una cantidad dada de recursos ha empezado a existir y ahora está disponible en un momento en el tiempo para ser usado de maneras que pueden haber sido previstas o no cuando se produjeron estos recursos. (…) Así que las categorías tierra, trabajo y “capital” son solo descriptivas: no tienen ninguna importancia analítica en los modelos de asignación estática. (…) La teoría neoclásica no niega la reproductibilidad de los medios de producción. Simplemente no tiene en cuenta esta reproductibilidad en su análisis de precios y cantidades (…) Así, el flujo de servicios de un motor diésel puede entrar como un factor de entrada en ciertos procesos técnicos, pero no tiene ninguna importancia para el tratamiento de la teoría de la producción que el propio motor sea el resultado de una inversión previa de recursos y no un regalo gratuito aparecido la naturaleza, por decirlo así, caído del cielo.[4]

Ahora bien, el argumento del cálculo de Mises se centra en una situación caracterizada por la ausencia de evaluación competitiva de los precios actuales de los recursos basada en la previsión empresarial de los cambios sucesivos en los datos que se producen durante la transición extendida hasta el equilibrio final. En estas circunstancias, no hay absolutamente ninguna posibilidad de determinar si y hasta qué grado los servicios productivos actuales deberían dedicarse, por ejemplo, a mantener las locomotoras diésel existentes, iniciando un proyecto de expansión de autopistas, construyendo una nueva fábrica de ensamblaje de camiones, convirtiendo los aviones de carga militar a usos civiles, etc. Los precios ocultos generados por la “solución” de programación lineal de Lange-Hicks-Yeager son por tanto incapaces de proporcionar el faro para el cálculo económico. Y esto es lo único que puede evitar que los actores humanos caigan ciegamente en el abismo de la irracionalidad y el desperdicio absoluto al elegir entre procesos sociales (es decir, no autárquicos) de producción.

Concedamos incluso algo más, como hace Mises (1966, pp. 713-714): que el planificador central se ve milagrosamente inspirado con una imagen exacta del estado final de equilibrio que se ajusta perfectamente a los datos primarios del problema. Sin recurrir a un proceso de evaluación social, el planificador seguiría siendo incapaz de calcular un plan de transición que utilice económicamente los servicios de las existencias actuales de capital. Por supuesto, la evaluación dinámica es incluso más importante en el mundo real. Aquí, los cambios exógenos en los datos desvían continuamente la economía de cualquier progresión temporal hacia un equilibrio determinado. Así que todas las acciones e innovaciones empresariales están guiadas por los precios futuros previstos, reflejando, según Mises (1966, p. 711), “solo los primeros pasos de una transformación” de las condiciones del mercado en la dirección al equilibrio.

Es instructivo considerar la serie de preguntas retóricas planteadas por Yeager (p. 96) hacia la mitad de su artículo. Están pensadas para convencernos de su idea de que Mises no podría haber estado hablando de aritmética. Pero una vez se entiende finalmente que los argumentos de Mises acerca del cálculo no se referían ni a la aritmética, ni al conocimiento, sino a la evaluación, también queda bastante claro que esas preguntas no merecen la respuesta que Yeager busca obtener. Preguntas representativas de Yeager son: “¿Estaba Mises concediendo que era posible que los planificadores agruparan toda esta información inimaginablemente detallada [acerca de los datos económicos]? ¿Estaba solo resistiéndose al siguiente paso, negando que pudieran usar todos ellos para calcular un patrón de producción y asignación de recursos que fuera óptimo en algún sentido?” A estas preguntas respondo con un rotundo “¡Sí, claro!” Mises sí supone, solo por el bien del argumento, que los planificadores poseyeran información perfecta.[5] Pero negaba categóricamente que esta información tuviera alguna utilidad para la asignación eficiente de recursos.

Concluyo con las palabras del propio Mises (que son difíciles de explicar sin invocar algún principio hermenéutico problemático)[6]: “Fue un grave error creer que el estado de equilibrio podría calcularse, por medio operaciones matemáticas, sobre la base del conocimiento de condiciones en un estado de desequilibrio. No fue menos erróneo creer que dicho conocimiento de las condiciones bajo un estado hipotético de equilibrio podría tener alguna utilidad para el hombre que actúa en su búsqueda de la mejor solución posible a los problemas con los que se enfrenta en sus decisiones y actividades cotidianas” (Mises 1966, pp. 714-715).

Referencias

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— [I935] 1975. “The Present State of the Debate.” En Hayek, ed., Collectivist Economic Planning. Nueva York: Augustus M. Kelley Publishers, pp. 201-243.

— 1978. Denationalization of Money-The Argument Refined: An Analysie of the Theory and Practice of Concurrent Currencies. 2ª ed. Londres: Institute of Economic Affairs.

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Lachmann, Ludwig. [1966] 1977. “Sir John Hicks on Capital and Growth”. En Lachmann, Capital, Expectations, and the Market Process: Essays on the Theory of the Market Economy. Kansas City: Sheed Andrews and McMeel, pp. 235-250.

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Mises, Ludwig von. 1966. Human Action: A Treatise on Economics. 3ª ed. Chicago: Henry Regnery. [La acción humana]

Rothbard, Murray N. 1991. “The End of Socialism and the Calculation Debate Revisited”. Review of Austrian Economics 5, nº 2: 51-76.

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Salerno, Joseph T. 1990a. “Postscript: Why a Socialist Economy Is ‘Impossible’”. En Ludwig von Mises, Economic Calculation in a Socialist Commonwealth. Auburn, Ala.: Praxeology Press of the Ludwig von Mises Institute. pp. 51-71.

— 1990b. “Ludwig von Mises as Social Rationalist”. Review of Austrian Economics 4: 26-54.

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Walsh, Vivian, y Gram, Harvey. 1980. Classical and Neoclassical Theories of General Equilibrium: Historical Origins and Mathematical Structure. Nueva York: Oxford University Press.

Weintraub, E. Roy. 1991. Stabilizing Dynamics. Nueva York: Cambridge University Press.

Yeager, Leland B. 1994. “Mises and Hayek on Calculation and Knowledge”. Review of Austrian Economics 7, nº 2, pp. 91-107.

—, y Tuerck, David G. 1966. Trade Policy and the Price System. Scranton, Penn.: International Textbook Company.


El artículo original se encuentra aquí.

 

[1] El significado de los símbolos en mis interpolaciones en estas citas son los siguientes:

P = precio del producto

MC = coste marginal

MU = utilidad marginal

PF = precio del factor de producción

MVP = producto valor marginal

AC = coste medio

I = producto número i en el que i = 1, …, n y n = número total de productos

J = factor j en el que j = 1, …, m y m = número total de productos

[2] Para un tratamiento más completo de la función del sistema de precios, Yeager remite al lector a una explicación en otra de sus obras. Allí, Yeager (1966, pp. 13-30) cita las razones estáticas neoclásicas usuales con respecto a las externalidades y el monopolio para el fracaso del mercado en lograr la asignación ideal de recursos, pero tiende a rebajar su importancia práctica. Sin embargo, ni siquiera indica las consideraciones dinámicas que impiden que los precios reales del mercado a cada momento lleguen siquiera acercarse a cumplir su papel EP como “señales de coste de oportunidad”, que se supone que guían adecuadamente a los participantes del mercado hacia un patrón óptimo de Pareto de uso de los recursos.

[3] En su artículo sobre “Economía y conocimiento”, Hayek (1972a, pp. 41-42 n. 6) buscaba, entre los objetivos, “dinamizar” el concepto de equilibrio y darle aplicabilidad empírica eliminando la relación entre el equilibrio concebido como una coincidencia expectativas subjetivas sostenida por personas diversas y el concepto de “estado estacionario” basado en la constancia de los datos objetivos subyacentes. Ahora se sabe de forma generalizada que el artículo de Hayek pretendía ser en parte una crítica a Mises, cuya aproximación praxeológica a la teoría económica incluía un papel (estrictamente subsidiario) para la construcción mental de un estado estacionario o “economía de rotación constante”. Esto tiene una gran importancia doctrinal a la vista del hecho de que el intento de Hicks de refundir la dinámica de la teoría del EG en Value and Capital, que, como ha revelado Hicks (1968, p. vi) se basaba en buena parte en ideas “concebidas en la London School of Economics durante los años 1930-35”, se veía impulsado precisamente por las mismas consideraciones. De hecho, Hicks (1968, p. 117) criticaba concretamente “el método de los austriacos” por su “concentración en el caso de un estado estacionario”. Además, tanto Hicks (1968, pp. 119-121) como Hayek (1972a, p. 41, n.6) atribuyen a Alfred Marshall indicar la vía hacia el uso apropiado de la técnica del equilibrio. Así que el EP de Hayek y la teoría moderna del EG tienen raíces comunes. Para una explicación ilustradora de la influencia seminal de la obra de Hayek en los trabajos iniciales de Hicks en teoría del EG, ver E. Roy Weintraub (1991, pp. 30-31).

[4] La teoría anterior de lo “transversal” de Hicks fue un intento malogrado de un teórico del EG de incluir o escapar de una idea similar. Hicks (1972, pp. 183-184) escribía: “En el mundo real los cambios en la tecnología son incesantes, no hay tiempo para que la economía llegue al equilibrio (si es que es capaz de hacerlo) con respecto a la tecnología de enero antes de que llegue febrero. De esto se deduce que en cualquier momento real, el capital existente no puede ser el apropiado para la tecnología existente. (…) Toda situación real difiere de una situación de equilibrio en razón de lo inapropiado de sus existencias de capital”. Sin embargo, a pesar de este reconocimiento, Hicks aparentemente encontraba “muy poco conveniente” abandonar la teoría del EG para “analizar la transición de una posición fuera de equilibrio a otra, así que la transversal de Hicks es una transversal de un equilibrio de crecimiento a otro” (Collard, 1993, p. 343). No hace falta decir que la teoría de Hicks de la vía de ajuste, desarrollada sobre el supuesto de una política de “precio fijo” y un cambio en la tecnología que no influya en los precios relativos, es incapaz de explicar cómo el cálculo monetario guía a los empresarios para elegir los usos más valiosos (desde el punto de vista de sus previsiones actuales de las condiciones futuras del mercado) para las existencias de capital perennemente inapropiadas. Para una crítica educada pero devastadora de Hicks, ver Lachmann (1977).

[5] Deberíamos destacar que Mises sí reconocía un problema independiente y “práctico” de conocimiento al que se enfrentaba al socialismo. Pero se apresuraba a dejar claro que no era este problema el que hacía de una economía socialista una imposibilidad lógica. Así que Mises (1966, p. 715) concluía su capítulo en La acción humana sobre “La imposibilidad del cálculo económico bajo el socialismo” con la siguiente frase: “No hay por tanto necesidad de destacar que el número fabuloso de ecuaciones que habría que resolver cada día de nuevo para una utilización práctica del método [matemático] haría absurda toda la idea, aunque hubiera realmente un sustitutivo razonable para el cálculo económico del mercado” [cursivas añadidas]. Luego Mises remite al lector a una nota al pie a la crítica basada en el conocimiento de Hayek de la solución matemática, en el libro sobre Planificación económica colectivista (Hayek 1975, pp,207-214).

[6] Yeager (pp. 100-105) dedica más de un tercio del texto de su artículo a apoyar su interpretación del argumento del cálculo de Mises con apelaciones a interpretaciones similares presentadas por otros hayekianos notables en la escena contemporánea, así como a su propia experiencia intelectual pasada para asumir los escritos de Mises. Pero es precisamente esta explicación ahora convencional del argumento del cálculo de Mises (que se afianzó rápidamente entre los hayekianos después del trabajo de Don Lavoie) con la que SRH no están de acuerdo, porque creen que representa una confusión palpable del pensamiento de Hayek y el de Mises. Así que es difícil ver qué añaden estas apelaciones al alegato de Yeager, más allá de un argumento de autoridad. Para una crítica de la “homogeneización” injustificada de Mises y Hayek por algunos economistas austriacos contemporáneos, ver Salerno (1993).

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